“Querida Clarita:
Me pregunto cómo estarás después de la partida de nuestra adorada Luisa. Estoy aquí solo en mi habitación, tan afligido y te aseguro que no puedo creer que una persona tan buena y bondadosa se haya ido. Me siento impotente lejos de todos ustedes. Quiero saber cómo están, cómo estás tú, especialmente tú. Sé que Luisa fue para ti como una madre, y más que la instrucción en la cocina, te dejó un valioso aprendizaje para la vida. Recordarla a ella me remite indefectiblemente a ti.
Tú llegas siempre a mi mente acompañando lo bello, lo sublime, lo intangible, en momentos especiales contra los cuales ni el tiempo, ni la distancia me separan de ti. Te confieso que he querido sacarte, pero no puedo, mi mente, mi corazón y mis ganas de ti se niegan como el sol a morir en el ocaso. Por grande que fuera mi deseo de escribirte,
Yo solía esperar en aquel puente por las tardes. Subía los peldaños y entraba en su arqueado camino. Andaba de un lado a otro, inquieta, esperando, unas veces detenida en el pórtico, otras veces escondida en un pilar. A través de la espesa niebla que flotaba sobre el río, intentaba distinguir su silueta en el valle verde y empedrado. Me preguntaba si vendría. Aún ahora, acodada en el puente una vez más, me pregunto si en verdad llegó. Voy incluso más allá, donde los recuerdos me trasladan y un suave y lánguido sonido se empieza a despertar. Lo escucho. Es el fluir de un arroyo tranquilo que avanza en la parte baja de la montaña. Va por ahí, sobrepasando obstáculos, esquivándolos, en un fluir lento y constante como la vida misma. Y en la orilla, mi reflejo. El reflejo de una niña de 12 años que mira vívidamente el agua y remueve renacuajos con un
Y era en el mundo secreto de los jóvenes dónde las “cosas” emergían de los pantalones de los muchachos. Pero aquello no se decía, ni siquiera se pensaba. Yo nunca había visto una, para colmo, carecía de fuentes fiables sobre su apariencia, salvo complicadas imágenes que nos mostraban durante la clase de educación para la salud y que insinuaban vagamente cómo podían ser por dentro. Ninguna de aquellas indicaciones me bastaba para poder hacerme una idea, y no podía buscarlas ni siquiera en mi familia o la religión. Los pocos consejos que nos daban sobre sexualidad, terminaban siendo complejos crucigramas, advertencias engañosas y terribles tratados de castidad. Algunos se nos instalaban de golpe y porrazo en el cerebro y nos hacían temer de las disposiciones morales que Dios establecía para nosotros en las leyes de la Iglesia o los Diez Mandamientos. Había tanto misterio alrededor de ese tema que yo sólo podía pensar que el demonio mismo se escondía en esos pantalones. Pululab
Aun así, con las piernas temblorosas y el corazón comprimido, empecé a caminar con Yule por la carretera, aferrada a la esperanza de encontrar algún camión lechero de los que solían pasar a esas horas al pueblo. Pero nada, nada pasaba. El camino largo y polvoriento empezaba a oscurecerse y las historias sobre brujas y demonios empezaban a aflorar en nuestras mentes y bocas. Se aproximaba el paso de la Piedra del Diablo, monumento simbólico creado por los habitantes de la aldea y los pueblos cercanos para referirse al lugar donde, supuestamente, un hombre había vendido su alma al diablo. Nadie quería pasar por allí después de las seis de la tarde y aunque unas niñas como nosotras, pobres y harapientas, jamás hubiésemos podido aspirar a ver la hora en un reloj; el canto del surrucuco y los colores rojos en el cielo, indicaban que nuestra hora estaba llegando. “¿Qué haremos?” le preguntaba angustiada a Yule. “¡Cerremos los ojos con fuerza y corramos!” ¡Vaya idea la de Yule! Cerrar los
