Alejandra se encontraba sentada en el borde de su cama, debatiéndose entre aceptar o no la invitación del chico que ahora era su novio.
La indecisión la atormentaba; la idea de pasar un día bajo el sol, en el yate de su novio destellaba con el atractivo del lujo y la aventura, pero había algo en su tono, un subtexto que no lograba descifrar, que la hacía dudar.
—¿Vas a quedarte aquí, mirando tu teléfono toda la noche? —preguntó su compañera de habitación, Valeria, mientras se retocaba el labial frente al espejo.
—No sé si ir —confesó Alejandra, mordiéndose el labio inferior.
—¡Por Dios, Ale! No seas mojigata, no pierdas la oportunidad de disfrutar, la vida es una sola y debes vivirla, además, no vas a ir sola con él, estarás rodeada de sus amigos, ve, seguramente, será divertido —le dijo su compañera de habitación rodando los ojos frente al espejo.
Las palabras de Valeria actuaron como un catalizador y Alejandra sintió cómo la determinación llenaba el vacío de la indecisión.
Tomó su móvil con una mezcla de resignación y expectativa, y sus dedos danzaron sobre la pantalla iluminada, enviando su aceptación a Hunter.
“Acepto ir contigo”, escribió aunque más para sí misma que para Valeria, quien ya celebraba con una risita complacida.
Sin embargo, en el mismo momento de enviarlo, no pudo evitar preguntarse si no era una equivocación, era imposible suprimir esa sensación de angustia en su pecho que la oprimía, como si una mano invisible se lo apretara.
“¿Habré hecho bien?”, se preguntó nerviosa, después de enviar el mensaje.
—Ya Ale, después de matar al tigre no puedes temerle al cuero —se dijo en voz alta, armándose de valor.
Así que suspiró profundo y caminó al baño para ducharse y arreglarse, tratando de controlar su creciente temor.
Mientras tanto, en un loft moderno y frío, Hunter sostenía su propio teléfono, viendo el mensaje de Alejandra aparecer en la pantalla.
Una sonrisa arrogante curvó sus labios mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, dejando que la sensación de triunfo lo embriagara.
—¿Quién te escribe, René? —preguntó Mason, su amigo y cómplice de numerosas escapadas nocturnas, desde el sofá de cuero negro.
—Es Alejandra —respondió, su voz teñida de suficiencia —dice que irá conmigo al paseo donde la invité.
—Ah —Mason asintió, reconociendo el nombre—. Parece que por fin se te hizo con la niña buena. Pero ten cuidado, no todas son tan dóciles como parecen.
—Que tenga cuidado ella —la respuesta de Hunter fue un murmullo cargado de oscuridad —porque yo soy descendiente de familias poderosas.
Su apellido era sinónimo de poder y peligro, un legado que él no tenía intención de deshonrar.
—¿Quieres que te acompañe? —inquirió y el joven negó enérgicamente.
—¡No gracias! Para lo que voy a hacer no necesito ayuda.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó su amigo con curiosidad.
—Lo que hace un hombre con una mujer. Si ella está aceptando la invitación de ir en un yate a pasear conmigo, debe tener claro que no vamos a ver precisamente los pececitos —declaró sarcástico.
Rápidamente, escribió una réplica, asegurándose de que el control seguía siendo suyo: "Te recojo en media hora."
Al enviar el mensaje, Hunter se levantó, su figura alta y segura se recortaba contra el ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Hasta su sombra parecía impregnada de una autoridad inquebrantable.
De vuelta en su habitación, Alejandra sintió cómo su estómago se anudaba al leer la respuesta. Media hora. El tiempo se aceleraba y cada tic-tac del reloj marcaba el ritmo de sus latidos acelerados. Mientras seleccionaba meticulosamente su vestido, sus pensamientos revoloteaban como mariposas cautivas. “¿Qué hago?”, se preguntaba. “Es tarde para retroceder ahora”.
—Va a ser un día increíble —Valeria la animaba, ajustándole el broche del collar en torno a su cuello, sus ojos chispeantes de entusiasmo.
—Espero que tengas razón —dijo Alejandra, intentando convencerse a sí misma más que a su amiga.
Su reflejo en el espejo le devolvió la imagen de alguien a punto de embarcarse en un viaje incierto, con la esperanza y el temor, compartiendo el mismo espacio en sus ojos color miel.
