La aldea estaba bañada en la claridad intensa de un sol ubicado en lo más alto del cielo azul y despejado. La envolvía, inundaba y acariciaba todo. Al fondo del camino de piedra franqueado por arbustos y rosales, la casa de mi niñez me recibió desbordante de amor y evocación familiar. Poco a poco salieron mis hermanos y hermanas, ahora más grandes y maduros, como deslumbrados, felices a recibirme. De mis hermanos mayores solo Mauricio continuaba viviendo con mis padres. Pese a que ya había fundado una familia, cumplió la promesa de quedarse con ellos y trabajar en las tierras. Emilia vivía en la ciudad con el tío Gregorio casi al mismo tiempo en que me fui con tía Amanda. Eloy, Dimas y Reina ya no vivían en casa, pero continuaban en la aldea donde también fundaron sus respectivas familias. En cambio, Alba, Sixto y Olivia, permanecían en casa como tiernos retoños esperando
Media sorprendida y media burlada, en un instante de cólera y ceguera, casi enloquecida y sin fuerzas para controlarme, me arrojé sobre la mujer que se levantaba de la cama y se cubría pudorosamente con una sabana. ¡Pudorosamente! ¡Sí! En mi habitación, en la cama donde tantas veces amé a Jimmy. Me olvidé de mi majestuosa tranquilidad y la tomé del cuello como una fiera rabiosa, indignada y gritando miles de obscenidades. Ella, sorprendida y aterrada, me miraba desde su posición en la cama, donde la ahorcaba sentada a horcajadas sobre su cuerpo. Y cuando vi sus labios pálidos fruncirse, intentando desesperadamente apartarme de sí, me di cuenta de que era muy joven. Su piel era suave y aterciopelada, su cara tenía la inocencia de un ser angelical y su cuerpo era tan menudo que perfectamente podría tener unos quince años. Como en una epifanía, me vi en ella reflejada en
...en una jaula junto a otros pecadores, clamaba angustiada misericordia y mi deseo era tan grande que poco a poco los barrotes iban cayendo y me acercaba más al éxtasis de la reconciliación, de alcanzar su cuerpo, sus manos ahora en mis muslos, mi boca contra su boca, los sexos unidos, un abrazo cálido... En abril me gradué en el instituto de actuación. Ya no era la misma que ingresó hace cuatro años, una mujer tímida e insegura de sí misma. No solo amaba la actuación, sino que ahora tenía el conocimiento, la técnica, la disciplina, trabajaba y me dominaba más. ¡Dios, cuánto trabajaba! Desde que conocí a Fabián hice unos cuantos papeles secundarios para él, pero como acto final del instituto representaríamos La Celestina donde yo sería el personaje principal. Pensé que Romy, Drusila
—Maldita seas tú por iniciar este juego perverso —replicó en voz baja, sonriendo a mi familia que tomaba un taxi—. Tú no sabes lo que me costó hacer esto. Venir aquí y mostrarme como una persona que no soy. Vente conmigo.—Primero muerta que volver contigo... —le dije fingiendo escuchar hermosas palabras de amor ante mi hermano mayor quien me esperaba con la puerta del taxi abierta.Jimmy me miró con ojos chispeantes de odio y agregó:—No voy a volver a buscarte, Claret. Me conoces bien y si me voy de aquí sin ti no volverás a verme. Me puede matar la nostalgia, pero tú sabes que tengo un corazón frío y en poco tiempo no voy a extrañarte. A mí no me importa nada y no me va a doler que me quites el peso de amarte como no he amado a nadie en mi vida. —La dureza de sus palabras me paralizó.—Si tengo que vol
Era una mañana de fines de julio, de cielo lívido y surcado por bandas de nubes plateadas. El viento acariciaba suavemente mi cabello. Las horas pasaban con rapidez mientras recorría con Ángel los espacios de la hacienda. Ambos montábamos a caballo, él en uno negro y yo, inevitablemente en uno de color marrón. Habíamos recorrido unas ochenta y tres hectáreas, haciendo inventarios e inspeccionando. El sol brillaba sobre los campos, el río y las montañas. Lo veía velarse por inmensas nubes que anunciaban tormenta y la superficie ensombrecida respiraba como aliviada del calor del sol, la tierra aparecía deseosa de agua y despedía el vapor suave de la lluvia del día anterior.Ángel bajó de su caballo y ató la correa a un árbol cercano y se alejó hacia el río, deslizándose por entre unas rocas. Iba en busca de agua.
