Alejandra abrió los párpados y el blanco cegador de la habitación del hospital se clavó en sus retinas.
Un olor penetrante, antiséptico y estéril, le arañó las fosas nasales, un crudo recordatorio de dónde se encontraba: un lugar de curación, pero tan carente de consuelo.
Sus sentidos se esforzaron por adaptarse cuando las formas borrosas se convirtieron en los rostros severos de un médico y un agente de policía uniformado que vigilaban junto a su cama.
—¿Señorita... Alejandra? —. El agente se inclinó hacia ella y su voz tenía el peso del deber oficial —Necesito hacerle algunas preguntas sobre lo ocurrido.
Su mente buscaba claridad entre la niebla de la sedación. La cara de Hunter pasó ante ella: la caída, el agua tragándoselo. Casi podía sentir el agua helada del río en su propia piel, pero el miedo mantuvo su lengua cautiva.
Expresar el horror de lo que él había intentado hacer sería desvelar una vulnerabilidad que no estaba dispuesta a exponer.
—¿Qué quiere saber? Él se resbaló —murmuró Alejandra, con voz apenas por encima de un susurro —simplemente... se cayó al agua y yo me desmayé y no pude hacer nada por ayudarlo.
La mentira sabía amarga, pero era más seguro así.
—¿Eso es todo lo que recuerdas? —insistió el agente, con los ojos, escrutando los suyos en busca de cualquier atisbo de engaño en su expresión.
—Sí —mintió de nuevo, sintiéndose derrotada y rodeándose con los brazos, como si la fina manta del hospital pudiera protegerla de la fría verdad —Y yo no pude ayudarle. Me desmayé.
El agente hizo una pausa y su mirada se suavizó ligeramente.
—Hay más —dijo suavemente, como si las palabras le dolieran—. El joven no sobrevivió. Ha muerto.
Una sacudida la recorrió. ¿Muerto? No, no podía ser. La confusión y la incredulidad lucharon en su interior, su corazón golpeando contra su pecho como un pájaro enjaulado desesperado por escapar.
—¿Cómo puede ser...? ¿Cómo es posible? —. La pregunta brotó cruda y sin filtro.
—Nadie lo ayudó y luego de tres días por fin dimos con su cuerpo. Alejandra. Has estado aquí tres días, sin responder hasta ahora.
Las palabras del oficial la aturdieron, no podía creer que hubiese permanecido dormida por tanto tiempo, lo que aún no se explicaba es ¿Cómo habían dado con ellos? Y cómo si el agente le hubiese leído el pensamiento le respondió.
—Fue la policía costera y esta mañana lo encontraron. La vida marina... lo desfiguró. Su cara, partes de su cuerpo...
Un sollozo sacudió el cuerpo de Alejandra, las lágrimas se derramaron en un torrente de dolor y conmoción. No lloró por Hunter, sino por el horror de todo aquello, por el calvario que debería haber terminado, pero que aún seguía ondulando en su interior.—No sé qué pasó con él después de desmayarme —respiró entre lágrimas, la verdad mezclada con omisión —. No lo sé.
El agente asintió solemnemente, tomando notas en un cuaderno desgastado.
—Estaba drogada, y pienso que ha pasado por muchas cosas. Estaremos en contacto si requerimos de algo más. Por ahora, necesitamos que permanezca en la ciudad mientras dure la investigación.
Alejandra giró la vista hacia él, su silueta, asintiendo en silencio, con la garganta apretada. No era más que una pequeña concesión, nada comparado con el peso de la sospecha que pesaba sobre ella.
—Por supuesto, agente —consiguió decir, con voz de susurro.
Cuando las figuras retrocedieron y la dejaron a solas con sus pensamientos, Alejandra se recostó en la rígida almohada del hospital, el olor a antiséptico se mezcló ahora con la sal de sus lágrimas.
