Hubo un día que tuve muchas ventas digitales de un libro. Aproveche que mi relación con Marcos estaba deteriorándose y compré champaña y prepare una cena espectacular solo para los dos. Envié a los niños a casa de mi madre para así tener el apartamento para nosotros
El olor a ajo y mantequilla impregna el apartamento mientras termino de dorar los camarones. Las champañas está enfriándose en la nevera y la mesa está impecablemente arreglada con velas encendidas y una suave melodía romántica de fondo. Hoy he vendido muchas copias de mi libro, y me siento muy feliz, aunque podría haber usado ese dinero en algo más, decidí invertirlo en esto, en nosotros. En lo que todavía queda de este matrimonio. Marcos llega tarde esa noche. Escucho la puerta abrirse y sus pasos cansados por el pasillo. Me seco las manos rápidamente en el delantal y salgo a recibirlo. —¿Y esto? —pregunta arqueando una ceja mientras deja las llaves sobre la mesa. —Quise hacer algo especial para nosotros —respondo con una sonrisa. Me acerco y deposito un beso en su mejilla, sintiendo el leve aroma a colonia y cigarro. Él observa la mesa con un gesto entre sorprendido y confundido. —No es nuestro aniversario —comenta, sacándose la chaqueta. —No. Pero vendí muchos libros hoy y quería celebrar contigo. Su expresión se suaviza un poco y asiente. —Huele bien —dice, sentándose en su lugar mientras sirvo la cena. El ambiente es tenso al principio. No hablamos demasiado. Solo el sonido de los cubiertos contra los platos y la música de fondo llenan el espacio. Me atrevo a mirarlo a los ojos cuando bebo un poco de champaña. —Te va a encantar. No te he prestado mucha atención últimamente. Quiero que estemos bien. Él levanta la vista y suspira. —Yo también… solo que… las cosas han cambiado, Ana. —¿Para bien o para mal? No responde de inmediato. En cambio, toma un sorbo largo de su copa. —No lo sé. Pero esto… esto se siente bien. Gracias por hacer esto. Yo lo haré de vez en cuando. Me estremezco ante sus palabras. Quiero creerle. Quiero pensar que no estoy luchando sola. Termina su cena y se reclina en la silla, observándome con intensidad. —¿Quieres bailar? —pregunta de repente. No puedo evitar reír. —¿Desde cuándo te gusta bailar? —Desde que mi luna preparó la mejor cena de mi vida. Me toma de la mano y me lleva al centro de la sala. La luz de las velas ilumina nuestros rostros mientras la música sigue sonando en el fondo. Sujeta mi cintura y me acerca a él, moviéndonos lentamente. Es como si por un momento todo el ruido de nuestras peleas, los silencios incómodos y los problemas desaparecieran. —Te extrañé, Ana —susurra en mi oído, seguido de un beso profundo y largo. Mi luna lo desea. Cierro los ojos y me dejo llevar. Pero entonces, su voz rompe la magia. —¿Podemos intentarlo… por detrás? Abro los ojos de golpe y lo miro sorprendida. —¿Qué? —Quiero probarlo contigo. Quiero que te entregues a mí completamente. Siento que quiero intentarlo todo contigo. Voy a ser cuidadoso ¿puedo? Mi cuerpo se tensa. No es que no lo haya pensado antes o hecho antes, pero nunca creí que él lo pediría así. —Marcos, no sé… —Confía en mí. Vamos a hacerlo bien. Será especial. Lo miro a los ojos y, aunque algo en mi interior me grita que lo piense mejor, asiento. —Está bien. Me besa con intensidad, levantándome en brazos y llevándome a la habitación. Las velas siguen encendidas en la mesa mientras la música sigue sonando en la sala, marcando el ritmo de lo que está por venir. Nos desnudamos y empezamos el ritual de aparearnos. Toma aceite de bebé que tengo en la cómoda, cuando me nota muy excitada lo vierte en su vìrìlidäd. Cuando finalmente metió la