El sol brillaba con fuerza en el cielo despejado mientras Gregory Samaniego se acomodaba los puños de la camisa.Desde su oficina en la terraza privada del resort, tenía una vista panorámica del océano, el mismo que había sido testigo de su ascenso en la industria hotelera.Dueño de una cadena de más de diez hoteles de lujo, solía moverse entre sus propiedades sin previo aviso, supervisando cada detalle para asegurarse de que todo estuviera impecable.Pero desde el día anterior, algo distinto llamó su atención. Una mujer hermosa con dos hijos de vacaciones.Desde lo alto, vuelve a ver a esa mujer con los dos niños paseando por la piscina principal. No era solo su belleza lo que capturó su mirada, sino la forma en que reía con sus hijos, la calidez con la que les hablaba. Vestía un vestido ligero, de esos que bailan con el viento, y su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros. Parecía… plena.Gregory no solía fijarse en las huéspedes. Había conocido mujeres hermosas en su vida, m
Gregory gira su vaso lentamente entre los dedos, observando cómo el hielo flotaba en el licor ámbar. Se encontraba en el bar VIP del restaurante exclusivo, disfrutando de un whisky, cuando su mirada se posa en la entrada del restaurante privado.Ana Fernández apareció con sus hijos, vestidos de blanco, irradiando elegancia sin esfuerzo. Su vestido ligero de lino resaltaba la suavidad de su piel bronceada, y el viento jugueteaba con los mechones sueltos de su cabello. Los niños, bien educados y sonrientes, caminaban a su lado, tomados de la mano.Gregory sintió una punzada en el pecho.Alguna vez, en otra vida, él también había soñado con una familia. Pero su destino había sido otro.El recuerdo de Rebecca golpeó su mente como una tormenta. Su Omega, su luna, la mujer con la que pensó que compartiría la vida. Se había ido a París con su mejor amigo.Y lo peor no fue su traición.Lo peor fue que tuvieron la osadía de enviarle una invitación de boda.Gregory apretó la mandíbula. En su mo
La primera noche en el resort fue espectacular, la mañana llega súper rápido y todos salieron a disfrutar. Ana se sentía muy feliz y el sonido de las olas mezclado con las risas de los niños creaba una atmósfera relajante.Ana sale de su habitación con un vestido de playa liviano sobre su traje de baño, llevando de la mano a Diego y a Valentina, quienes no podían contener la emoción.—¡Vamos, mamá! ¡Nos prometiste que hoy iríamos al parque acuático todo el día! —exclamó Valentina, ajustándose su gorra blanca.—Lo sé, lo sé —responde Ana con una sonrisa—. Pero primero, bloqueador solar.Los niños hicieron muecas, pero se quedaron quietos mientras su madre les aplicaba protector en la piel. Luego, con sus salvavidas ya puestos, corrieron hacia los toboganes mientras Ana los observaba desde un camastro cercano.Se acomoda en la tumbona, saca su libreta y comienza a escribir. Sus novelas siempre habían sido su escape, su refugio cuando la vida se tornaba complicada. Pero esta vez, escribi
Gregory Samaniego se despierta temprano aquella mañana con una idea clara en mente.Mientras se ajusta el reloj de pulsera, su mirada se perdió en la vista del mar desde su penthouse. El sol iluminaba las aguas cristalinas de la bahía, pero su mente estaba en otra parte: Ana Fernández.Hay algo en ella que le encanta. No era solo su belleza natural o la ternura con la que cuida a sus hijos, sino esa mirada que parecía cargar con historias que no había contado a nadie. Y Gregory, acostumbrado a descifrar personas en minutos, quería descubrir cada detalle de esa mujer, la quiere frente a él, desnuda en cuerpo y alma.—Vamos a necesitar una distracción—murmura mientras marca el número de su asistente—. Laura, necesito que organices un ‘Día de actividades infantiles’ para hoy, para los huéspedes.—¿Hoy? —pregunta la mujer al otro lado de la línea, sorprendida.—Sí. Quiero juegos, rifas, mini chef, payasos, comida, lo que sea para mantener a los niños entretenidos por horas. Además, ofrece
