3

Hoy era mi cumpleaños número dieciseis, y me sentía más solo que nunca. Respiré profundamente; mi vida era un completo desastre.

— Hola — me saludó una chica que yo no había visto en mi vida.

Yo le puse mala cara de inmediato.

— Quiero estar solo — le dije.

Ella sonrió y se sentó a mi lado. Después sacó una pequeña caja y me la entregó.

— Feliz cumpleaños — me dijo con una sonrisa.

Yo la miré con el ceño fruncido.

— ¿Esto es una broma? — le pregunté de mal humor.

Ella negó con la cabeza de inmediato.

— Solo pensé que te gustaría — me dijo.

Yo le devolví la caja.

— No te conozco — le dije.

Ella se mordió un poco el labio inferior.

— Soy Carolina, ¿y tú eres Fabien, verdad? — me preguntó.

Yo asentí con la cabeza, ¿pero como ella conocia mi nombre?

— Aléjate de mí — le dije.

Ella me miró mal.

— Eres un odioso de primera, no volveré a hablarte nunca más — me dijo.

Ella se levantó y caminó lejos de mí. A un lado en la banqueta estaba la pequeña caja de regalo. Yo la recogí y la guardé en el bolso.

— Si padre se entera, te castigará — me dijo Mariano detrás de mí.

— Deja de molestar, y aléjate de mí — le dije.

Mariano se sentó a mi lado y me miró a los ojos.

— He querido hablar contigo desde hace semanas. ¿Cómo pudiste hacerlo? — me preguntó.

Me recosté en el respaldo de la banca y le dirigí una sonrisa, yo ya había dejado de pensar en eso, al principio tenía pesadillas, pero ahora no sentía nada, no tenía remordimiento alguno.

— Ya lo había hecho antes, así que no fue gran cosa. Ahora vete, no quiero verte — respondí bruscamente.

Mariano me miró con desdén.

— Eres un bastardo — murmuró, levantándose y marchándose.

Respiré profundamente. Miré hacia el lugar donde estaba la chica llamada Carolina. Ella era pequeña, de cabello castaño y de ojos marrones, era linda, parecía un pequeño y tierno gatito.

***

Al salir de la escuela, decidí ir hasta un restaurante que me gustaba mucho. Caminé un largo tramo, distraído por la calle. La vi; ella estaba dentro de una florería, se veía hermosa y tan sonriente. Carolina se dio la vuelta y me quedó mirando. Ella me sonrió y salió de la florería.

— ¿Me estás persiguiendo? — me preguntó.

Yo negué con la cabeza. Ella se acercó mucho más a mí.

— ¿A dónde vas? — me preguntó.

— Iré a comer algo — le contesté.

— ¿Quieres que te acompañe? — me preguntó.

Yo me quedé allí, mirándola por un buen rato, indeciso en qué decir.

— ¡Caro, deja de perder el tiempo y ven a ayudarnos! — gritó un tipo desde la florería.

Ella puso los ojos en blanco, pero después me sonrió.

— Nos vemos después — me dijo.

Ella se dio la vuelta y corrió hasta la florería. Yo aparté la mirada de ella y seguí mi camino.

Después de comer algo, decidí regresar directamente a casa. Estaba agotado y hambriento. Sin embargo, en el camino, me encontré con Mariano y un par de sus amigos. Sus caras me provocaron frustración. ¿Por qué siempre tenía que arruinar mis días?

— Vete, Mariano, no tengo tiempo para ti. Hoy estoy de mal humor, así que no me jodas — le dije con rabia.

Mariano me quedó mirando con desprecio, al igual que los dos chicos que estaban con él.

— Los voy a golpear a los dos, y a ti te daré una lección — les dije conteniendo mi enfado.

En ese lugar solitario, solo éramos nosotros cuatro. Tiré el bolso a un lado y me lancé a los tres, golpeándolos como loco. Yo estaba mucho más fornido que ellos, pero ellos eran más que yo. Lancé a uno de ellos al suelo y me lancé a Mariano, lo tumbé en el suelo y empecé a golpearlo con fuerza.

— Deja de joderme, ya me tienes harto — le grité mientras seguía golpeándolo.

