Nos engañamos mutuamente. No había muralla que contuviera esa pasión ardiente y loca. Ahí nos encontrábamos, en el lugar donde éramos humanos, donde no existían las luchas, los resentimientos o las peleas. Al filo de la madrugada, bajo las cobijas y al calor de nuestros cuerpos pegados, posó sus labios en el lóbulo de mi oreja y fue recorriéndolos a lo largo de mi cuello, mientras yo sentía con delicia su deseo crecer entre mis nalgas, su respiración más fuerte y agitada. Bajó lentamente el camisón que me cubría y contempló a la luz de la luna mi desnudez de diosa. Continuó besando mi cuello y yo, presionando suavemente mi trasero contra él, sumida en la más profunda excitación, imaginaba su boca que provocaba estallar de besos y excesos, ver dónde se escondían allí su lengua, el goce, las palabras, la felicidad. Me e
Lloraba. Me sentía tan sola y perdida, pese a que estaba entre conocidos y gente de confianza, visitaba constantemente a mis padres, e incluso, me había vuelto más humilde y ayudaba a los débiles y vulnerables.Sabía que Adal era un espejismo del que me había enamorado, y de no ser por una revista que me mostró Emiliana y que no supe de dónde la sacó, yo no habría podido aceptar que él era real. Aparecía una fotografía suya en la portada de aquella revista, cuyo mensaje más llamativo decía: “Famosos alérgicos al amor”. Y lo vi otra vez, más sensual, maduro y endemoniadamente hermoso: el cabello largo rozando las orejas y la nuca, los ojos achinados de color café, las facciones finas y alargadas, la boca amplia y los labios delgados, la barba espesa y perfectamente cuidada, el traje elegante, la mirada fija y anhelante. Busqu&e
Alguna vez leí un ensayo de Fernando Savater, sobre la breve obra del poeta José Antonio Ramos Sucre, descendiente del Gran Mariscal de Ayacucho, prócer insigne de mi tierra natal. Hablaba también de una niña llamada Cecilia, de nueve años de edad, quien vendía agua para las flores que adornaban las tumbas del cementerio donde reposan los restos del poeta. Cecilia jugaba a las casitas en el cementerio con sus amigas. Su casa era la tumba de Ramos Sucre, la cual barría y adornaba con flores tomadas de otras tumbas porque en la de él nunca solía haberlas. Cecilia tenía ojos enormes y alborozadamente vivos sobre la piel muy morena, por cuya sombra viajaban antiguas culturas. Ella no conocía a Ramos Sucre, cuya obra apareció en el primer cuarto del siglo XX y alcanzó el pleno prestigio entre escritores y lectores hasta los años cincuenta.Perpetuamente insomne, t
Arrebatada por el insoportable desconsuelo de mi alma, le grité que eso no podía ser cierto, que no lo podía aceptar. En eso, aparecieron Romina y Clemente, cuyos brazos me sostuvieron cuando creí llegar al día de mi muerte también. Les pedí que me llevaran al apartamento de Jimmy y me alejaran de aquella horrenda y negra tierra de la tumba que ahora me separaba de él. Accedieron aunque no estaban muy seguros de dejarme sola, aun así, comprendieron que necesitaba estar sola en el espacio que alguna vez fue nuestro hogar. Llegué al apartamento con el mismo ánimo que me acompañó desde que me enteré de tan nefasta noticia, y me llamó poderosamente la atención lo fría y vacía que se sentía la casa a pesar de que todo seguía en su lugar. Yo ni siquiera sabía cómo Jimmy se había quitado la vida y tal vez no quería saberlo.
