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— Oh, Bill gracias a Dios que te encuentro —  Sarah se acercó hasta el automóvil detenido a medio camino de la salida del estacionamiento. Bill la miraba atónito, incapaz de creer lo que estaba pasando. Todo en ella estaba perfectamente igual a como la recordaba. El cabello castaño le llegaba hasta los pechos ondeando en el viento como el pelaje de un pura sangre, la piel blanca y reluciente, ligeramente bronceada en el cuello, un bronceado que a Bill siempre le había encantado; Sarah llevaba una blusa blanca traslucida que resaltaba sus generosos pechos, una falda corta color negro y un par de calcetas blancas y largas completaban la vestimenta. Era el mismo atuendo que Bill había visto muchas veces en las clases que llegó a compartir con Sarah.

— Sarah… que… — comenzó Bill

— Es lindo ver un rostro conocido – dijo la chica posando sus hermosos ojos color verde en Bill. — ¡Oh! Lo siento, que maleducada soy – añadió mirando a las acompañantes de Bill.

— ¿

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