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Pase dos semanas en casa recuperándome, y aunque estaba hecho polvo, me sentía bien, había comprendido de una manera tan cruel que el amor existe, y ahora se que mi padre me ama, aunque no sea su hijo.

Hoy había decidido ir a la escuela, odiaba ausentarme, pero debido a mis heridas no pidió venir.

— ¡Fabien! — grito la voz dulce de una mujer.

Yo me di media vuelta y la mire, ella se acerco a mi y me miro de arriba a abajo.

— ¿Qué te paso? — me pregunto.

Yo me encogí de hombros.

— te dije que te alejaras de mí, no me agradas — le dije.

Ella sonrió un poco y se acerco mucho más a mí, se puso de puntilla y me dio un beso en los labios.

— eres muy gruñón — me dijo.

Se separo y salió corriendo, yo lleve mis dedos hasta mis labios y los acaricie un poco, era mi primer beso.

— se lo diré a padre — me amenazo mariano que caminaba a mí.

Yo lo mire con rencor.

— deja de molestar o te daré otra paliza — lo amenace.

El se rio de mí.

— si yo soy infeliz tú también lo serás — me dijo.

Él se alejó de mí y siguió su camino, yo lo seguí, no quería mas problemas, así que llevaría esto en paz lo más que pudiera.

***

Mariano le había contado a mi padre sobre ella, y me dio dos opciones, o la desaparecía, o me cambiaba de escuela, y yo escogí la segunda, ella no merecía terminar de esa manera, ella no tenia la culpa de nada.

— tienes prohibido involucrarte sentimentalmente con alguien — me advirtió.

Yo asentí con la cabeza, cabrear a mi padre era peor que desatar el apocalipsis, pero de algo si que estaba seguro, mariano me las iba a pagar, tarde o temprano también le haría lo mismo.

DOS AÑOS DESPUES.

Ya era mayor de edad y tenía que resolver mi situación económica. Podría tener el apellido de Piero, pero no era su hijo, así que tenía que encargarme de ese pequeño problema.

— ¿Adónde vas? — me preguntó uno de los hombres de Piero.

— ¿Desde cuándo tengo que decírtelo? ¿No deberías cuidar a Mariano? Ve a ver si no se cortó con el cuchillo para la mantequilla — respondí.

Él se río y me dio un par de golpes en la espalda.

— ¡Eres el mejor! ¡Ojalá Piero pudiera verlo también! Esta casa en manos de ese niño se convertiría en un desastre — dijo.

Yo me reí, pero era verdad. ¡Mariano era un inútil!

— ¿Necesitas ayuda? — me preguntó él.

Yo sonreí y negué con la cabeza.

— No te preocupes, estaré aquí en dos horas — le dije.

Él asintió y yo emprendí mi camino. Cuando llegué a la casa de mis abuelos, observé a todos lados. No había empleados, así que entré. Después me encargaría de las cámaras.

— ¿Qué haces aquí? — mi abuelo me preguntó con desprecio.

— Quiero mi herencia. Creo que ya es hora. Después de todo, soy tu único pariente — respondí.

Él soltó una carcajada.

— Prefiero donar mi herencia a la caridad — dijo, mirándome.

Era perturbador lo mucho que me parecía a él, con esos mismos ojos dorados.

— Es una lástima que no lo hayas cambiado el testamento — le dije.

Me miró confundido, y aproveché para sacar el arma y me deshice de él, mi abuelo quedo con una expresión de horror en su rostro.

Lo dejé allí tumbado en el suelo y fui en busca de mi abuela. Con ella, sería más creativo. La busque por la casa, hasta que llegue a su habitación.

— Hola, abuela. ¿Cómo estás? — la salude.

Sus ojos se abrieron como platos al verme.

— Arrodíllate. Quiero que me supliques y me pidas perdón por todo lo que me has hecho — le ordené.

Lentamente, se arrodilló y comenzó a llorar.

— Si te vas, hablaré con tu abuelo y volverás con nosotros. Te trataremos bien. No hagas nada estúpido. No desperdicies esta oportunidad — suplicó.

Me reí. La gente era tan ridícula cuando tenía miedo.

— Eso es difícil, abuela. — le dije con una sonrisa.

Ella miro mi arma y empezó a temblar.

— Ahora solo falta tú. Eres una molestia para conseguir lo que quiero. Y gracias por no tener más hijos — le dije.

Ella estaba llorando mucho más fuerte.

— adiós abuela, te amo — le dije.

Ella grito por piedad, pero dentro de mi pecho ya no existía tal cosa, yo me había convertido en un monstruo, uno que ya no tenía corazón.

***

Estaba comiendo tranquilamente cuando uno de los hombres de mi padre entró. La mujer de Piero estaba junto a su hijo, ambos eran tan ridículos, yo no entendía como el pudo fijarse en ella, era inapropiada para él, era igual de débil que su hijo.

— Los Salvatore han sido asesinados — anunció.

Todos me miraron, y mi padre sonrió.

— ¿Quién lo hizo? — preguntó, sin apartar su mirada de mí.

— Nadie lo sabe. Pero fue una completa masacre — informó el hombre.

Yo corté un trozo de carne en mi plato y lo llevé a mi boca, mastiqué lentamente saboreando su rico sabor.

— No me encargaré del funeral, si quieren enterrarlos en el jardín, por mi estaría muy bien — Les dije.

Mariano me miraba acusadoramente.

— Yo lo haré. ¿Qué sabes sobre la herencia? — preguntó mi padre, inteligente como siempre.

— Supongo que irá al único pariente vivo — respondió el hombre.

Yo sonreí levemente.

— ¿Te quedarás aquí o te irás? — preguntó mi padre.

Tomé un sorbo de agua y lo miré.

— Creo que me iré. Es lo mejor, pero los extrañaré mucho — dije, sonriendo.

10 AÑOS DESPUÉS.

Entré en la casa de mi padre, y todos sus guardias me hicieron una leve reverencia como saludo. Yo les respondí y los salude. Hoy era el cumpleaños de mi padre, así que toda la familia se reunió para celebrar otro año de vida de la cabeza de la familia.

Yo había optado por llevar el apellido de mis abuelos. Ya no quería ser la cabeza de esta familia. Ahora solo quería ser Fabien Salvatore, el hombre más temido de Sicilia y de toda Italia.

— No entiendo por qué quieres venir aquí. Es peligroso — me advirtió Jacob, mi mano derecha. Después de años, había acumulado muchos enemigos, incluso dentro de mi propia "familia", así que tenía que ser cauteloso.

— Por eso estás aquí conmigo. Relájate, solo serán un par de horas — le dije, y entré en el comedor.

Todos se quedaron en silencio al verme entrar. Me encantaba su reacción. Mi padre estaba en la cabecera de la mesa, observándome como un depredador.

— Buenos días, familia — saludé, tomando asiento al otro extremo de la mesa.

— Buenos días, Fabien — respondieron todos al unísono, excepto mi padre, que me miraba con orgullo.

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