Las olas de la memoria chocaban contra ella, implacables y turbias, y sabía que la marea de la verdad no retrocedería sin dejar sus grandes cicatrices en su interior.
Un par de horas después la habían dado de alta y ahora estaba en la nueva residencia, donde terminó trasladándose porque le rescindieron el contrato donde antes vivía. Estaba de pie junto a la ventana, observando la vida que bullía abajo, un torbellino de existencia del que se sentía desconectada.
A medida que los días se convirtieron en semanas, las sombras se hacían menos intimidantes y el eco de los últimos momentos de Hunter se atenuaba bajo las rutinas de la vida cotidiana.
Entonces, un día, llegó la llamada, tan repentina y sorprendente como una ruptura en las nubes.
—¿Señorita Durán? Soy el detective Garnier. Le llamo para informarle que ya no está bajo sospecha. Es libre de seguir con su vida.
Las palabras eran formales, pero llevaban un trasfondo de liberación.
Se le escapó un suspiro, no de alivio, sino de resignación. Libre para seguir adelante, pero ¿por dónde empezar?
Los meses pasaron como las hojas de un riachuelo. Y Alejandra ahora se encontraba trabajando en el mostrador de una perfumería enclavada en medio del bullicio de un centro comercial de una ciudad distinta a donde vivió.
El aroma a jazmín y sándalo se mezclaba en el aire, creando un jardín artificial de tranquilidad en un mundo que aún se sentía torcido.
—Disculpe, señorita.
Levantó la vista y se encontró con la mirada intensa de un hombre atractivo, sus ojos azules intensos, de aproximadamente unos treinta años o quizás más, que se acercaba con una expresión que rozaba lo desconcertante.
Le tendió la mano y la agarró con delicadeza y calidez.
—Hola, bella dama, yo soy Carter Hall —le dijo, con el pulgar rozándole suavemente los nudillos y sin dejar de verla como si esperara alguna reacción de su parte, pero ella no se inmutó —Tenía muchas ganas de conocerte. Me alegro de que mi sueño por fin se haya hecho realidad.
El corazón de Alejandra tartamudeó ante su contacto, un aleteo de inquietud cosquilló en los bordes de su mente. ¿Por qué tenía tantas ganas de conocerla? ¿De qué sueños podía estar hablando?
—¿Nos conocemos? —Su pregunta se entretejió en sus pensamientos, teñida tanto de curiosidad como de cautela.
—Solo de pasada —Carter respondió, su sonrisa nunca vaciló—, cada vez que paso frente al mostrador y soy testigo día a día de su belleza.
Alejandra retiró la mano lentamente, el calor persistente como un regusto. Se dibujó una sonrisa práctica en los labios, aunque no llegó a sus ojos.
—Gracias —dijo la chica, con palabras cuidadosas y reflexivas—. Es agradable conocer a alguien nuevo, especialmente en... mejores circunstancias.
Ella lo observó, sintiendo un poco de peligro, lo que la hizo sentir nerviosa.
—De hecho —Carter estuvo de acuerdo, sus ojos fijos en los de ella—. Tal vez podamos empezar algo más que una amistad, si el destino así lo quiere.
Su pulso se aceleró ante esas palabras, y por un momento fugaz, los acontecimientos del pasado parecieron difuminarse, revelando un resquicio de posibilidad.
