138| Perdón y placer.

Alexander estaba sentado en el alféizar de la ventana, observando las luces de la aldea que se colaban por el vidrio. Cerró los ojos y en la oscuridad de sus párpados encontró a su madre, con las pupilas dilatadas, de pie junto a Stephan, presa de una maldición. Su padre en la cárcel, su abuelo prófugo.

Se apoyó las manos en la cara y lloró. Se sentía tan estúpidamente solo, tan vacío, tan impotente. Bastian no estaba ahí para consolarlo. El transformista se había comportado frío y distante, y aquello no hizo más que incrementar el malestar en Alexander.

Se acostó en la cama y lo único que quería era quedarse dormido, no pensar, no recordar, pero le fue imposible conciliar el sueño. Ni siquiera había querido comer, a pesar de que habían tenido que alimentarse a pan y agua durante varios días en su viaje hacia Oklahoma, pero no le importaba nada. Tal vez fuese mejor que muriera de inanición; de todas formas, nadie lo extrañaría.

Alguien tocó a la puerta, pero Alexander ni siquiera cont
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