Alexander estaba sentado en el alféizar de la ventana, observando las luces de la aldea que se colaban por el vidrio. Cerró los ojos y en la oscuridad de sus párpados encontró a su madre, con las pupilas dilatadas, de pie junto a Stephan, presa de una maldición. Su padre en la cárcel, su abuelo prófugo.Se apoyó las manos en la cara y lloró. Se sentía tan estúpidamente solo, tan vacío, tan impotente. Bastian no estaba ahí para consolarlo. El transformista se había comportado frío y distante, y aquello no hizo más que incrementar el malestar en Alexander.Se acostó en la cama y lo único que quería era quedarse dormido, no pensar, no recordar, pero le fue imposible conciliar el sueño. Ni siquiera había querido comer, a pesar de que habían tenido que alimentarse a pan y agua durante varios días en su viaje hacia Oklahoma, pero no le importaba nada. Tal vez fuese mejor que muriera de inanición; de todas formas, nadie lo extrañaría.Alguien tocó a la puerta, pero Alexander ni siquiera cont
La pequeña Mía se bajó del mueble y caminó hacia Analía. Le tendió una pequeña rosa blanca, y Ana se arrodilló a su lado. — Qué linda eres, Mía — le dijo, acariciando su mejilla con el dorso de la mano. La niña sonrió mirando a su madre. — Pasemos a la mesa — dijo Hannah. — Tenemos mucho de qué hablar — .El rato que pasaron sentados en la mesa fue muy agradable. Hannah era una mujer fuerte de carácter, pero tenía un alma tan pura y tan noble que sobrecogió a Analía todo el tiempo.Le contó historias de las cosas que habían hecho cuando eran niñas: la vez que hicieron pasteles de barro y los lanzaron a la ventana, o cuando se escaparon al lago siendo apenas unas niñas. Analía escuchó estas historias con nostalgia y tristeza. Quería seguir sintiendo rencor hacia su padre por haberla privado de aquellos bonitos recuerdos, pero no pudo hacerlo. Ya no podía sentir más rabia por el hombre, no después de ver el gesto de dolor constante que tenía mientras su otra hija contaba las maravi
Analía tomó a Alexander por los hombros y lo sacudió. Luego, le dio un corto abrazo — Es una excelente idea — , le dijo. — ¿Cómo se te ocurrió? — — Cuando vi la cicatriz de Bastian — , el transformista se cruzó de brazos. — De hecho, fue después de que... — — No necesito detalles — , lo interrumpió Analía. Apretó con fuerza la Brika que tenía en la mano. Hanna se acercó a ella y le pidió la piedra. — ¿Tanto por esto? — , dijo la mujer. — Tantos años de sufrimiento, tanto dolor y tanta muerte... ¿por esto? — — ¿Hay herreros en Las Hojas? — , le preguntó a Analía.Ella asintió. — Hay un par. Imagino que lograrán hacer perdigones de balas, pero ¿cuántas tienen? —Alexander le enseñó la bolsa. Analía se dio cuenta de que en realidad eran pocas, muy pocas. — ¿Solo pudiste sacar estas? — , preguntó ella, y Alexander asintió. — Cuando bajábamos por las escaleras, pasamos por la habitación en donde nos estuvieron encerrados. Ahí estaban nuestras cosas. Recuerda que yo tenía una b
Todo el cuerpo de Bastian se tensó; los músculos se le agarrotaron con tanta fuerza que incluso le costó respirar. Su padre, frente a él, medio oculto entre las sombras, tenía un gesto austero, pero una pose firme. Bastian conocía bien aquella pose: era una de rabia, era la que mantenía cuando entrenaban. Algo dentro de él sintió que todo aquello estaba mal, muy mal.Cuando llegó al Aquelarre con Alexander y no encontró el cadáver de su padre, tuvo la mala idea de que Stephan lo pudo haber secuestrado. Pero había apartado esos pensamientos de su cabeza porque no quería hacerse falsas ilusiones. Ahora, frente a él, estaba su padre, pero al mismo tiempo sabía que no lo era. — ¿Donovan? — preguntó Alexander — . ¿Eres tú? ¿Qué está pasando?De no ser por la mano del lobo apretando con fuerza la suya, Bastian tal vez se hubiera desmayado. Sintió que le ardía el pecho y la nariz, y sintió miedo. Miedo porque sabía lo que pasaría a continuación, y lo supo en el instante en que su padre apr
