Carter se quedó mirándola con absoluto odio, ni una pizca de arrepentimiento se dibujó en su rostro. Se levantó de la cama completamente desnudo y se acercó lentamente a ella como una fiera a punto de atrapar a su presa.
Clara observaba la escena con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada segundo de ese amargo espectáculo.
Carter finalmente estaba junto a Alejandra, su rostro tan cerca que ella podía sentir su aliento tibio mezclado con el aroma del licor que había bebido.
Pasó un dedo por la mejilla de Alejandra, un gesto que en otro tiempo habría sido tierno, ahora solo la llenaba con más desesperación y desilusión.
—Porque puedo —respondió Carter, finalmente, su voz era tan fría como el hielo. Su respuesta fue tan despiadada que la hizo temblar de rabia y tristeza—. Porque no me importas, porque te engañé, porque nunca te he amado y nunca lo haré, porque todo es parte de una trampa —le dijo en un susurro, sin tacto, mientras ella lo miraba con los ojos anegados en lágrimas y un intenso dolor en su pecho, porque sentía su alma completamente rota.
La mujer que lo acompañaba río, una risa afilada y fría que rebotó en las paredes de la habitación y se instaló como un eco siniestro en los oídos de la traicionada chica.
Se levantó entonces, envuelta en las sedosas sábanas de la cama matrimonial, y miró a Alejandra con desprecio.
—Ya es suficiente, querida —dijo Clara con un tono burlón—. No te hagas más daño.
La ira quemó a Alejandra, superando cualquier rastro de dolor. Con cada palabra, cada risa, aquel fuego interno se volvía más violento y arrasador. Pero no iba a darles el placer, así que no dijo nada, ni una sola palabra volvió a salir de su boca.
Los miró un segundo más y salió de allí sin mirar atrás, mientras corría, el pie se le dobló y el tacón se le rompió, se detuvo apenas un par de segundos para arrancárselos de un tirón, sin siquiera prestar atención de las heridas que se causó.
Corrió a cubierta, buscando un lugar donde esconderse, aunque sabía que no había dónde escapar, porque estaban en alta mar y ella no podía salir de allí sin ayuda, atravesó la multitud atrayendo las miradas de todos, pero cuando estaba justo en el centro de todos, apareció Carter, solo vestido con una ropa interior y de la mano de Clara, no se necesitaba ser muy espabilado para darse cuenta donde habían estado esos dos, agregándole de esa manera más humillación a Alejandra de la que ya sentía.
—¿Dónde crees que vas? ¿Piensa que te dejaré ir así como así? —inquirió Carter, su voz llena de burla y desdén con una risa sarcástica.
Su voz retumbó en los oídos de Alejandra, cada palabra como una bofetada más a su ya golpeado orgullo.
Alejandra detuvo a regañadientes su avance hacia las sombras. El silencio era profundo, y todos los ojos en la cubierta estaban fijos en ella.
Se giró lentamente para enfrentarse a él. Su corazón golpeó con fuerza en su pecho; sabía que no estaba preparada para un enfrentamiento, pero tampoco podía huir.
Al girarse, vio a Clara, aferrándose a Carter como si fuera un trofeo, sólo sonrió y levantó una ceja desafiante. El odio que Alejandra sintió por ellos creció hasta el punto en que casi podía sentir su sangre hirviendo.
—Déjame en paz, Carter —replicó Alejandra con un tono de súplica. Pero hasta para ella, sus palabras sonaban débiles y vacías.
Carter soltó una carcajada cruel, haciéndola sentir aún más pequeña. Mientras Clara, con su risita maliciosa, envolvente como un eco funesto, parecía estar disfrutando del espectáculo.
—¿En serio crees que tienes el derecho de vivir en paz? —inquirió con rabia, y acercándose a ella, la tomó por el brazo sin dejar de sacudirla.
—¡Suéltame! —exclamó ella con dignidad, pero eso provocó más la rabia en el hombre.
—¡Te crees muy digna cuando no eres más que una m*****a asesina! —exclamó Carter lleno de furia.
El rostro de Alejandra palideció, sintiéndose agobiada por sus palabras. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, pero ella rápidamente las secó con el dorso de su mano.
La gente se reunió alrededor de ellos, a la expectativa de lo que ocurriría, la tensión eléctrica en el aire provocó un silencio ensordecedor. Alejandra sintió los ojos de todos sobre ella, juzgándola.
Su mente corrió frenéticamente buscando una salida, una solución, pero cada vez se sentía más acorralada.
