Domingo por la mañana, hora de la santa misa, dentro de una carroza, Marie y Samara se dirigen hacia la catedral para recibir la palabra, la gente con carretas llenas de mercancías y otros productos, contemplaban desde las ventanillas la pintoresca aldea, el olor a tierra húmeda, sudor y la peste de los animales arrastrando cargamentos de lo que fuera que estuvieran llevando, gente gritando, ofreciendo de sus mercancías, otros conversando con otras personas, otros regateando con mercaderes, toda clase de personas acaparando las calles, mujeres, niños, borrachos, indigentes, todo un bullicio de un pueblo en todo su apogeo y ganas de surgir.
Los primeros indicios del invierno acercándose se hicieron sentir, el respirar se volvía niebla en el rostro de Samara, abrigadas con pieles y vestidas con sus joyas, vestidos de algodón y seda de un azul pálido y un collar de esmeraldas adornando sus cuellos, acompañados con un corsé bien ajustado para denotar sus figuras, madre e hija iban a juego en sus vestiduras, escoltadas por dos guardias, uno a cada lado de la carreta.
Los feligreses comenzaron a congregarse en la entrada de la catedral, y una vez fuera de la carroza, en espera de que las puertas de la catedral se abrieran, Samara se levanta sobre las puntas de sus pies, estirando su cuello recorre con la mirada sobre las cabezas de todos los presentes, e inesperadamente, algo, o mejor dicho, alguien en particular llamó toda su atención, el tiempo se detuvo en ese instante.
Un hombre, si, un hombre entre toda esa gente, su cabello totalmente blanco, tal vez fueran canas, no, no eran canas, es su cabello natural, blanco y brillante como la más fina seda, no pudo divisar bien su rostro, estaba de espalda.
Lentamente el hombre se comienza a girar y Samara estrecha la mirada, preparándose para detallar el rostro de aquella persona, pudo ver cuan amplia era su espalda, era un hombre muy fuerte sin duda, al detallar su perfil, pudo notar los rasgos cincelados de su rostro, no pasaba de los cuarenta y su belleza tampoco pasaba desapercibida, labios finos, aspecto mordaz y muy atractivo, una belleza que no se comparaba con ningún hombre de su aldea, era un extranjero sin duda, sus ojos, sus ojos parecían brillar con la luz, ojos de un azul infinito, un azul tan claro que se comparaba con el azul del cielo del invierno o el azul del más frío hielo, esos mismos ojos yacían posados en ella ahora, como un predador.
El hombre comenzó a caminar entre las personas, se podría decir que, acechando, llevando un abrigo negro de cuero de cuello alto, su cabello bien cuidado y cortado. Hasta que, en un punto, entre las personas, el hombre desaparece de su vista, volviendo el tiempo a su cauce y normalidad.
Marie, su madre, le hablaba, pero Samara solo tenía ojos para aquel extraño hombre, que con tanto interés buscaba entre la muchedumbre, ¿Dónde se había metido?
De pronto reacciona ante las palabras lejanas que ahora se volvían más fuertes, era la voz de su madre. Parpadeando de un espabile, Samara reacciona. ─ Hija, Samara, ¿Me estás escuchando?, avanza, ya todos están entrando ─ Si, madre ─. Farfulló Samara.
Todos, uno a uno, los feligreses fueron entrando y tomando cada uno sus respectivos lugares, desde luego, Samara y su madre fueron guiadas y llevadas a un palco exclusivo en la parte superior de la catedral, siempre con ambos guardias postrados en cada lado.
Por más que intentó buscar entre la gente disimuladamente, no pudo dar con él, su madre notó lo inquieta de su hija. ─ ¿A quién buscas? ─. Samara se tensa ante la pregunta, y disimuladamente coloca sus manos sobre su regazo, tratando de mostrar una expresión de lo más neutral posible. ─ A nadie en especial, madre, creí… haber visto a alguien familiar ─ ¿Los padres de Couslan quizás? ─. Pregunta su madre enarcando una ceja de no estar para nada sorprendida. ─ Si, madre ─.
Samara mintió, por un segundo sintió una pequeña punzada en su corazón, por primera vez había mentido a su madre, la cual, confió tanto en ella, mintió y para rematar dentro de una iglesia, Samara traga saliva ante aquellas palabras. Prestando atención a la misa, trata de distraerse para no pensar en aquel extraño.
Otra noche, otra escabullida a las celdas a ver a Couslan, ya no tenía rastros de golpes, ni de magulladuras, pero si un rostro demacrado por las sombras y la falta de sueño. ─ Ten… come ─ Vas a lograr que nos maten ─. Reprende Couslan susurrando, aceptando las cosas que le había llevado Samara. ─ Ya logré convencer a mi padre de sacarte de aquí ─ (bufido) ¿De verdad lo convenciste? ─ Si ─ ¿A cambio de qué? ─ (silencio) ─ ¿A cambio de qué, Samara? ─. Samara se muerde el labio inferior, debatiéndose en contestar. ─ De casarme con Darrel Morrel ─ ¡¿Qué?! ¿Acaso te volviste loca? ─. Protestó entre susurros. ─ ¡¿Qué podía hacer?!, Era eso o dejar que te pudras aquí ─ Prefiero lo segundo que verte con ese… con ese… (gruñido de frustración) ─ Lo lamento, pero no quiero verte aquí, así que solo se me ocurrió eso ─ No cubráis a vuestro padre, sé lo mucho que él anhela verte bajo las sábanas de Darrel y que le des muchos nietos, la familia Morrel es muy poderosa, no es de extrañarme su insistencia ─ Couslan… por favor ─.
