Capítulo 6: El destino de Alejandra.

Las palabras de Carter la golpearon como una ráfaga de viento frío, hundiéndose en su piel y perforándola hasta los huesos, arrastrándola a una realidad que no quería recordar, pero que fue inevitable detener.

El recuerdo de las manos de Hunter en su piel, ardía dentro de ella como una especie de presencia que la paralizaba, sintió que el aire le faltaba, su pecho subió y bajó con dificultad.

No podía creer que ese hombre fuera el hijo de Carter.

—Eso no...no es posible —murmuró Alejandra, los ojos bien abiertos por la incredulidad—, yo… yo no hice nada… fue un accidente —dijo casi sin aliento.

Pero Carter no creyó ni un poco en sus palabras, se acercó implacablemente a ella, sus ojos rebosantes de ira y resentimiento.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Alejandra, pero eso ni siquiera lo conmovió, todo lo contrario hizo arder más la furia y el deseo de acabar con ella.

—¿Llorar? Ahora es que vas a querer llorar, porque juro que te vas a arrepentir de haberte cruzado en la vida de mi hijo, porque haré la tuya miserable, esto es nada muchachita comparado con lo que te espera. ¿Qué creíste que una chica como tú? —la miró con desprecio— ¿Podría enamorar de la nada a un hombre como yo?

Escupió mirándola con desdén mientras hacía un gesto con la mano y llamaba a un grupo de sus hombres.

—Agárrenla y llévensela al lugar donde les indiqué —expresó con una expresión llena de absoluto odio.

Enseguida los hombres se le acercaron, dos de ellos la tomaron, cada uno por un brazo, mientras ella trataba de liberarse y comenzaba a suplicar que la soltaran.

—Por favor, ¡Suéltenme! Deben creerme. Yo no hice nada… juro que no lo maté ¿Por qué crees que las autoridades me eximieron? —inquirió tratando de convencer a Carter.

Pero sus súplicas cayeron en oídos sordos. Los hombres de Carter eran leales a su amo, y ninguno tuvo el coraje para enfrentar a su jefe y desobedecer sus órdenes.

Agarraron fuertemente a Alejandra, sin ninguna compasión, eran como especie de robots o máquinas programadas para no sentir ni inmutarse frente a la sensibilidad de los otros.

Aunado a ello, la gente la miraba con desprecio, haciendo gestos de desaprobación como si fuera algo asqueroso de lo que tuvieran que espantarse.

Entretanto, ella seguía luchando, sus respiros eran entrecortados producto de las lágrimas que brotaban de sus ojos, del dolor de garganta y de la impotencia que sentía de no poder hacer nada para librarse de esa pesadilla.

—¡Por favor, es un error!— reiteró ella, pero su voz se perdió en el bullicio y la rudeza de los hombres que la arrastraban.

Carter la observó con una sonrisa cruel en su rostro, sus ruegos parecían alimentar la satisfacción en su rostro.

Alejandra luchó con todas sus fuerzas, sin embargo, los hombres de Carter eran demasiado fuertes, y pronto se vio arrastrada lejos de él. Mientras su mirada fría, la perseguía sin rastro del amor o cariño que ella creyó que le tenía.

Los hombres clavaron sus dedos en su delicada piel, la subieron a una lancha y la lanzaron sin ninguna ceremonia, haciéndola golpear la cabeza contra el metal, una vez allí la ataron con fuerza, lastimándole sus manos y sus pies.

—¿Por qué… hacen esto? —interrogó con la voz quebrada del dolor.

Pero no recibió respuesta, su pregunta fue ignorada, se sintió desorientada y con la visión borrosa, intentó incorporarse, pero cada movimiento que hacía era restringido por las cuerdas que envolvían su delicado cuerpo.

La lancha comenzó a moverse a una velocidad vertiginosa, cada ola contra la que chocaba empujaba su cuerpo hacia ambos extremos de la embarcación, aumentando el dolor latente en su cabeza. Su mente divagaba en medio del mareo y la confusión.

"¿Por qué, Carter?", se preguntó a sí misma, "¿Cómo pudo convertirse en este monstruo? ¿Por qué no me habló a mí directamente? ¿Por qué yo no pudo darme cuenta de que todo fue una trampa y que su amor era una mentira?"

Los recuerdos de los días felices que habían compartido juntos venían a ella como una película antigua, distorsionada por la traición y el dolor.

Ella creyó en él, en sus palabras dulces y promesas de amor eterno, había caído como una tonta, se limpió las lágrimas que rodaban por sus mejillas, se sentía tan triste, tan insignificante, el dolor la perforaba como si hubiese sido un arma que atravesara su cuerpo diciéndole en dos.

Ni siquiera se dio cuenta, cuánto tiempo navegó, pero debió ser mucho porque, cuando llegaron a una isla, el orto del sol que surgía refulgente.

Allí la bajaron y la arrastraron ante la mirada atenta de los lugareños. Si en algún momento pensó que podría recibir ayuda de su parte, esa idea quedó suspendida al ver cómo las miradas se posaban en ella, señalándola con desprecio.

La llevaron varios kilómetros a pie, arrastrándola. Su débil cuerpo se cayó y se golpeó continuamente, sus pies comenzaron a abrirse, porque la habían sacado descalza.

Llegaron a una inmensa propiedad, una majestuosa casa que si no fuera por las circunstancias hubiese podido apreciar su belleza, sin embargo, a ella la llevaron hasta una cabaña de madera en mal estado, su interior oscuro y húmedo, sucio

—Aquí te quedarás hasta que venga el señor. No tienes derecho a pedir nada, solo se te dará lo que él órdenes —sentenció uno de los hombres, empujándolo con fuerza y haciéndola perder el equilibrio.

—¿La atamos? —preguntó uno de ellos, al que parecía llevar el mando.

Por un momento la duda cruzó en el rostro del primero.

—No por ahora.

Los hombres salieron dejándola sola, A pesar del dolor y las heridas, ella trataba de entender, de averiguar qué pasaría con ella. Pero todo era un torbellino, una realidad indescifrable.

Las primeras horas se mantuvo en el suelo, sin moverse, sumiéndose en su propio dolor y en su desgracia.

En cuántas cosas habían pasado en su vida a sus escasos dieciocho años, se sentía como una anciana, había vivido tantas cosas que no sabía cómo soportaba golpe uno tras otro, una y otra vez, lo que sí era cierto que de cada caída se levantaba.

Miró, a los lados, comenzó a toser, producto del polvo y de las condiciones también insolubles. En un principio se preguntó que cómo iba a pasar los días de encierro, pero pronto una idea se abrió paso en su mente.

Se levantó con dificultad y empezó a recorrer la cabaña buscando en cada rincón hasta que encontró lo que buscaba.

Comenzó a ordenar la cabaña, encontró un cepillo y la barrió, sacudió el polvo mientras no dejaba de estornudar.

Unas horas después, la estuvo lista, habitable, limpia, dentro de sus circunstancias, sintió un resquicio de alegría y orgullo por haber sido capaz de darle un aspecto más humano.

Pero justo cuando terminó, la puerta se abrió de golpe con violencia y el cuerpo de Carter se abrió paso por el umbral con el rostro destilando odio y un fuerte aroma a ebriedad.

Se quedó viéndola y después ojeó la habitación, sus facciones se transformaron más, en una incontenible furia si es que eso era posible y como un depredador que atrapa a su presa la tomó por el hombre clavándose sus dedos.

—¿Quién diablos te mandó a limpiarla? —gruñó con la rabia ardiendo dentro de él.

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