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Capítulo 3: Una mujer llena de pánico.

Al día siguiente de su encuentro, la invitó a salir y Alejandra no supo por qué accedió; lo cierto es que estaba allí de pie frente al espejo, con las manos recorriendo la suave tela del vestido suelto que había elegido. 

Caía a su alrededor de manera protectora, lejos de los estilos ceñidos al cuerpo y escotes que en otro tiempo lució, y a los que responsabilizaba de que Hunter hubiera intentado abusar de ella.

Esa noche se trataba de dar un paso adelante y continuar con su vida, sin embargo, mientras se pasaba un rizo rebelde por detrás de la oreja, la duda persistió como la sombra más tenue en su corazón.

El timbre de su teléfono rompió el silencio de su aprensión. 

—Estoy abajo —, la voz de Carter llegó a través de la línea, firme y cálida. Miró el reloj; era exactamente la hora que habían acordado. 

Inspirando profundamente, Alejandra cogió su bolso y bajó las escaleras a toda prisa, con el pulso acelerado no sólo por la prisa sino por la incertidumbre de lo que le esperaba.

Al salir al aire fresco del atardecer, vio el coche de Carter parado en la acera. En cuanto él la vio, salió del coche y lo rodeó con elegancia. 

Emitió una leve sonrisa cuando le abrió la puerta del pasajero: un acto tan sencillo, pero que sintió como un bálsamo calmante para las heridas dejadas por el recuerdo de Hunter. 

—Gracias —susurró ella, con voz más suave de lo que pretendía, mientras se deslizaba en el asiento.

Una vez en el restaurante, el ambiente los envolvió, un murmullo de conversaciones íntimas que se mezclaba con el tintineo de los cubiertos. 

Durante toda la cena, la atención de Carter no decayó en ningún momento, su mirada se clavó en la de ella como si fuera la única persona del mundo y eso la hizo suspirar, ilusionada, de que tal vez no era necesario que ella le cerrara la puerta al amor, que siempre podría encontrar una nueva oportunidad de amar y ser amada.

Mientras tanto, Carter la miraba con atención, queriendo indagar en sus pensamientos, ella le dijo que había vivido en Nueva York y él no desaprovechó la oportunidad de indagar en lo que le interesaba.

—¿Por casualidad conociste a René Hall? —le preguntó de manera repentina.

Ella frunció el ceño, porque ni el nombre ni el apellido le eran familiares.

—No, no lo conozco —respondió con firmeza mientras Carter hacía una mueca de disgusto, sin perder detalle de la expresión de su cara.

Ante su respuesta, él no pudo evitar que su cuerpo se tensara, aunque se mantuvo en silencio, sin embargo, después de esa respuesta había tomado una decisión y nadie lo haría cambiar de opinión.

Continuaron conversando, Alejandra sentía que él la escuchaba de verdad, cada palabra que ella decía, respondiendo con reflexivos comentarios que la hacían reír y reflexionar a partes iguales.

En las semanas siguientes, cada momento con Carter fue un pétalo añadido a la floreciente flor de su relación. Sus gestos de afecto, desde mensajes matutinos hasta picnics sorpresa, la envolvían, construyendo un capullo de confianza y de cariño, sentía que cada día que pasaba se enamoraba más de él, era su hombre ideal, poco le importaba que tuvieran una diferencia de edad de diecisiete años, para Alejandra ese hombre era perfecto.

El amor se desplegó en su interior, delicado, pero resistente, y lo importante es que era correspondido.

Entonces, una noche, en medio del suave resplandor de la luz de las velas, la voz de Carter, con un timbre diferente, una gravedad que la atrajo, le hizo la inesperada pregunta, aunque deseada.

—Alejandra, sé que quizás te parezca demasiado pronto, pero desde que te vi por primera vez me he sentido atraído por ti, es por eso que quiero hacerte una proposición ¿Quieres casarte conmigo? 

Por un par de segundos ella se quedó estática, producto de la sorpresa; sin embargo, un momento después se encontró respondiendo sin vacilar. 

—Sí, acepto. Su aceptación fue más que una respuesta: fue el desbloqueo de un corazón que había temido no volver a abrirse nunca más.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Carter, con una expresión que la jovencita no supo identificar, mientras le tomaba la mano y ella sentía la calidez de su piel reconfortándola. 

