4- Acuerdo e información

David, se encontraba solo en su habitación, la misma que había usado tantas veces en la casa de Román y Vanessa, pero esta noche su mente no estaba tranquila. Se pasó la mano por el rostro, intentando sacudir la tensión acumulada.

—Lo que pasó en la cena no puede volver a ocurrir —murmuró en voz baja, hablando tanto para sí como para Zeus, su lobo interior, quien permanecía inquieto en su mente.

Zeus gruñó, claramente insatisfecho, pero David lo ignoró.

—Es crucial que mantengamos el autocontrol —continuó, su tono firme pero lleno de frustración—. No podemos permitirnos perder el control de esta manera, no frente a todos... y mucho menos frente a ella.

La imagen de Amira entrando al salón, el impacto que tuvo en todos y, sobre todo, en él, lo golpeaba una y otra vez. El simple hecho de que todos la hubieran mirado con tanta admiración y deseo lo había desquiciado. Y ese rugido... su aura de Alfa había explotado de manera instintiva. No se trataba solo de celos, sino de un deseo primitivo de proteger lo que era suyo, aunque ella aún no lo supiera.

—Debemos mantener la calma, Zeus —dijo, cerrando los ojos por un momento, tratando de apaciguar la tormenta interna.

Sabía que Vanessa se había encargado de hablar con Amira y asegurarse de que no sospechara nada. Su amiga era astuta y confiaba en su capacidad para manejar la situación. Aun así, la incertidumbre lo atormentaba.

—Espero que Vanessa logre descubrir si Amira sospecha o no lo que realmente pasó —murmuró, su tono bajo pero lleno de peso.

Tenía que manejar esto con cuidado. Amira era su Luna, pero era humana y desconocía todo el mundo al que estaba a punto de ser introducida. Necesitaba protegerla, pero también darle el tiempo necesario para comprender lo que significaba ser su compañera destinada.

David suspiró profundamente, sintiendo la agitación de Zeus resonando en su interior. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, su lobo seguía siendo implacable en su deseo.

—Definitivamente, Zeus, empezamos con el pie izquierdo con la Sra. Stone —dijo en tono resignado, haciendo énfasis en el apellido que algún día ella llevaría, aunque él sabía que el camino no sería fácil—. Vamos a tener que trabajar muy duro para que nos dé la oportunidad de conquistarla.

Zeus, sin embargo, no compartía la misma preocupación.

Yo no tengo que conquistar a nadie —gruñó el lobo en la mente de David, su voz profunda y autoritaria—. Es mi hembra y punto. Solo la marcamos, y se acabó —añadió, como si la solución fuera tan simple.

David apretó la mandíbula, conteniendo la frustración. Sabía que, para Zeus, todo era instinto y territorialidad, pero las cosas con Amira no podían resolverse de esa manera.

—No es tan sencillo, Zeus. Ella es humana, y no podemos forzarla —respondió con paciencia, aunque sabía que su lobo no comprendía la complejidad de las emociones humanas. Amira no solo era su Luna, sino una mujer fuerte e independiente que no se dejaría arrastrar por el instinto de manera tan fácil.

Pero Zeus no estaba dispuesto a aceptar ninguna explicación. Para él, la solución era clara y directa: marcar a Amira como suya, reclamándola ante el mundo.

—Si la marcamos ahora, Amira nos odiará —pensó David, contrariado, sabiendo que debía jugar bien sus cartas si quería ganarse su confianza y, más aún, su corazón.

Zeus bufó, impaciente.

—Ella ya es nuestra. No necesita más que aceptar lo que ya es verdad —insistió el lobo.

Para David, estaba claro que el camino hacia Amira no sería tan fácil ni directo. Aun así, sonrió levemente ante la insistencia de Zeus y su comentario sobre el enterizo de Amira. A pesar de lo caótico que podía ser su lobo, no podía negar que ambos compartían una fascinación por su Luna.

Zeus bufó, claramente entusiasmado.

—¿Viste cómo le quedaba ese enterizo? Casi la muerdo —confesó el lobo con una mezcla de orgullo y deseo—. Le quedaba como a los mismos ángeles.

—Sí, Zeus, la vi, como no verla, creo, a mi pesar que todos la vieron. Sin duda nuestra Luna vale cualquier esfuerzo, incluso si eso significa invertir unos cuantos millones más, para mantenerla cerca —respondió David, mirando por la ventana mientras recordaba cómo Amira se veía más temprano. Aquella imagen seguía grabada en su mente, y aunque no podía darle el control a su lobo, tampoco podía ignorar la verdad: Amira lo atraía de una manera que nunca había experimentado antes.

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