DEL INFIERNO EN UNOS OJOS (2)

Adal se retiró y se sentó a mi lado, hundiendo la cabeza en los brazos que tenía apoyados en las piernas flexionadas. Yo me quedé tendida, cubriéndome con un cojín, curiosamente avergonzada, sintiendo como un fluido caliente brotaba de mí. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Todo parecía un sueño, un sueño que pronto se tornó tenebroso al percibir cierto aire de preocupación en él. Un sentimiento terrible se sobrepuso a mi felicidad, al amor que desbordaba de mi ser, que incluso quebrantado por su violencia al amar, lo hubiese adorado mil veces más.

—¿Qué te ocurre, Adal? —pregunté tanteando el terreno, sentándome a su lado a la vez.

—Esto está mal, Clarita, muy mal —musitó.

—¿Por qué? ¿Es que acaso no te gustó? ¿Ya no me quieres?

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