—¡Bueno, entonces te digo todo esto a propósito, para que de una vez por todas nos dejemos de absurdos! —vociferé furiosa, cerrando la maleta y llevándola hacia la puerta.—A lo mejor lo que necesitábamos era que estallara la bomba, Claret —dijo, tomándome de inmediato en sus brazos aunque yo me resistía. Empezamos a forcejear y mientras yo intentaba llegar a la puerta principal, consiguió dominarme y darme un beso en los labios—. Se siente bien tenerte de nuevo en mis brazos, se siente bien que estés aquí. Te quiero, Claret, te quiero.—Déjame en paz, Jimmy —clamé, volviendo la cara para que no continuara besándome. Me tenía atrapada en sus brazos y al sentir el roce suave de sus labios ávidos, mi cuerpo se estremeció.—Admito que soy en parte ese ser despreciable que describes, pero no puedes negar la ex
Adal era un actor al que todos respetaban y admiraban, un tipo de persona que en mi vida había conocido. Era humilde, amable y bondadoso, pero también justo y decidido. Aunque sabía que era el patrón y el dueño de todo, se consideraba más como un padre para los trabajadores. Un amigo, un apoyo, un padre protector, algo que yo no podría ser jamás. Era su filosofía de vida, construida en parte por su religión, respetar y amar a todos los seres vivientes, y pese a que tuvo un desliz atroz en su existencia por mi causa, ningún trabajador lo juzgó. Su episodio conmigo, que se descubrió y se difundió como metástasis en un cuerpo, se catalogó más bien, como un hecho heroico e importante. Solo había que prestar atención a la forma en que se expresaban de él. Pero de mi hablaban como si fuese una puta, una insignificante. A mí no me tomaban en ser
Nos escribíamos constantemente, incluso nos poníamos de acuerdo para hacernos llamadas telefónicas que recibía en la bodega de la señora Tibisay. Las sonrisas de Jimmy, aunque no podía verlas, resplandecían como un sol deslumbrante. Nos entendíamos más que nunca, hablábamos de infinidades de cosas en menos de media hora. Me contó en un estado de exaltación como nunca lo había visto, que fue elegido como guitarrista principal para el concierto de la animación japonesa. La veracidad de la noticia le iluminaba la voz. Las palabras surgían de su boca irradiando una luz que no era de este mundo, tan emocionado, que yo no dudaba que Jimmy hubiese nacido para tocar en ese evento. Por mi parte, le contaba sobre los asuntos de hacienda, sintiéndome a veces abrumada, triste y solitaria por todo lo que atravesaba. Él parecía comprenderme y trataba de animarme habl&aacut
Jimmy miraba el amanecer desde una cumbre elevada, perdido entre los ceibos y bucares, transportado al rumor del río cristalino que bajaba de la montaña. Mirándolo entre la bruma dorada, le pregunté por qué temblaba si llevaba puesta una chaqueta muy gruesa, él se encogió de hombros y recibió la taza de café que le entregaba. Bebíamos café y comíamos arepas andinas mientras caminábamos como un par de adolescentes queriendo conocerse. Hablando, nos mirábamos con simpatía y yo le explicaba las costumbres de mi pueblo y las actividades de la hacienda. Se extrañó cuando le conté que no matábamos a las vacas y que solo producíamos leche. Así, se nos fue el día recorriendo caminos, sembradíos de moras y fresas, plantaciones de café, estancias de cerdo y ganado, y por supuesto, de caballos.Riendo, roz&a