Navegando en lo indebido

Suspiroprofundamente antes de continuar.

Los mensajes anteriores eran aún peores. Me mordió los labios y sustituí eso con las uñas. Me mordí las uñas por los nervios por ese estúpido mensaje, pero continúe leyendo.

Kenia: "¿Quién es la mujer Omega de la foto con los niños?"

Carlos: "Es mi Luna. Pero no te preocupes, ella viaja mucho por trabajo. Soy yo quien está a cargo de los niños, así que las cosas no son como parecen."

Kenia: "¿En serio? Pensé que estaba contigo."

Carlos: "No, no te preocupes. La relación está rota desde hace tiempo. Ella no me satisface. Ella me descuida mucho. Siempre está escribiendo o viajando. Tú eres lo único que me hace sentir vivo."

Sentí como si alguien me hubiera golpeado en el estómago. Mi visión se nubló y el sonido del tic-tac del reloj en la pared se volvió insoportable.

¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que nuestra relación se convirtiera en una mentira tan grande?

Las lágrimas caían silenciosamente por mi rostro mientras continuaba leyendo. Cada palabra era una daga que se clavaba más y más profundo en mi corazón.

Kenia: "Deberías venir esta noche. Te guardaré tu cena favorita. Sólo di que estás trabajando tarde si ella está en tu casa."

Carlos: "Quizás más tarde. No quiero dejar a los niños solos, pero si se duermen temprano, iré."

Salí de la conversación de Kenia con Carlos y vi una hilera interminable de mensajes de mujeres y a casi todas le decía lo mismo, habían fotos indecorosas de todo tipo de desnudos y poses, incluidas fotos del pënë de mi esposo.

Me sentí tan triste. Se supone que juramos frente a la madre luna pertenecer el uno al otro. Mi cuerpo le pertenecía a él y el cuerpo de él me pertenecía, supuestamente.

Cerré la laptop de golpe, llena de rabia e impotencia, incapaz de leer más. Me levanté del sofá y caminé hacia la ventana, mirando la oscuridad de la calle. Personas caminaban de regreso a sus casas de sus trabajos ajenos a mi dolor.

Quería hablar con alguien, desahogarme pero ¿como podía explicar cómo me sentía y lo que él me había hecho, sin parecer patética?

Todo mi cuerpo temblaba, pero no era sólo de tristeza. Era de una maldita ira. Ira hacia Carlos, hacia Kenia, hacia todas esas mujeres y hacia mí misma por no haber visto las señales antes.

¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía mirar a nuestros hijos a los ojos y luego mentir tan descaradamente? En ese momento me pregunte si teníamos un futuro juntos.

Mi mente empezó a llenarse de preguntas que no podía responder. Me sentía perdida, engañada, traicionada. ¿Este es el hombre del que me mi loba interna se enamoró?

¿Cuánto tiempo llevaba esto? ¿Era la primera vez o sólo la primera vez que lo descubrí?

Me quedé ahí, inmóvil, durante lo que parecieron horas, hasta que un pequeño ruido detrás de mí me sacó de mis pensamientos.

—¿Mami? —la vocecita de Valentina me hizo girarme.

Me limpié rápidamente las lágrimas y le sonreí.

—¿Qué pasa, mi amor? ¿Por qué no estás dormida?

—Tuve una pesadilla. ¿Puedo dormir contigo?

Asentí y la tomé en brazos, llevándola de vuelta a mi habitación. La arropé y me acosté a su lado, pero no pude cerrar los ojos. Mi mente seguía girando, tratando de encontrar la manera de enfrentar a Carlos sin que los niños sufrieran.

A la mañana siguiente, Carlos llegó temprano, como siempre, y apenas cruzamos palabras. Yo estaba demasiado cansada para fingir que todo estaba bien, y él estaba demasiado ocupado revisando su teléfono como para notarlo. Llegaba tomaba un baño y se pasaba algunas horas durmiendo. Luego comía algo y se preparaba para salir a la oficina donde trabajaba como intérprete de personas que necesitaban servicios médicos pero no hablan el idioma de este país. Él era el puente entre ambas partes. Un trabajo que yo consideraba noble.

En la tarde, después de dejar a los niños en la escuela, me senté frente a mi laptop de nuevo, esta vez con un propósito claro. Necesitaba respuestas, y necesitaba un plan. Volví a abrir la conversación entre Carlos y Kenia, buscando algún detalle que pudiera darme más contexto.

Y ahí estaba. Kenia mencionaba que pertenecía a una tribu al sur de Hawks, una comunidad de omegas conocida por sus tradiciones y su forma de vida libertina. Carlos había prometido visitarla pronto, y sus palabras me revolvieron el estómago.

Carlos: "Quiero que sepas que eres importante para mí. Sólo dame tiempo para resolver todo aquí, y podré dedicarte todo lo que mereces. Compraré una casa y formaremos una linda familia"

Cerré la laptop nuevamente, sintiendo que no podía soportar más. Pero esta vez, no iba a quedarme inmóvil.

—¡Maldita sea! ¡El es un maldito culero!

Esa noche, cuando Carlos regresó a casa, lo esperé en la sala. Mi corazón latía con fuerza como si quisiera salir corriendo y no enfrentar todo eso, pero sabía que no podía seguir guardándome esto.

—Carlos, tenemos que hablar —dije, cruzándome de brazos mientras él dejaba su maletín en la entrada.

Él me mira, confundido.

