Samara se acurruca temblando en un rincón al ver a su propio hermano pararse delante de su celda, un silencio incomodo y tenso se produjo entre ambos. ─ ¿Quién eres? ─ pregunta Samara ahogando un sollozo, Tristán o lo que queda de su hermano, cierra los ojos reflexivamente, suspira profundamente, luego los abre para mirar a Samara con melancolía. ─ Soy yo, Samara. Tristán, tu hermano ─ Samara niega imperceptiblemente, con tristeza en los ojos y algo de ira, tratando de no mostrar miedo a su hermano. ─ No, tú no eres mi hermano, ¿Quién eres?, mi hermano nunca me haría daño ─ Tristán con ojos llenos de tristeza agacha la mirada. ─ ¿Qué hiciste con mi hermano?, ¿Qué te hicieron para aceptar el trato? ─ en ese instante Tristán levanta la mirada hacia su hermana, ya con una expresión vacía, inescrutable. ─ No sabes lo que me hicieron, lo que tuve que pasar, Samara, las incontables torturas, ellos miran dentro de ti, rasgan tu alma solo para descubrir tu debilidad, moría por volverte a
Unos pasos lentos hacen acto de presencia asomando el fornido cuerpo de su hermano con una expresión que solo podría describirse como despiadada, con una mano a la altura de sus costillas formando casi un puño. ─ Creo que eso no era lo que habías venido hacer ─ dijo Tristán con voz sombría. ─ ¡Perdóneme mi señor, no volverá a pasar! ─ En eso si estamos de acuerdo, no volverá a pasar ─ Tristán soltó su mágico agarre de aquella endemoniada mujer, la cual ésta salió a zancadas de allí lo que se podría decir sollozando, eso pensó Samara sin siquiera mirar el rostro de Tristán. Levanta sus ojos hacia su hermano, sin embargo, ya no miraba a su hermano, ni con dolor, ni con tristeza, compasión o lastima, ni mucho menos con el amor idolátrico con la cual siempre lo recibía, solo el puro odio emanaba de ella. ─ ¿Cómo pudiste, Tristán? ─ preguntó Samara con los dientes apretados. ─ Eres resistente hermana ─ No soy tu hermana ─ replica Samara aun con los dientes apretados aferrándose aún má
La celda se abre de un gran esfuerzo y un tirón, sin necesidad de una llave, despegándolas de sus goznes, manos salían de las otras celdas pidiendo a gritos poner fin a sus miserables y consumidas vidas, pero éste solo ponía atención en Samara. ─ Dragnan ─ dijo con asombro en un susurro, no sabía si alegrarse o sentirse aterrada, pudo ver que debajo de ese casco dorado con plata, el rostro de Dragnan no se asemejaba ni de cerca de la apariencia humana con la que lo conoció, Samara traga saliva con dificultad, ¿estará alucinando?, ¿será de verdad que Dragnan la vino a sacar de allí?, pudo ver que entre la armadura se hallaban magulladuras y grietas, signos de que una fuerte batalla había librado, un fluido espeso y negro brotaba de ellas. ─ Estás herido ─ dijo Samara en un jadeo preocupado. ─ No hay tiempo para eso. Hay que moverse ─ Samara sin perder tiempo, asiente humedeciéndose los labios secos y partidos, se coloca el hueso tallado en la parte de atrás sujetado con su pantaló
Dragnan comienza a agitar sus alas disminuyendo la velocidad, Samara cae sobre su trasero al momento en que ella toca suelo, se apoya sobre sus codos fulminándolo con la mirada, Dragnan cae postrado sobre una rodilla un par de metros más allá, viéndose muy débil y su respiración irregular. Samara corre en su auxilio, rodeando a Dragnan por la cintura y el brazo de él por su cuello, lo ayuda a levantarse y caminar adentrándose a las profundidades del bosque. Era de noche, las estrellas brillantes, millones de ellas, y ellos bajo un cielo hermosamente despejado, sin embargo el frío dejaba por sentado su presencia, Samara cae agotada junto a un Dragnan moribundo. ─ Pesas demasiado ─ protestó Samara resollando, quejándose mientras trataba de incorporarse, arrastra a su demonio protector hasta recostarlo sobre un árbol, la armadura de Dragnan se va evaporando lentamente hasta solo quedar con su túnica negra y el rostro humano y encantador con la que lo había conocido, solo la sangre o
