La joven se quedó viéndolo sin pronunciar palabra, lo que impacientó a Carter.
—¿Qué pasa esposa? ¿Te comieron la lengua los ratones que no me respondes?
—preguntó el hombre y ella negó con la cabeza.—No… no es nada… es solo que las olas del mar me marean… me causan vértigo —fue su simple respuesta. El hombre hizo una mueca de disgusto que ella no vio.—Ven, te acompaño, vayamos a nuestra celebración —expresó con aparente dulzura tomándola de la mano y ella asintió.Comenzó a caminar a su lado, mientras trataba de dominar la agitación que sentía en su interior.Decenas de preguntas venían a su mente.¿Por qué él estaba en ese yate que era el mismo a donde la había llevado Hunter? ¿Qué estaba pasando allí? Pero era demasiado cobarde para afrontar la verdad. Alejandra había sido una chica que a pesar de haberse criado en un orfanato, conservaba su inocencia, porque mientras fue pequeña, siempre los chicos mayores la cuidaron, porque siempre se ganaba el cariño y despertaba en ellos el deseo de protegerla de quienes la rodeaban, por su dulzura, su buen corazón y su vocación de ayudar a los demás. Fue dejada allí cuando tenía un poco más de dos años, con una sola cadena y una medalla de recuerdo, la que nunca se quitaba de su cuello, su madre había muerto, su padre la había abandonado embarazada y la hermana adoptiva de su mamá, se había negado a quedarse con ella, por lo cual al verse sin nadie que la cuidara terminó en el orfanato y sin que nadie la adoptara.Por eso siempre añoraba amor, y procuraba ser aceptada por los demás, no quería ser abandonada, y por primera vez sentía que alguien la amaba de verdad, porque Carter le había demostrado un cariño sincero, y ella temía hacer algo que lo decepcionara.Así que fingió una sonrisa y caminó al lado de él."Cálmate, Alejandra", se dijo a sí misma, apretando con suavidad la mano enguantada de Carter. "No te dejes en evidencia, además, no hagas suposiciones, alguna explicación habrá de porque están en el mismo yate”.Con cada paso que daban, cada gota de agua que el yate cortaba, hacía que Alejandra respirara entrecortadamente mientras se abría paso entre los grupos de invitados que charlaban, el tintineo de las copas y las carcajadas que golpeaban el aire a su alrededor. Se agarró el vestido y sintió que la tela se le pegaba a las palmas de las manos, húmedas por la ansiedad que se le colaba por la piel. —Necesito ir al baño —, murmuró, más para sí misma que para él. Él señaló con indiferencia hacia un pasillo adornado con apliques de latón que proyectaban un cálido resplandor. Sin esperar más indicaciones, ella se excusó y se alejó corriendo, con los tacones repiqueteando con urgencia contra el suelo pulido.Una vez dentro del santuario del cuarto de baño, Alejandra se enfrentó a su reflejo en el espejo. Tenía los ojos muy abiertos, más llenos de miedo que del kohl que se había aplicado antes con esmero. Unas rayas de rímel marcaban sus ojeras, donde las lágrimas amenazaban con escaparse. Con manos temblorosas, abrió el grifo y se echó agua en la cara, viendo cómo el líquido frío se llevaba los restos de su fachada. Se permitió un momento, con los ojos cerrados, dejando que el sonido del agua ahogara el caos al otro lado de la puerta.Una renovada sensación de compostura se apoderó de ella mientras se secaba la cara con una toalla de papel. Al volver a la batalla, la música palpitante tensó al instante los músculos de su columna vertebral. Escapar se convirtió en un deseo que la consumía por completo, pero estaba atada a este mundo flotante de alegría y secretos.—¿Señora? —Un camarero se acercó y le tendió una bandeja de plata con canapés. Alejandra miró los delicados bocados, pero sintió repulsión ante la sola idea de comer, además sentía que de hacerlo no pasarían su garganta.Sacudió la cabeza, rechazando la oferta, y escudriñó la habitación en busca de la silueta familiar de su marido. Su ausencia le roía los nervios ya de por sí crispados, impulsándola a buscar refugio en un rincón más tranquilo, lejos de miradas indiscretas y perfumes invasivos.Pero la soledad resultaba esquiva; fragmentos de conversaciones se infiltraban en su burbuja de aislamiento. Un susurro le llegó al oído, gélido y premonitorio. —Pobre chica, no sabe lo que le espera. Ha caído en manos del mismísimo diablo. Las palabras se aferraron a ella como una manta, pesadas y sofocantes. Se levantó bruscamente, impulsada por la necesidad de enfrentarse a su realidad.Sus pasos se aceleraron al recorrer los estrechos pasillos del barco, cada uno de ellos bordeado de puertas que escondían sus propias historias. Camarote tras camarote, se asomó a través de portales entreabiertos, buscando con creciente desesperación. Finalmente, al final del pasillo, se detuvo ante una puerta concreta, dudando sólo un momento antes de que los inconfundibles sonidos del interior confirmaran sus temores. Gemidos, ronroneos, llenaron sus oídos, provocándole un escalofrío que la clavó en el sitio.Mientras avanzaba, Alejandra sintió un nudo crecer en su estómago. Respiró profundo, se armó de valor y cuando abrió la puerta, pudo ver un enredo de piernas y brazos, dos cuerpos desnudos, una mujer y un hombre, la madrina y testigo de su boda y su marido, el hombre con quien se acababa de casar.El ruido de la puerta atrajo la atención de la pareja, pero ninguno se inmutó, Carter la miró con indiferencia, mientras pronunciaba con desprecio.