Roland da la orden de arrastrar al mensajero a la celda, los cinco guardias bien armados intentaron sujetarlo, pero los guardias ya estaban inconscientes casi en un abrir y cerrar de ojos, los movimientos de combate que demostró aquel mensajero parecían no ser de este mundo.
Por un segundo, la furia bulló en los ojos del extraño mensajero, cuando todos los guardias quedaron fuera de combate, el extraño habló con sus dientes apretados en un tono bajo y amenazador. ─ Si los quisiera muertos, señor Staghorn, ya lo estarían y no se hubieran dado cuenta, solo vine a advertir, si no escucha, tendré que llevarme a su hija, haré lo que sea necesario para ponerla a salvo ─. Roland ahora se encontraba pálido, pero del miedo, ¿Quién era este hombre?, al verlo combatir, era obvio que no era un simple mensajero, derribó a cinco guardias en pocos movimientos y sin moverse mucho de su lugar, sus guardias estaban armados, en cambio él, no tenía ni un cuchillo de untar, y aun así, los derribó con mucha facilidad y rapidez.
La madre de Samara, con un profundo suspiro, se arma de valor para preguntar. ─ ¿Por qué mi hija? ─ Su hija debe mantenerse con vida, debe salvarse a como dé lugar, ella es la clave por la que esas legiones se acercan ─. El mensajero se da media vuelta, dirigiéndose a la salida, de pronto Roland se pone de pie. ─ Nos iremos al alba ─ No. Deben irse esta noche ─. Contradijo el hombre. ─ Tengo asuntos que ordenar ─ Si mueren, esos asuntos no servirán de nada. Esta noche partirán ─. Refutó el mensajero sin mirar, luego se retiró dejando la casa en silencio.
Roland salió en su búsqueda a los pocos segundos de haberse retirado, sin embargo, al abrir la puerta no encontró a nadie, solo un patio con algunos guardias haciendo sus rondas, Roland pregunta a uno de sus guardias si no vieron al mensajero salir, ninguno supo dar respuesta, nadie vio nada, cerró de un portazo, subió las escaleras como alma que lleva el diablo llamando a su esposa, instando en que todos debían irse, incluyendo servidumbre, cocineros, todos; ordenó a su hija solo tomar lo necesario y empacarlo, y así lo hizo.
Roland dio la orden de liberar a los prisioneros de las celdas, sin importar el delito que hubieran cometido.
Subiendo las escaleras a empacar, se detuvo un instante a pensar a que dirección ir, su única familia se encontraba en el norte, sin embargo, esa posibilidad estaba descartada, al sur quedarían atrapados por la costa, así que solo se le ocurrió ir al este.
Ambas mujeres subieron a sus habitaciones a empacar, Marie junto a su esposo y Samara corrió como nunca antes a sus aposentos. Recogiendo lo más esencial, Samara se fue deteniendo poco a poco, prestando atención al oscuro silencio de la noche, ninguna estrella, ningún grillo, ni luz de luna, nada, solo las luces de las velas eran la única iluminación que acompañaban el lugar. Afina sus oídos a los sonidos de la casa, nada, ni los pasos apresurados de sus padres, ni de los sirvientes empacando, simplemente nada.
─ ¿Mamá? ─. Llamó Samara desde su habitación tentativamente, poco a poco, Samara fue saliendo de la habitación rumbo a la habitación de sus padres, sus pasos silenciosos hacían crujir la madera suelta del piso. Al llegar al umbral, entrecerró los ojos para enfocar sus oídos y tratar de percibir alguna cosa, algún indicio de que sus padres aun seguían empacando.
Sujetando con mucho cuidado el picaporte, pudo ver en el espejo a su padre a horcajadas sobre algo, ¿Qué buscaba?, abrió lentamente la puerta para ver que tanto registraba su padre, pero para su sorpresa, su padre no estaba buscando nada, estaba comiendo algo, ¿era su madre a quien devoraba sus entrañas?
El crujir de las bisagras reveló su presencia. Roland se giró bruscamente enfocando su atención en su hija, Samara se tapa la boca para ahogar un grito de horror que al final se volvió un jadeo, el pánico, el sudor y la palidez de su piel eran evidencia e indicios a las nauseas y el terror que le impedía siquiera gritar. Sosteniéndose de la jamba de la puerta, sus piernas tiritaban como palillos flácidos a punto de romperse.
