Al día siguiente de su encuentro, la invitó a salir y Alejandra no supo por qué accedió; lo cierto es que estaba allí de pie frente al espejo, con las manos recorriendo la suave tela del vestido suelto que había elegido.
Caía a su alrededor de manera protectora, lejos de los estilos ceñidos al cuerpo y escotes que en otro tiempo lució, y a los que responsabilizaba de que Hunter hubiera intentado abusar de ella.
Esa noche se trataba de dar un paso adelante y continuar con su vida, sin embargo, mientras se pasaba un rizo rebelde por detrás de la oreja, la duda persistió como la sombra más tenue en su corazón.
El timbre de su teléfono rompió el silencio de su aprensión.
—Estoy abajo —, la voz de Carter llegó a través de la línea, firme y cálida. Miró el reloj; era exactamente la hora que habían acordado.
Inspirando profundamente, Alejandra cogió su bolso y bajó las escaleras a toda prisa, con el pulso acelerado no sólo por la prisa sino por la incertidumbre de lo que le esperaba.
Al salir al aire fresco del atardecer, vio el coche de Carter parado en la acera. En cuanto él la vio, salió del coche y lo rodeó con elegancia.
Emitió una leve sonrisa cuando le abrió la puerta del pasajero: un acto tan sencillo, pero que sintió como un bálsamo calmante para las heridas dejadas por el recuerdo de Hunter.
—Gracias —susurró ella, con voz más suave de lo que pretendía, mientras se deslizaba en el asiento.
Una vez en el restaurante, el ambiente los envolvió, un murmullo de conversaciones íntimas que se mezclaba con el tintineo de los cubiertos.
Durante toda la cena, la atención de Carter no decayó en ningún momento, su mirada se clavó en la de ella como si fuera la única persona del mundo y eso la hizo suspirar, ilusionada, de que tal vez no era necesario que ella le cerrara la puerta al amor, que siempre podría encontrar una nueva oportunidad de amar y ser amada.
Mientras tanto, Carter la miraba con atención, queriendo indagar en sus pensamientos, ella le dijo que había vivido en Nueva York y él no desaprovechó la oportunidad de indagar en lo que le interesaba.
—¿Por casualidad conociste a René Hall? —le preguntó de manera repentina.
Ella frunció el ceño, porque ni el nombre ni el apellido le eran familiares.
—No, no lo conozco —respondió con firmeza mientras Carter hacía una mueca de disgusto, sin perder detalle de la expresión de su cara.
Ante su respuesta, él no pudo evitar que su cuerpo se tensara, aunque se mantuvo en silencio, sin embargo, después de esa respuesta había tomado una decisión y nadie lo haría cambiar de opinión.
Continuaron conversando, Alejandra sentía que él la escuchaba de verdad, cada palabra que ella decía, respondiendo con reflexivos comentarios que la hacían reír y reflexionar a partes iguales.
En las semanas siguientes, cada momento con Carter fue un pétalo añadido a la floreciente flor de su relación. Sus gestos de afecto, desde mensajes matutinos hasta picnics sorpresa, la envolvían, construyendo un capullo de confianza y de cariño, sentía que cada día que pasaba se enamoraba más de él, era su hombre ideal, poco le importaba que tuvieran una diferencia de edad de diecisiete años, para Alejandra ese hombre era perfecto.
El amor se desplegó en su interior, delicado, pero resistente, y lo importante es que era correspondido.
Entonces, una noche, en medio del suave resplandor de la luz de las velas, la voz de Carter, con un timbre diferente, una gravedad que la atrajo, le hizo la inesperada pregunta, aunque deseada.
—Alejandra, sé que quizás te parezca demasiado pronto, pero desde que te vi por primera vez me he sentido atraído por ti, es por eso que quiero hacerte una proposición ¿Quieres casarte conmigo?
Por un par de segundos ella se quedó estática, producto de la sorpresa; sin embargo, un momento después se encontró respondiendo sin vacilar.
—Sí, acepto. Su aceptación fue más que una respuesta: fue el desbloqueo de un corazón que había temido no volver a abrirse nunca más.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Carter, con una expresión que la jovencita no supo identificar, mientras le tomaba la mano y ella sentía la calidez de su piel reconfortándola.
