DE LOS CAMBIOS Y EL TIEMPO (1)

De lo único que estaba convencida desde mi llegada a la ciudad, era que no quería volver a ver a Tía Amanda nunca más. Sin embargo, la visita de Pedro movió mis cimientos. Corrí a saludarlo al verlo parado a la puerta, con las más rara figura que pudiera imaginar. Había venido cargado de un pequeño bolso, una chaqueta arrugada y curtida que hacía juego con sus anchos pantalones pardos, el cabello en el más desconsolado abandono que haya visto, aquella tez pálida y rosácea, y los botines de cuero lustrados que parecieron sorprender mucho a Roberto. Me apresuré a descargarlo de toda la información, aprovechando para mirar severamente a Roberto quien sentado en unos de los sofás de la sala, miraba a Pedro como si fuera una atracción circense, cosa que por poco nos hace pasar de insolentes. Ofrecí a Pedro asiento, mientras escuchaba con el alma en vilo lo que vin

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