Martha despertó sobresaltada. Sobre la frente tenía una fina capa de sudor. A medio levantar, apoyada sobre los codos, miró de un lado a otro tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba. Una cosa si sabía. Donde quiera que estuviera, el lugar era condenadamente frío; una corriente de aire helado se colaba por la ventana, agitando las cortinas y acariciándole la piel con dedos gélidos. La habitación estaba decorada con pósteres de bandas juveniles y con los flyers promocionales de algunas películas clasificación doble A; un par de lámparas de lava estaban frente al ancho mueble que contenía el televisor y media docena de cajones. El lugar olía a esencia de canela y sobre su cabeza, un ventilador de hélices acumulaba polvo y unas cuantas telarañas. Martha centró su atención en la puerta cuando escuchó voces provenientes de fuera. La p
Madeleine caminaba por la acera e iba tarareando una vieja canción que había escuchado en la radio cuando era una niña. No recordaba el título, pero sí que era una de las favoritas de su padre, que había muerto cuando ella apenas estaba en su más tierna infancia. Llevaba en su mano la bolsa con varios medicamentos de venta libre: analgésicos, aspirinas y antieméticos, además de un par de jeringas. No sabía porque las había comprado, pero su madre siempre solía tener jeringas de sobra en el pequeño botiquín de la casa. “Las inyecciones te curan más rápido, hija” – solía decirle cuando pequeña. A Madeleine le aterraban las agujas, pero, curiosamente, siempre que su madre solicitaba inyecciones, ella mejoraba notablemente. Las había tomado del anaquel más por un instinto que por una verdadera necesidad, pues r&aacu
— ¿Sabes dónde estás? – preguntó la voz de Setri.Brooke abrió lentamente los ojos. Se sentía adormilada, con las extremidades fatigadas como si hubiera caminado una enorme distancia. Asustada, miró alrededor. Su visión era un tanto borrosa y difuminada, pero reconocía perfectamente el lugar en el que estaba: Era una bahía. Una bahía solitaria de arena color ocre rodeada por enormes formaciones rocosas y de un oleaje escaso. Las aguas parecían estáticas por momentos, como si la luna hubiera dejado de ejercer su efecto de marea.Brooke reconoció la figura del hechicero de espaldas a ella y de frente al inmenso océano. Tenía el torso desnudo y las manos extendidas. Una trenza de enramado imposible le colgaba hasta la cintura. El hechicero se volvió y la miró con unos ojos que parecían más los huecos de una calavera. Solo
Martha abrió lentamente los ojos. Sentía una presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad, aunado a ello, una sensación aplastante invisible presionaba con fuerza su cuerpo contra la cama. Ya no sentía dolor, pero aquello era casi igual de horrible. Lo último que recordaba era a Bill sosteniéndola entre sus brazos ¿Le había besado la cabeza, mientras ella lloraba y se lamentaba? Le pareció que así había sido, o que, en todo caso, había sido un sueño muy bello.La casa estaba extrañamente silenciosa, no había rastro de las risas y ocurrencias de Madeleine, ni de la voz de Bill, que tan reconfortante le resultaba. Trató de incorporarse, pero la fuerza invisible que se lo impedía parecía no ceder ni un segundo su aplastante presión. Trató de gritar y tampoco pudo, a duras penas brotó de su garganta un leve
El mar de las ánimas estaba embravecido. Sus aguas se agitaban violentamente, creando olas cada vez más grandes y avivando a las criaturas marinas que lo poblaban. Brooke yacía empapada en las arenas, muy cerca de la orilla. El cabello se le pegaba al rostro de tal manera que reducía considerablemente su campo de visión. El cielo estaba teñido de diferentes tonalidades naranjas y rojizas y en el cielo, la luna parecía mirarla, como burlándose de su sufrimiento aprovechándose de su privilegiada posición en el cielo. Las cadenas que la sujetaban estaban fuertemente adheridas a las rocas y Brooke estaba cansada de forcejear. El mar seguía haciendo crecer su furia y lanzó contra ella una ola enorme. Brooke la vio venir, respiró hondo y aguantó la respiración mientras el agua golpeaba con fuerza su delgado cuerpo. La fuerza de la ola, fue tal, que, de no haber sido por las cadenas, la
La multitud estaba congregada frente a la enorme torre. El balcón más próximo al suelo se hallaba a unos diez metros sobre las cabezas de cientos de habitantes en el reino de las criaturas de la noche. Algunos eran feos, de rostros deformes y jorobas prominentes, pero la mayoría tenía un aspecto humano casi perfecto. De hecho, por la salvedad de las enormes alas que llevaban a sus espaldas, la mayoría podrían pasar por humanos, tal y como lo habían hecho Rob, Dean y Brooke durante años. El pueblo estaba reunido y el murmullo de sus voces podía escucharse a varios kilómetros a la redonda. Esperaban ansiosos la salida de la reina al balcón, pues no solo presentarían a los nuevos miembros de la guardia real, sino que por fin habría novedades acerca del futuro del reino y claro, hablarían de la batalla que estaba por venir.Los machos iban vestidos con pesadas e intrincadas ar
La ciudad que antes les había parecido esplendorosa y llena de vida, era en realidad un pequeño pueblo deshabitado y con cientos de autos abandonados en los garajes. En el lugar, hasta las mascotas estaban muertas y el aire se mezclaba con el hedor de los miles de cadáveres en descomposición. Bill despertó cuando Candy comenzó a gemir y lamerle el rostro. Miró a su alrededor y vio a las chicas aun dormidas sobre la dura madera del porche donde se encontraban. La casa era vieja y apestaba casi tanto a humedad como a podredumbre. Bill se puso en pie de un salto, miró a Madeleine y después a Martha. Parecían unas chiquillas que durmieran plácidamente. Bill se preguntó si quizá solo él había tenido esa pesadilla. Recordó el rostro sin vida y sin ojos de Sarah y sintió escalofríos. Vio al otro lado de la calle y allí estaba el auto con el que habían
— ¿Cómo pudo pasar esto?— Sencillo. Nos hemos confiado demasiado.Stacy estaba sentada a la orilla de un peñasco con las piernas balanceándose en el vació. Setri estaba de pie junto a ella y ambos miraban el horizonte, donde una mezcla de tonos grises y anaranjados ofrecía un espectáculo nunca antes visto sobre la Tierra.— Si las legiones deciden no participar en la batalla, lamento decir que nuestras probabilidades de éxito son escasas— ¡Eso no sucederá! – replicó Stacy poniéndose en pie de un brinco. El eco de su voz resonó en la lejanía.— Eso no podemos saberlo – dijo Setri — Debemos convocarlos cuanto antes. Debemos traer hasta aquí toda la caballería de los infiernos.El rostro de Stacy, más humano que nunca, denotaba una preocupación que alarmaba al propio
El día había llegado y alrededor de la Tierra miles de sobrevivientes se habían reagrupado formando pequeñas comunidades. Miles de hombres, mujeres y niños se esforzaban por reconstruir sus vidas, o lo que quedaba de ellas. Las abominables criaturas rastreras en forma de gusano habían desaparecido hacía solo algunos días. Aquellos hombres que escribirían la historia a partir de ahora contarían a las futuras generaciones (si es que las había) que ellos, los hombres, habían sobrevivido durante semanas en cuevas, en las cimas de montañas y cerros, y prácticamente en cualquier lugar en el que pudieran ocultarse pare evitar servir como alimento de gusanos; hablarían, también de lo duro que había sido sobrevivir sin apenas agua y comida. Sin embargo, lo más impactante del relato iniciaría tras el día en que una lluvia tan limpia e inofensiva como cual