Con un rápido movimiento, intentó liberarse de su agarre, pero Carter era demasiado fuerte. Su rostro se tornó pálido y sus ojos estaban llenos de miedo, pero también de determinación. No podía permitir que Carter le quitara su dignidad.
—¡No soy una asesina! —gritó Alejandra en desesperación. Sus palabras rebotaron en el lugar, dejando un eco que parecía resonar con su dolor.
Carter se rió nuevamente, su risa se volvió aún más cruel y fría.
—¿Ah, no? —dijo con sarcasmo—. Entonces, ¿Cómo explicas la muerte de mi hijo? Fue tu culpa, ¡Y lo sabes! Y eso vas a pagármelo, escapaste de la justicia, pero no lo harás de mi mano —sentenció mientras ella lo miraba sorprendida al mismo tiempo que negaba con la cabeza sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
Las palabras de Carter la golpearon como una ráfaga de viento frío, hundiéndose en su piel y perforándola hasta los huesos, arrastrándola a una realidad que no quería recordar, pero que fue inevitable detener.El recuerdo de las manos de Hunter en su piel, ardía dentro de ella como una especie de presencia que la paralizaba, sintió que el aire le faltaba, su pecho subió y bajó con dificultad.No podía creer que ese hombre fuera el hijo de Carter. —Eso no...no es posible —murmuró Alejandra, los ojos bien abiertos por la incredulidad—, yo… yo no hice nada… fue un accidente —dijo casi sin aliento.Pero Carter no creyó ni un poco en sus palabras, se acercó implacablemente a ella, sus ojos rebosantes de ira y resentimiento. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Alejandra, pero eso ni siquiera lo conmovió, todo lo contrario hizo arder más la furia y el deseo de acabar con ella.—¿Llorar? Ahora es que vas a querer llorar, porque juro que te vas a arrepentir de haberte cr
—Yo... yo sólo... —tartamudeó ella, retrocediendo poco a poco, sin poder controlar el miedo que se agitaba en su interior y que la apretaba con fuerza como si fuese la poderosa mano de un gigante. Sin embargo, sus palabras se perdían en el aire, devoradas por la mirada furiosa del hombre.—Esta es mi cabaña, no una pinche casa de muñecas, soy yo quien decide cómo se ve y cómo vas a vivir, porque desde que firmaste ese maldit0 papel, soy tu dueño ¿Y sabes para qué? —le escupió en la cara, antes de tomarla por el brazo y empujarla, haciéndola golpear contra la pared, sin siquiera preocuparse por el daño que le había causado. El impacto la dejó atontada, sintió su mano crujir cuando intentó sostenerse, al momento de caer se mordió la legua y el sabor cálido y metálico de su sangre le llenó la boca. Aún cuando quiso mantenerse serena y controlar sus lágrimas, no pudo hacerlo, y estas terminaron saliendo junto con un sollozo de su garganta, pero el odio de Carter era tanto que no se co
Ella retrocedió, la náusea subiendo por su garganta al olor de los desperdicios. Los residuos de comida estaban mezclados con envoltorios sucios y objetos no identificables, un festín para las ratas, pero una humillación para una persona.Sintió un nudo, pero logró contener las lágrimas que amenazaban con brotar. En su interior, una llama de indignación comenzó a arder. A pesar de su situación, ella no iba a permitir dejarse humillar de esa manera.Reuniendo todo el valor que llevaba dentro, la miró directamente a los ojos y con voz firme habló.—¿Es esto una broma? —preguntó con una expresión horrorizada, pero se dio cuenta de que la mujer estaba hablando en serio—. No pienso comer basura. La mujer rió al ver la cara de horror de la muchacha que se encontraba delante de ella. La risa resonó en la cocina silenciosa, llenándolo con su cruel sabor. Mientras tanto, la muchacha sintió un ardor doloroso en su garganta. Nunca podría comer algo como eso, por más hambrienta que estuviera.L
La mirada de Carter se oscureció, sus ojos se llenaron de una furia desenfrenada, pero, a la vez, una profunda tristeza. Sabía que matar a Alejandra no traería a su hijo de vuelta. Pero ¿Sería eso suficiente para frenar su ira?Las palabras de Alejandra resonaron en su cabeza, un eco constante, incitándolo a actuar. Pero algo dentro de él lo detuvo.Sintió un escalofrío correr por su espina dorsal ante las palabras de Alejandra, una mezcla de rabia y compasión turbia. Su agarre se aflojó un poquito, solo lo suficiente para que Alejandra pudiera respirar con más facilidad, pero no para que ella pudiera liberarse.—¿Y qué gano yo matándote ahora? —preguntó Carter finalmente, rompiendo el silencio—. ¿El placer temporal de la venganza? ¿El alivio efímero del dolor? Todo eso pasaría y seguiría quedando el hueco que dejaste en mi vida… No, Alejandra, a ti te tengo preparado el infierno… pero en vida.Ella se quedó viéndolo, mientras la estancia se llenó de un silencio sepulcral. Carter se si
