Bueno lo prometido es deuda. Gracias por sus comentarios. Pedí como mínimo diez y tuve 19 afuera y 9 adentro. Así que GRACIAS. 😊😊😊😊😊
Eran pasadas las seis de la tarde cuando Marcos entró en su apartamento. Paula estaba dormida en sus brazos con la cabecita apoyada en su hombro. Había sido una experiencia alucinante. Compartir con su pequeña era algo inigualable. Lo que menos se imaginó fue que nada más abrir la puerta lo recibieran gritos. — ¿Pero qué carajos, Marcos? ¿Cómo demonios te vas con mi hija y no eres capaz de avisarme? —Nuestra hija. Nuestra, que no se te olvide, gatica. — ¿Pero es qué estás loco? Y encima apaga el telefono. Pero que clase de padre eres tú. —Sam siguió gritando. Le quitó la niña de los brazos y hundió la nariz en su cuello. Marcos estaba empezando a ver rojo. Estaba harto de los gritos. Si algo lo detenía era ver que Sam estaba descontrolada. El gesto de abrazar a su hija con fuerza lo decía claro. Y los temblores de sus manos que no cesaron también eran una prueba. respir hondo. No quería retroceder lo poquísimo que había ganado. Sam se fue con la niña dejando a Marcos ya Nana solos
Caía una fina lluvia cuando Marcos se despertó. La claridad asomaba por las ventanas aunque el cielo se veía encapotado. Algo que le venía de maravillas. Sam no podía escapar de sus garras. La noche anterior había bebido un pequeño vaso con zumo y había seguido durmiendo como si nada, pero cuando cayera en cuenta de donde estaba y lo que Marcos había hecho, estaba seguro que volarían los calderos. La noche anterior había detenido el coche en un mercado que estaba abierto las veinticuatro horas y había llenado el maletero de provisiones. Iban a estar aislados pero no pasarían necesidad alguna. Marcos se dedicó a hacer un desayuno merecedor de un rey. Algo que fuera un detalle y que hiciera que los gritos de Sam fueran menos ásperos. Se perdió en los olores de los huevos revueltos con jamón y queso y en las tiras de bacon frito. Era una de esas personas que no era gente hasta que no se bebía una buena taza de café, por lo que mientras iba preparando todas esas delicias, había puesto la
—Está bien, Nana. —dijo Sam después de haber llamado a su niñera y que esta le confirmara todo lo que Marcos había dicho. —Sam —llamó Dorothea— ¿No piensas darle otra oportunidad? ¿Piensas ser infeliz el resto de tu vida? Ya le entregaste tu corazón a Marcos, recuperarlo no va a ser fácil. Y te mereces ser feliz, mi niña. ¡Ah! por cierto Paula la está pasando de maravilla. Sam sonrió antes de colgar. Le había costado encontrar una dichosa rayita de cobertura pero lo había logrado. En ese momento la necesidad imperaba. Y había estado tan atenta a las palabras de Nana ya sus propios pensamientos, que no había preguntado por su hija. Sabía que en mejores manos Paula no podía estar pero, se había olvidado completamente. Y a pesar de esas últimas preguntas se encontró como al principio. Decidió darse cuenta de una ducha de agua caliente para relajar la tensión de sus hombros. Marcos no había llevado nada de su ropa, pero había encontrado en una giveta unos bóxer negro y una camiseta qu
Se pasaron otro día más en la cabaña. La lluvia no los había dejado salir a recorrer los alrededores y se dedicaron a hablar y explorarse mutuamente. Marcos estaba acariciando a Sam después de una sesión intensa cuando le preguntó:— ¿Cuándo te enteraste que estabas embarazada? Debió ser un shock. Sam se giró y se puso encima de su pecho. —Unos días antes de saber que me habías engañado. Ese mismo día pensaba darte la sorpresa. La sorpresa me la llevé yo. Marcos buscó en su rostro recriminación y no la encontró. Todavía estaba sorprendido de que ese viaje hubiera dado resultado. Y tener a su esposa así, era algo que le llenaba el corazón de júbilo. —Lo siento. La vida entera no me bastará para pedirte perdón. —Ya te perdoné, Marcos. Olvida eso. No podemos disfrutar del presente si vivimos anclados al pasado. Pero no más secretos. No más engaños. No creo que mi corazón pueda sobrevivir si me traicionas de nuevo. Marcos asintió y le dio un delicado beso a su esposa. No podía dej
