Los Treviño no se rinden

Guadalupe se acercó, preocupada.

— ¿Qué pasa, m'ijo?

Tony señaló al bebé con un dedo tembloroso.

— Pos' resulta que Junior... no es tan Junior como pensábamos.

Guadalupe miró y soltó una exclamación de sorpresa.

— ¡Ay, Dios mío! ¡Es una niña!

Tony asintió, aún en shock.

— Pos' sí, parece que me equivoqué de rodeo, amá.

Guadalupe comenzó a reír, primero suavemente y luego a carcajadas.

— ¡Ay, Toño! —exclamó entre risas— ¡Pos' aquí las vas a pagar todas, m'ijo!

Tony la miró, confundido.

— ¿De qué hablas, amá?

Guadalupe se secó las lágrimas de risa.

— Pos' de todas tus correrías, hijo. Ahora vas a saber lo que se siente cuidar a una niña, y cuando crezca... ¡Ay, pobrecito de ti!

Tony palideció aún más si era posible.

— Ay, mamacita linda —murmuró— pos' ¿Qué no me puedes echar una manita?

Guadalupe negó con la cabeza, aún riendo.

— Nada de eso, esta es tu responsabilidad, Antonio Treviño, yo solo te voy a echar porras desde la banca.

Tony suspiró, mirando a su hija que ahora lo observaba con curiosidad.

— Pos' ni modo, princesa —le dijo con una sonrisa resignada— parece que somos tú y yo contra el mundo, pero te prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo.

Con determinación, Tony terminó de cambiar el pañal, sorprendiéndose a sí mismo por lo bien que lo hizo.

— ¡Listo! —exclamó con orgullo— ¿Viste eso, amá? ¡Soy todo un experto!

Guadalupe sonrió, acercándose para cargar a la bebé.

— Muy bien, m'ijo, pero recuerda que esto es solo el comienzo.

Los días siguientes fueron un torbellino de pañales, biberones y noches en vela, Tony se esforzaba por adaptarse a su nueva vida como padre soltero, mientras seguía ocupándose de las tareas del rancho.

Una mañana, mientras Tony arreaba las vacas hacia el pasto, Guadalupe lo llamó desde el porche.

— ¡Antonio! ¡Ven acá un momento!

Tony se acercó, limpiándose el sudor de la frente.

— ¿Qué pasa, amá? ¿La princesa necesita otro cambio de pañal? Porque te juro que el último olía como si se hubiera comido un cactus entero.

Guadalupe sacudió la cabeza, reprimiendo una sonrisa.

— No, m'ijo, es que quería decirte que... pos' vas a tener que dejar tu vida nocturna por un tiempo.

Tony la miró como si le hubiera crecido otra cabeza.

— ¿Cómo que dejar mi vida nocturna? Pos' ¿Y cómo voy a mantener mi reputación de galán del condado?

Guadalupe le lanzó una mirada severa.

— Pos' esa reputación es la que te metió en este lío, ¿No? Además, tu hija necesita que estés aquí por las noches, al menos hasta que cumpla algunos meses y duerma toda la noche.

Tony suspiró dramáticamente.

— Ay, mamacita, pos' me estás pidiendo que deje de respirar, ¿Qué voy a hacer sin mis noches de jaripeo y mis visitas al Rusty Spur?

— Pos' vas a ser padre, m'ijo —respondió Guadalupe con firmeza—ya es hora de que sientes cabeza.

Tony miró hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a calentar la tierra texana.

— Pos' ni modo —dijo finalmente— si así tiene que ser, pos' así será, pero te advierto que si me vuelvo aburrido, va a ser tu culpa.

Guadalupe se rió, dándole una palmada en el hombro.

— ¿Tú, aburrido? Ni en un millón de años, m'ijo.

Los días se convirtieron en semanas, y Tony se sorprendió a sí mismo adaptándose a su nueva rutina, por las mañanas arreaba el ganado y arreglaba las cercas del rancho, siempre con un comentario gracioso en los labios.

— ¡Ándale, vacas! —gritaba mientras las guiaba— ¡Que si no se mueven, las voy a usar de almohadas pa' la siesta!

Por las tardes, se ocupaba de su hija, a quien había decidido llamar Lupita, en honor a su madre.

— Pos' mira nomás, princesa —le decía mientras le daba el biberón— tu papá puede domar toros bravos, pero pos' tú lo tienes más domado que gatito casero.

Guadalupe observaba todo con una mezcla de orgullo y diversión, feliz de ver cómo su hijo maduraba sin perder su esencia alegre y despreocupada.

Sin embargo, con el paso de los días, Tony comenzó a notar que su madre parecía cada vez más cansada, al principio lo atribuyó al esfuerzo extra de cuidar a Lupita, pero pronto se dio cuenta de que era algo más.

Una tarde, mientras Tony arreglaba una cerca que amenazaba con caerse, escuchó un ruido proveniente de la casa, corrió hacia allí y encontró a Guadalupe sentada en el suelo de la cocina, pálida y jadeando.

