DE UNA RUEDA SIN FIN (1)

Me llevó a su cuarto en los brazos, tiernamente, como quien lleva a un niño que se ha quedado dormido. Me acostó sobre la cama y mis manos nerviosas reposaron sobre mi pecho. Todavía llevaba la impresión que me había causado nuestro primer encuentro. Pero Adal me miraba maravillado, quitándose la franela y el pantalón, y cuando estuvo desnudo frente a mí, asustada, volví la vista a su cara. Me aseguró que esta vez no dolería y me pidió que lo mirara. Sostenía su “cosa” en una mano y con la otra, me hizo arrodillar frente a ella. Yo no sabía qué hacer y debo admitir que su cercanía me provocó cierta repugnancia y pavor. “Tócala ahora” me dijo. Yo no tenía ni idea de cómo manipular aquel objeto. Hice lo que pude y ligeramente la acercó a mi boca y me pidió que la besara.

No solament

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