—Fue el día del concierto. Yo estaba en casa de Wendy, sabes, la rubia del club. Sintonicé como un loco el canal donde transmitirían el evento, la emoción no me dejaba estar quieto. Sabía lo mucho que Jimmy quería estar ahí, lo duro que había trabajado para conseguirlo, y lo mejor de todo era que su pieza favorita, El cisne blanco, fue incluida en el repertorio. ¿Has escuchado El cisne blanco, no? Es un clásico en el mundo de la animación japonesa. En fin, cuando el concierto empezó en aquel majestuoso teatro, con una orquesta sinfónica mezclada con músicos de rock, una gran pantalla, luces, efectos visuales, un público empuñando luces encendidas, la ostentosidad total; no vi a Jimmy como guitarrista principal, ni secundario, nada. Me extrañó. Pensé que solo tocaría El cisne blanco, pero ni siquiera eso, cuando t
Es inútil tratar de describir los seis meses que siguieron. Solo quisiera destacar algunos puntos de ese periodo oscuro y solitario de mi vida que me detuvieron en un negro tiempo de tortura y desesperación. Entre lágrimas y fantasmas me dormía y siempre lo soñaba. En mis sueños llegaba a su casa y lo encontraba ahí, sentado en su sofá, con sus vídeos juegos o en la terraza regando flores, y yo le hablaba, feliz de haberlo encontrado. Era singular que pocas veces o nunca me hablara. Nunca me respondía ni decía nada, aun así el pecho se me hinchaba de tal forma por el hecho de saberlo ahí, vivo, como si nada de esa pesadilla hubiese pasado. Otras veces lo veía salir de su edificio y pasaba a mi lado, no sin antes lanzarme una mirada con cierta tristeza mientras se alejaba, caminado lento y con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón. “¡Jimmy!” lo llama
Me sobresalté cuando me pareció oír su risa sarcástica y demencial, cosa de mi imaginación, obviamente. No fui capaz de entrar, como no fui capaz nunca de enfrentarla como se lo merecía. Entonces, miré la escalera que había subido y bajado un millón de veces cuando era niña. Descendí y casi sin pensarlo, entré en la habitación que algún día fue mía. Volví a mi niñez. La cama pequeña seguía ahí, con sus cobijas grises de lana y sus almohadas. La colcha que nunca me calentaba o me calentaba de más. Sonreí. El aparador con los regalos de Adal. La muñeca hermosa y lujosa de largos cabellos rubios y amplio vestido color melón seguía en la repisa. Los libros de Kafka, Sabines y Cortázar; las revistas cinematográficas y los discos de Guns N’ Roses, Aerosmith y Bon Jovi; esperaban que volvier
Aunque me doliera tanto, aunque tuviera miedo, aunque no obtuve de la vida todo que deseé, comprendí que podía reinventarme a mí misma, porque era libre y podía ser lo que se me ocurriera ser. Entendí que esa paz y esa tranquilidad que tanto anhelaba, era imposible de alcanzar porque el hecho de amar como yo amaba no lo permitiría jamás. Adal vino a revolucionar mi mundo y su presencia en mi vida marcó un antes y un después. Tenía todas las cualidades que me hicieron conocer el amor: su carisma, su pasión, su forma de ver la vida, esa magia que me hizo amar el mundo de la actuación y que me ayudó a salir adelante. Pero no era el hombre indicado para mí, como tantas veces me lo recalcó. Sin embargo, lo necesité para poder abrir los ojos, para entender que ese era el verdadero amor, la alegría, la nostalgia eterna de la separación. Eso era mi amor por &e
“Querida Clarita:Me pregunto cómo estarás después de la partida de nuestra adorada Luisa. Estoy aquí solo en mi habitación, tan afligido y te aseguro que no puedo creer que una persona tan buena y bondadosa se haya ido. Me siento impotente lejos de todos ustedes. Quiero saber cómo están, cómo estás tú, especialmente tú. Sé que Luisa fue para ti como una madre, y más que la instrucción en la cocina, te dejó un valioso aprendizaje para la vida. Recordarla a ella me remite indefectiblemente a ti.Tú llegas siempre a mi mente acompañando lo bello, lo sublime, lo intangible, en momentos especiales contra los cuales ni el tiempo, ni la distancia me separan de ti. Te confieso que he querido sacarte, pero no puedo, mi mente, mi corazón y mis ganas de ti se niegan como el sol a morir en el ocaso. Por grande que fuera mi deseo de escribirte,