—Confía en mí —aseguró Valeria, dándole una palmada suave en la espalda antes de empujarla suavemente hacia la puerta—. Y si no, al menos tienes una historia que contar.
Alejandra asintió, pero en su interior, la semilla de la duda había echado raíces, oscureciendo el brillo de las luces de la ciudad que comenzaba a contemplar desde la ventana de su habitación.
En el tiempo estipulado, Hunter la recogió, y cuarenta y cinco minutos después, el coche de Hunter se detuvo con suavidad frente al muelle.
Alejandra vaciló antes de bajar del vehículo, sus ojos fijos en la vasta nada que se extendía más allá del embarcadero. No había nadie a la vista, solo el yate de Hunter balanceándose ligeramente con el vaivén de las olas.
—¿Dónde están tus amigos? —preguntó con una voz que intentaba parecer segura, pero que traicionaba un temblor leve.
—Están esperándonos en alta mar —respondió Hunter con una sonrisa despreocupada—. Será más emocionante encontrarnos con ellos fuera de la costa.
La respuesta no logró calmar el vendaval de inquietud que soplaba dentro de Alejandra, pero asintió, empujada, por la corriente invisible del destino que parecía llevarla hacia adelante.
El yate zarpó con elegancia, cortando las aguas tranquilas bajo la atenta mirada de un sol radiante. Alejandra observaba el horizonte, cada milla náutica, alejándola más de la seguridad de la tierra firme.
—Relájate —dijo Hunter, activando el piloto automático antes de dirigirse hacia la cubierta interior—. Voy a preparar algo para beber.
—Algo ligero, ¿verdad? —pidió ella, recordando su propia vulnerabilidad ante el alcohol.
—Por supuesto —aseguró él, y su tono era miel envenenada.
Las copas tintinearon con un brindis silencioso mientras la noche devoraba los últimos vestigios de luz solar. Alejandra aceptó la suya con dedos temblorosos, llevándosela a los labios y notando el calor del líquido, descendiendo por su garganta.
—Me siento extraña —confesó, poniéndose de pie para alejarse de él, su cuerpo ya pesado y confuso.
—Es sólo el oleaje —dijo Hunter, acercándose con una lentitud predadora.
—¿Y tus amigos? Pensé que estarían aquí —su voz era ahora un hilo frágil, perdido en el viento.
—Te mentí —admitió él con frialdad—. Como también te mentí sobre la bebida.
Alejandra sintió cómo el mundo se inclinaba peligrosamente. Dio un paso atrás, tropezando con el mobiliario de la cubierta. El corazón le latía frenético, sabiendo que estaba sola, atrapada en mitad del océano con un hombre que mostraba su verdadera cara.
—Por favor —suplicó, retrocediendo mientras él avanzaba—, no me vayas a hacer daño.
—Los Kent siempre conseguimos lo que queremos —murmuró él, su agarre como hierro en su brazo—. Y yo quiero esto.
Ella luchó, esquivó su boca que buscaba la suya con una urgencia desesperada. Las palabras eran ecos distantes, gritos amortiguados por el miedo y la adrenalina.
—¡Auxilio! Por favor, ¡Ayuda! —gritó Alejandra desesperada—, que alguien me ayude —gritó en vano.—Nadie te escuchará —respondió el chico con soberbia, para segundos después rasgar su vestido, el sonido desgarrador como un presagio de horrores venideros.
—¡¡No!! Esto no era así… Yo no vine a hacer nada más —pronunció huyendo, pero el efecto de cualquiera que sea lo que hubiese tomado ganaba terreno sobre su cuerpo.
—Te prometo que te va a gustar —dijo en tono suave, sin dejar de perseguirla
—Por favor no… —pronunció en tono de súplica, moviendo su cabeza de un lado a otro para evitar que la besara.
Una arcada llegó a su garganta mientras sintió las lágrimas quemar su rostro.
—Por favor, Alejandra, deja de resistirte, ¿En serio no sabías a qué venías? Porque si es así, eres más tonta de lo que pensaba.
El miedo la invadió, su corazón palpitó con fuerza en su pecho, mientras un sudor frío recorría su espalda, sabía que debía huir porque de lo contrario terminaría siendo abusada, y sabía que debía hacerlo antes de que perdiera el control sobre su cuerpo.
—¡Déjame! —gritó, encontrando fuerza en el terror para darle una patada certera.
Hunter se dobló por el dolor, y ella corrió, una gacela perseguida por un depredador demasiado seguro de su victoria.
