Samara se negó ese mismo día salir de su habitación a cenar, así que le llevaron la cena a su habitación, le dejaron la bandeja sobre su escritorio, ella se mantuvo todo el día acurrucada entre las sabanas de su cama, el dosel con su transparente tela de gasa cristal blanco, le daba la cobertura y privacidad que requería, se mantuvo apenas abierto, solo para dar una visión leve de que ella se encontraba en su cama con la vista perdida en la ventana.
A la mañana siguiente fue lo mismo, y el siguiente, y el siguiente. Las únicas diferencias, eran sus salidas para visitar la biblioteca y recibir sus clases, tal como había ordenado su padre, fue vigilada por un guardia, la cual, se mantuvo en la puerta, siempre alerta, de camino a su habitación, escuchó los rumores del castigo a su amigo Couslan, había sido azotado y llevado a las mazmorras, Samara empalideció ante la noticia.
Una noche, se escabulló para visitar a su amigo, ayudarle o darle ánimos de alguna manera, Samara no pudo evitar sentir culpa y pena por él. Evitando los guardias, ocultándose entre las sombras, pudo llegar donde se encontraba portando una capa negra con capucha.
Y allí estaba, tirado en el suelo cubierto de heno, un plato con un trozo de pan duro y mohoso, una taza con agua, y por sábana, un trozo de tela desgarrado como si unas bestias hubieran jugado con ella, Samara, en silencio coló entre los barrotes algo de comer, frutas, carne y pan suave, también, sacó una bolsa de cuero lleno de leche tibia. ─ Couslan… Couslan ─. Susurró llamando a su amigo, éste levanta la cara con dificultad, dejando ver a la poca luz mortecina de las antorchas, el rostro aun magullado. Samara traga saliva con dificultad al ver cuan hinchado tenía su rostro. ─ Samara, ¿Qué haces aquí? ─ Toma ─ ¡Me matarán…! ─ Si abres la boca. Toma y cállate, algo se me ocurrirá para sacarte de aquí ─ No ─ Couslan… ─ No lo hagas ─ Estás aquí por mi culpa ─ ¿Qué? ─ Él piensa que tu me metes ideas en la cabeza y no es así, las cosas que pienso es porque así las siento ─.
Unos pasos firmes de armaduras se acercaban, Couslan ahuyenta a Samara, obligándola a largarse, Samara se fue levantando poco a poco sin despegar la mirada de su amigo, hasta que se fue corriendo, ocultándose entre las sombras nuevamente, de vez en cuando ofrecía una mirada fugaz a la celda donde se encontraba aun tendido en el suelo, arrastrando poco a poco las cosas que le había traído bajo las mantas raídas.
Una mañana, después del desayuno, Samara paseaba por los pasillos de su casa, buscaba a su padre, éste se encontraba en su salón de trabajo, como un despacho con varios libreros, un salón enorme, su escritorio hecho de piedra, madera pulida y labrada a mano, un cuadro familiar detrás de él, un escudo con el estandarte familiar, y en el escudo, dos cuernos entrecruzados llenos de olivos y banderas con trigo, cruzado con dos espadas.
─ Samara ─. Saludó su padre con una sonrisa, aunque Samara pudo sentir el regocijo de su padre al verla, ella no compartió su emoción, simplemente fue… cortés. ─ Buen día, padre ─ ¿A qué debo esta visita? ─. Pregunta el padre de Samara con una sonrisa casual. ─ Quería hablar con vos ─ Vaya sorpresa, yo también quería conversar contigo, pero pasa, pasa, toma asiento ─. Samara entra en aquel enorme despacho, observando con desinterés aquel emblema familiar.
Tomó asiento en uno de los grandes sillones de su padre, con la espalda erguida y sus manos posadas delicadamente sobre su regazo, como toda una alta dama en espera de su padre, Roland se sirve un trago de licor y se sienta a su lado, solemne y una mirada llena de amor paternal. ─ Quería… ─. Roland se aclara la garganta. ─… Quería pedirte disculpas, hija ─ Yo quería, padre… ─ Por favor, hija, permíteme continuar. Sé que dije cosas horribles en aquella cena, y que el castigo… (suspiro profundo por la nariz), fue muy severo, pero sabrás y comprenderás que es porque te amo… ─. Samara enarca una delicada ceja levemente. ─ Vaya forma de demostrar amor. Azotando a un inocente ─. Pensó. ─… Y… y deseo lo mejor para ti, y… sabes que me preocupo mucho por ti y tu bienestar ─.
