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2. VOLVIENDO A CASA

Christian

El retorno a casa no fue corto, de hecho, no recuerdo que el día de mi partida tardase tantas horas entre un punto y otro, pero al menos tuve tiempo para pensar en todo y calmar mis ideas, la ola de emociones que me generaba el regresar a la tierra que me vio nacer y sobre todo, el pensar que quizás volvería a verla era demasiado para mí.

Muchas veces a lo largo de estos años deseé tener una fotografía de nosotros, pero solo en recuerdos y sueños era posible tenerla conmigo nuevamente. No mentiré, muchas veces mi cabeza me jugó una mala pasada recordándome la última semana que estuve con ella y en la cual emergió el pecado en nosotros, claro está que en ese entonces no era sacerdote y bien podía estar con todas las mujeres que quisiera, pero ella fue la primera y única a la cual me entregué en cuerpo, mente, alma y corazón.

Asimismo, hubo muchas ocasiones en las que quise volver, renunciar a mi sueño y estar con ella, quizás trabajaría en el campo igual que mi padre y mi hermano, o tal vez estaría dedicándome a otra cosa en la cual pudiese ayudar a los demás como mi madre, quien fue enfermera toda su vida, también es partera en el pueblo y una mujer muy respetada aun cuando no seamos una familia de gran auge económico igual que los Montenegro, familia a la cual pertenece Alma.

Escucho a la persona que se encuentra a mi lado diciéndole a su acompañante que por fin llegamos, frase que me saca de mi ensoñación retornando mis nervios y al mismo tiempo incrementando mi felicidad. Una vez bajé del autobús tomé mi maleta y seguido subí a un auto que me llevó directamente a la iglesia de Andalucía, el calor veraniego era sofocante y acogedor a la vez.

En cuanto llegué al lugar me quedé atónito ante las enormes puertas de madera que tantas veces abrí y cerré, incluso las sentí más grandes que antes. Mis piernas continuaron el camino recorriendo el enorme salón que tantas veces limpié para los feligreses y el padre Ocampo, tantas historias, tantas misas, tantas charlas con él...

Me desvié hacia el despacho topándome sorpresivamente con un joven de doce años que sobresaltó al verme.

—Discúlpeme, no lo escuché entrar —dijo nervioso, a lo que yo le sonreí amable.

—No te preocupes, imagino que ante la ausencia del padre Ocampo no vienen tantas personas.

—Así es, pero… ¿Cómo lo sabe? Usted no es de por aquí ¿cierto? —sonreí más ante su curiosidad, astucia y por qué no, su inocencia, una que me recordaba mucho a mí.

—En realidad sí, nací en este pueblo y acabo de regresar.

Él queda un poco dubitativo, me analiza un poco hasta que una enorme sonrisa se traza en su rostro denotando la inocencia que poco se puede ver en jóvenes de su edad.

—¿Es usted el nuevo sacerdote que reemplazará al padre Ocampo?

—Es imposible reemplazar a un hombre como él, trabajó arduamente en este pueblo por el bien de todos, pero yo espero que mi trabajo quede a su altura.

—Mucho gusto mi nombre es Emilio y yo soy uno de los monaguillos, o bueno, el único, porque los demás se retiraron hace mucho —comenta extendiendo su mano formal la cual estrecho.

—El placer es mío Emilio, soy Christian Valencia y espero contar con tu apoyo para que me guíes aquí.

—No se preocupe padre Valencia, llegó con la persona indicada, cualquier cosa que necesite aun si no es de la iglesia, yo estaré disponible para hacerlo.

Realmente hay mucha nobleza en él. Nos fuimos al despacho donde le pedí algunos documentos para empezar a revisarlos y dejar todo organizado para mañana que empezaría formalmente a trabajar aquí, por suerte Emilio sabía donde estaba todo, conocía cada parte de esta oficina, el orden de las carpetas, respondía ipso facto cuanta pregunta le hiciera y siempre tenía una actitud entusiasta acompañada de una gran sonrisa, él es un joven de doce años con ojos marrón oscuro, mirada inocente y a su vez enorme, como si admirara fascinado todo lo que le rodeara, de tez muy oscura, un poco delgado y una energía de envidiar.