—Estoy encantado de que hayas aceptado, no te imaginas las veces que imaginé este momento, y te aseguro que desde el día en que nos casemos, me empeñaré en mostrarte una vida que jamás habías imaginado, a partir de allí te juro que solo tendrás instantes inolvidables —susurró él, sus ojos brillando con una emoción que ella atribuyó a sus sentimientos por ella, pero que en realidad obedecían a una causa distinta.
Una semana después, Carter la llevó a un pequeño pueblo junto al mar para celebrar el matrimonio, ella no tuvo invitados porque no tenía familia y la única amiga que había tenido, se había alejado cuando ocurrió el accidente con Hunter, porque temía involucrarse con alguien que probablemente terminara siendo procesada por homicidio.
Hubo un momento que estuvo tentada a contarle esa parte de su vida a Carter, sin embargo, reflexionó y temió que eso pudiera separarlos, así que prefirió esperar para después y decirle esa parte de su vida que tanto dolor le había traído.
En cambio, Carter llevó a una pareja de amigos, un hombre y una mujer que les servirían de testigo en la sencilla ceremonia.
Sin embargo, ella se sintió un poco decepcionada porque pensó que él invitaría a unos miembros de su familia, pero al no verlos, se le acercó y no dudó en preguntarle.
—¿No viene ningún miembro de tu familia? —le preguntó y él negó.
—¡No! No tengo familia —respondió secamente.
A pesar de que los indicios estaban allí, ella los desoyó y caminó con él al recinto donde sería la ceremonia.
Veinte minutos después, los declaraban marido y mujer.
La testigo de Carter, una mujer con un porte elegante, la felicitó con una expresión burlesca en su mirada.
—Suerte querida ¡Espero que seas muy feliz! —ella estaba tan feliz con su recién contraído matrimonio que no se dio cuenta del sarcasmo en la voz de la mujer.
—Ahora los invito a celebrar en un yate —dijo Carter y ella no pudo evitar sentirse nerviosa, su rostro palideció al recordar ese pasado que tanto daño le había hecho.
—¿En un yate? ¿En el mar? —preguntó y una mueca se dibujó en el rostro de su esposo,
—¿Y dónde crees que navegan los yates, en la carretera? —se burló, pero ella no dijo nada.
Se fueron al yate y apenas lo vio, ella se dio cuenta de que se llamaba igual al dónde había ocurrido el incidente con Hunter.
Y al entrar pudo confirmar que se trataba del mismo, su cuerpo comenzó a temblar, el miedo la recorrió de pies a cabeza, quería salir corriendo, tenía la sensación de que estaba en una especie de pesadilla y el ruido y las risas que hacían los invitados de Carter, la sumían más en una situación de incomodidad.
—¡No puedo, no puedo hacer esto! —gritó, su voz cascada apenas sobresalía en el bullicio de la música, una alegría que ella no podía compartir.
—¿Qué te ocurre, Alejandra?—preguntó Carter, su semblante en apariencia sorprendido, aunque, debajo de esa fachada, un atisbo de regocijo parecía reflejarse en sus ojos.
—Ese... ese es el nombre del yate... donde ocurrió... —dijo ella sin terminar la frase y salió corriendo.
Una mirada de horror se reflejó en sus ojos al recordar aquella noche fatídica. Había tratado desesperadamente de olvidarlo, de enterrarlo, pero allí estaba atormentándola.
Cuando Alejandra corrió se acercó al barandal del yate, observó el paisaje, el mar que parecía tan infinito y calmado, pero no podía evitar recordar la tragedia.
La sal del mar en el aire, los sonidos de las olas rompiendo contra el casco del barco, todo se mezclaba con sus recuerdos más oscuros.
Apoyó sus manos frías y temblorosas sobre el metal cálido por el sol. Allí estaba ella, en un hermoso yate blanco, vestida con un traje de novia admirable y recién casada con un hombre que parecía sacado de un sueño. Sin embargo, su mirada y su postura no reflejaban la felicidad de una recién casada, sino de una mujer angustiada.
Carter se acercó a ella, la tomó por el hombro y la miró fijamente mientras le preguntaba.
—¿Qué te ocurre esposa? ¿Acaso tienes algún trauma relacionado con el mar? ¿O el sitio te parece familiar? —inquirió sin dejar de verla, mientras el rostro de ella se llenaba de pánico.