Al día siguiente de su encuentro, la invitó a salir y Alejandra no supo por qué accedió; lo cierto es que estaba allí de pie frente al espejo, con las manos recorriendo la suave tela del vestido suelto que había elegido. Caía a su alrededor de manera protectora, lejos de los estilos ceñidos al cuerpo y escotes que en otro tiempo lució, y a los que responsabilizaba de que Hunter hubiera intentado abusar de ella.Esa noche se trataba de dar un paso adelante y continuar con su vida, sin embargo, mientras se pasaba un rizo rebelde por detrás de la oreja, la duda persistió como la sombra más tenue en su corazón.El timbre de su teléfono rompió el silencio de su aprensión. —Estoy abajo —, la voz de Carter llegó a través de la línea, firme y cálida. Miró el reloj; era exactamente la hora que habían acordado. Inspirando profundamente, Alejandra cogió su bolso y bajó las escaleras a toda prisa, con el pulso acelerado no sólo por la prisa sino por la incertidumbre de lo que le esperaba.Al s
La joven se quedó viéndolo sin pronunciar palabra, lo que impacientó a Carter.—¿Qué pasa esposa? ¿Te comieron la lengua los ratones que no me respondes? —preguntó el hombre y ella negó con la cabeza.—No… no es nada… es solo que las olas del mar me marean… me causan vértigo —fue su simple respuesta. El hombre hizo una mueca de disgusto que ella no vio.—Ven, te acompaño, vayamos a nuestra celebración —expresó con aparente dulzura tomándola de la mano y ella asintió.Comenzó a caminar a su lado, mientras trataba de dominar la agitación que sentía en su interior.Decenas de preguntas venían a su mente.¿Por qué él estaba en ese yate que era el mismo a donde la había llevado Hunter? ¿Qué estaba pasando allí? Pero era demasiado cobarde para afrontar la verdad. Alejandra había sido una chica que a pesar de haberse criado en un orfanato, conservaba su inocencia, porque mientras fue pequeña, siempre los chicos mayores la cuidaron, porque siempre se ganaba el cariño y despertaba en ellos
Carter se quedó mirándola con absoluto odio, ni una pizca de arrepentimiento se dibujó en su rostro. Se levantó de la cama completamente desnudo y se acercó lentamente a ella como una fiera a punto de atrapar a su presa. Clara observaba la escena con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada segundo de ese amargo espectáculo.Carter finalmente estaba junto a Alejandra, su rostro tan cerca que ella podía sentir su aliento tibio mezclado con el aroma del licor que había bebido. Pasó un dedo por la mejilla de Alejandra, un gesto que en otro tiempo habría sido tierno, ahora solo la llenaba con más desesperación y desilusión.—Porque puedo —respondió Carter, finalmente, su voz era tan fría como el hielo. Su respuesta fue tan despiadada que la hizo temblar de rabia y tristeza—. Porque no me importas, porque te engañé, porque nunca te he amado y nunca lo haré, porque todo es parte de una trampa —le dijo en un susurro, sin tacto, mientras ella lo miraba con los ojos anegados en lágrimas y
Las palabras de Carter la golpearon como una ráfaga de viento frío, hundiéndose en su piel y perforándola hasta los huesos, arrastrándola a una realidad que no quería recordar, pero que fue inevitable detener.El recuerdo de las manos de Hunter en su piel, ardía dentro de ella como una especie de presencia que la paralizaba, sintió que el aire le faltaba, su pecho subió y bajó con dificultad.No podía creer que ese hombre fuera el hijo de Carter. —Eso no...no es posible —murmuró Alejandra, los ojos bien abiertos por la incredulidad—, yo… yo no hice nada… fue un accidente —dijo casi sin aliento.Pero Carter no creyó ni un poco en sus palabras, se acercó implacablemente a ella, sus ojos rebosantes de ira y resentimiento. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Alejandra, pero eso ni siquiera lo conmovió, todo lo contrario hizo arder más la furia y el deseo de acabar con ella.—¿Llorar? Ahora es que vas a querer llorar, porque juro que te vas a arrepentir de haberte cr
