DE LAS NIÑAS QUERIDAS (3)

Me miró indignado, moviendo la cabeza con triste ademán y en un arranque de furia, espetó:

—Es increíble en lo que te has convertido...

—Y tú eres un malagradecido... —solté, clavándole mi mirada vidriosa—. ¡Infame!       

Me lanzó una mirada dura y salió de la casa, obstinado, terminando así con mi entusiasmo. Confusa, con lágrimas en los ojos, me senté a la mesa y lloré por todas las cosas que en años no había llorado. Luisa se me acercó y acarició mi cabeza tiernamente. Se ofreció a ayudarme a recoger la mesa y no la dejé, sabía que debía volver a cuidar el lecho de tía Amanda. “Lo haré yo, viejita —le dije—. Ve con ella”. Pasó un buen rato cuando me vi de nuevo en el lugar donde podía escapar de mis

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