—¿Por qué es tan cruel conmigo? ¿Yo no le hice nada? —susurró casi sin aliento, sintiendo como si en su interior se estuviese agitando un peligroso fuego. Pero el ama de llaves ya se había dado la vuelta y se estaba alejando, dejándola sola en la cabaña decrépita. Se obligó a caminar, cada músculo de su cuerpo gritó de dolor y agotamiento. Miró alrededor, sus ojos nublados por la fiebre no le permitían ver con claridad, pero podía sentir el desorden a su alrededor. A tientas, logró encontrar su uniforme arrugado, sucio y húmedo en un rincón del cuarto. Con un gemido sofocado, empezó a vestirse; cada movimiento se sentía como una tortura. Los minutos pasaron lentamente mientras luchaba por mantenerse en pie. Eventualmente, logró salir y llegar a la sala, aunque se mantuvo silenciosa para que no la vieran, lamentablemente no tuvo suerte, y Clara la vio, la miró con desprecio y se acercó a ella sonriendo maliciosamente, mientras Carter de lejos miraba con una sonrisa enigmática. —¡A
Las palabras de Carter golpearon a Alejandra como una descarga eléctrica. Sin mirarlo, caminó lentamente hacia la cocina. Dentro de su pecho, su corazón latió con una fuerza desmesurada. Seguía siendo injusto, ella no lo había matado. Había sido un accidente, y ella lamentaba día a día haber acudido a esa cita.Apoyándose en la encimera de la cocina, intentó contener las lágrimas que amenazaban en sus ojos. Los maltratos, las humillaciones, el dolor era como una herida abierta que nunca se cerraría.Volvió a la terraza con una bandeja llena de bocadillos y bebidas frías. La risa salió del jacuzzi, mientras ella se mantenía sin ninguna expresión en el rostro.La bandeja le tembló y estuvo a punto de caérsele, producto de la debilidad de su cuerpo, incluso las bebidas se le derramaron un poco, ganándose con ello un grito de Carter.—¡Eres una idiota! ¡Pon la bandeja a un lado! No eres más que una inútil… no sé qué vio mi hijo en ti —pronunció con desprecio.Las palabras de Carter eran
—Llama a Alejandra para que venga a atendernos —le pidió Clara a Carter.Sin embargo, el hombre se levantó y se alejó de ella, con una expresión indescifrable en su mirada, y segundos después se supo lo que estaba pensando.—¡Déjala! Ya creo que la hemos torturado lo suficiente —sentenció con un chasquido.—¿La estás defendiendo? De verdad qué eres increíble… no puedo creer… —comenzó a decir la mujer, pero Carter la interrumpió con fiereza.—¡Ya basta Clara! No tienes que decirme lo que tengo qué hacer. Si digo que hay que darle un respiro, es porque es lo mejor… y no es que me esté ablandando… solo quiero hacerlo creer que nos hemos flexibilizado… será más placentero para nosotros… es como atrapar a una presa, y soltarla para hacerle creer que va a poder escapar y justo cuando se confíe, volverla a atrapar… es como el juego al gato y al ratón —expresó.Clara miró a Carter molesta, pero no dijo nada. Se levantó, cruzó los brazos sobre su pecho mientras miraba hacia la ventana, observa
Se detuvo en seco, su corazón tambaleándose en su pecho. Pero a medida que Alejandra luchaba por respirar, cualquier furia residual se desvaneció. No importaba lo que ella hubiera hecho, pero algo dentro de él se negaba a dejarla morir.Carter continuó corriendo a través del pasillo de la casa, y la llevó a la habitación que le había dado al lado de la suya, mientras era consciente de las débiles señales de vida que emanaban del cuerpo de la chica.Se quedó esperando en la habitación impaciente, caminando de un lado a otro, daba la impresión que terminaría abriendo un hueco en el piso de las veces que recorrió de un lugar a otro, se paró en la puerta y comenzó a gritar.—¡Maldita sea! ¿Por qué carajos no se apuran? ¿Les pesa mucho el cul0? —inquirió irritado.El ama de llaves lo escuchó y corrió hasta él.—Lo siento, señor, le marqué al médico y por más que intenté convencerlo para que viniera, dijo que no podía venir —informó la mujer aún con el teléfono en la mano.Sin embargo, Cart