DE LO DURADERO 3

—Clarita... Tiene 15, mucho mejor que Emiliana.

—¡Está loca, Amanda! Aunque parezca mayor es solo una niña de 12 años.

—¿12 años? Espera... —Se calló un momento y luego continuó—. Definición de niño o niña...

—¿Qué es eso? —preguntó mamá.

—Un libro legal. Te explico: Clarita no es una niña. Aquí dice que un niño o niña es una persona con menos de 12 años de edad.

Reinó un silencio sepulcral y de golpe, escuché un objeto caer pesadamente sobre la mesa.

—Igual me cago en esta historia y que se la lleve el viento —prosiguió tía Amanda—. Este es el momento, Alma. Clarita los quiere porque es una niña, pero dentro de muy poco tiempo empezará a cuestionarse la vida tan mediocre que le han dado y los odiara por eso. Yo lo puedo cambiar, Alma. Además, pronto saldrá de su crisálida como una hermosa mariposa y sabes lo que eso significa. No es muy agraciada ahora, pero es distinta a las muchachas de este pueblo tan insípidas con esa contextura gruesa, cabello negro y piel blanca. No. Es morena y delgada como el tío Justo. ¿Te acuerdas cuando decían que la niña era producto de tu infidelidad? —Y lanzó una carcajada maligna que nos asustó. 

—Y cuando insisto en que está loca —increpó agriamente mamá, como perdiendo la paciencia­—. Es porque a su famosa humanidad parece habérsele aflojado un tornillo.

—Guárdate todas esas excusas para tu orgullo mal curado, si quieres —dijo tía Amanda, riendo—. En el fondo sabes que no quieres dejarla ir porque comprobarás muchas cosas, como por ejemplo, todo lo que pudiste haber sido tú...

No dudé en romper la escalera humana y atravesé el patio de piedra mientras el mundo se derrumbaba a mi alrededor. ¿Por qué odiaría a mamá y a papá? Pensaba internándome en los camburales. ¿Cómo es que me voy a transformar en una mariposa? Me llevarían, sin duda. Apretando el estómago contra los brazos hasta sentir que ahogaba un horroroso sentimiento, escuchaba la hojarasca seca bajo mis pies y dejándome caer lentamente entre las matas, me repetía mil veces que aquello no podía ser cierto. Pensaba que en el peor de los casos, podría tener la clave del éxito, pero eso no sería posible porque mamá no me dejaría ir. ¿La clave del éxito a manos de tía Amanda, con su boca sucia y manchada, volcando odio desde toda su humanidad? ¡Eso debía ser el infierno! De golpe, cerré los ojos y vi a mamá tierna y amorosa. Me tranquilizaba enormemente el hecho que nos defendiera hasta el final, aunque el mundo se le hubiese estado desmoronando con nosotros dentro, con ella dentro, el mundo de orgullo que había dibujado para sobrevivir y que no admitía castigos ni lección y que por razones obvias, mantuvo junto a papá. Pero si ahora, por alguna oscura conmiseración, ella accediera a que me llevaran solo para que yo pudiera ser lo que ella no pudo y así castigar a tía Amanda... ¡Dios mío, no!

De pronto escuché que me buscaban. Gritaban mi nombre entre las cercas. “¡Clarita!” Bueno, si me quedo aquí, quizá tía Amanda se canse de esperar y se marche. Y estaré bien, estaré muy bien, de todos modos, mamá no me dejará ir. Vamos, Clarita, ni siquiera lo pienses. Pensaba. Y felizmente liquidada, jugando a un agónico “escondite”, ví llegar a mi hermano Mauricio quien se reía amorosamente, mirándome entre dos ramas. Mauricio me quitó una mariquita que caminaba sobre mi pelo y se instaló cómodamente a mi lado, en el suelo y me preguntó qué me ocurría. Cómo explicarle que para mí el futuro se presentaba como un horrible abismo y que el último acto que en mi defensa podía dar, era jugar al escondite, jugar para después quizá, ganar, para después, quizá, permanecer junto a ellos. Solo necesitaba mucha imaginación y paciencia para ocultarme hasta el final, resistir, incluso por encima de mi miedo y ansiedad. Resistir para salvarme de ser encontrada, correr, llegar a ese lugar seguro llamado “casa” donde finalmente saldría victoriosa. Lo malo es que justamente, mientras resistes y buscas ese lugar donde estar a salvo, se acaba la infancia de golpe, te despiertas del sueño brumoso, y empieza la vida real, la falsa, la útil, la que vives en conveniencia con otros, esa que termina por sepultarte con todo y tus sueños de niña.

—¡Prometo portarme bien, Mauricio! —exclamé temblando y temiendo que me entregara a las garras de tía Amanda—. ¡No volveré a llegar tarde a la casa y haré toda la tarea!

—¡Se va, Clarita! —dijo, como si estuviera lanzándome un piropo.

—¡No! —grité ronca de excitación—. Dígame lo que debo hacer, Mauricio. ¡Haré lo que sea!

—No se trata de eso, Clarita —dijo con amabilidad—. ¡No sea tonta! No había tenido nunca una oportunidad como esta.

—¿Con la tía Amanda? ¡No! Usted no la escuchó, Mauricio. Las cosas que dijo sobre papá...

—¿Estaba espiando? —preguntó fríamente.

—¡Santo Dios! —exclamé llevándome las manos a la boca al darme cuenta que la información que manejaba había sido extraída ilícitamente—. No irá a decírselo a mamá ¿verdad?

—¿Sabe que estuvo mal? —inquirió con su aire de hermano mayor, rebosante de sabiduría—. No quiero escuchar nada de eso.

En el silencio de los camburales me brotaron las lágrimas. Ya mi sitio de juegos había perdido toda su paz y seguridad. Todos los horrores del mundo se alzaban contra mí. Me dí cuenta de que no serviría de nada sobornarlo con promesas, pero aquello no podía suceder. Debía sincerarme con él.

—¡Tengo miedo, Mauricio! ¡Tengo miedo! ¡No quiero que me lleven! ¡No quiero dejarlos!

—La creía más lista, Clarita —dijo—. Solo los cobardes tienen miedo. ¿Usted es una cobarde?

—¡Pero, Mauricio! —exclamé desesperada, tomándolo de la manga.

Me entregué a mi desgracia y volví a llorar. Mi vida estaba destrozada y sólo el miedo y el peligro me esperaban. Entonces comprendí porqué Mauricio estaba allí. Era el único que podía hacer salir el sol en un cielo tormentoso y provocar un arcoíris vestido de palabras y ternura. Ese era su lenguaje.

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