Ambas caminaron hasta el salón del trono, amplias y pesadas puertas se abren señorialmente, Mónica vio con asombro los dos tronos, no podía saber cuál era el de su amiga ya que ambos tronos eran idénticos, Mónica da vueltas sobre sus talones, admirando cada detalle, el salón parecía estar vacío. ─ ¿Dónde están? ─. Pregunta Mónica admirando el estilo medieval del salón, pero tenía algo diferente, Mónica no supo identificarlo. ─ Solo espera un momento ─. Unas puertas laterales se abren, haciendo acto de presencia Sofía y a Wyatt. ─ Ellos son Sofía Gilbert y Wyatt Dietrich ─. Presenta Lenaya, ambos hacen una leve reverencia, Mónica le corresponde al saludo con una leve inclinación sujetando su falda. ─ Ellos se encargan de llevar la contabilidad y negociaciones. Ahora presta atención Mónica, ésta es la parte más delicada, no te asustes, veas lo que veas no te asustes, ellos no pueden tocarte ─ ¿No pueden tocarme?, ¿Por qué?, no entiendo ─ Eres mi invitada, intentar hacer algo contra ti, s
Ana y Carla se arreglaban las uñas mientras que Jessica corría por toda la casa preparándole el morral a Adara para sus clases y el adiestramiento como Eterna con Melisandre. ─ Ustedes, ¿Qué hacen?, ya deberían estar listas, debemos reportarnos con Flora ─. Reprende Jessica aun alistando las cosas de Adara. ─ No pensarás que saldremos hechas un desastre ─. Protesta Carla sin despegar la mirada de sus pies, Jessica colocando una mano en su cadera, apoya su peso en una pierna, suspira profundamente y se frota la frente con sus dedos, exasperada. ─ Creo que me va doler la cabeza ─. Murmura Jessica. ─ Somos Eternas ─. Dice Jessica. ─ Aprendices ─. corrige Ana. ─ Como sea, tenemos el conocimiento suficiente para arreglarnos en un parpadeo ─ No hay nada mejor que lo tradicional ─. Refuta Ana con aires de intelectual. ─ (suspiro por la nariz) Solo muevan el culo, ¿Quieren? ─. Flora realizaba las direcciones del personal de guardia, seleccionaba los turnos y la revisión de los nuevo
José, escoltado por Darlen y Caroline, visita la prisión donde se encontraba recluido Sebas, éste yacía acostado en un camastro con su brazo sobre sus ojos. ─ ¿Qué hacen aquí?, ¿Vinieron a ejecutarme o a negociar? ─ Vine a verte ─ ¿Qué haces aquí, traidor? ─ No soy un traidor, Sebas ─ Sebas se levanta de golpe sentándose en el camastro, apoyando sus codo en sus rodillas. ─ Claro que sí, porque tu deber como bendecido era respaldarme para expulsar a estos herejes ─. José agacha la mirada, se humedece los labios, y levantando nuevamente la mirada con pena sobre su amigo. ─ No me mires con esa cara que no necesito tu lástima ─ No la tienes, he hablado con la reina ─ ¿Y? ─ Ella no quiere éste mundo ─ (bufido) Y tú te comes el cuento ─ Solo creo que lo que es posible y en la paz ─ Con los herejes no hay paz ─ Eso no es lo que enseña la Biblia, ni enseñó Jesús en la tierra ─ Tienes que ser frío o caliente, no puedes ser ambos, porque el señor, nuestro Señor Dios te aborrecerá ─ ¿Acaso
Las tres mujeres que escoltaban a Lenaya, erguidas y solemnes, miraban al encapuchado como un insecto. ─ ¿Cómo saliste? ─. Ya no había razón para seguir ocultando su identidad, el encapuchado se quita el pasamontañas, José, Rosa y Renata se abren paso a codazos entre la gente para luego quedar sin aliento al darse cuenta de que Sebas intentaba asesinar a Lenaya, le reclaman entre diatribas y protestas sobre la moral y los buenos recuerdos de tantos años de amistad, pero era obvio que para Sebas había cruzado la línea, ya no era Sebas, era un bendecido con un propósito, y era matar a Lenaya. ─ ¡¿Ya no lo ven?! ¡Harley está muerta!, ¡esa cosa la mató! ─. Lenaya contemplaba con expresión inescrutable. ─ No sé si te diste cuenta, pero nunca morí, siempre fui yo, en todas aquellas vidas, en todo este tiempo, siempre fui yo, tal vez no te diste cuenta, y es muy triste que ya no significo nada, ni las cosas que vivimos ─ Eres una aberración, lo que vivimos fue una farsa, ¡tú eres una fa
El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de la luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo. Una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado. La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas. ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─. Al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura au
Es la época de 1472, Inglaterra, las cortes y reinos, finales de la edad medieval, caballeros y castillos, lugares donde los bosques y cantores dieron a relucir tantos guerreros, tantas leyendas que fueron recordados por los años, sin embargo, en un lugar remoto de Bristol, al sur de Inglaterra, una historia que prefirieron olvidar, mezclándolos con el caos de una invasión que nunca sucedió, eso fue lo que les dijeron a los lugareños a tres meses de aquel desastroso momento. Nunca supieron como comenzó, o quien golpeó primero, solo fue que sucedió. Una reunión con los señores de las otras tierras de Bristol, incluyendo a los Staghorn, en una gran casa, con grandes muros alzándose, delimitando los vastos terrenos de aquella familia, las paredes de grandes ladrillos blancos de mármol, hacían ver la casa imponente, casi un castillo, tres torres se alzaban como vigías con vista al Norte, Oeste y Sur, trabajadores realizando sus labores en los establos de la parte Este de la casa, sol
Samara se negó ese mismo día salir de su habitación a cenar, así que le llevaron la cena a su habitación, le dejaron la bandeja sobre su escritorio, ella se mantuvo todo el día acurrucada entre las sabanas de su cama, el dosel con su transparente tela de gasa cristal blanco, le daba la cobertura y privacidad que requería, se mantuvo apenas abierto, solo para dar una visión leve de que ella se encontraba en su cama con la vista perdida en la ventana. A la mañana siguiente fue lo mismo, y el siguiente, y el siguiente. Las únicas diferencias, eran sus salidas para visitar la biblioteca y recibir sus clases, tal como había ordenado su padre, fue vigilada por un guardia, la cual, se mantuvo en la puerta, siempre alerta, de camino a su habitación, escuchó los rumores del castigo a su amigo Couslan, había sido azotado y llevado a las mazmorras, Samara empalideció ante la noticia. Una noche, se escabulló para visitar a su amigo, ayudarle o darle ánimos de alguna manera, Samara no p
Domingo por la mañana, hora de la santa misa, dentro de una carroza, Marie y Samara se dirigen hacia la catedral para recibir la palabra, la gente con carretas llenas de mercancías y otros productos, contemplaban desde las ventanillas la pintoresca aldea, el olor a tierra húmeda, sudor y la peste de los animales arrastrando cargamentos de lo que fuera que estuvieran llevando, gente gritando, ofreciendo de sus mercancías, otros conversando con otras personas, otros regateando con mercaderes, toda clase de personas acaparando las calles, mujeres, niños, borrachos, indigentes, todo un bullicio de un pueblo en todo su apogeo y ganas de surgir. Los primeros indicios del invierno acercándose se hicieron sentir, el respirar se volvía niebla en el rostro de Samara, abrigadas con pieles y vestidas con sus joyas, vestidos de algodón y seda de un azul pálido y un collar de esmeraldas adornando sus cuellos, acompañados con un corsé bien ajustado para denotar sus figuras, madre e hija iban a