El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de la luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo.
Una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado.
La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas. ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─.
Al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura aun puesta, extraña a decir verdad, no era el tipo de armadura de las cortes del rey de aquellas tierras, aquella armadura se veía forjada en plata y oro, ornamentado en los bordes en bronce, el peto cubriendo todo su cuerpo, macizo, pero a su vez le daba libertd para poder moverse, como si fuera flexible, no poseía estandarte de ningún reino conocido, no era un ladrón, se notaba a leguas, su casco, su casco forjado del mismo material, a los lados parecían alas de guiverno, desplegadas hacia atrás en pleno vuelo, el casco tapaba parte de su rostro, solo dejando visible los ojos, sus brazales con garras en los nudillos, y en los codos yacían espolones, el brazal izquierdo era más grueso, la joven supuso que era para cubrirse de algunos ataques en específico, sus botas hechas del mismo material, cubriendo hasta los muslos.
Su espada, esa espada nunca se la había visto a ningún guerrero en su vida, un filo amenazador en ambos lados, su hoja parecía de cristal, pero a su vez dura y brillante como el más duro de los aceros, la empuñadura se asemejaba la boca de un dragón enroscado con las alas abiertas, y desde la boca de aquel dragón brotaba la hoja de la espada, sus ojos azul cielo plateados, ¿ojos azul plateados?, no, no se había equivocado, sus ojos eran azules, pero refulgentes como la plata, fijos en su trabajo de curación, trabajando en silencio.
La joven lo seguía estudiando, pero sus rasgos hermosamente letales tampoco le rebelaban mucho. Solo años y años de guerra y mortales peleas. ─ ¿Quién eres?, ¿Por qué me ayudas? ─ volvió a preguntar la joven, que su edad no pasaba de los veintitrés.
La joven trata de mirar más de cerca aquellos raros ojos. ─ Te ayudo por la misma razón por la que tú me ayudaste a mí ─. Dijo aquel extraño guerrero. La joven frunce el ceño entrecerrando la mirada, ella nunca lo había visto en su vida, jamás, sino lo habría recordado, su voz, su voz era firme, profunda, como el ronroneo de un león, pero a su vez suave y cálida a pesar de que no mostraba emoción alguna en su rostro, sus manos callosas de mil batallas, acariciaron su piel aplicando las pomadas con mucho cuidado, para luego proceder a vendarlas, eso fue lo que más se acercó a una conversación.
Ella se le quedó mirando otro instante más en silencio, si, ella lo había visto, lo había visto dos veces, tres en aquella casa que parecía una fortaleza, mas, nunca habló con él, recordó haberlo visto en las calles de la aldea, él nunca se acercó, ni siquiera para saludar, ella no lo conocía, aun no lo conoce, solo que en ese momento, él no llevaba esa hermosa armadura, solo hasta ese instante que el caos estalló en su aldea y todo se fue a la m****a, solo en ese momento él apareció y la sacó de ese atolladero. ─ ¿Cómo… como se llama? ─ (silencio) ─ No podré agradecer si no sé el nombre de mi salvador ─. Dijo la joven algo nerviosa, pequeña, acomodándose un mechón de su cabello. ─ Dragnan ─. Contestó el guerrero. ─ Ok… señor Dragnan… gracias por salvarme. Soy Samara… ─ Lo sé ─.
La joven, de un momento a otro, entre el cobijo de la noche, comenzó a sentir que sus ojos y el cuerpo se tornaban pesados, sumergiéndose en el cansancio, recordando lo mucho que habían recorrido, no supo en que tierras se encontraba, solo le importaba estar lejos de aquel desastre, y si aquel guerrero la sacó de allí era para protegerla, no le haría daño dormir un poco ya que él guerrero no le lastimaría, solo necesitaba dormir.
Poco a poco la joven fue cerrando los ojos hasta que la noche la cubrió en silencio bajo un dulce sueño, un sueño placentero y no se despertó hasta la mañana siguiente que fue prácticamente en un parpadear.
