DE MI ALIADA LA ÉTICA (4)

Nadie escuchó mis pasos. Nadie me oyó abrir la puerta de la habitación. Temblando un poco, observé a Adal vestido con pijama de short y franela, sentado en posición de loto sobre las alfombras donde rendía tributo a su deidad. Tenía los ojos cerrados y las palmas sobre las rodillas, sereno, como transportado a otra dimensión. Rezaba. El espacio estaba inundado por el resplandor del fuego que ardía en la chimenea. Caminé despacio hasta él y en seguida abrió los ojos y se sobresaltó.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó bruscamente—. Te dije que hablaríamos mañana.

—No he venido a hablar, Adal —dije con voz firme, una voz extraña que incluso no reconocía en mí. Él me miraba desde el suelo, algo desconcertado, intentando parecer valiente y no deslizar su mirada hacia el camis&o

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