Samara mira las manos callosas de su padre, su rostro severo, su mirada profunda, aunque, ya no tanto, agacha la mirada para luego encontrarse con los ojos marrones de su padre nuevamente, los mismos ojos de ella, su hermano heredó los de su madre. ─ Yo… también, quiero disculparme, padre, sé que os dije palabras rudas y muy fuertes, no debí haberlas dicho, por tal razón, pido… pido de su perdón ─ Tenías todo tu derecho de estar furiosa, hija, pero… no creo que dures toda tu vida siendo soltera y sin hijos, no quiero que te parezcas a tu tía Kate ─. Una vaga y baja risa salió de ambos. ─ Qué no te oiga madre. ─ Será nuestro secreto. Retomando el tema, hija, tienes mi perdón, es más, no tenías que molestarte en pedírmelo, eres mi hija y te amo ─. Un instante de silencio llegó, por un segundo Samara dudó en exponerle su caso a su padre, pero debía decirle, ¿pero cómo?
─ ¿Algún otro asunto que requiera de mi atención? ─. Samara respira profundamente, tomando valor, cuadrando sus hombros y levantando su mentón. ─ De echo, padre, si, quería hablar con vos al respecto de un prisionero ─.
Volviendo su expresión dura y fría, el padre de Samara se levanta del sofá. ─ No. Mi respuesta es no, si es referente a ese muchacho ─ ¡Pero, padre!, ni siquiera sabéis lo que voy a demandar ─. Espetó Samara indignada. ─ Sé que quieres implorar su perdón y su libertad, y mi respuesta es no ─ Ya han pasado ocho días, padre, creo que ya ha aprendido lo suficiente, ¿Cuántos días tiene que sufrir para darse cuenta de su error? ─ Yo decidiré eso, yo decidiré cuanto es suficiente ─ Padre… padre os imploro su libertad, os prometo no volverle a ver, ni hablarle si es vuestro deseo. Padre por favor, su familia nos han servido bien durante muchos años, creo que su lealtad a vos es suficiente para merecer un atisbo de su misericordia, y si ven que lo ha perdonado… ─ Todos los familiares de los criminales correrán a mi para ser perdonados de sus crímenes ─ Papá, Couslan no ha cometido ningún crimen ─ Debió haberse mantenido lejos de ti, ese es su crimen ─ Es mi amigo ─ Es un sirviente que trabaja en las caballerizas ─ ¿Qué debo hacer para que sea perdonado? ─.
Roland se quedó muy pensativo, en silencio, sopesando las palabras de su hija, su petición. Ya los ojos de su hija se mostraban con signos de sus primeras lágrimas, Roland respira profundamente. ─ Te casarás en el solsticio de verano con el hijo de Lord Morrel ─ ¿Darrel?, pero… pero, ¡padre! ─ Ya está decidido, o te casas con Darrel Morrel o no lo liberaré, hasta entonces, él se mantendrá confinado en su celda hasta tu boda ─ ¡Pero faltan meses para el verano, apenas estamos entrando en el invierno! ─ Por más que insistió, no pudo convencer a su padre, cada argumento era tan inútil como el anterior.
Sin decir una palabra más, Samara sale del despacho de su padre, cierra la puerta con mucho cuidado, corrió por los pasillos sollozando hasta su habitación, para luego tirarse a la cama a llorar, llorar, llorar y llorar desconsoladamente hasta quedarse dormida para evitar el dolor y la decepción.
En la cena, todo transcurrió en silencio, ni una sola palabra salió de los labios de Samara, siempre con la mirada fija en su comida, los minutos parecían horas y las horas eternidad, únicamente el fuego de la chimenea era la única canción que se apreciaba en aquel silencio sombrío.
─ Roland, ¿Alguna noticia de Tristán? ─. Pregunta la madre de Samara para romper aquel silencio tan incómodo. ─ Aun no, supongo que recibiremos noticias cuando llegue a York, tiene que rendir reporte a su Majestad ─ Tengo entendido que su Majestad no rige en York, sino desde otro lugar ─ Son solo rumores, Marie, rumores para despistar la atención de posibles enemigos ─. Más minutos de silencio. ─ Samara, cielo, ¿Cómo estuvieron tus clases estos días? ─.