Había pasado un mes desde el desafortunado incidente. Pero había sido certero. Las insinuaciones se habían acabado. De cierta forma a Sam le daba lástima la pobre chica. Cada vez que la veía, la rehuía como si tuviera la peste. Estaba segura que todas las mujeres que habían pasado por la cama de su marido se quedaban medio enamoradas de él. El sex appeal que poseía Marcos las atraía como moscas a la miel.—Señora Lockheart, su padre requiere su presencia en su despacho de forma inmediata —le confirmó Carol cuando Sam descolgó el teléfono. —Gina voy a ver a papá —le dijo a su amiga cuando salió por la puerta de su oficina— ¿Estás bien? ¿Te noto pálida?—No. No estoy bien. Este niño me tiene con unos ardores de estómago increíbles. Pero no te preocupes, se me pasará. Drew dice que es normal. Ya habló con un colega y me recetaron algo. Pero me temo que hasta que no avance el embarazo, no me encontraré mejor.—No me has dicho que quieres ¿Chica o chico? —He experimentado con ambos. Con T
El primer añito de Paula llegó. La mansión Montenegro se llenó de globos verdes, blancos y dorados. Las guirnaldas colgaban de cada árbol y rincón y el área de la piscina se convirtió en toda una fiesta. Cuando Sam llegó con su hija en brazos pestañeó varias veces. Sus padres habían tirado la casa por la ventana. Ciertamente tuvo a la niña encima muy poco tiempo, Paula fue pasada de manos en manos. Pero la niña con esos ricitos rubios, sus ojitos azules y vestida con un vestido verde claro lleno de lazos, parecía un caramelito. Marcos había babeado cuando la había visto. Paula Lockheart Montenegro tenía a su padre, a sus tíos, a su abuelo y a todos los hombres a su alrededor comiendo de su mano. Y eso que solo tenía un año. Cuando fuera adolescente acatarían sus órdenes con solo chasquear los dedos. El pastel daba lástima que se lo comieran pero, nadie se negó a un pedazo. Esa bonita cesta llena de flores y tiernos colores estaba deliciosa. Cada momento quedó fotografiado. Sam sab
Marcos abrazó fuertemente a su hija al escuchar la palabra que había dicho Alejandra. No podía creer que la persona causante de tantas desdichas en la familia Montenegro estuviera frente a ellos. Si tuviera otro brazo escondería a su mujer de la mirada de esa arpía. Pues aunque con esa cara ya conocería a su gatica dentro de unos años, la maldad que mostraban esos rasgos estaba muy lejos del amor y la ternura que vislumbraba en el rostro de su esposa día tras día. Sam no atinaba a nada. Estaba paralizada. Ya le preguntaría a su hermana como carajos recordaba a esa mujer. Ella nunca había tenido interés en conocer a su verdadera madre. Para Samantha Montenegro su mamá se llamaba Patricia. Una mujer que la había enseñado a ser fuerte, a ser sincera, a ser fiel. Una mujer que con su inmenso amor y cariño desinteresado había logrado que cada uno de sus hijos olvidara la mala madre que tenían. Sobre todo Edward que era el más grande. Ni siquiera cuando se enteró a los diecisiete de que
Había pasado un mes desde que Marianne Willow había aparecido en la vida de los Montenegro. Todos estaban tensos esperando su próximo movimiento. Eduardo había hablado con sus hijas. Había una antigua cláusula de cuando fundaron la empresa. Una que le otorgaba un porciento de las acciones. Algo pequeño pero, que permitía que su voto decidiera. La boca de Sam había tocado el suelo. Alejandra estaba igual. Saber que semejante bruja podía decidir sobre el futuro de una empresa millonaria y sobre miles de empleados era algo que le quitaba el sueño a cualquiera. Habían tenido que hacer un esfuerzo conjunto para unir ideas. Pero Marianne no había vuelto a aparecer. Sam estaba leyendo unos contratos con los proveedores de los asientos de los autobuses cuando la mayor de sus pesadillas entró por la puerta. No tenía idea de como había accedido al edificio, pues le habían prohibido la entrada. Era cierto que “hierba mala nunca muere” fue su pensamiento cuando sus mismos ojos miraron en su di