punta, sentí una presión intensa que me hizo cerrar los ojos con fuerza. No era sólo el dolor físico, sino también la sensación de estar completamente expuesta, vulnerable. —Tranquila, Ana. Relájate… Respira conmigo, no me vayas a cortar la vergä—me dice mientras sus manos siguen acariciando mi espalda, intentando calmarme. Sin decirme nada, me planta una cachetada en el culö y solo me dice después de dármela que es para que me relaje. Lo quiero matar con la mirada. Pero la primera embestida es más de lo que espero. Un gemido ahogado escapa de mis labios, y no sé si es por el dolor o por la mezcla de emociones que me inundan. No se parece en nada a cuando estuve con Carlos. Marcos es un poco más grande y más grueso. —Marcos… espera… duele —logro decir, con la voz entrecortada. Él se detiene al instante, inclinándose sobre mí para abrazarme desde atrás. —Lo siento, amor. No quiero lastimarte. Dime si quieres parar —susurra con genuina preocupación. Niego con la cabeza, queriendo confiar en él, en que este momento puede convertirse en algo más. Poco a poco, a medida que avanza con movimientos lentos y controlados, el dolor comienza a transformarse en algo distinto. Es una sensación extraña, intensa, que despierta un calor desconocido en mi interior. Mis respiraciones se vuelven más profundas, y aunque todavía siento algo de incomodidad, comienzo a entregarme al momento. Sentirlo tan cerca, tan dentro, es abrumador, pero también me hace sentir conectada con él de una manera completamente nueva. —Eso es, Ana… mírate, lo estás haciendo increíble —murmura contra mi oído, con su voz ronca y llena de deseo. A medida que aumenta el ritmo, las punzadas iniciales de dolor dan paso a una sensación de plenitud que recorre mi cuerpo. Mis gemidos son ahora una mezcla de dolor y placer, y aunque todavía siento cierta tensión en mi cuerpo, me doy cuenta de que me estoy dejando llevar. —Marcos… esto es… demasiado —murmuro, girando ligeramente el rostro para mirarlo. Él sonríe, inclinándose para besarme mientras sus manos se aferran a mis caderas con más firmeza. Siento sus bolas golpeando mi väginä mientras entra y sale de mi cùlö. —Marcos...me vengo...ummmm. —Eso mi luna, dámela toda. Yo...yo también me vengo...Agh...si...que bueno. Cuando finalmente termina, ambos nos desplomamos sobre la cama, jadeantes y cubiertos de sudor. Yo estoy agotada, adolorida, pero no puedo negar que hay algo profundamente íntimo en lo que acabamos de compartir. Marcos se gira hacia mí y me envuelve en sus brazos, besándome los labios. —Eres increíble, Ana. Me encantó —susurra, acariciando mi cabello con ternura. Aunque todavía siento un leve dolor, me recuesto contra su pecho, sintiendo cómo el cansancio me vence. No sé exactamente cómo me siento respecto a lo que acaba de pasar, pero sí sé que he cruzado un límite, que algo entre nosotros ha cambiado. Es algo nuevo entre nosotros, algo que nunca habíamos hecho antes, y aunque al principio me sentí incómoda, la pasión entre nosotros fue más intensa que nunca. Agotada y un poco adolorida, entro al baño para asearme. Luego Marcos me abraza y besa mi frente. —Te amo, Ana. Gracias por confiar en mí… Prometo que voy a ser el hombre que mereces. Lo miro, todavía procesando todo lo que ha sucedido. Siento que he escuchado esa frase antes. —Estaremos bien. El se queda dormido como un angelito. El problema llegó luego. Un día, mientras preparaba la cena, el timbre sonó. Me sequé las manos y fui a abrir. En cuanto vi quién era, mi corazón dio un vuelco. —¡Carlos! Él sonrió, ese gesto cálido que siempre había tenido. Mis hijos, Valentina y Diego, corrieron hacia él con alegría. —¡Papá! Los