Ya al reventar del alba, los primeros rayos de sol hicieron que ella se levantara de golpe, en ese latido solo hubo silencio, silencio y la fogata apagada. Mirando a su alrededor buscaba, buscaba desesperadamente a su salvador, el miedo le fue cubriendo en lo más profundo de los huesos, hasta sentirse desprotegida, vulnerable, indefensa ante quien sea que se le acercara, sus heridas ya no le dolían, sin embargo, su guerrero salvador ya no estaba con ella, se había marchado, dejándola sola en la espesura del bosque.
Es la época de 1472, Inglaterra, las cortes y reinos, finales de la edad medieval, caballeros y castillos, lugares donde los bosques y cantores dieron a relucir tantos guerreros, tantas leyendas que fueron recordados por los años, sin embargo, en un lugar remoto de Bristol, al sur de Inglaterra, una historia que prefirieron olvidar, mezclándolos con el caos de una invasión que nunca sucedió, eso fue lo que les dijeron a los lugareños a tres meses de aquel desastroso momento. Nunca supieron como comenzó, o quien golpeó primero, solo fue que sucedió. Una reunión con los señores de las otras tierras de Bristol, incluyendo a los Staghorn, en una gran casa, con grandes muros alzándose, delimitando los vastos terrenos de aquella familia, las paredes de grandes ladrillos blancos de mármol, hacían ver la casa imponente, casi un castillo, tres torres se alzaban como vigías con vista al Norte, Oeste y Sur, trabajadores realizando sus labores en los establos de la parte Este de la casa, sol
Samara se negó ese mismo día salir de su habitación a cenar, así que le llevaron la cena a su habitación, le dejaron la bandeja sobre su escritorio, ella se mantuvo todo el día acurrucada entre las sabanas de su cama, el dosel con su transparente tela de gasa cristal blanco, le daba la cobertura y privacidad que requería, se mantuvo apenas abierto, solo para dar una visión leve de que ella se encontraba en su cama con la vista perdida en la ventana. A la mañana siguiente fue lo mismo, y el siguiente, y el siguiente. Las únicas diferencias, eran sus salidas para visitar la biblioteca y recibir sus clases, tal como había ordenado su padre, fue vigilada por un guardia, la cual, se mantuvo en la puerta, siempre alerta, de camino a su habitación, escuchó los rumores del castigo a su amigo Couslan, había sido azotado y llevado a las mazmorras, Samara empalideció ante la noticia. Una noche, se escabulló para visitar a su amigo, ayudarle o darle ánimos de alguna manera, Samara no p
Domingo por la mañana, hora de la santa misa, dentro de una carroza, Marie y Samara se dirigen hacia la catedral para recibir la palabra, la gente con carretas llenas de mercancías y otros productos, contemplaban desde las ventanillas la pintoresca aldea, el olor a tierra húmeda, sudor y la peste de los animales arrastrando cargamentos de lo que fuera que estuvieran llevando, gente gritando, ofreciendo de sus mercancías, otros conversando con otras personas, otros regateando con mercaderes, toda clase de personas acaparando las calles, mujeres, niños, borrachos, indigentes, todo un bullicio de un pueblo en todo su apogeo y ganas de surgir. Los primeros indicios del invierno acercándose se hicieron sentir, el respirar se volvía niebla en el rostro de Samara, abrigadas con pieles y vestidas con sus joyas, vestidos de algodón y seda de un azul pálido y un collar de esmeraldas adornando sus cuellos, acompañados con un corsé bien ajustado para denotar sus figuras, madre e hija iban a
La nieve comenzó a desatarse sobre la aldea, fue lo primero que vio Samara a través de la ventana al levantarse bien temprano por la mañana, una vista impresionante al apreciar toda aquella nieve delante de ella, el contemplar el cielo encapotado le recordó aquellos ojos de aquel hombre misterioso. Vistiéndose de blanco, abrigada con pieles color ceniza, Samara se enfila para pasear por los jardines, un sirviente dio anuncio de que una carroza había hecho parada delante de la gran casa, por ende, los gritos de advertencias de los sirvientes pasaron a ser ignorados por los oídos de Samara; corrió hasta al frente de la casa para ver quien había llegado, tenía su corazonada, pero quería estar segura, y así fue, su corazonada no le mintió, su amiga Sophie Gerald había llegado esa misma mañana tal cual como había dicho en sus cartas a principio de año, su vestido gris y azul pálido con encajes dorados le resaltaban los rizos de su cabello dorado, sus labios carnosos ligeramente rosado