Llegó a la barandilla, el vasto océano, un testigo silente de su lucha. Él la alcanzó, sus manos se cerraron sobre su piel como garras, y ella le dio un empujón desesperado, el cuerpo del chico cedió y cayó al mar.
Alejandra se quedó paralizada, la respiración entrecortada, el corazón martillando contra su pecho. Antes de que pudiera procesar su escape, la oscuridad se arremolinó en torno a ella, tragándola en un abismo sin fondo, y el mundo se apagó, mientras ella se golpeaba la cabeza.
Alejandra abrió los párpados y el blanco cegador de la habitación del hospital se clavó en sus retinas.Un olor penetrante, antiséptico y estéril, le arañó las fosas nasales, un crudo recordatorio de dónde se encontraba: un lugar de curación, pero tan carente de consuelo.Sus sentidos se esforzaron por adaptarse cuando las formas borrosas se convirtieron en los rostros severos de un médico y un agente de policía uniformado que vigilaban junto a su cama.—¿Señorita... Alejandra? —. El agente se inclinó hacia ella y su voz tenía el peso del deber oficial —Necesito hacerle algunas preguntas sobre lo ocurrido.Su mente buscaba claridad entre la niebla de la sedación. La cara de Hunter pasó ante ella: la caída, el agua tragándoselo. Casi podía sentir el agua helada del río en su propia piel, pero el miedo mantuvo su lengua cautiva.Expresar el horror de lo que él había intentado hacer sería desvelar una vulnerabilidad que no estaba dispuesta a exponer.—¿Qué quiere saber? Él se resbaló —mu
Al día siguiente de su encuentro, la invitó a salir y Alejandra no supo por qué accedió; lo cierto es que estaba allí de pie frente al espejo, con las manos recorriendo la suave tela del vestido suelto que había elegido. Caía a su alrededor de manera protectora, lejos de los estilos ceñidos al cuerpo y escotes que en otro tiempo lució, y a los que responsabilizaba de que Hunter hubiera intentado abusar de ella.Esa noche se trataba de dar un paso adelante y continuar con su vida, sin embargo, mientras se pasaba un rizo rebelde por detrás de la oreja, la duda persistió como la sombra más tenue en su corazón.El timbre de su teléfono rompió el silencio de su aprensión. —Estoy abajo —, la voz de Carter llegó a través de la línea, firme y cálida. Miró el reloj; era exactamente la hora que habían acordado. Inspirando profundamente, Alejandra cogió su bolso y bajó las escaleras a toda prisa, con el pulso acelerado no sólo por la prisa sino por la incertidumbre de lo que le esperaba.Al s
La joven se quedó viéndolo sin pronunciar palabra, lo que impacientó a Carter.—¿Qué pasa esposa? ¿Te comieron la lengua los ratones que no me respondes? —preguntó el hombre y ella negó con la cabeza.—No… no es nada… es solo que las olas del mar me marean… me causan vértigo —fue su simple respuesta. El hombre hizo una mueca de disgusto que ella no vio.—Ven, te acompaño, vayamos a nuestra celebración —expresó con aparente dulzura tomándola de la mano y ella asintió.Comenzó a caminar a su lado, mientras trataba de dominar la agitación que sentía en su interior.Decenas de preguntas venían a su mente.¿Por qué él estaba en ese yate que era el mismo a donde la había llevado Hunter? ¿Qué estaba pasando allí? Pero era demasiado cobarde para afrontar la verdad. Alejandra había sido una chica que a pesar de haberse criado en un orfanato, conservaba su inocencia, porque mientras fue pequeña, siempre los chicos mayores la cuidaron, porque siempre se ganaba el cariño y despertaba en ellos
Carter se quedó mirándola con absoluto odio, ni una pizca de arrepentimiento se dibujó en su rostro. Se levantó de la cama completamente desnudo y se acercó lentamente a ella como una fiera a punto de atrapar a su presa. Clara observaba la escena con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada segundo de ese amargo espectáculo.Carter finalmente estaba junto a Alejandra, su rostro tan cerca que ella podía sentir su aliento tibio mezclado con el aroma del licor que había bebido. Pasó un dedo por la mejilla de Alejandra, un gesto que en otro tiempo habría sido tierno, ahora solo la llenaba con más desesperación y desilusión.—Porque puedo —respondió Carter, finalmente, su voz era tan fría como el hielo. Su respuesta fue tan despiadada que la hizo temblar de rabia y tristeza—. Porque no me importas, porque te engañé, porque nunca te he amado y nunca lo haré, porque todo es parte de una trampa —le dijo en un susurro, sin tacto, mientras ella lo miraba con los ojos anegados en lágrimas y
