DEL CAMINO IMPOSIBLE (1)

Era una mañana de fines de julio, de cielo lívido y surcado por bandas de nubes plateadas. El viento acariciaba suavemente mi cabello. Las horas pasaban con rapidez mientras recorría con Ángel los espacios de la hacienda. Ambos montábamos a caballo, él en uno negro y yo, inevitablemente en uno de color marrón. Habíamos recorrido unas ochenta y tres hectáreas, haciendo inventarios e inspeccionando. El sol brillaba sobre los campos, el río y las montañas. Lo veía velarse por inmensas nubes que anunciaban tormenta y la superficie ensombrecida respiraba como aliviada del calor del sol, la tierra aparecía deseosa de agua y despedía el vapor suave de la lluvia del día anterior.

Ángel bajó de su caballo y ató la correa a un árbol cercano y se alejó hacia el río, deslizándose por entre unas rocas. Iba en busca de agua.

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