Tía Amanda y su esposa lo seguían, intentando en vano calmarlo. Tenía el aspecto de estar muy molesto y a punto de sollozar. “¡¿Es que no hay nada aquí?!” exclamó mientras las demás no sabían qué hacer. Buscaba y buscaba, destapaba ollas y abría alacenas, estresado y murmurando. Entonces, sin siquiera pensarlo, le acerqué tímidamente un plato con papas fritas por el mesón. Él lo tomó, mirándolo con una especie de ternura dolorosa y dijo: “Gracias” y se sentó a comer a la mesa, y nosotras nos quedamos expectantes, mirando cómo se comía las papas con unas ganas tremendas y se limpiaba la lengua de vez en cuando, repitiendo que las vacas eran sagradas.
Adal tenía 32 años cuando lo conocí. Todas las historias fantásticas que sobre él había escuchado, quedaron reducidas a un mont
Así pues, pasé de ser una niña feliz y despreocupada, a ser una niña enamorada que trabajaba y que además, estaba obligada a cumplir con un matrimonio arreglado. ¡Y es que los planes de tía Amanda iban en serio! Cuando el compromiso se hubo hablado, luego de varias visitas de pesadilla a la casa de la familia “Tabo” y un poco antes de cumplir 13 años, Gustavito planificó y comenzó su ataque. Todas las tardes cuando regresaba de la escuela, me esperaba entre el frío y la niebla trepado a los muros de la hacienda. Desde allí me siseaba y me bajaba maltas y galletas sujetadas a una cuerda. Yo lo recibía exasperada, dando un puntapié al café tendido en el patio y en un último arrebato, me dirigía recibirlo bullendo internamente de rabia e indignación. Con un enorme esfuerzo, simulaba que me gustaba y seguía aquel juego insoportable y deshonroso
—Y ¿qué es este lugar? —inquirió maravillado, mirando el puente—. Llevo casi un mes recorriendo todos los espacios de la hacienda y no me había topado con esto.—¡Ah, es mi lugar especial! —respondí emocionada—. Solo yo vengo aquí. Mira qué puente tan bello, todo de piedra. Parece sacado de un cuento de hadas.—Del reino de muy, muy lejano. Sí. ¿Cómo conseguiste este lugar?—Bueno, cuando llegué aquí no sabía qué hacer. Así que me puse a explorar. Explorar es uno de mis pasatiempos favoritos. Solía hacerlo con mis amigos de la aldea. Yule, Alex y Denis, pero ni siquiera se despidieron de mi cuando me marché —agregué con cierta tristeza—. En fin, me puse a explorar y descubrí este lugar. Jugué como nunca ese día, aunque ahora ya no hay tiempo para eso.
Quizá debí preguntarme si lo que estaba experimentado, tenía algo que ver con las historias escandalosas que se contaban en el patio de la escuela, o con los juegos inofensivos de los primos o con los besos y toqueteos indiscretos en los pasillos oscuros y malolientes. Pero no fue así, porque después de analizar todo aquello, nada pudo señalarme mejor el camino y la revelación llegó a mí de manera natural y espontánea.Una noche de negro insomnio, estaba en mi cuarto y pensaba en Adal, tanto que ya estaba harta de hacerlo, pero no podía parar. Desde que había llegado a la hacienda hace dos meses, se había convertido en lo primero que pensaba cuando me levantaba y en lo último cuando me acostaba. Hacía un frío del demonio que nadie podría entender, de esos que no te dejan mover el cuerpo y te entumecen los pies. Esa noche yo sentía la ropa mojada y las
“Querida Clarita:Pedro ha venido a traer el dinero enviado por usted y no quise desaprovechar esta oportunidad. Dentro de dos meses viajaré al páramo para trabajar en la próxima cosecha de papas. Aunque se encuentra algo retirado del pueblo, está mucho más cerca que nuestra aldea, así que espero poder escaparme un par de días y visitarla. Ansío enormemente estrecharla entre mis brazos después de tan larga ausencia. No sabe cuánto la hemos extrañado durante este año e imaginar que pasaremos la navidad separados, nos parte el alma. De no ser por las maravillosas noticias que tía Amanda envía sobre usted, nos sentiríamos más tristes, pero sabemos que está muy bien y que no se equivocó al tomar aquella decisión. ¡Clarita, tomó el tren correcto!Pórtese bien durante su permanencia en la hacienda, mi que
Fue un proceso de intercambio cultural promovido principalmente por la tecnología que trajo consigo desde la ciudad. Antes de su llegada a la hacienda no teníamos aparatos reproductores ni televisor, cuando mucho, la señal intermitente de una radio que trasmitía las noticias y la música local. Así que a través de música y películas, Adal nos fue metiendo en su mundo sin pretender meternos en él, aunque nosotros también lo metiéramos indirectamente en el nuestro. Gracioso, ¿no? Hablo de que mientras él escuchaba nuestra música campesina o comía nuestras comidas típicas –las que no tuvieran como ingrediente carne de res–, nosotros escuchábamos su música, veíamos sus películas y conocíamos de la literatura universal. De la mano de Adal conocimos grupos clásicos del rock como Led Zeppelin, The Beatles o The Rolling S
—Lo que pasa es que todavía no te sientes poeta —decía Andreina, hamacándose suavemente en el cenador—. Dicen que para escribir de amor tienes que estar enamorado o con el corazón roto...—Y no sé cuál de las dos es peor —agregó Adal, revisando algunos libros en el suelo.—Bukowski —dijo Andreina—. El último poeta maldito.—Sí —asintió Adal, acercándome un libro—. Deberías empezar a leer a Bukowski, Clarita.—Pues no me gusta la poesía —dije sentada en las escaleras, leyendo y perdidamente molesta por la presencia de Andreina en el puente—. Además, no estoy enamorada ni tengo el corazón roto...—Sin contar que eres demasiado niña —añadió modestamente Andreina.—¡No soy una niña! —exclamé mir&
Ya en la noche de navidad, me hallaba en la puerta de la cocina mirando hacia la sala como si contemplara algo que no había visto jamás. Con las manos en la cintura, aplacando los pliegues del voluminoso vestido rojo que llevaba, observaba prácticamente inmóvil la decoración: el magnífico pesebre imitando cumbres y montañas, valles con rebaños pastando, cascadas y lagos circundando la choza donde María y José, y la mula y el buey, aguardaban el nacimiento del Niño Jesús. Una inmensidad completamente cubierta de luces y un árbol rodeado de los regalos que compró Adal. Sin embargo, ante mis ojos, más allá de la pomposa decoración de navidad, brillaba mi íntima aspiración por la felicidad, ahora tan lejos de mi familia, pero tan cerca de lo que parecía ser el amor de mi vida.La entrada de tía Amanda por la puerta posterior interrumpi
Allá por los primeros meses del año 1996 ya era toda una rebelde. Tenía yo 16 años y había fundado en el liceo católico donde estudiaba, algo que llamaba “reforma cultural”. Éramos unos cuantos alumnos, incluidos los siete del clan, quienes sosteníamos que el riguroso programa de estudios del liceo tenía que cambiar. Se daba por implícito que nuestras exigencias solo buscaban atentar contra los contenidos y métodos de la doctrina de enseñanza que había imperado por siglos y a la cual, todo estudiante recatado se debía apegar. Fuimos tildados de insurrectos, pecadores y hasta blasfemos, incluso nuestras intervenciones en clase –bastante traumáticas para nuestros profesores, un tanto divertidas para nosotros– eran vetadas y ridiculizadas. Porque no había sitio para nosotros en aquellas aulas, donde jamás se hablaba de lo que nos gustaba o