El tiempo de visita de Sophie, para los ojos de Samara, fue algo tan efímero que lo pudo comparar con un parpadeo, la diversión y los chismes no parecieron ser suficientes, su estadía terminó en las vísperas del año nuevo, ella ya debía regresar a su país natal para compartir el año nuevo con su familia y su prometido, esa misma noche, justamente después de que Sophie se marchara en la mañana, para Samara, esa noche algo andaba mal, los grillos y animales nocturnos, de un momento a otro, dejaron de cantar y de pulular sus típicos ritmos, las estrellas se apagaron, era como si el mundo se hubiera detenido. Nada de viento, nada de ruido, nada de nada. Su primer pensamiento de preocupación fue para Sophie, pero su corazón se calmó, ya que iba escoltada, luego de un momento a otro, todo volvió a la normalidad, ¿Cuánto tiempo pasó?, nunca lo supo, sin embargo, varias noches se fue repitiendo lo mismo. Recibió el año nuevo junto a sus padres en una gran celebración, y esa misma noche,
Roland da la orden de arrastrar al mensajero a la celda, los cinco guardias bien armados intentaron sujetarlo, pero los guardias ya estaban inconscientes casi en un abrir y cerrar de ojos, los movimientos de combate que demostró aquel mensajero parecían no ser de este mundo. Por un segundo, la furia bulló en los ojos del extraño mensajero, cuando todos los guardias quedaron fuera de combate, el extraño habló con sus dientes apretados en un tono bajo y amenazador. ─ Si los quisiera muertos, señor Staghorn, ya lo estarían y no se hubieran dado cuenta, solo vine a advertir, si no escucha, tendré que llevarme a su hija, haré lo que sea necesario para ponerla a salvo ─. Roland ahora se encontraba pálido, pero del miedo, ¿Quién era este hombre?, al verlo combatir, era obvio que no era un simple mensajero, derribó a cinco guardias en pocos movimientos y sin moverse mucho de su lugar, sus guardias estaban armados, en cambio él, no tenía ni un cuchillo de untar, y aun así, los derribó con
Samara lucha para quitar la mano que presionaba su boca fuertemente, se estaba ahogando con su propio vomito, el hombre retira su mano haciendo un gesto de guardar silencio, Samara tosía tratando de recuperar su aliento y algo de aire para poder respirar, cuando Samara por fin presta atención a su salvador, se da cuenta de que era el herrero de los establos. ─ Gracias ─. Dijo Samara aun con voz entrecortada y algo ronca, aun tratando de respirar; el herrero asiente, ¿Qué rayos hacía el herrero de los establos en la casa?, de todas maneras no importaba, lo que importaba era que la había salvado de ser devorada por su padre, el herrero asiente en aprobación, sujetándola por los hombros con ternura, luego su agarre fue volviéndose más fuerte y apretado, lastimando sus brazos, Samara se da cuenta de que el rostro del herrero y su mirada se fueron volviendo vacuos, sombríos, cruzando sobre sus labios una sonrisa ansiosa y maníaca; bruscamente el herrero aferra contra su duro cuerpo a
Darrel da la orden para recogerla, unos hombres le ayudan gentilmente a ponerse de pie, los ojos de Samara, fijos en la nada, hacían notar el estado de shock en que se encontraba, no forcejeaba, no luchaba por estar lejos, su hermoso cabello trenzado solo era un manojo de hebras escapadas de su peinado. Su cuerpo tambaleante fue llevado dentro de una carroza, custodiada por muchos guardias con armaduras y armas raras, era la única forma en la que Samara pudo describirlos al momento de que un ápice de su cordura volvió a pisar la realidad, su primer pensamiento, y fue una pregunta que se formuló en su mente, antes de sumirse en la inconsciencia, ¿Dónde estás Tristán? Samara despierta en un dormitorio, obviamente no era el suyo, sin embargo le daba crédito por lo lujoso, acostada en una amplia y grande cama con dosel, con cortinas blancas y encajes dorados, sabanas de seda, un amplio ventanal que albergaba desde el suelo al techo, armarios y mesas de caoba pulida, contaba con