—Sabía que vendrías, Alejandra —declaró el hombre con una sonrisa cruel en sus labios.La madrina de su boda, Clara, levantó la vista de sus sábanas deshechas y le sonrió con una satisfacción maliciosa. Sus ojos brillaban con un tinte de triunfo, y Alejandra sintió una furia ardiente engullirla.Las palabras se quedaron atrapadas en su garganta y sólo pudo mirarlos, un nudo cada vez más grande en su estómago. Entre el desamor y la traición, había un dolor que llegaba hasta sus huesos, quemándola desde adentro con un fuego ardiente.Carter no paró de mirar a Alejandra, su rostro impasible mostraba un egoísmo y una crueldad que jamás había visto en él. De pronto, toda la familiaridad del hombre al que había amado parecía desvanecerse.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —no pudo evitar preguntar mientras sentía su alma por completo destrozada.Carter se quedó mirándola con absoluto odio, ni una pizca de arrepentimiento se dibujó en su rostro. Se levantó de la cama completamente desnudo y se acercó lentamente a ella como una fiera a punto de atrapar a su presa. Clara observaba la escena con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada segundo de ese amargo espectáculo.Carter finalmente estaba junto a Alejandra, su rostro tan cerca que ella podía sentir su aliento tibio mezclado con el aroma del licor que había bebido. Pasó un dedo por la mejilla de Alejandra, un gesto que en otro tiempo habría sido tierno, ahora solo la llenaba con más desesperación y desilusión.—Porque puedo —respondió Carter, finalmente, su voz era tan fría como el hielo. Su respuesta fue tan despiadada que la hizo temblar de rabia y tristeza—. Porque no me importas, porque te engañé, porque nunca te he amado y nunca lo haré, porque todo es parte de una trampa —le dijo en un susurro, sin tacto, mientras ella lo miraba con los ojos anegados en lágrimas y
Las palabras de Carter la golpearon como una ráfaga de viento frío, hundiéndose en su piel y perforándola hasta los huesos, arrastrándola a una realidad que no quería recordar, pero que fue inevitable detener.El recuerdo de las manos de Hunter en su piel, ardía dentro de ella como una especie de presencia que la paralizaba, sintió que el aire le faltaba, su pecho subió y bajó con dificultad.No podía creer que ese hombre fuera el hijo de Carter. —Eso no...no es posible —murmuró Alejandra, los ojos bien abiertos por la incredulidad—, yo… yo no hice nada… fue un accidente —dijo casi sin aliento.Pero Carter no creyó ni un poco en sus palabras, se acercó implacablemente a ella, sus ojos rebosantes de ira y resentimiento. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Alejandra, pero eso ni siquiera lo conmovió, todo lo contrario hizo arder más la furia y el deseo de acabar con ella.—¿Llorar? Ahora es que vas a querer llorar, porque juro que te vas a arrepentir de haberte cr
—Yo... yo sólo... —tartamudeó ella, retrocediendo poco a poco, sin poder controlar el miedo que se agitaba en su interior y que la apretaba con fuerza como si fuese la poderosa mano de un gigante. Sin embargo, sus palabras se perdían en el aire, devoradas por la mirada furiosa del hombre.—Esta es mi cabaña, no una pinche casa de muñecas, soy yo quien decide cómo se ve y cómo vas a vivir, porque desde que firmaste ese maldit0 papel, soy tu dueño ¿Y sabes para qué? —le escupió en la cara, antes de tomarla por el brazo y empujarla, haciéndola golpear contra la pared, sin siquiera preocuparse por el daño que le había causado. El impacto la dejó atontada, sintió su mano crujir cuando intentó sostenerse, al momento de caer se mordió la legua y el sabor cálido y metálico de su sangre le llenó la boca. Aún cuando quiso mantenerse serena y controlar sus lágrimas, no pudo hacerlo, y estas terminaron saliendo junto con un sollozo de su garganta, pero el odio de Carter era tanto que no se co
