Cap. 2.3

     Roland da la orden de arrastrar al mensajero a la celda, los cinco guardias bien armados intentaron sujetarlo, pero los guardias ya estaban inconscientes casi en un abrir y cerrar de ojos, los movimientos de combate que demostró aquel mensajero parecían no ser de este mundo.

     Por un segundo, la furia bulló en los ojos del extraño mensajero, cuando todos los guardias quedaron fuera de combate, el extraño habló con sus dientes apretados en un tono bajo y amenazador. ─ Si los quisiera muertos, señor Staghorn, ya lo estarían y no se hubieran dado cuenta, solo vine a advertir, si no escucha, tendré que llevarme a su hija, haré lo que sea necesario para ponerla a salvo ─. Roland ahora se encontraba pálido, pero del miedo, ¿Quién era este hombre?, al verlo combatir, era obvio que no era un simple mensajero, derribó a cinco guardias en pocos movimientos y sin moverse mucho de su lugar, sus guardias estaban armados, en cambio él, no tenía ni un cuchillo de untar, y aun así, los derribó con mucha facilidad y rapidez.

     La madre de Samara, con un profundo suspiro, se arma de valor para preguntar. ─ ¿Por qué mi hija? ─ Su hija debe mantenerse con vida, debe salvarse a como dé lugar, ella es la clave por la que esas legiones se acercan ─. El mensajero se da media vuelta, dirigiéndose a la salida, de pronto Roland se pone de pie. ─ Nos iremos al alba ─ No. Deben irse esta noche ─. Contradijo el hombre. ─ Tengo asuntos que ordenar ─ Si mueren, esos asuntos no servirán de nada. Esta noche partirán ─. Refutó el mensajero sin mirar, luego se retiró dejando la casa en silencio.

     Roland salió en su búsqueda a los pocos segundos de haberse retirado, sin embargo, al abrir la puerta no encontró a nadie, solo un patio con algunos guardias haciendo sus rondas, Roland pregunta a uno de sus guardias si no vieron al mensajero salir, ninguno supo dar respuesta, nadie vio nada, cerró de un portazo, subió las escaleras como alma que lleva el diablo llamando a su esposa, instando en que todos debían irse, incluyendo servidumbre, cocineros, todos; ordenó a su hija solo tomar lo necesario y empacarlo, y así lo hizo.

     Roland dio la orden de liberar a los prisioneros de las celdas, sin importar el delito que hubieran cometido.

     Subiendo las escaleras a empacar, se detuvo un instante a pensar a que dirección ir, su única familia se encontraba en el norte, sin embargo, esa posibilidad estaba descartada, al sur quedarían atrapados por la costa, así que solo se le ocurrió ir al este.

     Ambas mujeres subieron a sus habitaciones a empacar, Marie junto a su esposo y Samara corrió como nunca antes a sus aposentos. Recogiendo lo más esencial, Samara se fue deteniendo poco a poco, prestando atención al oscuro silencio de la noche, ninguna estrella, ningún grillo, ni luz de luna, nada, solo las luces de las velas eran la única iluminación que acompañaban el lugar. Afina sus oídos a los sonidos de la casa, nada, ni los pasos apresurados de sus padres, ni de los sirvientes empacando, simplemente nada.

     ─ ¿Mamá? ─. Llamó Samara desde su habitación tentativamente, poco a poco, Samara fue saliendo de la habitación rumbo a la habitación de sus padres, sus pasos silenciosos hacían crujir la madera suelta del piso. Al llegar al umbral, entrecerró los ojos para enfocar sus oídos y tratar de percibir alguna cosa, algún indicio de que sus padres aun seguían empacando.

     Sujetando con mucho cuidado el picaporte, pudo ver en el espejo a su padre a horcajadas sobre algo, ¿Qué buscaba?, abrió lentamente la puerta para ver que tanto registraba su padre, pero para su sorpresa, su padre no estaba buscando nada, estaba comiendo algo, ¿era su madre a quien devoraba sus entrañas?

     El crujir de las bisagras reveló su presencia. Roland se giró bruscamente enfocando su atención en su hija, Samara se tapa la boca para ahogar un grito de horror que al final se volvió un jadeo, el pánico, el sudor y la palidez de su piel eran evidencia e indicios a las nauseas y el terror que le impedía siquiera gritar. Sosteniéndose de la jamba de la puerta, sus piernas tiritaban como palillos flácidos a punto de romperse.

     Con su madre allí tendida en el suelo, con su pecho y estómago totalmente abierto y su padre aun postrado a horcajadas en el suelo, con la ropa y boca llena de sangre y vísceras colgando entre sus dientes, sus ojos fríos y vacíos de toda vida, miraban con hambre inhumana a su hija. ─ ¿Padre? ─. Nombró Samara en un susurro que pareció más un sollozo.

     A cada paso que retrocedía Samara, su padre, Roland, se iba levantando lentamente como una bestia acechadora. Samara se enfila a la carrera, y detrás de ella, su padre persiguiéndola, lanzando bramidos como una bestia, Samara tiraba cuanto adorno o sillas tuviera a su alcance, entorpeciendo el perseguir de su endemoniado padre mientras ella gritaba su nombre, buscando la forma de que entrara en razón.

     Una mano le sujeta fuertemente por el codo, tira de ella tapando su boca y un gran martillo azota contra la cabeza de su padre, cayendo al suelo, inerte, muerto, con todos sus sesos desparramados por todo el suelo de madera y el martillo incrustado en su cabeza dando ligeros movimientos espasmódicos en su pierna y mano, Samara no pudo evitar sentir arcadas, vomitando inevitablemente la mano quien le tapaba la boca.

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