Samara levanta a duras penas la mirada de su plato humedeciéndose los labios, recorre con mirada inquisitiva el rostro impasible de su padre y la sonrisa amorosa de su madre, se notaba que a su madre le costaba mantener una conversación entre ellos. ─ Bien… madre ─. Fue lo único que logró decir Samara volviendo a concentrar toda su atención en su plato, moviendo la comida con su tenedor con desinterés. ─ ¿Bien?, ¿Nada nuevo has aprendido el día de hoy? ─. Preguntó Marie parpadeando, sorprendida por la respuesta tan corta de su hija, ¡solo fueron dos palabras!, eso no llegaba a ser siquiera una conversación, Samara levanta la mirada nuevamente forzando una sonrisa. ─ Lo siento, madre, es que… tantas tareas… tanto que aprender… a veces abruma, y no hallo por donde empezar ─. Marie se lleva un bocado de su comida, esperando a ver si su hija prosigue con la conversación. ─ Padre ─ ¿Mm? ─ Ya terminé de cenar, ¿Puedo retirarme a mi habitación? ─. Roland agita perezosamente su mano, autorizando a su hija a levantarse de la mesa. Entre aquel silencio sepulcral, con solo el sonido del crepitar del fuego de la chimenea, se oye el arrastrar de una silla, Samara se levanta en silencio saliendo del gran salón comedor.
Domingo por la mañana, hora de la santa misa, dentro de una carroza, Marie y Samara se dirigen hacia la catedral para recibir la palabra, la gente con carretas llenas de mercancías y otros productos, contemplaban desde las ventanillas la pintoresca aldea, el olor a tierra húmeda, sudor y la peste de los animales arrastrando cargamentos de lo que fuera que estuvieran llevando, gente gritando, ofreciendo de sus mercancías, otros conversando con otras personas, otros regateando con mercaderes, toda clase de personas acaparando las calles, mujeres, niños, borrachos, indigentes, todo un bullicio de un pueblo en todo su apogeo y ganas de surgir. Los primeros indicios del invierno acercándose se hicieron sentir, el respirar se volvía niebla en el rostro de Samara, abrigadas con pieles y vestidas con sus joyas, vestidos de algodón y seda de un azul pálido y un collar de esmeraldas adornando sus cuellos, acompañados con un corsé bien ajustado para denotar sus figuras, madre e hija iban a
La nieve comenzó a desatarse sobre la aldea, fue lo primero que vio Samara a través de la ventana al levantarse bien temprano por la mañana, una vista impresionante al apreciar toda aquella nieve delante de ella, el contemplar el cielo encapotado le recordó aquellos ojos de aquel hombre misterioso. Vistiéndose de blanco, abrigada con pieles color ceniza, Samara se enfila para pasear por los jardines, un sirviente dio anuncio de que una carroza había hecho parada delante de la gran casa, por ende, los gritos de advertencias de los sirvientes pasaron a ser ignorados por los oídos de Samara; corrió hasta al frente de la casa para ver quien había llegado, tenía su corazonada, pero quería estar segura, y así fue, su corazonada no le mintió, su amiga Sophie Gerald había llegado esa misma mañana tal cual como había dicho en sus cartas a principio de año, su vestido gris y azul pálido con encajes dorados le resaltaban los rizos de su cabello dorado, sus labios carnosos ligeramente rosado
El tiempo de visita de Sophie, para los ojos de Samara, fue algo tan efímero que lo pudo comparar con un parpadeo, la diversión y los chismes no parecieron ser suficientes, su estadía terminó en las vísperas del año nuevo, ella ya debía regresar a su país natal para compartir el año nuevo con su familia y su prometido, esa misma noche, justamente después de que Sophie se marchara en la mañana, para Samara, esa noche algo andaba mal, los grillos y animales nocturnos, de un momento a otro, dejaron de cantar y de pulular sus típicos ritmos, las estrellas se apagaron, era como si el mundo se hubiera detenido. Nada de viento, nada de ruido, nada de nada. Su primer pensamiento de preocupación fue para Sophie, pero su corazón se calmó, ya que iba escoltada, luego de un momento a otro, todo volvió a la normalidad, ¿Cuánto tiempo pasó?, nunca lo supo, sin embargo, varias noches se fue repitiendo lo mismo. Recibió el año nuevo junto a sus padres en una gran celebración, y esa misma noche,
