Capítulo 2. Libre de sospecha.

Alejandra abrió los párpados y el blanco cegador de la habitación del hospital se clavó en sus retinas.

Un olor penetrante, antiséptico y estéril, le arañó las fosas nasales, un crudo recordatorio de dónde se encontraba: un lugar de curación, pero tan carente de consuelo.

Sus sentidos se esforzaron por adaptarse cuando las formas borrosas se convirtieron en los rostros severos de un médico y un agente de policía uniformado que vigilaban junto a su cama.

—¿Señorita... Alejandra? —. El agente se inclinó hacia ella y su voz tenía el peso del deber oficial —Necesito hacerle algunas preguntas sobre lo ocurrido.

Su mente buscaba claridad entre la niebla de la sedación. La cara de Hunter pasó ante ella: la caída, el agua tragándoselo. Casi podía sentir el agua helada del río en su propia piel, pero el miedo mantuvo su lengua cautiva.

Expresar el horror de lo que él había intentado hacer sería desvelar una vulnerabilidad que no estaba dispuesta a exponer.

—¿Qué quiere saber? Él se resbaló —murmuró Alejandra, con voz apenas por encima de un susurro —simplemente... se cayó al agua y yo me desmayé y no pude hacer nada por ayudarlo.

La mentira sabía amarga, pero era más seguro así.

—¿Eso es todo lo que recuerdas? —insistió el agente, con los ojos, escrutando los suyos en busca de cualquier atisbo de engaño en su expresión.

—Sí —mintió de nuevo, sintiéndose derrotada y rodeándose con los brazos, como si la fina manta del hospital pudiera protegerla de la fría verdad —Y yo no pude ayudarle. Me desmayé.

El agente hizo una pausa y su mirada se suavizó ligeramente.

—Hay más —dijo suavemente, como si las palabras le dolieran—. El joven no sobrevivió. Ha muerto.

Una sacudida la recorrió. ¿Muerto? No, no podía ser. La confusión y la incredulidad lucharon en su interior, su corazón golpeando contra su pecho como un pájaro enjaulado desesperado por escapar.

—¿Cómo puede ser...? ¿Cómo es posible? —. La pregunta brotó cruda y sin filtro.

—Nadie lo ayudó y luego de tres días por fin dimos con su cuerpo. Alejandra. Has estado aquí tres días, sin responder hasta ahora.

Las palabras del oficial la aturdieron, no podía creer que hubiese permanecido dormida por tanto tiempo, lo que aún no se explicaba es ¿Cómo habían dado con ellos? Y cómo si el agente le hubiese leído el pensamiento le respondió.

—Fue la policía costera y esta mañana lo encontraron. La vida marina... lo desfiguró. Su cara, partes de su cuerpo...

 

Un sollozo sacudió el cuerpo de Alejandra, las lágrimas se derramaron en un torrente de dolor y conmoción. No lloró por Hunter, sino por el horror de todo aquello, por el calvario que debería haber terminado, pero que aún seguía ondulando en su interior.

—No sé qué pasó con él después de desmayarme —respiró entre lágrimas, la verdad mezclada con omisión —. No lo sé.

El agente asintió solemnemente, tomando notas en un cuaderno desgastado.

—Estaba drogada, y pienso que ha pasado por muchas cosas. Estaremos en contacto si requerimos de algo más. Por ahora, necesitamos que permanezca en la ciudad mientras dure la investigación.

Alejandra giró la vista hacia él, su silueta, asintiendo en silencio, con la garganta apretada. No era más que una pequeña concesión, nada comparado con el peso de la sospecha que pesaba sobre ella.

—Por supuesto, agente —consiguió decir, con voz de susurro.

Cuando las figuras retrocedieron y la dejaron a solas con sus pensamientos, Alejandra se recostó en la rígida almohada del hospital, el olor a antiséptico se mezcló ahora con la sal de sus lágrimas.

Las olas de la memoria chocaban contra ella, implacables y turbias, y sabía que la marea de la verdad no retrocedería sin dejar sus grandes cicatrices en su interior.

Un par de horas después la habían dado de alta y ahora estaba en la nueva residencia, donde terminó trasladándose porque le rescindieron el contrato donde antes vivía. Estaba de pie junto a la ventana, observando la vida que bullía abajo, un torbellino de existencia del que se sentía desconectada.

A medida que los días se convirtieron en semanas, las sombras se hacían menos intimidantes y el eco de los últimos momentos de Hunter se atenuaba bajo las rutinas de la vida cotidiana. 

Entonces, un día, llegó la llamada, tan repentina y sorprendente como una ruptura en las nubes.

—¿Señorita Durán? Soy el detective Garnier. Le llamo para informarle que ya no está bajo sospecha. Es libre de seguir con su vida.

Las palabras eran formales, pero llevaban un trasfondo de liberación.

Se le escapó un suspiro, no de alivio, sino de resignación. Libre para seguir adelante, pero ¿por dónde empezar?

Los meses pasaron como las hojas de un riachuelo. Y Alejandra ahora se encontraba trabajando en el mostrador de una perfumería enclavada en medio del bullicio de un centro comercial de una ciudad distinta a donde vivió.

El aroma a jazmín y sándalo se mezclaba en el aire, creando un jardín artificial de tranquilidad en un mundo que aún se sentía torcido.

—Disculpe, señorita.

Levantó la vista y se encontró con la mirada intensa de un hombre atractivo, sus ojos azules intensos, de aproximadamente unos treinta años o quizás más, que se acercaba con una expresión que rozaba lo desconcertante.

Le tendió la mano y la agarró con delicadeza y calidez.

—Hola, bella dama, yo soy Carter Hall —le dijo, con el pulgar rozándole suavemente los nudillos y sin dejar de verla como si esperara alguna reacción de su parte, pero ella no se inmutó —Tenía muchas ganas de conocerte. Me alegro de que mi sueño por fin se haya hecho realidad.

El corazón de Alejandra tartamudeó ante su contacto, un aleteo de inquietud cosquilló en los bordes de su mente. ¿Por qué tenía tantas ganas de conocerla? ¿De qué sueños podía estar hablando?

—¿Nos conocemos? —Su pregunta se entretejió en sus pensamientos, teñida tanto de curiosidad como de cautela.

—Solo de pasada —Carter respondió, su sonrisa nunca vaciló—, cada vez que paso frente al mostrador y soy testigo día a día de su belleza.

Alejandra retiró la mano lentamente, el calor persistente como un regusto. Se dibujó una sonrisa práctica en los labios, aunque no llegó a sus ojos.

—Gracias —dijo la chica, con palabras cuidadosas y reflexivas—. Es agradable conocer a alguien nuevo, especialmente en... mejores circunstancias.

Ella lo observó, sintiendo un poco de peligro, lo que la hizo sentir nerviosa.

—De hecho —Carter estuvo de acuerdo, sus ojos fijos en los de ella—. Tal vez podamos empezar algo más que una amistad, si el destino así lo quiere.

Su pulso se aceleró ante esas palabras, y por un momento fugaz, los acontecimientos del pasado parecieron difuminarse, revelando un resquicio de posibilidad.

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