─ Dime que no estás usando esos poderes tuyos… ─. Musitó Renata en un susurro temeroso, Darién sisea sutilmente para que guardase silencio, con un dedo él coloca detrás del oído de Renata un mechón de cabello, ella le aparta un flequillo de la frente para verle mejor a los ojos. ─ No estoy usando nada contigo ─ ¿De purita verdad? ─ (media sonrisa) Purita verdad ─. Darién sumerge a Renata en un abrazo que le roba otro suspiro de alivio. ─ ¿Quieres ir a otro lugar? ─. Pregunta Darién sin dejar de abrazar. A decir verdad, Renata no quería estar en ningún otro sitio, para ella ese era el lugar perfecto y el momento perfecto, con los ojos cerrados y su cabeza apoyada en su pecho, asiente. Darién toma de su mano y la guía escaleras abajo. Al estar a una buena distancia y de entre las sombras, aparecen Darlen y Caroline con sonrisas cómplices y juguetonas con copas en mano. ─ No. Lo puedo. Creer ─ No me digas que ese es tu hermano ─. Señala Caroline con la copa algo asombrada. ─ Lo desconozco
Lenaya vuelve a visitar la celda de Mónica, pero esta vez fue por el llamado de uno de los guardias, Lenaya llega a zancadas al centro de retención. ─ ¿Qué está pasando? ─ Su majestad, no ha parado de gritar ─. Le informa uno de los guardias, Lenaya entra para encontrarse a una Mónica revolcándose en el suelo, luchando contra unas manos invisibles que la sujetaban, llorando, gritando desesperadamente para que la soltaran, llamaba a sus padres, a Paola, a alguien para que la salvara. Lenaya entra y se arrodilla a su lado y la sujeta con fuerza y comienza a llamarla para que reaccionara. Mónica forcejea gruñendo, pataleando. ─ ¡Mónica soy yo!, estoy aquí, estás a salvo, nadie te hará daño, estás a salvo ─. Mónica comienza a calmarse al ser siseada y acunada entre los brazos de Lenaya. Lenaya no pudo sentir ni divisar alguna fuerza externa, así que solo pensó que era debido a su mente, coloca una mano en su nuca, y con brillo dorado, buscaba mientras que susurraba pacientemente.
Ambas caminaron hasta el salón del trono, amplias y pesadas puertas se abren señorialmente, Mónica vio con asombro los dos tronos, no podía saber cuál era el de su amiga ya que ambos tronos eran idénticos, Mónica da vueltas sobre sus talones, admirando cada detalle, el salón parecía estar vacío. ─ ¿Dónde están? ─. Pregunta Mónica admirando el estilo medieval del salón, pero tenía algo diferente, Mónica no supo identificarlo. ─ Solo espera un momento ─. Unas puertas laterales se abren, haciendo acto de presencia Sofía y a Wyatt. ─ Ellos son Sofía Gilbert y Wyatt Dietrich ─. Presenta Lenaya, ambos hacen una leve reverencia, Mónica le corresponde al saludo con una leve inclinación sujetando su falda. ─ Ellos se encargan de llevar la contabilidad y negociaciones. Ahora presta atención Mónica, ésta es la parte más delicada, no te asustes, veas lo que veas no te asustes, ellos no pueden tocarte ─ ¿No pueden tocarme?, ¿Por qué?, no entiendo ─ Eres mi invitada, intentar hacer algo contra ti, s
Ana y Carla se arreglaban las uñas mientras que Jessica corría por toda la casa preparándole el morral a Adara para sus clases y el adiestramiento como Eterna con Melisandre. ─ Ustedes, ¿Qué hacen?, ya deberían estar listas, debemos reportarnos con Flora ─. Reprende Jessica aun alistando las cosas de Adara. ─ No pensarás que saldremos hechas un desastre ─. Protesta Carla sin despegar la mirada de sus pies, Jessica colocando una mano en su cadera, apoya su peso en una pierna, suspira profundamente y se frota la frente con sus dedos, exasperada. ─ Creo que me va doler la cabeza ─. Murmura Jessica. ─ Somos Eternas ─. Dice Jessica. ─ Aprendices ─. corrige Ana. ─ Como sea, tenemos el conocimiento suficiente para arreglarnos en un parpadeo ─ No hay nada mejor que lo tradicional ─. Refuta Ana con aires de intelectual. ─ (suspiro por la nariz) Solo muevan el culo, ¿Quieren? ─. Flora realizaba las direcciones del personal de guardia, seleccionaba los turnos y la revisión de los nuevo