Roland da la orden de arrastrar al mensajero a la celda, los cinco guardias bien armados intentaron sujetarlo, pero los guardias ya estaban inconscientes casi en un abrir y cerrar de ojos, los movimientos de combate que demostró aquel mensajero parecían no ser de este mundo. Por un segundo, la furia bulló en los ojos del extraño mensajero, cuando todos los guardias quedaron fuera de combate, el extraño habló con sus dientes apretados en un tono bajo y amenazador. ─ Si los quisiera muertos, señor Staghorn, ya lo estarían y no se hubieran dado cuenta, solo vine a advertir, si no escucha, tendré que llevarme a su hija, haré lo que sea necesario para ponerla a salvo ─. Roland ahora se encontraba pálido, pero del miedo, ¿Quién era este hombre?, al verlo combatir, era obvio que no era un simple mensajero, derribó a cinco guardias en pocos movimientos y sin moverse mucho de su lugar, sus guardias estaban armados, en cambio él, no tenía ni un cuchillo de untar, y aun así, los derribó con
Samara lucha para quitar la mano que presionaba su boca fuertemente, se estaba ahogando con su propio vomito, el hombre retira su mano haciendo un gesto de guardar silencio, Samara tosía tratando de recuperar su aliento y algo de aire para poder respirar, cuando Samara por fin presta atención a su salvador, se da cuenta de que era el herrero de los establos. ─ Gracias ─. Dijo Samara aun con voz entrecortada y algo ronca, aun tratando de respirar; el herrero asiente, ¿Qué rayos hacía el herrero de los establos en la casa?, de todas maneras no importaba, lo que importaba era que la había salvado de ser devorada por su padre, el herrero asiente en aprobación, sujetándola por los hombros con ternura, luego su agarre fue volviéndose más fuerte y apretado, lastimando sus brazos, Samara se da cuenta de que el rostro del herrero y su mirada se fueron volviendo vacuos, sombríos, cruzando sobre sus labios una sonrisa ansiosa y maníaca; bruscamente el herrero aferra contra su duro cuerpo a
Darrel da la orden para recogerla, unos hombres le ayudan gentilmente a ponerse de pie, los ojos de Samara, fijos en la nada, hacían notar el estado de shock en que se encontraba, no forcejeaba, no luchaba por estar lejos, su hermoso cabello trenzado solo era un manojo de hebras escapadas de su peinado. Su cuerpo tambaleante fue llevado dentro de una carroza, custodiada por muchos guardias con armaduras y armas raras, era la única forma en la que Samara pudo describirlos al momento de que un ápice de su cordura volvió a pisar la realidad, su primer pensamiento, y fue una pregunta que se formuló en su mente, antes de sumirse en la inconsciencia, ¿Dónde estás Tristán? Samara despierta en un dormitorio, obviamente no era el suyo, sin embargo le daba crédito por lo lujoso, acostada en una amplia y grande cama con dosel, con cortinas blancas y encajes dorados, sabanas de seda, un amplio ventanal que albergaba desde el suelo al techo, armarios y mesas de caoba pulida, contaba con
Un estruendo se hizo sentir desde las afueras de la casa, produciendo un ligero temblor, Darrel se sorprende por tal suceso, en cambio Samara sonríe maliciosamente. ─ ¿Te sorprende que te hayan traicionado?, es una pena que tu gente te haya dado la espalda solo por tenerme, tú mismo lo dijiste ─ ¡NO!, ¡Tú eres mía! ─. Un guardia se asoma por la puerta rindiendo informe. ─ La muralla sur fue penetrada, no hay sobreviviente, mi Lord ─. Otra explosión, otro guardia aparece a los pocos minutos informando sobre más cadáveres. ─ ¿Cuántos son? ─ Solo uno, señor ─ ¡¿Uno?! ¡¿Es un chiste?! ─ No señor, es un hombre con una armadura plateada, los está matando a todos ─ ¡Deténganlo!, ¡Ataquen con todo! ¡Quiero su cabeza! ─. Otro fuerte temblor, Samara aprovecha la situación para abalanzarse sobre Darrel, empujándolo y tomar su daga, en lo que se enfila a la huida, nota al lado, un estante de armas, y observa una fina espada con hoja negra y una empuñadura brocada en hilos de oro, los g
El silencio de la noche fría, el cantar de los grillos y el pulular de los animales nocturnos, el cielo estrellado, solos, solos con la compañía de luz de la luna y el crepitar de una fogata para mantener el calor en el medio de la nada, ocultos en un bosque espeso y profundo, una joven muchacha de piel acanelada, de ojos marrones claros y de cabello negro, tan negro como el ébano brillante, los ojos fijos en aquel hombre que le curaba las heridas, aplicaba pomadas elaboradas de extractos de hierbas y otras cosas, las cuales, la joven no pudo identificar, sin embargo, calmaron el dolor de aquellos moretones, cortadas profundas y raspones que bañaban casi todo su cuerpo delgado y delicado. La joven habló en un ligero susurro, ya que la curiosidad la embargaba con un sinfín de preguntas, ─ ¿Por qué me ayudas? ─ (silencio) ─ ¿Cómo te llamas? ─ al no obtener respuestas de aquel extraño hombre, decidió examinarlo para ver si lograba descubrir algo en él. Su armadura aun puesta, extra