Los dos chicos me apartaron de Mariano y me lanzaron a un lado. Yo me levanté de un salto y los miré amenazante.

— Largo, o van a terminar peor que él — les advertí.

Los dos chicos salieron corriendo. Yo miré a Mariano, que estaba en el suelo hecho polvo.

— ¡Eres un cobarde! — le grité mientras la rabia me consumía.

Me subí otra vez sobre él y seguí golpeándolo.

— ¡Te lo advertí! ¡Deja de molestarme! — exclamé, sintiendo cómo mi mano se dislocaba al golpearlo.

Me separé y respiré profundamente, necesitaba estar calmado. Tomé mi celular y llamé a Piero, sabiendo que la paliza que recibiría por culpa de Mariano sería legendaria. Piero contestó de inmediato.

— ¿Qué pasa, muchacho? — me preguntó.

— Dos chicos estaban atacando a Mariano, y ahora no sé qué hacer. Necesito tu ayuda; Mariano está vuelto nada — le dije a Piero, mientras Mariano permanecía en silencio, su rostro reflejando la devastación. Mi ira era tal que si él decía algo, no dudaría en hacerle más daño, sin importar si Piero escuchaba.

— no se muevan de dónde están, enviaré a un par de mis hombres para que resuelvan el problema — dijo mi padre con voz firme.

Colgué el teléfono y me acerqué a Mariano.

— Si dices algo, te aseguro que no será un buen final para ti. Sé que yo también saldré lastimado, pero me llevaré el consuelo de que quedarás jodido de por vida — le advertí en voz baja.

Mariano asintió con la cabeza, visiblemente asustado. Me senté junto a él y respiré profundamente.

— ¿Qué pasará si padre pregunta por mis atacantes? — preguntó

Mariano siguió llorando como un niño pequeño.

— ¡Deja de llorar! ¿Quieres otro golpe? — amenacé, viendo cómo Mariano negaba con la cabeza y sollozaba en silencio.

— Eres un monstruo — murmuró entre lágrimas.

Yo me reí un poco.

— No... Soy un demonio — le dije, con una sonrisa maliciosa.

***

La paliza que recibí fue igual de brutal que la que había imaginado. Mariano no dijo ni una palabra, de lo contrario, ya me habrían mutilado. Aunque tenía huesos rotos, me mantuve en silencio, sin emitir ni un sonido.

— No vuelvas a mentirme, lo que más odio son a los mentirosos — advirtió mi padre, mirándome de arriba a abajo.

— He defendido a tu hijo, ¿y así me agradeces? — pregunté, incrédulo.

Él se rió.

— Sé lo que realmente sucedió. Mariano me lo confesó después de algunos golpes — dijo, haciendo que rodara los ojos. Maldito Mariano.

— También dijo que lo amenazaste. ¿Vas a matarlo? — preguntó mi padre.

Encogí los hombros, sintiendo el dolor en todo mi cuerpo.

— Mariano no está a la altura de tus expectativas. Es débil, y tú lo sabes — respondí.

Mi padre se agachó para mirarme a los ojos.

— Entonces, haz que yo también lo crea. Sé lo que quieres, hijo — dijo, acariciándome el cabello.

— ¡Soy casi perfecto en todo! ¡Soy mejor que Mariano! ¿porque soy yo el que recibe el peor castigo?— le pregunte con amargura.

Padre me dio un par de golpes en la mejilla.

— Ser mejor que Mariano no significa nada. Tienes que superarme a mí. ¿Crees que puedes hacerlo? — preguntó.

Sonreí y asentí.

— Esto que haré me dolerá más a mí que a ti, pero te dejará una muy buena enseñanza; no volver a mentirme y te hara enteder, por que soy tan duro contigo, yo solo quiero que seas el mejor, digno de llevar mi apellido — dijo mi padre.

Mi padre y otro hombre me ataron a una silla y me pusieron un paño en la cara. Luego, tiraron la silla al suelo, causándome un dolor agudo.

El agua comenzó a gotear sobre el paño que cubría mi rostro. Sentí cómo llenaba mi boca y mi nariz, privándome del oxígeno poco a poco. Traté de resistirlo, pero era una angustia insoportable. ¡Iba a morir!

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