La joven se quedó viéndolo sin pronunciar palabra, lo que impacientó a Carter.—¿Qué pasa esposa? ¿Te comieron la lengua los ratones que no me respondes? —preguntó el hombre y ella negó con la cabeza.—No… no es nada… es solo que las olas del mar me marean… me causan vértigo —fue su simple respuesta. El hombre hizo una mueca de disgusto que ella no vio.—Ven, te acompaño, vayamos a nuestra celebración —expresó con aparente dulzura tomándola de la mano y ella asintió.Comenzó a caminar a su lado, mientras trataba de dominar la agitación que sentía en su interior.Decenas de preguntas venían a su mente.¿Por qué él estaba en ese yate que era el mismo a donde la había llevado Hunter? ¿Qué estaba pasando allí? Pero era demasiado cobarde para afrontar la verdad. Alejandra había sido una chica que a pesar de haberse criado en un orfanato, conservaba su inocencia, porque mientras fue pequeña, siempre los chicos mayores la cuidaron, porque siempre se ganaba el cariño y despertaba en ellos
Carter se quedó mirándola con absoluto odio, ni una pizca de arrepentimiento se dibujó en su rostro. Se levantó de la cama completamente desnudo y se acercó lentamente a ella como una fiera a punto de atrapar a su presa. Clara observaba la escena con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada segundo de ese amargo espectáculo.Carter finalmente estaba junto a Alejandra, su rostro tan cerca que ella podía sentir su aliento tibio mezclado con el aroma del licor que había bebido. Pasó un dedo por la mejilla de Alejandra, un gesto que en otro tiempo habría sido tierno, ahora solo la llenaba con más desesperación y desilusión.—Porque puedo —respondió Carter, finalmente, su voz era tan fría como el hielo. Su respuesta fue tan despiadada que la hizo temblar de rabia y tristeza—. Porque no me importas, porque te engañé, porque nunca te he amado y nunca lo haré, porque todo es parte de una trampa —le dijo en un susurro, sin tacto, mientras ella lo miraba con los ojos anegados en lágrimas y
Las palabras de Carter la golpearon como una ráfaga de viento frío, hundiéndose en su piel y perforándola hasta los huesos, arrastrándola a una realidad que no quería recordar, pero que fue inevitable detener.El recuerdo de las manos de Hunter en su piel, ardía dentro de ella como una especie de presencia que la paralizaba, sintió que el aire le faltaba, su pecho subió y bajó con dificultad.No podía creer que ese hombre fuera el hijo de Carter. —Eso no...no es posible —murmuró Alejandra, los ojos bien abiertos por la incredulidad—, yo… yo no hice nada… fue un accidente —dijo casi sin aliento.Pero Carter no creyó ni un poco en sus palabras, se acercó implacablemente a ella, sus ojos rebosantes de ira y resentimiento. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Alejandra, pero eso ni siquiera lo conmovió, todo lo contrario hizo arder más la furia y el deseo de acabar con ella.—¿Llorar? Ahora es que vas a querer llorar, porque juro que te vas a arrepentir de haberte cr
—Yo... yo sólo... —tartamudeó ella, retrocediendo poco a poco, sin poder controlar el miedo que se agitaba en su interior y que la apretaba con fuerza como si fuese la poderosa mano de un gigante. Sin embargo, sus palabras se perdían en el aire, devoradas por la mirada furiosa del hombre.—Esta es mi cabaña, no una pinche casa de muñecas, soy yo quien decide cómo se ve y cómo vas a vivir, porque desde que firmaste ese maldit0 papel, soy tu dueño ¿Y sabes para qué? —le escupió en la cara, antes de tomarla por el brazo y empujarla, haciéndola golpear contra la pared, sin siquiera preocuparse por el daño que le había causado. El impacto la dejó atontada, sintió su mano crujir cuando intentó sostenerse, al momento de caer se mordió la legua y el sabor cálido y metálico de su sangre le llenó la boca. Aún cuando quiso mantenerse serena y controlar sus lágrimas, no pudo hacerlo, y estas terminaron saliendo junto con un sollozo de su garganta, pero el odio de Carter era tanto que no se co
