Déjame ir

Cuando siento su calor, su aroma, me espanto, y él abrió los ojos al sentirme mover.

—Buenos dias—me susurra, mientras me besa.

El me abraza más fuerte y su vìrìlidäd despertó con él, el calor de su aliento roza mi piel como un fuego lento que amenazaba con consumirlo todo.

Me tenía atrapada, no solo con su cuerpo, sino con su presencia arrolladora. Gregory no era como Carlos, ni como Marcos. No era como ningún hombre que hubiera conocido antes y no hablo de lo físico. Su dominio era absoluto, sus feromonas atrayentes, pero su paciencia era un castigo delicioso.

Mi respiración se agita mientras él desciende por mi vientre, dejando un rastro de besos ardientes. Cada roce de sus labios me encendía aún más, me volvía más consciente de lo que estaba a punto de volver a suceder. Pero no se apresuraba. No tomaba lo que quería sin más. No. Él jugaba, exploraba, aprendía mis reacciones, como si descifrar mi cuerpo fuera un arte en el que él era un maestro absoluto.

—Gregory… —supliqué, apenas
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