—Yo... yo sólo... —tartamudeó ella, retrocediendo poco a poco, sin poder controlar el miedo que se agitaba en su interior y que la apretaba con fuerza como si fuese la poderosa mano de un gigante. Sin embargo, sus palabras se perdían en el aire, devoradas por la mirada furiosa del hombre.—Esta es mi cabaña, no una pinche casa de muñecas, soy yo quien decide cómo se ve y cómo vas a vivir, porque desde que firmaste ese maldit0 papel, soy tu dueño ¿Y sabes para qué? —le escupió en la cara, antes de tomarla por el brazo y empujarla, haciéndola golpear contra la pared, sin siquiera preocuparse por el daño que le había causado. El impacto la dejó atontada, sintió su mano crujir cuando intentó sostenerse, al momento de caer se mordió la legua y el sabor cálido y metálico de su sangre le llenó la boca. Aún cuando quiso mantenerse serena y controlar sus lágrimas, no pudo hacerlo, y estas terminaron saliendo junto con un sollozo de su garganta, pero el odio de Carter era tanto que no se co
Ella retrocedió, la náusea subiendo por su garganta al olor de los desperdicios. Los residuos de comida estaban mezclados con envoltorios sucios y objetos no identificables, un festín para las ratas, pero una humillación para una persona.Sintió un nudo, pero logró contener las lágrimas que amenazaban con brotar. En su interior, una llama de indignación comenzó a arder. A pesar de su situación, ella no iba a permitir dejarse humillar de esa manera.Reuniendo todo el valor que llevaba dentro, la miró directamente a los ojos y con voz firme habló.—¿Es esto una broma? —preguntó con una expresión horrorizada, pero se dio cuenta de que la mujer estaba hablando en serio—. No pienso comer basura. La mujer rió al ver la cara de horror de la muchacha que se encontraba delante de ella. La risa resonó en la cocina silenciosa, llenándolo con su cruel sabor. Mientras tanto, la muchacha sintió un ardor doloroso en su garganta. Nunca podría comer algo como eso, por más hambrienta que estuviera.L
La mirada de Carter se oscureció, sus ojos se llenaron de una furia desenfrenada, pero, a la vez, una profunda tristeza. Sabía que matar a Alejandra no traería a su hijo de vuelta. Pero ¿Sería eso suficiente para frenar su ira?Las palabras de Alejandra resonaron en su cabeza, un eco constante, incitándolo a actuar. Pero algo dentro de él lo detuvo.Sintió un escalofrío correr por su espina dorsal ante las palabras de Alejandra, una mezcla de rabia y compasión turbia. Su agarre se aflojó un poquito, solo lo suficiente para que Alejandra pudiera respirar con más facilidad, pero no para que ella pudiera liberarse.—¿Y qué gano yo matándote ahora? —preguntó Carter finalmente, rompiendo el silencio—. ¿El placer temporal de la venganza? ¿El alivio efímero del dolor? Todo eso pasaría y seguiría quedando el hueco que dejaste en mi vida… No, Alejandra, a ti te tengo preparado el infierno… pero en vida.Ella se quedó viéndolo, mientras la estancia se llenó de un silencio sepulcral. Carter se si
—¿Por qué es tan cruel conmigo? ¿Yo no le hice nada? —susurró casi sin aliento, sintiendo como si en su interior se estuviese agitando un peligroso fuego. Pero el ama de llaves ya se había dado la vuelta y se estaba alejando, dejándola sola en la cabaña decrépita. Se obligó a caminar, cada músculo de su cuerpo gritó de dolor y agotamiento. Miró alrededor, sus ojos nublados por la fiebre no le permitían ver con claridad, pero podía sentir el desorden a su alrededor. A tientas, logró encontrar su uniforme arrugado, sucio y húmedo en un rincón del cuarto. Con un gemido sofocado, empezó a vestirse; cada movimiento se sentía como una tortura. Los minutos pasaron lentamente mientras luchaba por mantenerse en pie. Eventualmente, logró salir y llegar a la sala, aunque se mantuvo silenciosa para que no la vieran, lamentablemente no tuvo suerte, y Clara la vio, la miró con desprecio y se acercó a ella sonriendo maliciosamente, mientras Carter de lejos miraba con una sonrisa enigmática. —¡A