Con su madre allí tendida en el suelo, con su pecho y estómago totalmente abierto y su padre aun postrado a horcajadas en el suelo, con la ropa y boca llena de sangre y vísceras colgando entre sus dientes, sus ojos fríos y vacíos de toda vida, miraban con hambre inhumana a su hija. ─ ¿Padre? ─. Nombró Samara en un susurro que pareció más un sollozo.
A cada paso que retrocedía Samara, su padre, Roland, se iba levantando lentamente como una bestia acechadora. Samara se enfila a la carrera, y detrás de ella, su padre persiguiéndola, lanzando bramidos como una bestia, Samara tiraba cuanto adorno o sillas tuviera a su alcance, entorpeciendo el perseguir de su endemoniado padre mientras ella gritaba su nombre, buscando la forma de que entrara en razón.
Una mano le sujeta fuertemente por el codo, tira de ella tapando su boca y un gran martillo azota contra la cabeza de su padre, cayendo al suelo, inerte, muerto, con todos sus sesos desparramados por todo el suelo de madera y el martillo incrustado en su cabeza dando ligeros movimientos espasmódicos en su pierna y mano, Samara no pudo evitar sentir arcadas, vomitando inevitablemente la mano quien le tapaba la boca.
Samara lucha para quitar la mano que presionaba su boca fuertemente, se estaba ahogando con su propio vomito, el hombre retira su mano haciendo un gesto de guardar silencio, Samara tosía tratando de recuperar su aliento y algo de aire para poder respirar, cuando Samara por fin presta atención a su salvador, se da cuenta de que era el herrero de los establos. ─ Gracias ─. Dijo Samara aun con voz entrecortada y algo ronca, aun tratando de respirar; el herrero asiente, ¿Qué rayos hacía el herrero de los establos en la casa?, de todas maneras no importaba, lo que importaba era que la había salvado de ser devorada por su padre, el herrero asiente en aprobación, sujetándola por los hombros con ternura, luego su agarre fue volviéndose más fuerte y apretado, lastimando sus brazos, Samara se da cuenta de que el rostro del herrero y su mirada se fueron volviendo vacuos, sombríos, cruzando sobre sus labios una sonrisa ansiosa y maníaca; bruscamente el herrero aferra contra su duro cuerpo a
Darrel da la orden para recogerla, unos hombres le ayudan gentilmente a ponerse de pie, los ojos de Samara, fijos en la nada, hacían notar el estado de shock en que se encontraba, no forcejeaba, no luchaba por estar lejos, su hermoso cabello trenzado solo era un manojo de hebras escapadas de su peinado. Su cuerpo tambaleante fue llevado dentro de una carroza, custodiada por muchos guardias con armaduras y armas raras, era la única forma en la que Samara pudo describirlos al momento de que un ápice de su cordura volvió a pisar la realidad, su primer pensamiento, y fue una pregunta que se formuló en su mente, antes de sumirse en la inconsciencia, ¿Dónde estás Tristán? Samara despierta en un dormitorio, obviamente no era el suyo, sin embargo le daba crédito por lo lujoso, acostada en una amplia y grande cama con dosel, con cortinas blancas y encajes dorados, sabanas de seda, un amplio ventanal que albergaba desde el suelo al techo, armarios y mesas de caoba pulida, contaba con
Un estruendo se hizo sentir desde las afueras de la casa, produciendo un ligero temblor, Darrel se sorprende por tal suceso, en cambio Samara sonríe maliciosamente. ─ ¿Te sorprende que te hayan traicionado?, es una pena que tu gente te haya dado la espalda solo por tenerme, tú mismo lo dijiste ─ ¡NO!, ¡Tú eres mía! ─. Un guardia se asoma por la puerta rindiendo informe. ─ La muralla sur fue penetrada, no hay sobreviviente, mi Lord ─. Otra explosión, otro guardia aparece a los pocos minutos informando sobre más cadáveres. ─ ¿Cuántos son? ─ Solo uno, señor ─ ¡¿Uno?! ¡¿Es un chiste?! ─ No señor, es un hombre con una armadura plateada, los está matando a todos ─ ¡Deténganlo!, ¡Ataquen con todo! ¡Quiero su cabeza! ─. Otro fuerte temblor, Samara aprovecha la situación para abalanzarse sobre Darrel, empujándolo y tomar su daga, en lo que se enfila a la huida, nota al lado, un estante de armas, y observa una fina espada con hoja negra y una empuñadura brocada en hilos de oro, los g