La voz de Samara era un susurro de sollozos. ─ Gracias por lo que me has traído, Samara, pero si no es mucha molestia y quiero que me disculpes, pero necesito estar solo ─ Couslan… ─ No estoy molesto con vos, es por vuestro padre y sus caprichos ─.
Couslan volvió a ocultarse entre las sombras, escondiendo lo que Samara le había traído, en el momento que Samara sorbe por la nariz levantándose, una pregunta de Couslan le detuvo en el acto. ─ ¿Para cuándo es la boda? ─. Samara muestra una mueca en sus labios. ─ Para el solsticio de verano ─. Al ver que no hubo más nada que decir, Samara se da media vuelta, enfilándose a su habitación.
Reflexionando por los pasillos, Samara caminaba a pasos raudos, ya estaba harta de llorar, quería hacer algo con su vida, y nada le salía como ella quería, nada, su amigo sumergido en una fría y sucia celda, su hermano lejos de ella, un amargo matrimonio arreglado, solo con la esperanza de que ya se acercaba la fecha donde recibiría la visita de su mejor amiga de Francia, su amiga Sophie Gerald, era lo único que la mantenía en pie.
Parada en el balcón de su habitación, contemplando la noche estrellada, se sumergía en sus pensamientos, tomó una fuerte bocanada de aire frío llenando sus pulmones para dejar salir todo su dolor en un largo y prolongado suspiro. Guardias postrados bajo su balcón, lanzaban miradas hacia su ventana, de pronto aparece una luz cerca de los muros que delimitaba su casa con el resto de la aldea, Samara juró por un momento que esa luz se detuvo apenas ella posar su vista sobre aquel resplandor y que esa luz le devolvía la mirada, Samara agita su cabeza un poco cerrando los ojos, se los estruja para volver a enfocar su visión en la extraña luz, pero para ese entonces, ya había desaparecido. ─ Debo estar volviéndome loca ─. Se dijo Samara para si misma cerrando las puertas de su balcón dispuesta ir a dormir.
La nieve comenzó a desatarse sobre la aldea, fue lo primero que vio Samara a través de la ventana al levantarse bien temprano por la mañana, una vista impresionante al apreciar toda aquella nieve delante de ella, el contemplar el cielo encapotado le recordó aquellos ojos de aquel hombre misterioso. Vistiéndose de blanco, abrigada con pieles color ceniza, Samara se enfila para pasear por los jardines, un sirviente dio anuncio de que una carroza había hecho parada delante de la gran casa, por ende, los gritos de advertencias de los sirvientes pasaron a ser ignorados por los oídos de Samara; corrió hasta al frente de la casa para ver quien había llegado, tenía su corazonada, pero quería estar segura, y así fue, su corazonada no le mintió, su amiga Sophie Gerald había llegado esa misma mañana tal cual como había dicho en sus cartas a principio de año, su vestido gris y azul pálido con encajes dorados le resaltaban los rizos de su cabello dorado, sus labios carnosos ligeramente rosado
El tiempo de visita de Sophie, para los ojos de Samara, fue algo tan efímero que lo pudo comparar con un parpadeo, la diversión y los chismes no parecieron ser suficientes, su estadía terminó en las vísperas del año nuevo, ella ya debía regresar a su país natal para compartir el año nuevo con su familia y su prometido, esa misma noche, justamente después de que Sophie se marchara en la mañana, para Samara, esa noche algo andaba mal, los grillos y animales nocturnos, de un momento a otro, dejaron de cantar y de pulular sus típicos ritmos, las estrellas se apagaron, era como si el mundo se hubiera detenido. Nada de viento, nada de ruido, nada de nada. Su primer pensamiento de preocupación fue para Sophie, pero su corazón se calmó, ya que iba escoltada, luego de un momento a otro, todo volvió a la normalidad, ¿Cuánto tiempo pasó?, nunca lo supo, sin embargo, varias noches se fue repitiendo lo mismo. Recibió el año nuevo junto a sus padres en una gran celebración, y esa misma noche,
Roland da la orden de arrastrar al mensajero a la celda, los cinco guardias bien armados intentaron sujetarlo, pero los guardias ya estaban inconscientes casi en un abrir y cerrar de ojos, los movimientos de combate que demostró aquel mensajero parecían no ser de este mundo. Por un segundo, la furia bulló en los ojos del extraño mensajero, cuando todos los guardias quedaron fuera de combate, el extraño habló con sus dientes apretados en un tono bajo y amenazador. ─ Si los quisiera muertos, señor Staghorn, ya lo estarían y no se hubieran dado cuenta, solo vine a advertir, si no escucha, tendré que llevarme a su hija, haré lo que sea necesario para ponerla a salvo ─. Roland ahora se encontraba pálido, pero del miedo, ¿Quién era este hombre?, al verlo combatir, era obvio que no era un simple mensajero, derribó a cinco guardias en pocos movimientos y sin moverse mucho de su lugar, sus guardias estaban armados, en cambio él, no tenía ni un cuchillo de untar, y aun así, los derribó con
