¿Qué es lo realmente valioso en la vida y cómo conservarlo? Quien no se haya planteado espontáneamente esta pregunta, bien sea por una corazonada o intuición, terminará haciéndosela de todas formas, obligado por alguna desgracia o un revés atroz, por la enfermedad o la muerte. Aunque al final, la vida es la que enseña a vivir, seguiremos equivocándonos del mismo modo sin comprender que no hay reglas que versen sobre la manera de vivir, porque no hay ciencia en la vida, simplemente transcurre, indescifrable y misteriosa. Vivimos con una sensación de permanente miedo y zozobra, cuando en realidad todo lo que nos sucede es tan habitual y natural como el hecho de que se repite miles de veces en nuestra existencia. Entonces ¿por qué no podemos habituarnos a la naturalidad inevitable de lo que nos pasa? Día a día se producen noticias despiadadas que suceden en el mundo común: in
Súbitamente la voz de Adal se transformó. Ahora parecía fría y despectiva. Me estremeció.—Por Dios... —tartamudeó tía Amanda, sobresaltada.—Sí, es cierto. A partir de ese día ella empezó a correr peligro, ¿sabe? Estaba rondando apenas los trece años cuando puse mis ojos en ella. —Suspiró—. La sentí como el despertar de un susurro imperceptible, una pluma en el viento que se acercaba hasta mí. Me resistí, lo confieso, pero ni yo mismo me di cuenta que mis redes ya estaban tendidas, esperándola. Su piel era de cielo, su cabello de río y sus ojos eran como el sol, toda ella era una naturaleza salvaje y espléndida que me sacudía. Bueno, se veía triste y falta de cariño aquella tarde en el puente. Había algo dentro de ella... no lo podría definir, solo sé que mi red esta
—¿En qué?—En despedirte —solté, lanzándole una mirada desafiante—. ¡Eres un experto en despedidas! —Una expresión pasmada y ofendida se dibujó en su rostro. Frunció el ceño, fulminándome con la mirada—. Desde que llegaste a mi vida no has sido más que una despedida, un recuerdo vacío y sin esperanza.—¡Así han sido las cosas entre nosotros, Claret! —replicó, enérgicamente—. No puede haber otra forma. ¿Quieres que te demuestre por qué un amor como el nuestro jamás funcionaría?—¡Por supuesto que sí! —contesté, irguiéndome con aires de superioridad—. ¡Demuéstramelo!Y lo miré fijamente a los ojos y los suyos rehuyeron hacia el suéter blanco que tenía puesto. Con él llevaba unos jeans
Estaba recogiendo mis cosas para marcharme. Visitaría a mi familia en compañía de mi madre, quien movida por la repentina muerte de tía Amanda, había venido desde la aldea para estar presente en el funeral. Mientras sacaba mi ropa del closet, tenía momentos de verdadera desesperación. Lloraba de a ratos. Mi sentimiento de frustración era tan grande que me sentía desmayar. En otros, me sentaba en la cama, como distraída por mi pena, fijándome en los pequeños detalles de la habitación: la puerta rústica con herrajes artesanos hechos en forja de fragua, una ventana antigua de gran tamaño con sus maderas gastadas por el tiempo y que tenía a un lado, un reloj antiguo cuyas pulsaciones de tiempo marcadas por su péndola, me llevaban al borde de la más profunda decepción. En eso, Emiliana puso un pie en el umbral de la puerta, vistiendo de negro y me sonri&oac
La aldea estaba bañada en la claridad intensa de un sol ubicado en lo más alto del cielo azul y despejado. La envolvía, inundaba y acariciaba todo. Al fondo del camino de piedra franqueado por arbustos y rosales, la casa de mi niñez me recibió desbordante de amor y evocación familiar. Poco a poco salieron mis hermanos y hermanas, ahora más grandes y maduros, como deslumbrados, felices a recibirme. De mis hermanos mayores solo Mauricio continuaba viviendo con mis padres. Pese a que ya había fundado una familia, cumplió la promesa de quedarse con ellos y trabajar en las tierras. Emilia vivía en la ciudad con el tío Gregorio casi al mismo tiempo en que me fui con tía Amanda. Eloy, Dimas y Reina ya no vivían en casa, pero continuaban en la aldea donde también fundaron sus respectivas familias. En cambio, Alba, Sixto y Olivia, permanecían en casa como tiernos retoños esperando
