Cambios sutiles

A todo eso, lo que me costó más aceptar fue que Marcos ya no era el hombre atento que había conocido al principio.

El tiempo había pasado y ese mismo tiempo que antes pasábamos juntos, esas tardes de charla tranquila o de simplemente mirar una película, se volvieron cada vez más raras. Había algo en él que se había cerrado, algo que yo no sabía cómo abordar. Pasaba horas en su teléfono, y yo seguía haciendo malabares con mis trabajos y la casa.

Yo escribía y al mismo tiempo que tenía, revendía cosas por internet, trabajaba en un blog personal, en las redes para promocionar mis novelas y tuve que buscar un trabajo extra como servicio al cliente. Yo llegaba súper agotada, y cuando estaba en casa, a menudo lo encontraba mirando su teléfono o simplemente cansado, sin ganas de hablar.

Ya no me preguntaba cómo me sentía. Ya no me hablaba como antes. Todo era "esto debe hacerse", "lo otro necesita atención". Y aunque sentía que las paredes de la casa se iban estrechando, no me atrevía a decirle lo que pensaba, lo que realmente sentía.

Recuerdo una noche en particular, después de un día largo y agotador, cuando finalmente me senté junto a él, con la esperanza de tener una conversación. Miré a Marcos, tan absorto en sus pensamientos, y me atreví a hablar.

—Marcos, ¿estás bien?— le pregunté.

Él levanta la mirada, pero en sus ojos ya no había la calidez que solía tener.

—Sí, claro. Solo estoy ocupado. Esto es importante—responde, sin mirarme realmente.

—Estaba pensando que quiero casarme contigo. Podemos planificarlo para final de año, ya vamos a cumplir cuatro años juntos.

Marcos suspira y deja el teléfono a un lado, aunque su mirada sigue reflejando cansancio. Se frota las manos y me observa con un gesto pensativo.

—Está bien, Ana… pero ya sabes cómo está la situación. No tengo dinero para un anillo ahora ni para hacer una boda como la gente espera.

Yo niego con la cabeza, tratando de mantener la calma.

—No quiero nada a lo grande, Marcos. Podemos comprar un anillo sencillo y casarnos solo por el civil. Lo importante es que hagamos las cosas bien, quiero hacer el proceso de pasaporte y visado, tener estabilidad.

Él baja la mirada y asiente lentamente.

—Para final de año, entonces. Lo organizamos bien.

—¿En serio? —pregunto, esperando algo más de emoción en su voz, pero solo parece estar aceptando sin entusiasmo.

—Sí, Ana. Para final de año.

Lo miro en silencio por un momento, tratando de descifrar lo que pasa por su mente. No quiero discutir, no quiero insistir más de la cuenta, pero hay algo en su respuesta que me deja una sensación amarga en el pecho.

—Bueno… —murmuro—. Entonces, empezaremos a ver fechas.

Marcos asiente de nuevo y vuelve a tomar su teléfono. Siento un nudo en la garganta, pero me obligo a sonreír. No quiero que esta conversación termine en una pelea.

—Te amo —le digo, esperando escuchar lo mismo de vuelta.

Él tarda un poco en responder, pero finalmente levanta la mirada y sonríe, aunque su sonrisa se siente forzada.

—Yo también, Ana.

El día llegó más rápido de lo que imaginé. No hubo gran planeación ni estrés por los preparativos. Yo misma compré los anillos, reservé la cita en el registro civil y pagué todos los trámites. Marcos, sorprendentemente, parecía entusiasmado. Se encargó de rentar el hotel. Le pidió a su mejor amigo que fuera su padrino, mientras que yo elegí a mi mejor amiga como madrina y testigo.

La ceremonia fue sencilla y rápida. Un juez nos declaró marido y mujer, intercambiamos los anillos y firmamos los papeles. No hubo lágrimas de emoción ni discursos conmovedores. Solo un beso corto y algunos aplausos de nuestros amigos más cercanos.

—Bueno, señora —dijo mi mejor amiga con una sonrisa pícara—. ¿Cómo se siente ser oficialmente una mujer casada?

Sonreí, aunque por dentro tenía una sensación extraña, como si todo hubiera pasado demasiado rápido.

—Supongo que igual que ayer —bromeé—. Pero con un anillo en la mano.

Después de la ceremonia, Marcos insistió en ir a un bar a "celebrar". No tenía ganas de una gran fiesta, solo quería una cena romantica y una noche inolvidable, pero como no quería llevarle la contraria, así que accedí. Bebimos, reímos y tratamos de hacer que aquella noche se sintiera especial.

Terminamos en el hotel barato que él busco a último minuto porque dijo que eso de rentar un resort o un hotel de 5 estrellas era botar el dinero, nada lujoso ni romántico. Cuando llegamos pude ver a algunas lobas putäs a esperas de algún cliente potencial.

La habitación tenía solo una cama, un televisor viejo dentro de una rejilla de metal (imagino que para que no se lo lleven) y una luz amarillenta que parpadeaba en el techo. Me senté al borde de la cama, mirando el anillo en mi dedo, mientras Marcos se quitaba los zapatos con desgano.

—Bueno… ya estamos casados —murmura él, recostándose en la cama con los ojos cerrados—me siento muy borracho dormiré unas horas, hoy fue un día muy largo.

—Sí —respondí, sin saber qué más decir. Mi loba aullaba de tristeza.

No hubo noche de bodas como en las películas. Solo el sonido de su respiración pesada y el eco de mis pensamientos en la habitación. Algo dentro de mí me decía que no todo estaba bien, pero decidí ignorarlo. Al final, ya era demasiado tarde para arrepentimientos.

Cuando despertó en la mañana me despertó y me hizo el amor. Luego regresamos a la casa y subimos a las redes las fotos de la boda y el bar como llenando un vacío que carcome los huesos.

Meses después la rutina nos seguía aplastando. Una noche en la cama me quedé mirándolo absorto en su teléfono. No había podido quedar embarazada y eso me tenía estresada. La economía se había estabilizado pero a base más de mi sacrificio que el de él.

—¿Estás bien?

—Si—responde sin siquiera mirarme a la cara.

—Sé que esto es importante para ti— le dije, tratando de que me escuchara—pero necesito que me veas, que me escuches, que me ayudes. No puedo hacerlo todo sola.

Me mira, pero no dijo nada. En ese momento, entendí que ya no estaba seguro de lo que quería. Estaba tan sumido en su negocio, en sus preocupaciones, que ya no tenía espacio para nosotros. Ya no había espacio para mí.

Y así, los días pasaron, y yo seguí dándome, pero sin recibir nada a cambio. Seguí esforzándome por ser la madre perfecta, la pareja perfecta, la mujer perfecta, pero algo dentro de mí comenzó a quebrarse. No podía soportarlo más. Algo me decía que si no hacía algo, si no tomaba una decisión, terminaría perdiéndome por completo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP