Cediendo por amor

Al día siguiente, después de dejar a Valentina y Diego en la escuela, regresé a casa con un nudo en el estómago. No me sentía nada bien.

Sabía que Carlos seguía durmiendo, pero no tenía intención de despertarlo como siempre. No más desayunos servidos con una sonrisa falsa, no más rutina de pretender que todo estaba bien.

Mientras preparaba un café para mí misma, lo escuché bajar las escaleras. Llevaba la camisa arrugada y el cabello revuelto, con una expresión de fastidio que me revolvió el estómago.

—¿Por qué no me despertaste, maldita sea? —pregunta, con el tono molesto que solía usar cuando algo no salía como esperaba. Se cruza de brazos y añade—: ¿Y mi maldito desayuno? ¿No piensas cocinar hoy, por estar metida en esos malditos libros de m****a?

Tomo un sorbo de café, intentando mantener la calma.

—No creí que necesitaras que te despertara, Carlos. Parece que tienes energía de sobra para salir por ahí y llevar una doble vida. Seguro puedes prepararte tu propio "maldito" desayuno. Y no te metas con mi trabajo, es lo que está sustentando a esta familia y está casa.

Él frunce el ceño, confundido al principio, pero luego algo en su rostro camba. Una mezcla de culpa y nerviosismo se asomó en sus ojos.

—Ana, no empieces con esa m****a otra vez… ya te lo expliqué anoche. Los chicos me invitaron a salir. Yo tambien merezco un poco de paz y tengo una vida social que mantener. No es lo que piensas.

Me crucé de brazos, mirándolo fijamente.

—¿De verdad, "cariño"? ¿Entonces qué fue lo que vi en tu teléfono anoche? ¿Qué fue el mensaje de "tu nueva luna"? ¿Y todo lo demás? No son sólo pensamientos míos, Carlos. Es la realidad. Me estás traicionando.

Su rostro se tensó. Caminó hacia mí, intentando suavizar su expresión.

—¿Miraste mi estúpido celular? —el trata de contenerse—No es eso, no debiste husmear. Solo estaba aburrido, ella me pidió el número.

—¡Deja de mentirme, carajos!

—Mira, Ana… anoche bebí más de la cuenta, no recuerdo mucho—el suaviza la voz y toma una nueva estrategia—Perdí el control, lo admito. Pero todo eso no significa nada. Tú eres mi luna, mi esposa, la madre de mis hijos. Te juro que nunca haría nada para destruir lo que tenemos. No hice nada con ella. Ella quiere pero no fui capaz siquiera de levantar mi virilidäd. Los hombres tenemos debilidades.

Lo miro incrédula.

—¿"No significa nada"? Carlos, llevas meses mintiéndome, diciéndole a esas mujeres que nuestra relación está rota, que soy una mala esposa, que no estoy aquí para ti. ¿Cómo puedes decir que no significa nada? ¿Crees que con un "perdí el control" basta para arreglar esto?

Carlos se lleva las manos a la cabeza y se deja caer en una silla. Sus hombros temblaban, y para mi sorpresa, empieza a llorar.

—Fallé, Ana. Sé que fallé, y no tengo excusa, pero no dormí con ella, con ninguna. Me sentía solo, me sentía… vacío solo quería compañía no sexö. Sé que eso no justifica nada, pero me dejé llevar. Fui un imbécil. No sé qué me pasa. Perdóname, por favor. Por favor, Ana. No quiero perderte.

Sus lágrimas no me conmovieron. Había pasado demasiadas noches llorando sola por su indiferencia, por sus mentiras, por la creciente distancia entre nosotros.

—Carlos, no sé si puedo perdonarte. No es sólo una traición. Es la acumulación de todo. Las mentiras, la falta de respeto, la forma en que has jugado conmigo mientras yo intentaba mantener esta familia a flote. ¿Qué ejemplo le estamos dando a los niños?

Él alza la vista, desesperado.

—Podemos arreglarlo, Ana. Haré lo que sea. Iré a terapia, cortaré con todas esas mujeres, te daré acceso a mi teléfono, lo que quieras. Pero no me dejes. No quiero perderte ni a los niños.

Tomé aire, sintiendo cómo mi propia fortaleza empezaba a flaquear. Quería creerle, quería pensar que podía cambiar. Pero las heridas eran profundas, y las palabras no bastaban para cerrarlas.

—Esto no se arregla con promesas, Carlos. Necesito hechos. Y no voy a tomar una decisión ahora. Pero quiero que quede claro: si realmente te importa esta familia, tendrás que demostrarlo. Porque no pienso seguir viviendo así.

Carlos asintió, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—Haré lo que sea, Ana. Lo juro. Dame una oportunidad.

Lo miré, intentando encontrar en su rostro al hombre del que me enamoré hace años. Pero todo lo que vi fue un extraño, alguien que había destruido mi confianza y el amor que una vez sentí.

Sin decir nada más, me levanté de la silla y fui al cuarto. Necesitaba tiempo, espacio, y claridad. Pero sobre todo, necesitaba encontrar la manera de proteger a mis hijos de todo esto. Porque, pase lo que pase con Carlos, ellos siempre serían mi prioridad.

Cuando Carlos se arrodilló frente a mí en la habitación mientras doblaba la ropa, no pude evitar sentir un nudo en la garganta. Lo había visto disculparse antes, pero esta vez algo en su mirada parecía diferente. Había una vulnerabilidad que nunca antes había mostrado, como si realmente temiera perderme.

—Ana, te lo juro… No sé en qué estaba pensando. Fui un idiota, lo sé. Pero te amo, eres tú con quien quiero estar. Por favor, dame otra oportunidad —dice, tomando mis manos con fuerza, como si al soltarme me fuera a escapar.

Lo miré en silencio, tratando de descifrar si sus palabras eran sinceras. Mi corazón y mi loba interna estaba hecho pedazos, pero aun así, una pequeña parte de mí quería creerle, quería aferrarse a la esperanza de que esto podía arreglarse.

—Carlos… Esto no va a ser fácil —logré decir con la voz temblorosa—. Me has destrozado y traicionado.

—Lo sé, lo sé… Pero haré todo lo que sea necesario para arreglarlo. Quiero recuperar tu confianza y la de tu loba interna. ¡Por favor, Ana, no me dejes! —Su voz se quebró, y cuando vi de nuevo las lágrimas correr por su mejilla, algo dentro de mí cedió.

Suspiré y cerré los ojos por un momento, intentando calmar el torbellino de emociones que me atravesaba. ¿Realmente estaba dispuesta a intentarlo de nuevo? Tal vez era el amor, tal vez la costumbre, o quizás simplemente el deseo de que todo volviera a ser como antes.

Finalmente, me acerqué a él y lo abracé con fuerza. Sentí cómo sus brazos me envolvían, y por un momento, fue como si el tiempo retrocediera.

—Carlos… No sé si puedo olvidar todo esto de la noche a la mañana, pero… si realmente quieres cambiar, tendrás que demostrarlo. No sólo con palabras, sino con acciones.

Él asintió rápidamente, casi desesperado.

—Te lo prometo, Ana. Lo haré. Eres mi todo. No volveré a fallarte ni a los niños.

Entonces, me levanta el rostro con cuidado y me besa. Fue un beso suave al principio, pero poco a poco se fue intensificando. Sentí cómo su arrepentimiento, su amor, y su deseo se mezclaban en ese beso, y por primera vez en mucho tiempo, me permití bajar la guardia.

Carlos me toma en brazos y me lleva a la cama, donde tenía la ropa doblada.

—Quiero que volvamos a ser como antes, Ana —dijo con una sonrisa traviesa mientras me dejaba sobre la cama, echando todo al piso—. Quiero que esta llama nunca se apague.

No pude evitar sonreír, aunque todavía sentía un poco de recelo.

—¿Así que ahora eres un poeta? —le respondí, intentando bromear para aliviar la tensión.

—Soy lo que tú quieras que sea, Luna mía. Sólo dame una oportunidad para demostrártelo—me besa.

Y en ese momento, me dejé llevar. Sus manos recorrieron cada rincón de mi piel como si quisiera redimirse, como si tratara de grabar en mí una promesa silenciosa. Sentí que volvía a ser la única para él, aunque mi corazón me advertía que no bajara del todo la guardia.

En medio de sus caricias y besos, me sorprendió con una propuesta inesperada.

—Ana… quiero probar algo diferente contigo. Quiero encender esa llama de otra manera.

—¿A qué te refieres? —pregunto, un poco nerviosa, mientras lo dejaba que quitara mis bragas.

—No seas tan seria. Vamos a divertirnos. Confía en mí, ¿sí?

Dudé por un momento, pero al final accedí. Me quedé en silencio, mirando a Carlos mientras él buscaba algo en el cajón de la mesita de noche. Cuando vi el pequeño frasco de lubricante en su mano, sentí que mi respiración se aceleraba. El ambiente se tornó más intenso, cargado de deseo y una pizca de incertidumbre.

Me toma con delicadeza por los hombros y me gira en la cama. Su voz era suave, casi un susurro, una drogä.

—Confía en mí, Ana. Quiero que lo sientas, que sea algo especial entre nosotros. Eres mi esposa, si no es contigo ¿con quién más quieres que haga esto?

Me recosté de espaldas a él, apoyando los codos sobre la cama mientras mis piernas temblaban ligeramente.

Sentí cómo sus manos recorrían mis caderas, acariciándome con una mezcla de ternura y posesión. Su aliento cálido rozó mi cuello mientras se inclinaba hacia mí.

—Si algo de esto no te gusta, me detengo… —murmuró, dejando un beso en mi hombro.

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