Ella retrocedió, la náusea subiendo por su garganta al olor de los desperdicios. Los residuos de comida estaban mezclados con envoltorios sucios y objetos no identificables, un festín para las ratas, pero una humillación para una persona.Sintió un nudo, pero logró contener las lágrimas que amenazaban con brotar. En su interior, una llama de indignación comenzó a arder. A pesar de su situación, ella no iba a permitir dejarse humillar de esa manera.Reuniendo todo el valor que llevaba dentro, la miró directamente a los ojos y con voz firme habló.—¿Es esto una broma? —preguntó con una expresión horrorizada, pero se dio cuenta de que la mujer estaba hablando en serio—. No pienso comer basura. La mujer rió al ver la cara de horror de la muchacha que se encontraba delante de ella. La risa resonó en la cocina silenciosa, llenándolo con su cruel sabor. Mientras tanto, la muchacha sintió un ardor doloroso en su garganta. Nunca podría comer algo como eso, por más hambrienta que estuviera.L
La mirada de Carter se oscureció, sus ojos se llenaron de una furia desenfrenada, pero, a la vez, una profunda tristeza. Sabía que matar a Alejandra no traería a su hijo de vuelta. Pero ¿Sería eso suficiente para frenar su ira?Las palabras de Alejandra resonaron en su cabeza, un eco constante, incitándolo a actuar. Pero algo dentro de él lo detuvo.Sintió un escalofrío correr por su espina dorsal ante las palabras de Alejandra, una mezcla de rabia y compasión turbia. Su agarre se aflojó un poquito, solo lo suficiente para que Alejandra pudiera respirar con más facilidad, pero no para que ella pudiera liberarse.—¿Y qué gano yo matándote ahora? —preguntó Carter finalmente, rompiendo el silencio—. ¿El placer temporal de la venganza? ¿El alivio efímero del dolor? Todo eso pasaría y seguiría quedando el hueco que dejaste en mi vida… No, Alejandra, a ti te tengo preparado el infierno… pero en vida.Ella se quedó viéndolo, mientras la estancia se llenó de un silencio sepulcral. Carter se si
—¿Por qué es tan cruel conmigo? ¿Yo no le hice nada? —susurró casi sin aliento, sintiendo como si en su interior se estuviese agitando un peligroso fuego. Pero el ama de llaves ya se había dado la vuelta y se estaba alejando, dejándola sola en la cabaña decrépita. Se obligó a caminar, cada músculo de su cuerpo gritó de dolor y agotamiento. Miró alrededor, sus ojos nublados por la fiebre no le permitían ver con claridad, pero podía sentir el desorden a su alrededor. A tientas, logró encontrar su uniforme arrugado, sucio y húmedo en un rincón del cuarto. Con un gemido sofocado, empezó a vestirse; cada movimiento se sentía como una tortura. Los minutos pasaron lentamente mientras luchaba por mantenerse en pie. Eventualmente, logró salir y llegar a la sala, aunque se mantuvo silenciosa para que no la vieran, lamentablemente no tuvo suerte, y Clara la vio, la miró con desprecio y se acercó a ella sonriendo maliciosamente, mientras Carter de lejos miraba con una sonrisa enigmática. —¡A
Las palabras de Carter golpearon a Alejandra como una descarga eléctrica. Sin mirarlo, caminó lentamente hacia la cocina. Dentro de su pecho, su corazón latió con una fuerza desmesurada. Seguía siendo injusto, ella no lo había matado. Había sido un accidente, y ella lamentaba día a día haber acudido a esa cita.Apoyándose en la encimera de la cocina, intentó contener las lágrimas que amenazaban en sus ojos. Los maltratos, las humillaciones, el dolor era como una herida abierta que nunca se cerraría.Volvió a la terraza con una bandeja llena de bocadillos y bebidas frías. La risa salió del jacuzzi, mientras ella se mantenía sin ninguna expresión en el rostro.La bandeja le tembló y estuvo a punto de caérsele, producto de la debilidad de su cuerpo, incluso las bebidas se le derramaron un poco, ganándose con ello un grito de Carter.—¡Eres una idiota! ¡Pon la bandeja a un lado! No eres más que una inútil… no sé qué vio mi hijo en ti —pronunció con desprecio.Las palabras de Carter eran
—Llama a Alejandra para que venga a atendernos —le pidió Clara a Carter.Sin embargo, el hombre se levantó y se alejó de ella, con una expresión indescifrable en su mirada, y segundos después se supo lo que estaba pensando.—¡Déjala! Ya creo que la hemos torturado lo suficiente —sentenció con un chasquido.—¿La estás defendiendo? De verdad qué eres increíble… no puedo creer… —comenzó a decir la mujer, pero Carter la interrumpió con fiereza.—¡Ya basta Clara! No tienes que decirme lo que tengo qué hacer. Si digo que hay que darle un respiro, es porque es lo mejor… y no es que me esté ablandando… solo quiero hacerlo creer que nos hemos flexibilizado… será más placentero para nosotros… es como atrapar a una presa, y soltarla para hacerle creer que va a poder escapar y justo cuando se confíe, volverla a atrapar… es como el juego al gato y al ratón —expresó.Clara miró a Carter molesta, pero no dijo nada. Se levantó, cruzó los brazos sobre su pecho mientras miraba hacia la ventana, observa