Cuando la lámpara se destruyó, Stephan cambió su expresión. No fue miedo ni tampoco rabia, sino una mezcla de ambas cosas que envolvieron al rey Cuervo. Apretó con fuerza el único pedazo de lámpara que le había quedado en la mano y luego miró a Analía con ira. — ¿Qué hiciste, maldita? — le gritó, furioso — . ¿Qué fue lo que hiciste?Analía ya no tenía más balas en su arma; de lo contrario, le habría volado la cabeza en ese mismo instante. Sin embargo, ya no tenía municiones. Por el contrario, Franco sí tenía, esbozó una sonrisa burlona y se puso de pie y levantó el arma hacia Stephan. — Hoy te mueres, maldito — le dijo, disparándole.La Brika cortó el aire, pero Stephan logró moverse a tiempo, y la bala, en lugar de darle en la cabeza, golpeó una de sus alas. La sangre brotó de inmediato y una pluma del cuervo salió despedida del ala, volando por la habitación. — ¡No! — gritó, presa del terror.Analía nunca lo había visto tan asustado como en ese momento. Él se había creído inmorta
Analía levantó la vista al cielo. La luna comenzaba a brillar entre las nubes, y elevó una plegaria hacia ella, esperando que los ayudara. ¿Cómo podía ser que, después de todo lo que habían vivido, terminaran nuevamente en la misma posición, atrapados y apresados por Stephan? El Cuervo, con el poder de las piedras, era prácticamente indestructible. El resto de los Reyes Cuervo estaban ahí, silenciosos, esperando el momento de la ejecución. No fue como la primera vez; no había público. Stephan parecía haber aprendido la lección de no ser tan arrogante. — Ahora los mataré de una vez por todas — , dijo Stephan rápidamente, y solo esa especie de reunión enaltecía su poderío como líder supremo del Alto Consejo. Quería demostrarles a los pocos Reyes Cuervo que habían quedado que él era quien tenía el poder. — Esta noche, bajo la luz de la supuesta madre que los vio nacer, — dijo señalando a la luna, — vamos a acabar de una vez por todas con esta maldición llamada lobos. Créanme que cuando
Analía vio cómo los Reyes Cuervos se abalanzaron sobre Stephan. El hombre metió las manos en sus bolsillos y sacó un par de piedras que lanzó hacia ellos, pero los Reyes Cuervos, sabiendo sus artimañas, lograron evitarlas.Se formó una fuerte pelea: Stephan trataba de matar a los que alguna vez fueron sus amigos, y ellos trataban de acabar con él. Aunque Analía sabía que eso sería realmente difícil, la única forma de matar a Stephan era con las Nymilas, y al parecer ninguno de ellos las tenía en ese momento. De todas formas, se abalanzaron sobre Stephan con rabia, dispuestos a matarlo.Analía y su grupo supieron que era el momento para huir, pero ninguno podía romper las cadenas, que estaban hechas de aquellas piedras endurecidas y metálicas. — No podemos salir de aquí — les gritó Analía — . ¡Estas cadenas no se rompen!La pelea se hizo más violenta, tanto que una piedra golpeó a uno de los cuervos, que cayó sobre Analía lanzándola lejos del lugar. El cuerpo de Analía rebotó contra la
Los brazos de Salem rodearon a Analía y la abrazaron con fuerza desde atrás. Ana sintió que la fuerza de su cuerpo se escapaba. La energía que la diosa Luna había embargado en su cuerpo para darle el poder suficiente y lanzar el hechizo sobre las Brikas la había dejado, y ahora se sentía débil y mareada. Los cuervos atacaron a Stephan, aprovechando que él ya no contaba con las piedras mágicas. Lo sometieron contra el suelo: dos cuervos sujetaron cada una de sus alas, y otro le puso el pie en la espalda. — ¿Qué hiciste? — le gritó Stephan a Analía, volteando a mirarla. Estaba sometido en el suelo, no había nada que pudiera hacer. Los otros Reyes Cuervo eran casi tan fuertes como él — . ¿Qué hiciste con mis piedras? — No fue lo que yo hice — dijo Analía — . Fue lo que la diosa Luna hizo. Yo solo fui su herramienta. Destruyeron las Nymilas. Ella me hizo decir un hechizo que pusimos sobre las Nymilas, y ya no existen — Stephan le miraba sin poder creerlo, mientras Analía se sentía pr