Ella retrocedió, la náusea subiendo por su garganta al olor de los desperdicios. Los residuos de comida estaban mezclados con envoltorios sucios y objetos no identificables, un festín para las ratas, pero una humillación para una persona.Sintió un nudo, pero logró contener las lágrimas que amenazaban con brotar. En su interior, una llama de indignación comenzó a arder. A pesar de su situación, ella no iba a permitir dejarse humillar de esa manera.Reuniendo todo el valor que llevaba dentro, la miró directamente a los ojos y con voz firme habló.—¿Es esto una broma? —preguntó con una expresión horrorizada, pero se dio cuenta de que la mujer estaba hablando en serio—. No pienso comer basura. La mujer rió al ver la cara de horror de la muchacha que se encontraba delante de ella. La risa resonó en la cocina silenciosa, llenándolo con su cruel sabor. Mientras tanto, la muchacha sintió un ardor doloroso en su garganta. Nunca podría comer algo como eso, por más hambrienta que estuviera.L
La mirada de Carter se oscureció, sus ojos se llenaron de una furia desenfrenada, pero, a la vez, una profunda tristeza. Sabía que matar a Alejandra no traería a su hijo de vuelta. Pero ¿Sería eso suficiente para frenar su ira?Las palabras de Alejandra resonaron en su cabeza, un eco constante, incitándolo a actuar. Pero algo dentro de él lo detuvo.Sintió un escalofrío correr por su espina dorsal ante las palabras de Alejandra, una mezcla de rabia y compasión turbia. Su agarre se aflojó un poquito, solo lo suficiente para que Alejandra pudiera respirar con más facilidad, pero no para que ella pudiera liberarse.—¿Y qué gano yo matándote ahora? —preguntó Carter finalmente, rompiendo el silencio—. ¿El placer temporal de la venganza? ¿El alivio efímero del dolor? Todo eso pasaría y seguiría quedando el hueco que dejaste en mi vida… No, Alejandra, a ti te tengo preparado el infierno… pero en vida.Ella se quedó viéndolo, mientras la estancia se llenó de un silencio sepulcral. Carter se si
—¿Por qué es tan cruel conmigo? ¿Yo no le hice nada? —susurró casi sin aliento, sintiendo como si en su interior se estuviese agitando un peligroso fuego. Pero el ama de llaves ya se había dado la vuelta y se estaba alejando, dejándola sola en la cabaña decrépita. Se obligó a caminar, cada músculo de su cuerpo gritó de dolor y agotamiento. Miró alrededor, sus ojos nublados por la fiebre no le permitían ver con claridad, pero podía sentir el desorden a su alrededor. A tientas, logró encontrar su uniforme arrugado, sucio y húmedo en un rincón del cuarto. Con un gemido sofocado, empezó a vestirse; cada movimiento se sentía como una tortura. Los minutos pasaron lentamente mientras luchaba por mantenerse en pie. Eventualmente, logró salir y llegar a la sala, aunque se mantuvo silenciosa para que no la vieran, lamentablemente no tuvo suerte, y Clara la vio, la miró con desprecio y se acercó a ella sonriendo maliciosamente, mientras Carter de lejos miraba con una sonrisa enigmática. —¡A
Las palabras de Carter golpearon a Alejandra como una descarga eléctrica. Sin mirarlo, caminó lentamente hacia la cocina. Dentro de su pecho, su corazón latió con una fuerza desmesurada. Seguía siendo injusto, ella no lo había matado. Había sido un accidente, y ella lamentaba día a día haber acudido a esa cita.Apoyándose en la encimera de la cocina, intentó contener las lágrimas que amenazaban en sus ojos. Los maltratos, las humillaciones, el dolor era como una herida abierta que nunca se cerraría.Volvió a la terraza con una bandeja llena de bocadillos y bebidas frías. La risa salió del jacuzzi, mientras ella se mantenía sin ninguna expresión en el rostro.La bandeja le tembló y estuvo a punto de caérsele, producto de la debilidad de su cuerpo, incluso las bebidas se le derramaron un poco, ganándose con ello un grito de Carter.—¡Eres una idiota! ¡Pon la bandeja a un lado! No eres más que una inútil… no sé qué vio mi hijo en ti —pronunció con desprecio.Las palabras de Carter eran