Con Maya y Auri empecé a explorar esa nueva realidad. Ambas trabajaban y vivían en la hacienda. Maya era sobrina de Augusto, el esposo de tía Amanda y Auri, la nieta de Luisa, la cocinera. Estaban en la secundaria y me llevaban un par de años más. Maya era una estudiante sorprendente y parecía mayor de lo que realmente era. Ante los demás, se mostraba seria y madura, como una mujer adulta más bien. Pero entre nosotras se mostraba soñadora y enamorada. Lloraba constantemente por un primo mayor que había amado y abandonado cuando tenía 13 años. Para mí era extraño y no lo podía entender. ¿Cómo es que una niña de apenas 13 años podía enamorarse con tal intensidad de un primo mucho mayor? Lloraba, lloraba mucho, destiñendo con sus lágrimas la tinta de los corazones que dibujaba en un papel. M & M escribía. Miguel & Maya.
—Y él es su hijo Gustavo —añadió entre risas bobas—. Gustavito, para diferenciarlos.Y él extendió su mano de manera amistosa y cordial, con una chispa especial encendida en los ojos. Pero antes de que yo pudiera darle mi mano, el hombre agregó:—Entonces, ¿es con ella con quien te vamos a casar, Gustavito?—¡¿Qué?! —exclamé inmediatamente, escandalizada y en ese momento se concentraron toda mi repugnancia y aversión y las vomité en forma de un grito estridente—: ¡Qué asco!Todos pusieron una cara como para petrificarla con spray. Tía Amanda me lanzó una mirada que para mí encerraba todo el odio y el desprecio que me tenía sólo por ser hija de mi mamá.—¡Ah caray! —exclamó el hombre, sonriendo—. Nos salió resabiada la muchacha,
“¡Vamos rápido que todavía no llega!”. Me negué un buen rato, pero esa chica era tan elocuente que terminé cediendo a su petición. En fin, había que salir escondidas de la hacienda, subir al pueblo que quedaba tan cerca, a menos de un kilometro, atravesar el paso malo bajo el sol inclemente de las dos y media, y arriesgarnos a que lloviera y se arruinara el camino como siempre.Ya en el pueblo nos refugiamos a la sombra de un balcón. Auri preguntó a un amigo por Pablo y éste le indicó esperarlo donde siempre. Conocía ese lugar, un pasillo maloliente ubicado entre dos casas detrás de la plaza. Me quedé esperándola bajo la promesa de largarme si no volvía en diez minutos. Quince, veinte, treinta. Auri no llegaba. Me invadió una verdadera desesperación y salí a buscarla. Una vez frente al pasillo, decidí entrar y salir con la mayo
Me enamoré violentamente.No puedo definir la fuerza con la que ese rayo estalló en mí. Sin el menor aviso, aquel hombre se me instaló en el alma en el último día inmortal de mi niñez, reduciendo todo lo que había vivido en mis 12 años, a ese momento. Mientras saludaba a los trabajadores y avanzaba lentamente hacia tía Amanda —que por suerte o para mi desgracia estaba junto a mí—, yo temblaba ante su proximidad, sintiendo mi cuerpo como de arena, desintegrándose en un torbellino avasallante que estremecía el lugar. Cada rasgo, cada detalle de su deslumbrante presencia, yo lo captaba al son de los latidos desenfrenados de mi corazón: la impresionante altura, el cuerpo robusto, el pelo negro y corto, revuelto, la piel blanca y sedosa, las facciones finas y alargadas. Y sus ojos. ¡Sus ojos! Eran como achinados y de color café. La franela blanca, el pantal&oa