abrazó con fuerza y les dio besos en la frente. Sentí una punzada en el pecho. No por él, sino porque sabía que esto no le iba a gustar a Marcos. —¿Podemos hablar? —me pregunta Carlos en voz baja. Asentí y lo invité a pasar. Apenas cerré la puerta, sentí la presencia de Marcos a mis espaldas. Su mirada era oscura, afilada. —¿Qué hace él aquí a esta hora? —pregunta frío. —Vino a ver a sus hijos —contesto con calma y le dejo dicho con la mirada a Carlos que no se puede.. —No necesita verte a ti para eso. Podríamos haberlos llevado a casa de su madre. Suspiré. Sabía que esto se iba a convertir en una discusión. —Marcos, por favor, no hagas esto aquí, delante de los niños. Carlos cruzó los brazos y sonrió con suficiencia. —Siempre el mismo tema contigo, Marcos. No puedes soportar que yo siga existiendo, ¿verdad? Marcos dio un paso al frente, pero puse una mano en su pecho para detenerlo. Su cuerpo estaba tenso, como si se contuviera a duras penas. —No hagas un escándalo, por favor —le pedí en voz baja. Carlos negó con la cabeza, divertido. —Él es el que siempre ve problemas donde no los hay—se defiende Carlos. Marcos se río sin humor. —Claro, porque tú nunca has intentado meterte donde no te llaman. Vienes cuando te da la gana. Los niños estaban en la sala jugando, pero de vez en cuando lanzaban miradas preocupadas. No quería que ellos sintieran la tensión. Así que respiré hondo y me giré hacia Carlos. —Hablamos luego. No quiero pelear frente a los niños. Él me mira por un momento y asiente. —Está bien. Nos vemos luego, pequeños —les dijo a los niños, besándolos antes de irse, les pasa unos billetes y les da un abrazo. Solo pasé a verlos, luego vengo para llevarlos al parque. Cuando la puerta se cerró tras él, Marcos me mira con rabia contenida. —¿Por qué tenías que hablar con él? ¿Es que aún sientes algo? ¿porqué no le dijiste que estás no son horas? —No digas estupideces, Marcos. Es el padre de mis hijos, nada más. —Te vi cómoda con él. Demasiado. Rodé los ojos, cansada de su actitud. Él apretó la mandíbula y sin decir más, se giró y subió a nuestra habitación. —Niños, prepárense para cenar vayan a lavarse las manos. —Si mami—responden al unisono. Suspiré y seguí a Marcos. Al entrar, lo encontré quitándose la camisa, con su espalda tensa. —Carlos, ya basta. No tienes derecho a ponerte así. Se gira hacia mí, su mirada ardía de celos. —Tengo todo el derecho. Eres mía, Ana. Eres mi luna. Yo soy tu Alfa. Me crucé de brazos, frustrada. —No soy un objeto, Marcos. No puedes reclamarme como si fuera una cosa. Se acercó y me tomó de la cintura, pegándome a él. —Demuéstrame entonces que sólo eres mía. Su voz ronca me hizo estremecer. Me besó con urgencia, posesivo, como si tratara de marcar su territorio. Y aunque su actitud me molestaba, también encendía algo en mí. Esa noche, hicimos un rapidito, y entre besos y reclamos, nos perdimos el uno en el otro, aunque en el fondo sabía que los celos de Marcos solo estaban comenzando.El apartamento huele a comida recién hecha y a perfume barato mezclado con alcohol. Es el cumpleaños de Laura, mi hermana menor, y como cada año, ella decidió celebrarlo en mi casa.Estoy agotada. Desde temprano estuve organizando, limpiando y asegurándome de que todo estuviera listo. Pero como siempre, la cantidad de gente que llegó superó mis expectativas.—¡Ana! —Laura me abraza fuerte al llegar, su cabello rizado huele a vainilla y cigarrillos—. ¡Gracias por hacer esto!—Claro, Lau —le sonrío mientras la dejo pasar. Su vestido rojo resalta su piel canela y su sonrisa radiante.Apenas estoy sirviendo los tragos cuando escucho el timbre. Abro la puerta y ahí está Carlos, mi exmarido, con esa sonrisa engreída que conozco tan bien.—¿Me invitas a pasar o tengo que quedarme en la puerta como testigo de Jehová?—¿Qué haces aquí? —pregunto, cruzándome de brazos.—Laura me invitó, como cada año —responde con una sonrisa burlona, entrando sin esperar permiso.—¿No tienes otros lugares dond