Analía tomó en brazos a su hermana después de que Bastian se quitara su propia camisa para dársela a ella. La ropa que Kerr les había regalado, para no estar desnudos después de transformarse, había sido completamente destruida el día en que cayó la ciudad. Ambos llegaron a la casa del Alfa de Oklahoma, y el hombre los miró con los ojos abiertos. — Logré escuchar algo. ¿Qué sucedió? — preguntó mientras recibía a su hija Hannah y la llevaba hasta el mueble de la sala, dejándola y cubriéndola con una sábana — . ¿Están bien? ¿Lo están?Bastian se sentó en el suelo y arropó a Alexander, abrazándolo con fuerza contra su cuerpo. — Las Brikas que les lanzó mi padre tenían hechizos para dormir. Supongo que despertarán en unas cuantas horas. — ¿Tu padre? — preguntó Bael.Analía se puso las manos en el cabello. Tenía el rojizo cabello enredado y húmedo por la nieve. Extendió su conciencia y encontró a Salem. El Alfa de la Manada de las Nieves estaba en la habitación de Analía, aún con Oliver
El caldero hervía en medio de la sala del trono. Los Reyes Cuervo restantes formaban un círculo alrededor del caldero. Stephan vertió un poco de nieve y recitó algunas palabras antes de lanzarla dentro del caldero. — Me parece un poco exagerado, — comentó una Reina Cuervo — Roxan se acercó a Stephan y observó el caldero con indiferencia. — Las instrucciones son claras, no sé por qué te desvías. — — ¿No sabes por qué me desvío, Roxan? — respondió Stephan. — Por eso soy yo quien está haciendo este hechizo. Nadie aquí tiene el talento mágico para entenderlo. Quien creó estos hechizos por primera vez lo hizo a base de ensayo y error. ¿Te imaginas cuántas veces debió cortarse la persona que inventó los hechizos que ahora protegen nuestros cuerpos? ¿Tu lazo está bien asegurado? — preguntó a Roxan, con sarcasmo, ella Sacudió la cabeza en señal de asentimiento, y las brillantes cadenas de oro y plata que colgaban de sus cuernos se movieron.— Claro que sí, Stephan. Mi lazo está atado a una
Cuando Analía despertó por la mañana, casi se cayó de la cama. Tenía el cuerpo entumecido y una extraña sensación de angustia la había atormentado toda la noche, haciéndole difícil dormir. Sus sueños fueron inquietantes y su descanso, interrumpido.Si no fuera por la fortaleza inherente de una loba de raza superior, se habría sentido incapaz de hacer algo esa mañana. Salem no estaba en la cama junto a ella, y cuando miró la hora, casi se cae de espaldas. El reloj hecho a mano sobre la pared de la entrada marcaba las 8 de la mañana. Se vistió tan rápido como pudo y bajó a la sala.Todos estaban allí: Alexander, Bastian y Kerr, que lucía despeinado y con sueño. Salem estaba sentado en la cabecera de la mesa con el cabello húmedo y una tostada en la boca, la cual había llenado su barba de migas. Barry más allá, silencioso. — No quise despertarte — dijo Salem — . Creí que querrías descansar.Analía avanzó hacia él y le dio un beso en la coronilla. Evelyn, que estaba sentada a un lado, ap
Analía caminó hacia el pequeño hombrecito verde y se arrodilló a su lado. — ¿Por qué? ¿Por qué dices que es imposible? — le preguntó.El hombre la acarició las mejillas con el dorso de la mano y señaló el interior de la aldea. — Entren. No es seguro que estén aquí afuera — les dijo.Salem regresó a su forma humana, y entraron a la aldea. Era un lugar brillante y hermoso, lleno de flores y huertas. La gente del bosque era variada; en los lobos y en los vampiros físicamente no se notaba tanto la pureza de su sangre como en la gente del bosque. Había unos que parecían prácticamente humanos, otros que tenían los cuernos más largos, y otros, como el hombre que los guiaba, que tenían una piel más verdosa. Eran muy variados, pero todos parecían tranquilos.Entraron por el enorme tronco de un árbol que parecía un hongo gigante. La puerta crujió cuando el hombrecito la empujó, y todos entraron en un lugar amplio amueblado con madera. Se sentaron en una amplia mesa.El hombrecito se tomó much