Así que me vestí con la braga rosada que tanto me gustaba, mi suéter naranja y me hice una colita alta en mi pelo alborotado.Cuando me dirigía a la cocina y observé el patio central, noté que todos estaban emocionados, hablando y moviendo cosas de aquí para allá. Había sillas, mesas y bancos regados por todos lados. Aquel patio que solía ser un espacio vacío y desolado, mágicamente adquirió vida. Era obvio que la reunión de Adal con los trabajadores era un acontecimiento muy importante. Tal celebración ameritaba de una comida especial, por lo que tía Amanda mandó a preparar lomo de cerdo al ron. “¿Y a ti que bicho te picó?” preguntó Auri, detallando mi pinta mientras nos colocábamos el delantal entre el montón de mujeres que animaban la cocina, bromeando y cuchicheando cosas sobre Adal. No le contesté nad
Tía Amanda y su esposa lo seguían, intentando en vano calmarlo. Tenía el aspecto de estar muy molesto y a punto de sollozar. “¡¿Es que no hay nada aquí?!” exclamó mientras las demás no sabían qué hacer. Buscaba y buscaba, destapaba ollas y abría alacenas, estresado y murmurando. Entonces, sin siquiera pensarlo, le acerqué tímidamente un plato con papas fritas por el mesón. Él lo tomó, mirándolo con una especie de ternura dolorosa y dijo: “Gracias” y se sentó a comer a la mesa, y nosotras nos quedamos expectantes, mirando cómo se comía las papas con unas ganas tremendas y se limpiaba la lengua de vez en cuando, repitiendo que las vacas eran sagradas.Adal tenía 32 años cuando lo conocí. Todas las historias fantásticas que sobre él había escuchado, quedaron reducidas a un mont
Así pues, pasé de ser una niña feliz y despreocupada, a ser una niña enamorada que trabajaba y que además, estaba obligada a cumplir con un matrimonio arreglado. ¡Y es que los planes de tía Amanda iban en serio! Cuando el compromiso se hubo hablado, luego de varias visitas de pesadilla a la casa de la familia “Tabo” y un poco antes de cumplir 13 años, Gustavito planificó y comenzó su ataque. Todas las tardes cuando regresaba de la escuela, me esperaba entre el frío y la niebla trepado a los muros de la hacienda. Desde allí me siseaba y me bajaba maltas y galletas sujetadas a una cuerda. Yo lo recibía exasperada, dando un puntapié al café tendido en el patio y en un último arrebato, me dirigía recibirlo bullendo internamente de rabia e indignación. Con un enorme esfuerzo, simulaba que me gustaba y seguía aquel juego insoportable y deshonroso
—Y ¿qué es este lugar? —inquirió maravillado, mirando el puente—. Llevo casi un mes recorriendo todos los espacios de la hacienda y no me había topado con esto.—¡Ah, es mi lugar especial! —respondí emocionada—. Solo yo vengo aquí. Mira qué puente tan bello, todo de piedra. Parece sacado de un cuento de hadas.—Del reino de muy, muy lejano. Sí. ¿Cómo conseguiste este lugar?—Bueno, cuando llegué aquí no sabía qué hacer. Así que me puse a explorar. Explorar es uno de mis pasatiempos favoritos. Solía hacerlo con mis amigos de la aldea. Yule, Alex y Denis, pero ni siquiera se despidieron de mi cuando me marché —agregué con cierta tristeza—. En fin, me puse a explorar y descubrí este lugar. Jugué como nunca ese día, aunque ahora ya no hay tiempo para eso.
Quizá debí preguntarme si lo que estaba experimentado, tenía algo que ver con las historias escandalosas que se contaban en el patio de la escuela, o con los juegos inofensivos de los primos o con los besos y toqueteos indiscretos en los pasillos oscuros y malolientes. Pero no fue así, porque después de analizar todo aquello, nada pudo señalarme mejor el camino y la revelación llegó a mí de manera natural y espontánea.Una noche de negro insomnio, estaba en mi cuarto y pensaba en Adal, tanto que ya estaba harta de hacerlo, pero no podía parar. Desde que había llegado a la hacienda hace dos meses, se había convertido en lo primero que pensaba cuando me levantaba y en lo último cuando me acostaba. Hacía un frío del demonio que nadie podría entender, de esos que no te dejan mover el cuerpo y te entumecen los pies. Esa noche yo sentía la ropa mojada y las