— ¡Amá! —exclamó, arrodillándose junto a ella— ¿Qué pasó? ¿Te resbalaste con una cáscara de plátano o qué?

Guadalupe intentó sonreír, pero era evidente que estaba sufriendo.

— No es nada, m'ijo —dijo con voz débil— solo me mareé un poco.

Tony frunció el ceño, la preocupación evidente se reflejaba en sus ojos.

— Pos' a mí no me engañas, amá, esto no es normal. Vamos al doctor ahorita mismo.

— Pero Lupita... —dijo Guadalupe.

— Lupita viene con nosotros —interrumpió Tony— no hay pero que valga, vamos a ver qué dice el doc sobre este asunto.

Sin esperar respuesta, Tony ayudó a su madre a levantarse y la llevó al viejo pickup, colocó a Lupita en su asiento de bebé y arrancó hacia el pueblo más cercano.

Durante el viaje, Tony intentaba mantener el ánimo alto con sus ocurrencias habituales.

— Pos' mira nomás, amá —dijo mientras conducía— si el doc nos dice que estás perfecta, le voy a regalar una vaca, y si no, pos' le regalo dos pa' que se ponga a estudiar más.

Guadalupe sonrió débilmente, agradecida por los esfuerzos de su hijo.

Llegaron a la pequeña clínica del pueblo, donde el Dr. Martínez los recibió con una sonrisa amable.

— ¿Qué los trae por aquí, familia Treviño? —preguntó.

Tony, aún cargando a Lupita, respondió.

— Pos' verá, doc, mi mamá anda más decaída que nopal en sequía, y eso no es normal en ella, que siempre ha sido más fuerte que un roble.

El Dr. Martínez asintió, su expresión se tornó seria.

— Vamos a hacerle unos exámenes de rutina, doña Guadalupe. Solo para estar seguros de que todo está en orden.

Mientras esperaban los resultados, Tony no paraba de moverse por la sala de espera, hablando sin parar para ocultar su nerviosismo.

— Pos' mira nomás, Lupita —le decía a su hija— tu abuela nos tiene aquí más nerviosos que gato en peluquería, pero no te preocupes, que los Treviño somos más duros que el cuero de las botas.

Finalmente, el Dr. Martínez los llamó a su consultorio, su expresión grave hizo que el corazón de Tony se acelerara.

— Doña Guadalupe, Antonio —dijo el doctor— me temo que tengo malas noticias.

Tony sintió que el mundo se detenía a su alrededor. Apretó la mano de su madre, quien permanecía en silencio.

— Los exámenes muestran que doña Guadalupe padece un cáncer avanzado —continuó el Dr. Martínez— vamos a necesitar hacer más pruebas para determinar el mejor curso de acción, pero... el tratamiento será largo y costoso.

Tony sintió que le faltaba el aire, por primera vez en su vida, no tenía un comentario ingenioso en la punta de la lengua. Miró a su madre, que parecía haber envejecido diez años en un instante.

— Pos'... ¿Y ahora qué hacemos, doc? —preguntó finalmente, con su voz apenas en un susurro.

El Dr. Martínez les explicó las opciones de tratamiento, los costos y los posibles resultados, Tony escuchaba todo como si estuviera bajo el agua, mientras su mente daba vueltas.

De regreso en el rancho, el silencio pesaba más que mil palabras. Fue Guadalupe quien finalmente lo rompió.

— No te preocupes tanto, m'ijo —dijo con una sonrisa valiente— que de esta salimos como de todas las demás.

Tony la miró, sus ojos brillaron con determinación.

— Pos' claro que sí, amá, ni creas que te vas a librar de mí tan fácil, vamos a pelear contra esto como si fuera el toro más bravo del rodeo.

Esa noche, después de acostar a Lupita, Tony se sentó en el porche, mirando las estrellas. El peso de la situación caía sobre sus hombros como una tonelada de ladrillos.

— Pos' mira nomás en la que me he metido, apá —murmuró, como si hablara con el espíritu de su padre fallecido— tengo una hija que cuidar, un rancho que mantener y ahora mi amá enferma, ¿Cómo le voy a hacer?

El silencio de la noche texana fue su única respuesta, Tony suspiró, pasándose una mano por el cabello.

— Pero ni modo de rajarse —se dijo a sí mismo— los Treviño no nos rendimos, ¿Verdad, apá? Pos' a darle que es mole de olla.

Con esa determinación, Tony se levantó y entró a la casa, tenía mucho que planear y poco tiempo para hacerlo, el tratamiento de su madre no iba a pagarse solo, y el rancho necesitaba más atención que nunca.

— Pos' a trabajar se ha dicho —murmuró mientras se preparaba para dormir— que mañana será otro día, y este vaquero tiene mucho que hacer.

Y así, con el peso del mundo sobre sus hombros pero con el corazón lleno de amor por su familia, Tony se quedó profundamente dormido.

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