DE LAS NIÑAS QUERIDAS (1)

Adal era como el buen vino, pasaban los años y él estaba cada vez mejor. Se bajó del auto que conducía Jordán, sonriendo, como siempre, llenando todo de luz con su esplendidez. Vestía una chaqueta marrón cerrada hasta el cuello, una bufanda negra, jeans oscuros y botas de montaña. Esa altura que me dominaba, ese cuerpo grueso y robusto, el cabello largo cubriendo las orejas, su barba negra y espesa. Luego de dos años, lucía más guapo. Rápidamente un grupo de trabajadores se acercó para recibirlo, incluidas algunas mujeres de la cocina. Me sentí de pronto como la primera vez que lo vi entre los trabajadores en el patio, con mi angustia y mi desesperación, no revolcada en barro pero sí bañada en lágrimas, no como una niña de doce años pero sí como una mujer de veinticuatro. Mujeres y niños empezaron a pasar delante de él o a a

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