—Estoy encantado de que hayas aceptado, no te imaginas las veces que imaginé este momento, y te aseguro que desde el día en que nos casemos, me empeñaré en mostrarte una vida que jamás habías imaginado, a partir de allí te juro que solo tendrás instantes inolvidables —susurró él, sus ojos brillando con una emoción que ella atribuyó a sus sentimientos por ella, pero que en realidad obedecían a una causa distinta.

Una semana después, Carter la llevó a un pequeño pueblo junto al mar para celebrar el matrimonio, ella no tuvo invitados porque no tenía familia y la única amiga que había tenido, se había alejado cuando ocurrió el accidente con Hunter, porque temía involucrarse con alguien que probablemente terminara siendo procesada por homicidio.

Hubo un momento que estuvo tentada a contarle esa parte de su vida a Carter, sin embargo, reflexionó y temió que eso pudiera separarlos, así que prefirió esperar para después y decirle esa parte de su vida que tanto dolor le había traído.

En cambio, Carter llevó a una pareja de amigos, un hombre y una mujer que les servirían de testigo en la sencilla ceremonia.

Sin embargo, ella se sintió un poco decepcionada porque pensó que él invitaría a unos miembros de su familia, pero al no verlos, se le acercó y no dudó en preguntarle.

—¿No viene ningún miembro de tu familia? —le preguntó y él negó.

—¡No! No tengo familia —respondió secamente.

A pesar de que los indicios estaban allí, ella los desoyó y caminó con él al recinto donde sería la ceremonia. 

Veinte minutos después, los declaraban marido y mujer.

La testigo de Carter, una mujer con un porte elegante, la felicitó con una expresión burlesca en su mirada.

—Suerte querida ¡Espero que seas muy feliz! —ella estaba tan feliz con su recién contraído matrimonio que no se dio cuenta del sarcasmo en la voz de la mujer.  

—Ahora los invito a celebrar en un yate —dijo Carter y ella no pudo evitar sentirse nerviosa, su rostro palideció al recordar ese pasado que tanto daño le había hecho.

—¿En un yate? ¿En el mar? —preguntó y una mueca se dibujó en el rostro de su esposo,

—¿Y dónde crees que navegan los yates, en la carretera? —se burló, pero ella no dijo nada.

Se fueron al yate y apenas lo vio, ella se dio cuenta de que se llamaba igual al dónde había ocurrido el incidente con Hunter. 

Y al entrar pudo confirmar que se trataba del mismo, su cuerpo comenzó a temblar, el miedo la recorrió de pies a cabeza, quería salir corriendo, tenía la sensación de que estaba en una especie de pesadilla y el ruido y las risas que hacían los invitados de Carter, la sumían más en una situación de incomodidad.

—¡No puedo, no puedo hacer esto! —gritó, su voz cascada apenas sobresalía en el bullicio de la música, una alegría que ella no podía compartir. 

—¿Qué te ocurre, Alejandra?—preguntó Carter, su semblante en apariencia sorprendido, aunque, debajo de esa fachada, un atisbo de regocijo parecía reflejarse en sus ojos.

—Ese... ese es el nombre del yate... donde ocurrió... —dijo ella sin terminar la frase y salió corriendo. 

Una mirada de horror se reflejó en sus ojos al recordar aquella noche fatídica. Había tratado desesperadamente de olvidarlo, de enterrarlo, pero allí estaba atormentándola.

Cuando Alejandra corrió se acercó al barandal del yate, observó el paisaje, el mar que parecía tan infinito y calmado, pero no podía evitar recordar la tragedia. 

La sal del mar en el aire, los sonidos de las olas rompiendo contra el casco del barco, todo se mezclaba con sus recuerdos más oscuros.

Apoyó sus manos frías y temblorosas sobre el metal cálido por el sol. Allí estaba ella, en un hermoso yate blanco, vestida con un traje de novia admirable y recién casada con un hombre que parecía sacado de un sueño. Sin embargo, su mirada y su postura no reflejaban la felicidad de una recién casada, sino de una mujer angustiada.

Carter se acercó a ella, la tomó por el hombro y la miró fijamente mientras le preguntaba.

—¿Qué te ocurre esposa? ¿Acaso tienes algún trauma relacionado con el mar? ¿O el sitio te parece familiar? —inquirió sin dejar de verla, mientras el rostro de ella se llenaba de pánico.

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