Al llegar las seis de la tarde le indiqué que fuera a casa y mañana nos veríamos para continuar, no quería que se fuera tan tarde y de igual forma también tenía que alistarme. Una vez lo acompañé a la salida y cerré todas las puertas, llevé mi maleta a la habitación donde tantas veces me quedé a dormir encontrándola igual que hace ocho años, hasta parece que el tiempo se hubiese olvidado de este pequeño espacio.

Tomé una ducha rápidamente, vestí el traje eclesiástico para estar más cómodo y salí de inmediato a casa de mis padres, por un momento estuve tentado en tomar un auto, pero cambié de parecer al querer recorrer nuevamente estas calles llenas de recuerdos. Al llegar a casa tomé un respiro y toqué el timbre, fue inevitable no escuchar la voz emocionada de mi madre al otro lado diciendo que ya había llegado y si ese solo gesto había sacado una sonrisa en mí, su cara de felicidad al abrir la puerta ensanchó mi alegría, la cual fue rebosada al sentir su cálido abrazo que necesité y extrañé todos estos años.

 —No puedo creer que en verdad estés aquí, pero ven, pasa, pasa.

No tuve palabras para responderle pues ella me las quitó todas con esa bienvenida, noté algunos cambios en casa pero nada importante por lo general seguía siendo la misma, aunque lo que sí había cambiado eran los tres hombres que ahora yacían frente a mí. El primero en abrazarme fue mi padre dejando dos fuertes palmadas en mi espalda, tenía el cabello más canoso y algunas líneas extras en su rostro, luego mis hermanos fueron los que me encerraron entre sus brazos, ahora estaban hechos todos unos hombres, especialmente Pablo quien es el menor de los tres y con el cual tengo cinco años de diferencia, mi hermano mayor Juan Carlos me lleva tres.

—¿Acaso te comieron la lengua en la capital que no has dicho nada? —pregunta mi padre a modo de broma.

—Lo siento, es que son tantas emociones que no sé ni qué decir.

—Tienes que decirnos absolutamente todo, especialmente a mí que me abandonaste casi una década jovencito.

Sarah Valencia podrá fruncir tanto como quiera ese entrecejo, pero todos sabemos que jamás le borraría su amor a su familia que significa todo para ella.

—No creo que me alcance la noche para tanto, pero ahora que estaré aquí tendremos tiempo para platicar.

—Eso espero cariño —responde ella con ternura.

Pasamos al comedor para cenar el delicioso banquete que hizo en mi honor y no pude evitar sentirme un niño ante la charla que tuvimos, es como si jamás me hubiese ido al sentirme abrazado por este calor de hogar, pero eso se desvanecía un poco al escuchar todos los cambios que han transcurrido en las vidas de ellos. Me enteré que mi padre es ahora el capataz de la hacienda el Molino, perteneciente a la familia De la Espriella, una de las más ricas junto a los Montenegro, los Angulo y los Santodomingo. Mi hermano Pablo trabaja en la plaza, aunque está esperando que abran las vacantes para trabajar en alguna de las haciendas bien sea con mi hermano o mi padre.

Juan por otra parte es capataz desde hace algunos años en la hacienda Montenegro y mi madre trabaja en el hospital en horas de la mañana y por las tardes se dedica a estar en casa trabajando como partera, aunque su trabajo preferido es velar por todos en su hogar, una mujer devota a él más que a cualquier otra cosa en el mundo.

Sobre las nueve mi hermano Juan se fue a su casa y tanto mi padre como Pablo se fueron a dormir, mi madre en cambio pidió que la acompañara al jardín para hablar a solas, preparamos unas tazas de café y nos sentamos en la pequeña mesa redonda que tenía junto a las camelias, sus flores favoritas.

