DE MI ALIADA LA ÉTICA (3)

—¿Lo ve, Clarita? —reflexionó, Gustavo—. A las mujeres no les importa nada. Cuando deciden darnos la espalda, ni que lo vean a uno desangrándose en una cloaca, lo van a ayudar. Eso aplica para amigas también, no se le olvide.

Escondidos en la vega de un río ancho y empedrado, sumidos en la más profunda oscuridad, escuchábamos el fluir furioso del agua y los ronroneos de gato producidos por Auri y el de ojos de perros, que se besaban y manoseaban en el asiento de atrás. Gustavo había estacionado en un lugar apartado, cubierto de vegetación y apagado todas las luces del auto. Aguardábamos asustados a que los hombres de pueblo se pudieran presentar. Yo me sentía angustiada, pensando en lo que podría haberle ocurrido a Maya. Gustavo tomaba de una botella de miche como si fuera agua. Auri y el de los ojos de perro se bajaron del auto rendidos ante un frenesí espantos

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