Esa tarde no habría juegos después del colegio, ni exploración de nuevos caminos junto al río, ni cuentos sobre brujas y demonios, ni avistamientos de niños y “cosas”. Esa tarde vendría la tía Amanda. Lo supe apenas llegué del colegio, azorada y sudada, con mi camisita blanca y mi pantaloncito roído. “¡Hoy viene la tía Amanda! Apenas terminen, se me bañan y se entalcan”. ¿Entalcarse?, Esto es serio, pensé mientras almorzaba mis frijoles. No solíamos utilizar el talco de mamá a no ser que se tratara de una ocasión especial: un cumpleaños, una boda, bautizo o navidad. Conocía ese modus operandi. La tía Amanda era famosa por catapultar a los niños a la ciudad. Había nacido en la aldea, pero hacía años que trabajaba en el pueblo. Yo no pude menos que inferir que aquella combinaci&o
—Ah —dijo mamá—. Supongo que su inteligencia salvará a unos cuantos de mi ejemplo ahora. A diferencia de mí, usted es bastante superior en muchos aspectos y supongo que por eso vino aquí. Hágame un favor y me explica por qué razón noto que es usted quien quiere disponer de la vida de mis hijos tal como lo haría una orgullosa como yo.—El cerebro todavía te sirve para pensar, parece —murmuró tía Amanda—. ¿Quieres explicaciones? No puedo dártelas, porque justamente lo que quisiera explicarte es indecible.—Ahora se volvió una samaritana de golpe. No ha venido a traer dulces ni a hacer felices a los niños, ni a reprocharme en cara mis desgracias, gorda de mierda. No, no ha venido a eso.—Menos mal que ni tú ni yo somos rencorosas, porque de lo contrario, alguien no saldría vivo de aquí. Ni siqu
—Clarita... Tiene 15, mucho mejor que Emiliana. —¡Está loca, Amanda! Aunque parezca mayor es solo una niña de 12 años. —¿12 años? Espera... —Se calló un momento y luego continuó—. Definición de niño o niña... —¿Qué es eso? —preguntó mamá. —Un libro legal. Te explico: Clarita no es una niña. Aquí dice que un niño o niña es una persona con menos de 12 años de edad. Reinó un silencio sepulcral y de golpe, escuché un objeto caer pesadamente sobre la mesa. —Igual me cago en esta historia y que se la lleve el viento —prosiguió tía Amanda—. Este es el momento, Alma. Clarita los quiere porque es una niña, pero dentro de muy poco tiempo empezará a cuestionarse la vida tan mediocre que le han dado y los odiara por eso. Yo lo puedo cambiar, Alma. Además, pronto saldrá de su crisálida como una hermosa mariposa y sabes lo que eso significa. No es muy agraciada ahora, pero es distinta a las muchachas de este pueblo tan insípidas con esa contextura g
—Está bien, no es una cobarde, Clarita —agregó con simpatía—. Pienso más bien que tiene miedo del futuro, de no saber lo que pueda ocurrirle o ¿no? No contesté nada. Aunque no entendía a qué se refería, eso del futuro empezaba a intrigarme. —Uno cree que el futuro es algo no va a comenzar jamás —prosiguió—. Y de pronto, en medio de un día cualquiera, el tren llega a su puerta y se encuentra ahí, de pie, temblando de miedo sin saber qué hacer. Entonces ¿qué pasa, Clarita? Dígame qué pasa. —Yo no lo sé... —Sencillo. Toma una decisión, eso es todo. Siempre ocurre así, tiene que decidir —agregó y me miró con franqueza—. ¿Pensó que alguna vez se le presentaría la oportunidad de marcharse? Me sentí culpable. Cuántas veces había deseado largarme y no ver nunca más a mi familia. Dios mío. Lo había deseado. Y ahora el milagro se había llevado a cabo... ¿o el castigo? ¡Dios mío! —¡Lo lamento, Mauricio! ¡Lo lamento tanto! —imploré rápidamente, in
En algunos países como la India, China, Japón y Pakistán, así como en algunas partes de América Latina, todavía se practica lo que se conoce como matrimonio arreglado, un tipo de unión marital donde los contrayentes, es decir, los novios, son elegidos por un tercero en vez de por ellos mismos. Las razones son diversas. Muchas de ellas responden a motivos de tradición, costumbre o religión. Así, podemos ver matrimonios de una misma casta, consanguíneos o no. Se pueden pagar deudas pendientes ofreciendo a la joven virgen de la familia –de 5 a 12 años de edad– para casarla con el hombre acreedor. En algunos casos, se prohíbe el matrimonio con una pareja de diferente religión. Incluso, en muchas culturas, las hijas son valiosos productos en el mercado matrimonial, puesto que el novio y su familia deben pagar en efectivo y bienes el derecho a casarse con éstas. –Conv