4.

—Alessandro, debes darle una oportunidad a Penélope —siguió diciendo el señor mientras observaba a su hijo—. Ella tiene toda la disposición para que puedan tener una relación laboral sana.

—Así es —dije, aunque no habían pedido mi opinión.

Alessandro permanece en silencio, sin emoción alguna. Me daba la impresión de estar esperando a que su padre terminara de hablar para después marcharse.  

Lo único que puedo pensar es en la mala cara que hice cuando lo vi a primera hora trotando, seguro y lo ofendió, así que… va a rechazar darme una oportunidad.

Iba a hablar cuando Alessandro me interrumpió.

—Está bien, papá, lo que quieres es que le dé una oportunidad con la propuesta, ¿es así?

No me mira, todo el tiempo observa a su padre. Es evidente que quiere evitar todo contacto conmigo, así que esta situación para él debe ser de lo peor.

—Claro que sí —acepta el señor Bacheli y enarca una sonrisa—. Hemos trabajado por años con Penélope y conoce bien nuestras necesidades en cuanto a publicidad, debes darle una oportunidad. Seguramente harán un gran equipo.

Con esto, lo más probable es que Alessandro entenderá que su padre no va a aceptar que deshaga las alianzas que él por años mantuvo mientras era presidente del imperio Bacheli. No le está dando mucha libertad para que su hijo maneje la compañía; pero no puedo decir nada, a mi empresa en crecimiento le conviene tener entre sus clientes al grupo Bacheli, así que debo permanecer con la boca cerrada.

—El jueves, a las cuatro de la tarde —informa Alessandro y voltea a verme con severidad—. Es la única oportunidad que voy a darte.

El jueves es en dos días. Y el jueves a las cinco de la tarde llegará Mariana y tengo que recogerla en el aeropuerto. Pero no puedo desaprovechar esta oportunidad.

—Claro, sí, haremos la mejor presentación que habrás visto en tu vida —aseguro.

—¡Muy bien, muy bien! —suelta el señor Bacheli con alivio, es evidente que su alma volvió a su cuerpo.

Volvemos a desayunar, sorprendentemente me está dando mucha hambre, había tenido el estómago hecho un nudo. Por momentos ojeo a Alessandro, se le ven los hombros entumecidos, es evidente que algo le molesta y sé perfectamente la razón: yo. Siempre he sido su piedra en el zapato. Ay, querido, si supieras que quiero sacarte un hijo… seguramente escupirías tu café.

—Manuel, ¿recuerdas cuando estuvimos con nuestras esposas hablando de tener hijos? —pregunta el señor Bacheli a mi padre.

Ahí van otra vez, dos viejos nostálgicos.

—Oh sí, fue cuando hablamos de un día estar así, con nuestros hijos ya grandes —comenta mi padre y me ve con mirada de cariño—. Cómo pasa el tiempo, mira lo grande que están.

Alessandro se ha quedado con el café en una mano, suspendido en el aire, sus ojos van de mi padre al suyo. Parece que él no sabía nada de esta historia, no como en mi casa, que todos los fines de semana se ponen a echar historias.

—Tu mamá y Ángela justo en este restaurante se pusieron de acuerdo para entrar en un proceso de fertilidad —relata el señor Bacheli con una amplia sonrisa—. Era evidente que Ángela lo hizo por su mejor amiga que no lograba quedar embarazada, porque Ángela ya tenía dos hijos. Pero fue gracias a que la animó que volvió a intentarlo y así fue como naciste tú. —Ahora empezó a mirarme—. Y así fue como Ángela se animó de tenerte. Las dos se emocionaron tanto cuando supieron que quedaron embarazadas… los esperaron con mucha alegría.

—Sí, no dejaban de hablar que sus hijos debían casarse —agrega mi padre.

Mis mejillas se ponen rojísimas y noto la incomodidad en Alessandro, sus hombros se han puesto más rígidos.

Nuestros padres sueltan una gran carcajada. Por un momento volteo a ver a Alesandro y me sorprendo a ver que también se ha sonrojado. ¡Qué hermoso se ve! Con sus mejillas todas rojas y hasta las orejas se le han puesto coloradas.

—Qué íbamos a saber nosotros que nuestros hijos se iban a caer tan mal —suelta mi padre a bocajarro—. Tener que intervenir para que se lleven bien…

—Sí, las vueltas que da la vida —dice el señor Bacheli y se limpia la boca con una servilleta.

Empiezo a carcajear al sentir que el ambiente se ha relajado mucho más.

—Pues yo estoy dispuesta a tener hijos con él, pero el problema es que Alessandro no quiere —digo y empiezo a carcajear.

Silencio…

Todos empiezan a verme con impresión.

Volteo para ver a Alessandro, ha empezado a cubrirse el rostro con una mano, todo su rostro se ha ruborizado y sus hombros han empezado a temblar, claramente no de emoción…

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