José, escoltado por Darlen y Caroline, visita la prisión donde se encontraba recluido Sebas, éste yacía acostado en un camastro con su brazo sobre sus ojos. ─ ¿Qué hacen aquí?, ¿Vinieron a ejecutarme o a negociar? ─ Vine a verte ─ ¿Qué haces aquí, traidor? ─ No soy un traidor, Sebas ─ Sebas se levanta de golpe sentándose en el camastro, apoyando sus codo en sus rodillas. ─ Claro que sí, porque tu deber como bendecido era respaldarme para expulsar a estos herejes ─. José agacha la mirada, se humedece los labios, y levantando nuevamente la mirada con pena sobre su amigo. ─ No me mires con esa cara que no necesito tu lástima ─ No la tienes, he hablado con la reina ─ ¿Y? ─ Ella no quiere éste mundo ─ (bufido) Y tú te comes el cuento ─ Solo creo que lo que es posible y en la paz ─ Con los herejes no hay paz ─ Eso no es lo que enseña la Biblia, ni enseñó Jesús en la tierra ─ Tienes que ser frío o caliente, no puedes ser ambos, porque el señor, nuestro Señor Dios te aborrecerá ─ ¿Acaso
Las tres mujeres que escoltaban a Lenaya, erguidas y solemnes, miraban al encapuchado como un insecto. ─ ¿Cómo saliste? ─. Ya no había razón para seguir ocultando su identidad, el encapuchado se quita el pasamontañas, José, Rosa y Renata se abren paso a codazos entre la gente para luego quedar sin aliento al darse cuenta de que Sebas intentaba asesinar a Lenaya, le reclaman entre diatribas y protestas sobre la moral y los buenos recuerdos de tantos años de amistad, pero era obvio que para Sebas había cruzado la línea, ya no era Sebas, era un bendecido con un propósito, y era matar a Lenaya. ─ ¡¿Ya no lo ven?! ¡Harley está muerta!, ¡esa cosa la mató! ─. Lenaya contemplaba con expresión inescrutable. ─ No sé si te diste cuenta, pero nunca morí, siempre fui yo, en todas aquellas vidas, en todo este tiempo, siempre fui yo, tal vez no te diste cuenta, y es muy triste que ya no significo nada, ni las cosas que vivimos ─ Eres una aberración, lo que vivimos fue una farsa, ¡tú eres una fa
El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de la luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo. Una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado. La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas. ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─. Al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura au
Es la época de 1472, Inglaterra, las cortes y reinos, finales de la edad medieval, caballeros y castillos, lugares donde los bosques y cantores dieron a relucir tantos guerreros, tantas leyendas que fueron recordados por los años, sin embargo, en un lugar remoto de Bristol, al sur de Inglaterra, una historia que prefirieron olvidar, mezclándolos con el caos de una invasión que nunca sucedió, eso fue lo que les dijeron a los lugareños a tres meses de aquel desastroso momento. Nunca supieron como comenzó, o quien golpeó primero, solo fue que sucedió. Una reunión con los señores de las otras tierras de Bristol, incluyendo a los Staghorn, en una gran casa, con grandes muros alzándose, delimitando los vastos terrenos de aquella familia, las paredes de grandes ladrillos blancos de mármol, hacían ver la casa imponente, casi un castillo, tres torres se alzaban como vigías con vista al Norte, Oeste y Sur, trabajadores realizando sus labores en los establos de la parte Este de la casa, sol