Ya han pasado dos meses desde la última fiesta de mi hermana en mi casa.La casa de nuevo es un solo caos, está vez para celebrar mi cumpleaños, mientras termino de arreglarme los niños corretean en la sala con su papá que vino a felicitarme con regalo en mano. Hoy es mi cumpleaños, pero en lugar de sentirme emocionada, tengo una sensación extraña en el pecho. Algo que no puedo explicar, pero que lleva meses carcomiéndome por dentro.Respiro hondo y me miro en el espejo. Sonrío. No voy a dejar que mi mente me arruine este día. Tengo a mis hijos, a mis amigos, a mi familia. Y lo tengo a él por el momento...a Marcos. Eso es lo que importa.Desde que tuve que viajar por trabajo, Laura me ha estado ayudando con los niños, algo que agradezco, pero que también ha traído consigo una serie de momentos que me han puesto alerta.Varias veces, al volver a casa sin avisar, los encontré a ella y a Marcos en la cocina, riéndose de algo, hablando en voz baja, demasiado cerca. En la terraza jugando G
Me siento sumida en un torbellino de emociones mientras él me embiste con fuerza.A pesar de todas las complicaciones en mi relación con Marcos, hay algo en este momento que me hace dejarme llevar. Cierro los ojos, permitiendo que la intensidad de mis sentimientos guíe mis acciones.No puedo evitarlo, mi corazón late con fuerza, y una parte de mí se entrega a este momento, a esta conexión que tanto he deseado, pero que con el tiempo se fue perdiendo.Sus caricias son suaves al principio, como si explorara, como si buscara en mí algo que ya habíamos olvidado. El roce de sus dedos sobre mi piel, esa sensación de pertenencia, me hace sentir una mezcla de emociones encontradas. Por un lado, sé que algo entre nosotros está roto, pero por otro, hay un calor, una necesidad que no puedo ignorar.El roce de sus labios en mi cuello me hace estremecer. Una chispa de deseo recorre mi cuerpo, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí se resiste. Las palabras de mi hermana, las dudas que he guardado
Las semanas siguientes son un torbellino de trámites. Decido sacar los pasaportes de Valentina y Diego. Tienen diez y ocho años respectivamente, y merecen unas vacaciones tanto como yo.Mientras esperamos en la oficina de migración, Valentina me toma de la mano.—Mami, ¿nos vamos a ir lejos? —pregunta, con su voz cargada de emoción y un poco de miedo.—Nos iremos de vacaciones primero, hija. Luego veremos qué hacemos. Necesitamos un descanso —le digo con una sonrisa.Diego frunce el ceño.— ¿Y Marcos? ¿Y papá? —pregunta en voz baja.Suspiro.—Tu papá siempre será tu papá, Diego. Si quieres verlo, puedes hacerlo. Y Marcos...está en casa de su madre, si lo extrañas puedes llamarlo. Solo tiene tres semanas que se fue...para pasar tiempo con su madre, saben que se enfermó hace un mes. El es un buen hijo filial.Mi hijo asiente, aunque parece pensativo.Más tarde, en casa, mientras termino de empacar las maletas, Valentina entra a mi habitación.—¡Mami, no puedo decidir qué llevar! —exclam