Momentos después, Ana termina su sesión de sauna, luego pasa por un masaje relajante que casi la hizo quedarse dormida. Cuando sale a la zona de relajación, encuentra una copa de champán esperándola junto a una nota:"Recuerda: hoy es tu día.—Gregory"Sonríe inconscientemente y toma un sorbo.Mientras tanto, Gregory la observaba desde el bar del spa. No tenía prisa. Sabía que las cosas buenas tomaban tiempo, y Ana Fernández, definitivamente, valía cada minuto de espera.Ana se acomodó en una tumbona junto a otras madres que reían y charlaban mientras bebían champán en el jardín abierto, mientras las sacadas artificiales hacen lo suyo.El ambiente relajado del spa la hacía sentirse ajena a su vida habitual, llena de responsabilidades, correos sin responder y libros a medio escribir.—¿Y tú, Ana? —pregunta una mujer de cabello oscuro y piel bronceada—. ¿Has venido con tu esposo?Ana baja su copa y niega con una sonrisa nerviosa.—No… vine con mis hijos.—¿Y ese hombre que te miraba des
—No me conoces. No sabes nada de mí.—Sé que eres una Omega hermosa y especial, escribes mucho, mientras vigilas a tus hijos. Sonríes con ternura a tus hijos, aunque me fijé que pareces solitaria y sola. Y sé que ese anillo no te detendrá si decides ser honesta contigo misma.Ana se queda muda. ¿Había sido tan transparente?—Quedate conmigo está noche —le dice él, con un tono que no admitía discusión.—No debo…—Pero veo que quieres —asegura Gregory—. Porque necesitas un respiro, Ana. Solo eso. No te estoy pidiendo que dejes a tu...esposo. Se nota que lo tomas en cuenta.Ella respira hondo. Gregory sonríe de medio lado y toma una manta de una silla cercana. Se la tiende encima al notar su incomodidad.—¿Que ganas tú con todo esto? Sabes que estoy casada y amo a mi esposo.—De eso último no estoy tan seguro. Además casi siempre obtengo lo que deseo...y te deseo a ti. Pero por ahora descansa.Ana toma la manta y se recuesta en el sofá, cerrando los ojos. Pero incluso mientras intenta re
Gregory esboza una media sonrisa.—De este y de cinco más en toda la costa.Ana siente un leve mareo. No se esperaba algo así. De pronto, todo cobraba sentido: su confianza, su presencia imponente, la manera en que todos parecían tratarlo con respeto y que tuviera un cuidado especial hacia ella.—Mejor me voy —dice, intentando bajar de su regazo. No quiere tener nada que ver con un ricachón millonario y encima un mujeriego de mierda.Gregory no la suelta. En cambio, la mira con intensidad y desliza una mano por su espalda.—No quiero que te vayas —susurra.—Debo irme.Gregory la acerca más a él, estudiándola con detenimiento.—¿Por qué?—Porque… esto está mal. No puedo hacer esto.Él toma su billetera de la mesita de noche y saca un fajo de billetes, extendiéndoselo.—Si, soy rico y puedo darme a la mujer que me venga en gana, pero se que no eres una cualquiera.Lanza los billetes al aire.—Exacto, no soy ese tipo de mujer. No soy una mujer interesada, ni me gustan mujeriegos —dice el
Cuando siento su calor, su aroma, me espanto, y él abrió los ojos al sentirme mover.—Buenos dias—me susurra, mientras me besa.El me abraza más fuerte y su vìrìlidäd despertó con él, el calor de su aliento roza mi piel como un fuego lento que amenazaba con consumirlo todo.Me tenía atrapada, no solo con su cuerpo, sino con su presencia arrolladora. Gregory no era como Carlos, ni como Marcos. No era como ningún hombre que hubiera conocido antes y no hablo de lo físico. Su dominio era absoluto, sus feromonas atrayentes, pero su paciencia era un castigo delicioso.Mi respiración se agita mientras él desciende por mi vientre, dejando un rastro de besos ardientes. Cada roce de sus labios me encendía aún más, me volvía más consciente de lo que estaba a punto de volver a suceder. Pero no se apresuraba. No tomaba lo que quería sin más. No. Él jugaba, exploraba, aprendía mis reacciones, como si descifrar mi cuerpo fuera un arte en el que él era un maestro absoluto.—Gregory… —supliqué, apenas