—Cuéntame ahora sí ya que estamos a solas.

—¿Qué te puedo decir?

—Lo que quieras —tomó mi mano con ternura mostrándome su amor. —todo lo que me digas será un placer escucharlo.

—Bueno, ya sabes que seré el nuevo sacerdote aquí, mañana comienzo formalmente y ya conocí a Emilio quien me está ayudando con algunas cosas —ella ríe divertida en cuanto lo menciono.

—Créeme, a ese niño tendrás que sacarlo a los empujones porque le encanta ayudar a todo aquel que pase, pero es un buen chico, muy inteligente, apegado a sus padres, hijo único y con un corazón de oro.

—Con esas referencias y siendo tú quien lo diga, es difícil no darle la oportunidad —ambos reímos y damos un sorbo al café. —Mejor dime si hay algo más que deba saber aparte de que es el único monaguillo que tendré conmigo.

Ella cambia a un semblante más… ¿pícaro? Creo, dejándome un poco intrigado.

—Quizás Emilio sea el único monaguillo, pero no es la única persona que ha estado al frente de la iglesia, desde hace años y aun en estas semanas con la ausencia del padre Ocampo hay una persona que se ha encargado de todo.

—¿En serio? Eso es excelente, me ayudaría muchísimo su ayuda también ¿Quién es?

Ella bebe sin apartar esa extraña mirada sobre mí y deja su taza sobre la mesa con un halo de misterio que me sorprende… ¿Por qué tanto drama y suspenso con esta mujer?

—Tu mano derecha es Alma Montenegro —levanta una ceja quedando a la expectativa de cualquier reacción en mí.

Sentí que el aire se me fue al escuchar nuevamente ese nombre, pese a ser nombrado el apellido durante la cena, era el nombre de ella el que removía cosas en mí y saber que es ella quien estaba a cargo de la iglesia…

—¿En serio? Pensé que estaría viviendo en otro lugar —dije tratando de ocultar todo lo que me provocó la sola mención de su nombre.

—No, ella se quedó en el pueblo, es maestra suplente en la escuela y ayudaba al padre Ocampo en todo lo relacionado a la iglesia como su asistente.

—Me alegro muchísimo, supongo que la veré mañana para ponernos al día.

—Supones bien y más te vale que trajeras un cheque contigo, porque esa mujer está dispuesta a reclamarte por las dos semanas que estuvo sola al frente del lugar, entre ella y Emilio lo han mantenido a flote.

—¿De verdad?

Me exalté un poco al hacer la pregunta, pues saber que ella seguía teniendo ese espíritu me alegró bastante, algo que obviamente no pasó desapercibido para la mujer que me dio la vida y que ahora ensanchaba sus labios con más picardía.

—Así es, pero está muy dispuesta a defender su puesto y no dejar caer el lugar, así que te sugiero tener un buen plan para mantenerla contigo.

—¿Pero qué dices? Hasta pareciera que nos quieres emparejar.

—Cariño, si no tuvieras ese atuendo, yo estaría organizando una boda o muy seguramente pensando en mis nietos que todavía no tengo —lanza mordaz y con cierta indignación.

—Sarah Gonzáles de Valencia, más te vale olvidarte de esa idea conmigo y los dos sabemos perfectamente la razón, ahora le pertenezco a la iglesia y sabes que esa no es una opción para mí, yo celebraré todas las bodas que existan, pero no me verás como el novio de nadie.

—Christian Valencia Gonzáles —reclama en el mismo tono firme que yo. —más te vale no recordarme mi calvario o me tendrás todos los días reclamándote en ese confesionario por quitarme a mis nietos.

Esta mujer es increíble, tienen una habilidad para manipularnos que no he visto en nadie más, sin embargo, saber que me reencontraré con Alma mañana me tiene muy inquieto ¿Será que todavía se acordará de mí? ¿Cómo se verá después de ocho años? Y más importante aún… ¿Qué pasará entre nosotros cuando la vea?

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