Las palabras de Carter la golpearon como una ráfaga de viento frío, hundiéndose en su piel y perforándola hasta los huesos, arrastrándola a una realidad que no quería recordar, pero que fue inevitable detener.El recuerdo de las manos de Hunter en su piel, ardía dentro de ella como una especie de presencia que la paralizaba, sintió que el aire le faltaba, su pecho subió y bajó con dificultad.No podía creer que ese hombre fuera el hijo de Carter. —Eso no...no es posible —murmuró Alejandra, los ojos bien abiertos por la incredulidad—, yo… yo no hice nada… fue un accidente —dijo casi sin aliento.Pero Carter no creyó ni un poco en sus palabras, se acercó implacablemente a ella, sus ojos rebosantes de ira y resentimiento. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Alejandra, pero eso ni siquiera lo conmovió, todo lo contrario hizo arder más la furia y el deseo de acabar con ella.—¿Llorar? Ahora es que vas a querer llorar, porque juro que te vas a arrepentir de haberte cr
—Yo... yo sólo... —tartamudeó ella, retrocediendo poco a poco, sin poder controlar el miedo que se agitaba en su interior y que la apretaba con fuerza como si fuese la poderosa mano de un gigante. Sin embargo, sus palabras se perdían en el aire, devoradas por la mirada furiosa del hombre.—Esta es mi cabaña, no una pinche casa de muñecas, soy yo quien decide cómo se ve y cómo vas a vivir, porque desde que firmaste ese maldit0 papel, soy tu dueño ¿Y sabes para qué? —le escupió en la cara, antes de tomarla por el brazo y empujarla, haciéndola golpear contra la pared, sin siquiera preocuparse por el daño que le había causado. El impacto la dejó atontada, sintió su mano crujir cuando intentó sostenerse, al momento de caer se mordió la legua y el sabor cálido y metálico de su sangre le llenó la boca. Aún cuando quiso mantenerse serena y controlar sus lágrimas, no pudo hacerlo, y estas terminaron saliendo junto con un sollozo de su garganta, pero el odio de Carter era tanto que no se co
Ella retrocedió, la náusea subiendo por su garganta al olor de los desperdicios. Los residuos de comida estaban mezclados con envoltorios sucios y objetos no identificables, un festín para las ratas, pero una humillación para una persona.Sintió un nudo, pero logró contener las lágrimas que amenazaban con brotar. En su interior, una llama de indignación comenzó a arder. A pesar de su situación, ella no iba a permitir dejarse humillar de esa manera.Reuniendo todo el valor que llevaba dentro, la miró directamente a los ojos y con voz firme habló.—¿Es esto una broma? —preguntó con una expresión horrorizada, pero se dio cuenta de que la mujer estaba hablando en serio—. No pienso comer basura. La mujer rió al ver la cara de horror de la muchacha que se encontraba delante de ella. La risa resonó en la cocina silenciosa, llenándolo con su cruel sabor. Mientras tanto, la muchacha sintió un ardor doloroso en su garganta. Nunca podría comer algo como eso, por más hambrienta que estuviera.L
La mirada de Carter se oscureció, sus ojos se llenaron de una furia desenfrenada, pero, a la vez, una profunda tristeza. Sabía que matar a Alejandra no traería a su hijo de vuelta. Pero ¿Sería eso suficiente para frenar su ira?Las palabras de Alejandra resonaron en su cabeza, un eco constante, incitándolo a actuar. Pero algo dentro de él lo detuvo.Sintió un escalofrío correr por su espina dorsal ante las palabras de Alejandra, una mezcla de rabia y compasión turbia. Su agarre se aflojó un poquito, solo lo suficiente para que Alejandra pudiera respirar con más facilidad, pero no para que ella pudiera liberarse.—¿Y qué gano yo matándote ahora? —preguntó Carter finalmente, rompiendo el silencio—. ¿El placer temporal de la venganza? ¿El alivio efímero del dolor? Todo eso pasaría y seguiría quedando el hueco que dejaste en mi vida… No, Alejandra, a ti te tengo preparado el infierno… pero en vida.Ella se quedó viéndolo, mientras la estancia se llenó de un silencio sepulcral. Carter se si