—¿Ahora? Estoy agotado, Ana. ¿No puede esperar?

—No, no puede esperar —respondí, más firme de lo que esperaba.

Carlos suspira y se sienta en el sofá, mirándome con fastidio.

—¿Qué pasa?

Tomé aire, tratando de mantener la calma.

—¿Quién es Kenia?

Su expresión cambió en un segundo. Primero sorpresa, luego una mezcla de culpa y enojo. Y luego de más rabia. Su lobo rugió y temí.

—¿De qué estás hablando?

—No te hagas el desentendido, Carlos. Vi los mensajes. Todo.

Él solo se ríe.

—No tenías derecho a espiar mis cosas, solo estaba aburrido, amor. Nada serio. A ti es a quien amo. Sinó no estuviera aquí. ¿no crees?

El se va a la cocina y saca un tarro de helado.

—¿Y tú tenías derecho a mentirme? ¿A traicionarme? —mi voz tembló, pero no dejé que se rompiera.

—Ana, no es lo que piensas…si fuera algo serio ¿no crees que hubiera sido más cuidadoso? Eres mi luna, bebé, mi loba, mi Omega. Tengo hambre ¿la cena ya está lista?

—¿De verdad? Esto parece exactamente lo que pienso. Parece que llevas meses engañándome con una omega que ni siquiera conoces bien. Y otros cientos de omegas haciendo cola, porque le dices que estoy de viaje, soy una inútil y que crías solos a los niños.

Carlos no dijo nada. Simplemente se quedó ahí, mirándome como si no supiera qué decir. Dejo el helado de lado y se fué a la cocina y toma lo primero que vio en una olla.

—Esto no es sólo sobre nosotros, Carlos. Es sobre Valentina y Diego. Ellos merecen algo mejor que esto. ¿cómo te atreves a traicionarme? ¿No tienes miedo de la diosa luna?

Él abre la boca para responder, pero yo levanté una mano, deteniéndolo.

—No quiero más excusas. Ni más putas mentiras. Sólo quiero la verdad. Sinó cambias me veré en la obligación de terminar lo nuestro. Te rechazaré como mi lobo. No seré broma de ningún lobo alfa y sus amantes omegas.

Carlos suspira y baja la mirada.

—La verdad… es que no sé cómo llegamos aquí, Ana. Pero te estoy diciendo la verdad. Nunca estaría con ninguna de ellas. Tú eres mi luna. Lo eres desde la primera vez que te conocí en la playa. No te cambiaría por nadie. Creerlo o no, depende de ti.

El se hace el ofendido.

—Yo sí lo sé, Carlos. Llegamos aquí porque decidiste que yo no era suficiente para ti. Hasta les dices que no soy buena en la cama.

—Ya basta, solo tenía curiosidad de que diría ella si dijera algo así. ¡Por la diosa luna! Tal vez mis amigos tomaron mi chat para una maldita broma, yo no escribí eso. Tenemos dos hijos preciosos y he disfrutado cada segundo contigo fuera y dentro de la cama.

—¿Me trago eso?

—Oye, haz lo que quieras. No confías en mí. Ya me voy a dormir. Espero que pienses bien lo que dijiste de separarnos. Los niños son los que más sufrirán nuestra separación, así que piénsalo bien y no hables tantas mierdas a la ligera.

Esa noche fue el comienzo del fin, aunque aún no sabía cuán complicado sería el camino que teníamos por delante.

Al día siguiente, mientras doblaba la ropa en la sala, mi hermana Laura apareció por sorpresa.

—¡Hola, Ana! —dijo, entrando con una sonrisa y cargando una bolsa llena de snacks, bebidas, y muchos tipos de carne.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, sonriendo débilmente.

—Vine a verte. ¿no puedo ver a mi hermana? Estaba aburrida.

Nos sentamos en el sofá y, después de unos minutos de charla trivial, Laura me miró con seriedad.

—¿Todo está bien con Carlos? No lo veo desde hace meses.

No pude evitarlo. Las lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera responder.

—No lo sé, Laura. Todo se siente mal. Cada vez está más distante. Y su madre… Dios, no soporto cómo me trata cada vez que viene o cada vez que voy a llevarle a los niños para que los vea.

Laura me abrazó, acariciándome el cabello como cuando éramos niñas.

—No tienes que aguantar esto sola, Ana. Si necesitas apoyo, sabes que estoy aquí. Tu eres demasiado blanda con los dos. Tienes el corazón muy noble.

—Gracias, Laura —susurré, sintiéndome un poco menos sola, pero con un peso aún en mi corazón.

Esa noche, mientras los niños dormían, y Carlos había llegado borracho, revisé el teléfono de Carlos por primera vez. No quería hacerlo, pero la desconfianza ya era demasiado grande. Al desbloquearlo, mi corazón se detuvo. Había mensajes recientes de un número desconocido.

“La pasé increíble hoy. Espero verte pronto, mi Alfa sexy ❤️. Atentamente: tu nueva luna”

El mensaje me golpeó como un b**e de béisbol, directo en la cien. Ahí estaba, la verdad que había estado temiendo.

Esa noche lamentablemente no dormí. Mi mente no dejaba de preguntarse qué iba a hacer.

¿Cómo confrontarlo? ¿Cómo explicarles a los niños lo que estaba pasando? ¿Debía permitir que eso ocurra?¿Seria capaz de vivir como si nada pasara por el bien de mis hijos? Pero lo único que sabía con certeza era que ya no podía ignorar la realidad.

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