El sol brillaba con fuerza en el cielo despejado mientras Gregory Samaniego se acomodaba los puños de la camisa.Desde su oficina en la terraza privada del resort, tenía una vista panorámica del océano, el mismo que había sido testigo de su ascenso en la industria hotelera.Dueño de una cadena de más de diez hoteles de lujo, solía moverse entre sus propiedades sin previo aviso, supervisando cada detalle para asegurarse de que todo estuviera impecable.Pero desde el día anterior, algo distinto llamó su atención. Una mujer hermosa con dos hijos de vacaciones.Desde lo alto, vuelve a ver a esa mujer con los dos niños paseando por la piscina principal. No era solo su belleza lo que capturó su mirada, sino la forma en que reía con sus hijos, la calidez con la que les hablaba. Vestía un vestido ligero, de esos que bailan con el viento, y su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros. Parecía… plena.Gregory no solía fijarse en las huéspedes. Había conocido mujeres hermosas en su vida, m
Gregory gira su vaso lentamente entre los dedos, observando cómo el hielo flotaba en el licor ámbar. Se encontraba en el bar VIP del restaurante exclusivo, disfrutando de un whisky, cuando su mirada se posa en la entrada del restaurante privado.Ana Fernández apareció con sus hijos, vestidos de blanco, irradiando elegancia sin esfuerzo. Su vestido ligero de lino resaltaba la suavidad de su piel bronceada, y el viento jugueteaba con los mechones sueltos de su cabello. Los niños, bien educados y sonrientes, caminaban a su lado, tomados de la mano.Gregory sintió una punzada en el pecho.Alguna vez, en otra vida, él también había soñado con una familia. Pero su destino había sido otro.El recuerdo de Rebecca golpeó su mente como una tormenta. Su Omega, su luna, la mujer con la que pensó que compartiría la vida. Se había ido a París con su mejor amigo.Y lo peor no fue su traición.Lo peor fue que tuvieron la osadía de enviarle una invitación de boda.Gregory apretó la mandíbula. En su mo
La primera noche en el resort fue espectacular, la mañana llega súper rápido y todos salieron a disfrutar. Ana se sentía muy feliz y el sonido de las olas mezclado con las risas de los niños creaba una atmósfera relajante.Ana sale de su habitación con un vestido de playa liviano sobre su traje de baño, llevando de la mano a Diego y a Valentina, quienes no podían contener la emoción.—¡Vamos, mamá! ¡Nos prometiste que hoy iríamos al parque acuático todo el día! —exclamó Valentina, ajustándose su gorra blanca.—Lo sé, lo sé —responde Ana con una sonrisa—. Pero primero, bloqueador solar.Los niños hicieron muecas, pero se quedaron quietos mientras su madre les aplicaba protector en la piel. Luego, con sus salvavidas ya puestos, corrieron hacia los toboganes mientras Ana los observaba desde un camastro cercano.Se acomoda en la tumbona, saca su libreta y comienza a escribir. Sus novelas siempre habían sido su escape, su refugio cuando la vida se tornaba complicada. Pero esta vez, escribi
Gregory Samaniego se despierta temprano aquella mañana con una idea clara en mente.Mientras se ajusta el reloj de pulsera, su mirada se perdió en la vista del mar desde su penthouse. El sol iluminaba las aguas cristalinas de la bahía, pero su mente estaba en otra parte: Ana Fernández.Hay algo en ella que le encanta. No era solo su belleza natural o la ternura con la que cuida a sus hijos, sino esa mirada que parecía cargar con historias que no había contado a nadie. Y Gregory, acostumbrado a descifrar personas en minutos, quería descubrir cada detalle de esa mujer, la quiere frente a él, desnuda en cuerpo y alma.—Vamos a necesitar una distracción—murmura mientras marca el número de su asistente—. Laura, necesito que organices un ‘Día de actividades infantiles’ para hoy, para los huéspedes.—¿Hoy? —pregunta la mujer al otro lado de la línea, sorprendida.—Sí. Quiero juegos, rifas, mini chef, payasos, comida, lo que sea para mantener a los niños entretenidos por horas. Además, ofrece