Reconstruir la ciudad fue una verdadera pesadilla. Reconstruir los muros que la habían rodeado ahora era prácticamente imposible. Así que Salem decidió simplemente remover los escombros y dejar la ciudad libre. Esperaba que nunca tuvieran que enfrentar alguna amenaza, pero Agnaquela había sido liberada y ya ni siquiera los muros volverían a aprisionarla. Ahora, desde cualquier parte de la ciudad, podía verse el inmenso bosque verde y la hermosa pradera que brillaba con la primavera y que se extendía por kilómetros y kilómetros.Los pocos Maiasaura que quedaban en la ciudad la abandonaron, huyendo cuando los tres Reyes Cuervo tomaron sus ejércitos y partieron. Analía sintió un poco de lástima por ellos. Habían planeado una guerra por 30 años, habían sido manipulados y destruidos, y ahora regresaban a Taranta abandonados.Probablemente morirían a menos que abandonaran la ciudad y viajaran un poco más al sur. Pero Salem le recordó no sentir lástima por ellos. Aunque habían sido manipulad
La primavera había llegado nuevamente. Analía se sentó sobre el césped y cerró los ojos, sintiendo la cálida brisa que revolvía su rojizo cabello. Se preguntó cuántas primaveras habían pasado ya desde aquel trágico invierno: ¿cinco, seis? ¿Quién llevaba la cuenta? Ya no importaba cuando estaba en esos momentos.A Analía ya no le importaba pensar en el tiempo cuando estaba sentada al inicio del verano, con su largo vestido de encaje rosa que le había regalado hacía muchos años el hombre verde de la aldea de la gente del bosque, la canasta de frutas y las risas de los niños jugando. Era todo lo que Analía necesitaba en su vida, era todo lo perfecto del mundo.Cuando abrió los ojos, el sol la cegó por un momento, y cuando se acostumbró a la luz, observó a Salem jugar en la pradera con sus hijos. Su hijo mayor, Deylon, sostenía la pequeña manita de su hermanita Daiana mientras la bebé trataba de sujetar pasto que se escurría entre sus dedos. Salem los cargó a los dos mientras corría, y el
El hombre se acercó a Salem con la copa en la mano, él no podía verla, pero percibió el olor ácido y ferroso de la sangre en ella. Estiró la mano y el anciano la dejó sobre su palma. Salem la bebió de un trago, era amarga, lo peor que hubiera probado en la vida. — ¿Cómo funciona? — preguntó después de beberla, pero ninguno de los presentes contestó. Salem se metió en sus mentes con la voluntad que le daba ser el alfa — ¡¿Cómo es que nadie lo sabe?! — gritó lanzando la copa al suelo que se rompió. — No, señor. Este hechizo es antiguo, mucho, no sabemos cómo funciona, esperamos que él mismo lo guíe. Lo único que sabemos es que, sea cual sea la mujer que escoja, se convertirá en la Luna provisional de nuestra manada, y lo ayudará a dirigir Agnaquela y a los lobos de la nieve, pero a un costo muy alto. Por eso se llama contrato de vida o muerte, si alguno lo rompe, morirán. — Si no sé como funciona el hechizo, ¿Cómo sabré a qué mujer escoger y cómo hacerlo después? — Sal
Salem entró al bar por puro instinto. Caminaba por entre la nieve, percibiendo lo que sucedía a su alrededor. Estaba estresado y agobiado. La manada era terca, fiel a sus creencias. Necesitaba una luna, fuese como fuese, para aplacar las rebeliones internas que comenzaban a forjarse. Era una manada increíblemente grande y Salem a veces sentía que se le salía de control. Pero hacía una semana había bebido del contrato de vida o muerte y aún no sabía qué debía hacer para encontrar una luna provisional.Cuando entró al bar, todas las personas presentes se volvieron hacia él. Salem no podía verlos, pero podía sentirlos, podía escucharlos, olfatearlos. Había al menos una decena de personas. Aunque no podía ver, aquello nunca había sido un obstáculo en su vida. Sus demás sentidos estaban tan desarrollados que todo a su alrededor era tan palpable y vívido como si lo viera. Se sentó en una banca y pidió una cerveza. Cuando se la dejaron frente a él, le dio dos largos tragos. — ¿Ne…