Una carroza llena de artistas, transportaban cuadros y esculturas hacia un pueblo lejano, una mujer daba a luz dentro de una de las carrozas de la caravana ─ ¡Puja mujer!, ¡puja! ─ motivaba la matrona asistiendo el parto, el esposo de aquella mujer, sostenía la mano de su amada con fuerza brindándole apoyo, la mujer hace un gran esfuerzo pujando siguiendo las instrucciones de la partera. ─ ¡Puja, Carlota!, ¡con fuerza! ─ La mujer pujó con fuerza trayendo al mundo un nuevo ser, una niña nació, pero no se movía, no respiraba, por un momento la partera mira con desconcierto y tristeza al esposo de Carlota, cuando estuvo a punto de dar la noticia, la bebé da unos espasmos soltando un gran llanto en los brazos de la partera. ─ Es una hermosa niña ─ anunció la partera con asombro por el milagro, entregándola a los brazos de sus amorosos padres con una gran sonrisa llena de satisfacción, ambos la miran con un amor inmenso, la madre la toma entre sus brazos como si fuera una muñeca de la
Pietro se tomó un momento, no solo para calmarse, sino para estudiar cada frasco seleccionado por Paola, aún era casi imposible digerir que su hija haya hecho estos hallazgos con premeditada intención con tan solo nueve años de edad. ─ Ahora, mi bella bambina, ¿recuerdas el orden en que los mezclaste? ─ la niña mira los frascos, luego a su padre, vuelve asentir, y ya esto era el colmo de las bendiciones o casualidades, su padre no aguanta tanta emoción, ¡tanto en un solo lugar!, esto no podía estarle pasando, ¡es casi un milagro!, se levanta bruscamente mordiéndose el nudillo de su dedo índice y una mano en la cintura mientras caminaba de un lugar a otro, la niña ya estaba algo asustada, ¿será que su papá se estaba volviendo loco? ─ ¿Papi? ─ llama la niña temerosa ─ Dame un segundo, querida mía, tengo… tengo que pensar, si, tengo que pensar ─ se sienta un momento aun mordiéndose el nudillo, tamborileando con el talón del pie, nervioso y una expresión de angustia, lanzaba miradas
Ambas niñas corrían y jugueteaban por el jardín de la casa con una pelota, de pronto aparece la mamá de Mónica, la señora Farizzi, pidiéndole a las niñas acompañarla en hacer un recado al mercado, dada la confianza de ambas familias, Paola acepta gustosamente en acompañarlos, ambas se toman de las manos de la señora Farizzi, y cantando y riendo caminaron hacia el mercado. La niña miraba con curiosa fascinación los establecimientos, sobre todo las de hierbas, libros y artes, la señora Farizzi llama a Paola que se estaba quedando atrás, la niña corre hasta llegar al lado de la joven mujer, la mujer comienza a hablar con un señor de un establecimiento, la cual, la esperaba con una caja llena de productos, tales como frutas, vegetales y verduras, Mónica no se apartaba del lado de su madre, sin embargo, la mujer, al despedirse del mercader para enfilarse al señor de las carnes, se percata de que Paola no se encontraba por ningún lado, la señora Farizzi comienza a mirar por todas
Florencia 1519, ya han pasado diecinueve años desde que los Doménico se establecieron en Florencia, la niña Paola se convirtió en una delicada flor, le llovían pretendientes a granel, por tal razón, su padre Pietro, los tenía que ahuyentar a sombrerazos, su candidez, naturalidad y su alegría la hacían única entre todas las jóvenes de su edad, el centro de atención de todas las miradas y la envidia de otras, diestra con el pincel y la paleta, apasionada como nadie en el arte de pintar. Una carta es recibida por el padre de Paola, contando con el sello del maestro artista Alberti. Con las manos de Pietro temblorosas, llama a su esposa avisando de la respuesta del maestro, ambos ansiosos por saber la respuesta, a cada línea que trazaban sus ojos, se iban ensanchando cada vez más sus sonrisas y su emoción, su hija, Paola, fue aceptada para ser discípula del maestro Alberti, ambos se abrazan entusiasmados, Pietro besa la sien de su amada gritando de euforia. En la cena le darían