5.

—Es… un chiste… —Intento arreglar la situación—. Es una broma, quiten esas caras —pido y empiezo a ruborizarme otra vez.

—Ay, Penélope… tú y tus imprudencias —regaña mi padre—. Mira cómo has dejado a Alessandro, está que le da algo de la vergüenza. Ya mijo, ¿quieres más café? —Con una mano llama a un dependiente—. Tráiganos otra taza de café, por favor.

El señor Bacheli sí se lo ha tomado con humor, cuando pasa la sorpresa empieza a carcajear.

—Bueno, ¿y cuántos hijos quieres, Pen? —me pregunta.

Despliego una enorme sonrisa.

—Bueno, con uno me conformo —le sigo la corriente.

—Ah, no, yo quiero varios nietos —replica—. Que sean al menos dos hijos. —Palmea al joven en la espalda—. Debes darte prisa y comenzar, que serán varios hijos.

Alessandro se ha repuesto también de la sorpresa y se ha tomado lo último del café de un solo trago; eso se veía caliente…

El dependiente quita la tacita de café y coloca la nueva, la cual Alessandro toma con rapidez y le da un largo sorbo. Seguro y se está quemando la boca.

—Bueno, papá, espero que te acomodes bien en tu silla —le dice con aire endurecido—, porque yo no pienso tener hijos.

La sonrisa del señor Bacheli se borra repentinamente. Ay, qué incómodo.  

Mi papá y yo bajamos la mirada a nuestros desayunos, como si encontráramos en ellos algo demasiado interesante y empezamos a comer con animosidad.

—Tiene mucho queso, ¿verdad? —le digo a mi padre.

—Sí, aquí preparan la mejor comida, por eso me gusta venir seguido con tu madre —comenta.

Mientras, el señor Bacheli asesinaba a su hijo con la mirada.

—No me gusta este tipo de bromas —espeta el señor.

—No es broma, hablo en serio, yo no quiero tener hijos.

—¡¿De qué rayos estás…?! —Se detiene abruptamente al recordar que está en un lugar público.

—Es mi decisión, lo he pensado bien, yo no quiero tener hijos y mucho menos casarme —aclara Alessandro.

No, querido, no, eso no va a pasar, tú vas a tener mis hijos. Y sonrío mientras lo pienso, algo que ve mi papá y se confunde por mi actitud.

El señor Bacheli tiene la boca abierta, incapaz de creer lo que está escuchando.

—Po-por eso sabía que tener un solo hijo era una muy mala idea —dice entre dientes.

—Pues qué mal —replica Alessandro y se levanta—, pues esto es lo que tienes. Es una pena que mamá y tú sean tan malos procreando hijos.

—Óyeme, tampoco te pases de la raya —intervengo ofendida—. Agradece que te han dado todo en la vida. Deja de ser tan mal hijo, ingrato.

—Cállate, no te metas —gruñe mi padre y me toma de un brazo.

 Alessandro voltea a verme, desde mi perspectiva se ve imponente, alto y acuerpado. Y me mira con tanto desagrado y odio. Jum, si las miradas mataran…

Y se va, no dice nada y simplemente se va.

El señor Bacheli se queda con los ojos llenos de lágrimas. Pasó de estar carcajeando a llorar. Pobrecito.

—Es… sólo una etapa de rebeldía, no le haga caso —intento consolarlo.

—Es verdad, Jacobo, no le hagas caso —dice mi padre y le da palmadas en un hombro—. Debe estar enojado porque…

—Está estresado, ahora es el presidente —agrego al ver que mi padre no sabía qué decir—. Yo lo veo todas las mañanas correr bien temprano hacia el parque. Se ve que tiene muchos problemas, Dios, pobre muchacho… Seguro y por eso no tiene ni tiempo de conocer mujeres.

—¿Y si su razón es porque le gustan los hombres? —pregunta el señor de la nada y escurre las lágrimas con la servilleta—. ¿Y si mi hijo es gay?

—Oh… —No sé qué decir—. Bueno… eso no es impedimento para no tener hijos —repongo—. O sea, puede conseguirse un vientre de alquiler… —Subo los hombros.

Pero la idea es igual de horrible para un señor tan tradicionalista como Bacheli.

.

Aún no se ha ido, parece que Alessandro está esperando algo o alguien. Seguro y es su chofer que otra vez se ha demorado en ir a recogerlo. No entiendo cómo a su edad no logra manejar por sí solo.

Bajo el vidrio de la ventana y nos observamos fijamente.

—Súbete, te llevo —le digo. Y me gusta que se me escucha genial, así que despliego una enorme sonrisa.

—No, pero gracias —niega y vuelve a mirar al frente, como recogiendo su dignidad.

—¡Que te subas, carajo! —le grito exasperada.

Le doy un golpe al volante y maldigo por lo bajo por tener que volver a ser ruda con él. A este paso si quedo embarazada de él será porque lo obligaré.

Alessandro se sorprende por mi vozarrón y después obedece, pero se acomoda en los puestos de pasajeros. Bueno, algo es algo.

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