El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo, una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado. La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas, ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─ al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura aun puesta, extra
Humedeciéndose los labios, miró nuevamente a su alrededor, consideró las posibles rutas y su vestido blanco hecho jirones, desde luego su vestimenta no le ayudaría en su travesía, pero debía moverse o sucumbir en el posible peligro de quedarse, no estaba segura si su guerrero salvador regresaría. ─ O me muevo, o me muero ─ reflexionó Samara en voz alta. Humedeciéndose los labios nuevamente, se armó de valor e inició su marcha dando traspiés entre las gruesas y húmedas raíces de los enormes árboles que habitaban el lugar; no supo cuánto había recorrido, los mosquitos molestos zumbaban cerca de su rostro, abofeteándose más de una vez, o eran las ramas bajas que ella con dificultad trataba de apartar los que la golpeaban; resbalando por leves laderas y raíces húmedas, Samara llegó casi gateando a un claro, cerca de ese claro, un riachuelo, Samara se encontraba sedienta por la larga caminata con sus zapatillas ya desechas, eso no le importó en lo más mínimo, ella solo quería refresc
El rostro de Samara se tornó de un pálido lleno de pánico al ver el rostro de Dragnan, sus ojos, lo blanco de sus ojos desaparecieron para ponerse de un rojo vivo, fundidos con su azul hielo, sus dientes mostraban colmillos, dos pares de colmillo en la parte superior de su boca, Samara cae sobre su trasero al tropezar con una raíz tratando de retroceder, Dragnan se percata del pánico de Samara, éste da un paso hacia ella, pero Samara se arrastra desesperadamente sobre su espalda tratando de alejarse de Dragnan. ─ Te dije que no podía tocar tu daga… y ahora sabes porqué ─ dijo Dragnan mientras su rostro volvía a la normalidad y tomaba asiento cerca de la fogata. ─ No intentes huir, aun te están buscando ─ Dragnan toma una rama del suelo y empuja la daga de nuevo hacia ella. ─ Guárdala, podrías necesitarla en cualquier momento ─ Samara mira su daga con temor a que sea un truco para hacerle daño, sin embargo, el extraño guerrero se dispuso a limpiar el casco de su armadura; muy lent
Otra noche de acampada, Samara se aferra a su túnica de piel de lobo, la noche se mostraba aún más fría e inclemente, Samara no paraba de estornudar, su nariz roja soltaba un río de mocos, se buscó de limpiar con el dorso de su muñeca, pero se percata del brazal, recordando con temor la hoja oculta que contenía, Dragnan le ofrece una sopa. ─ Te dije que te resfriarías si durabas mucho tiempo en el agua ─ No quieras hacer de papá preocupado ─ Es cierto, no lo soy… come ─ Samara toma la taza con una punzada de culpa en su pecho. ─ Lo siento ─ dijo Samara haciendo un mueca, Dragnan solo se mantuvo en silencio contemplando la fogata. ─ Para pasado mañana llegaremos a nuestro destino, te sugiero que descanses ─ fue lo único que dijo sin siquiera mirar. ─ Enséñame a luchar… como tu ─ pidió Samara repentinamente. ─ No creo que en dos días aprendas ─ Solo lo básico, lo necesario, antes mi padre no me dejaba acercarme ni al armero, ni nada que pudiera contener algo que sean armas o armadu
Samara se acurruca temblando en un rincón al ver a su propio hermano pararse delante de su celda, un silencio incomodo y tenso se produjo entre ambos. ─ ¿Quién eres? ─ pregunta Samara ahogando un sollozo, Tristán o lo que queda de su hermano, cierra los ojos reflexivamente, suspira profundamente, luego los abre para mirar a Samara con melancolía. ─ Soy yo, Samara. Tristán, tu hermano ─ Samara niega imperceptiblemente, con tristeza en los ojos y algo de ira, tratando de no mostrar miedo a su hermano. ─ No, tú no eres mi hermano, ¿Quién eres?, mi hermano nunca me haría daño ─ Tristán con ojos llenos de tristeza agacha la mirada. ─ ¿Qué hiciste con mi hermano?, ¿Qué te hicieron para aceptar el trato? ─ en ese instante Tristán levanta la mirada hacia su hermana, ya con una expresión vacía, inescrutable. ─ No sabes lo que me hicieron, lo que tuve que pasar, Samara, las incontables torturas, ellos miran dentro de ti, rasgan tu alma solo para descubrir tu debilidad, moría por volverte a