Samara lucha para quitar la mano que presionaba su boca fuertemente, se estaba ahogando con su propio vomito, el hombre retira su mano haciendo un gesto de guardar silencio, Samara tosía tratando de recuperar su aliento y algo de aire para poder respirar, cuando Samara por fin presta atención a su salvador, se da cuenta de que era el herrero de los establos. ─ Gracias ─. Dijo Samara aun con voz entrecortada y algo ronca, aun tratando de respirar; el herrero asiente, ¿Qué rayos hacía el herrero de los establos en la casa?, de todas maneras no importaba, lo que importaba era que la había salvado de ser devorada por su padre, el herrero asiente en aprobación, sujetándola por los hombros con ternura, luego su agarre fue volviéndose más fuerte y apretado, lastimando sus brazos, Samara se da cuenta de que el rostro del herrero y su mirada se fueron volviendo vacuos, sombríos, cruzando sobre sus labios una sonrisa ansiosa y maníaca; bruscamente el herrero aferra contra su duro cuerpo a
Darrel da la orden para recogerla, unos hombres le ayudan gentilmente a ponerse de pie, los ojos de Samara, fijos en la nada, hacían notar el estado de shock en que se encontraba, no forcejeaba, no luchaba por estar lejos, su hermoso cabello trenzado solo era un manojo de hebras escapadas de su peinado. Su cuerpo tambaleante fue llevado dentro de una carroza, custodiada por muchos guardias con armaduras y armas raras, era la única forma en la que Samara pudo describirlos al momento de que un ápice de su cordura volvió a pisar la realidad, su primer pensamiento, y fue una pregunta que se formuló en su mente, antes de sumirse en la inconsciencia, ¿Dónde estás Tristán? Samara despierta en un dormitorio, obviamente no era el suyo, sin embargo le daba crédito por lo lujoso, acostada en una amplia y grande cama con dosel, con cortinas blancas y encajes dorados, sabanas de seda, un amplio ventanal que albergaba desde el suelo al techo, armarios y mesas de caoba pulida, contaba con
Un estruendo se hizo sentir desde las afueras de la casa, produciendo un ligero temblor, Darrel se sorprende por tal suceso, en cambio Samara sonríe maliciosamente. ─ ¿Te sorprende que te hayan traicionado?, es una pena que tu gente te haya dado la espalda solo por tenerme, tú mismo lo dijiste ─ ¡NO!, ¡Tú eres mía! ─. Un guardia se asoma por la puerta rindiendo informe. ─ La muralla sur fue penetrada, no hay sobreviviente, mi Lord ─. Otra explosión, otro guardia aparece a los pocos minutos informando sobre más cadáveres. ─ ¿Cuántos son? ─ Solo uno, señor ─ ¡¿Uno?! ¡¿Es un chiste?! ─ No señor, es un hombre con una armadura plateada, los está matando a todos ─ ¡Deténganlo!, ¡Ataquen con todo! ¡Quiero su cabeza! ─. Otro fuerte temblor, Samara aprovecha la situación para abalanzarse sobre Darrel, empujándolo y tomar su daga, en lo que se enfila a la huida, nota al lado, un estante de armas, y observa una fina espada con hoja negra y una empuñadura brocada en hilos de oro, los g
El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo, una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado. La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas, ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─ al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura aun puesta, extra
Humedeciéndose los labios, miró nuevamente a su alrededor, consideró las posibles rutas y su vestido blanco hecho jirones, desde luego su vestimenta no le ayudaría en su travesía, pero debía moverse o sucumbir en el posible peligro de quedarse, no estaba segura si su guerrero salvador regresaría. ─ O me muevo, o me muero ─ reflexionó Samara en voz alta. Humedeciéndose los labios nuevamente, se armó de valor e inició su marcha dando traspiés entre las gruesas y húmedas raíces de los enormes árboles que habitaban el lugar; no supo cuánto había recorrido, los mosquitos molestos zumbaban cerca de su rostro, abofeteándose más de una vez, o eran las ramas bajas que ella con dificultad trataba de apartar los que la golpeaban; resbalando por leves laderas y raíces húmedas, Samara llegó casi gateando a un claro, cerca de ese claro, un riachuelo, Samara se encontraba sedienta por la larga caminata con sus zapatillas ya desechas, eso no le importó en lo más mínimo, ella solo quería refresc