Media sorprendida y media burlada, en un instante de cólera y ceguera, casi enloquecida y sin fuerzas para controlarme, me arrojé sobre la mujer que se levantaba de la cama y se cubría pudorosamente con una sabana. ¡Pudorosamente! ¡Sí! En mi habitación, en la cama donde tantas veces amé a Jimmy. Me olvidé de mi majestuosa tranquilidad y la tomé del cuello como una fiera rabiosa, indignada y gritando miles de obscenidades. Ella, sorprendida y aterrada, me miraba desde su posición en la cama, donde la ahorcaba sentada a horcajadas sobre su cuerpo. Y cuando vi sus labios pálidos fruncirse, intentando desesperadamente apartarme de sí, me di cuenta de que era muy joven. Su piel era suave y aterciopelada, su cara tenía la inocencia de un ser angelical y su cuerpo era tan menudo que perfectamente podría tener unos quince años. Como en una epifanía, me vi en ella reflejada en
...en una jaula junto a otros pecadores, clamaba angustiada misericordia y mi deseo era tan grande que poco a poco los barrotes iban cayendo y me acercaba más al éxtasis de la reconciliación, de alcanzar su cuerpo, sus manos ahora en mis muslos, mi boca contra su boca, los sexos unidos, un abrazo cálido... En abril me gradué en el instituto de actuación. Ya no era la misma que ingresó hace cuatro años, una mujer tímida e insegura de sí misma. No solo amaba la actuación, sino que ahora tenía el conocimiento, la técnica, la disciplina, trabajaba y me dominaba más. ¡Dios, cuánto trabajaba! Desde que conocí a Fabián hice unos cuantos papeles secundarios para él, pero como acto final del instituto representaríamos La Celestina donde yo sería el personaje principal. Pensé que Romy, Drusila
—Maldita seas tú por iniciar este juego perverso —replicó en voz baja, sonriendo a mi familia que tomaba un taxi—. Tú no sabes lo que me costó hacer esto. Venir aquí y mostrarme como una persona que no soy. Vente conmigo.—Primero muerta que volver contigo... —le dije fingiendo escuchar hermosas palabras de amor ante mi hermano mayor quien me esperaba con la puerta del taxi abierta.Jimmy me miró con ojos chispeantes de odio y agregó:—No voy a volver a buscarte, Claret. Me conoces bien y si me voy de aquí sin ti no volverás a verme. Me puede matar la nostalgia, pero tú sabes que tengo un corazón frío y en poco tiempo no voy a extrañarte. A mí no me importa nada y no me va a doler que me quites el peso de amarte como no he amado a nadie en mi vida. —La dureza de sus palabras me paralizó.—Si tengo que vol
Era una mañana de fines de julio, de cielo lívido y surcado por bandas de nubes plateadas. El viento acariciaba suavemente mi cabello. Las horas pasaban con rapidez mientras recorría con Ángel los espacios de la hacienda. Ambos montábamos a caballo, él en uno negro y yo, inevitablemente en uno de color marrón. Habíamos recorrido unas ochenta y tres hectáreas, haciendo inventarios e inspeccionando. El sol brillaba sobre los campos, el río y las montañas. Lo veía velarse por inmensas nubes que anunciaban tormenta y la superficie ensombrecida respiraba como aliviada del calor del sol, la tierra aparecía deseosa de agua y despedía el vapor suave de la lluvia del día anterior.Ángel bajó de su caballo y ató la correa a un árbol cercano y se alejó hacia el río, deslizándose por entre unas rocas. Iba en busca de agua.