El atardecer caía sobre el Rancho Blackwell, Guadalupe, sentada en el porche, observaba a su hijo Tony caminar hacia ella con paso pesado. Incluso desde la distancia, podía notar que el humor de Tony estaba más negro que el fondo de una olla quemada.
— ¿Qué pasa, m'ijo? —preguntó Guadalupe cuando Tony subió los escalones del porche— Traes una cara más larga que un día sin tortillas.
Tony se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello sudoroso antes de responder.
— Pos' nada bueno, amá, las vacas siguen cayendo como moscas en un matadero, a este paso, nos vamos a quedar más pelados que un armadillo en invierno.
Guadalupe frunció el ceño, preocupada:
— Ay, Toño, ¿Y qué vamos a hacer?
Tony se apoyó en la barandilla del porche, mirando hacia los pastos donde el ganado pastaba ajeno a los problemas:
— Pos' seguir dándole, mamá, ¿Qué más? Aunque a veces siento que estoy tratando de ordeñar un toro.
— ¿Y los dueños? ¿No has podido contactarlos? —preguntó Guadalupe.
Tony soltó una risa amarga.
— ¿Los dueños? Esos están más desaparecidos que un ratón en una convención de gatos, cinco años sin dar señales de vida, deben estar más cómodos que una pulga en el lomo de un perro gordo.
Guadalupe estaba a punto de responder cuando el ruido de un motor potente llamó su atención. Una camioneta de lujo se acercaba por el camino de tierra, levantando una nube de polvo a su paso.
— ¿Y eso? —murmuró Tony, entrecerrando los ojos para ver mejor— debe haberse perdido, aquí no viene nadie con un carro más fino que mis botas de los domingos.
La camioneta se detuvo frente a la casa y la puerta del conductor se abrió, una joven mujer bajó del vehículo, luciendo más fuera de lugar que un pingüino en el desierto.
Tony silbó, impresionado.
— ¡Híjole! Esa mujer está más buena que el pan recién horneado.
Guadalupe le dio un sombrerazo, quitándole el sombrero de la mano.
— ¡Antonio Treviño! Compórtate.
La recién llegada se quedó parada, observando el rancho con evidente desagrado, a pesar de los lentes oscuros de marca que ocultaban parte de su rostro, su mueca de disgusto era evidente.
Tony no pudo contenerse.
— Oiga, señorita, ¿Se le perdió el desfile de modas? Porque aquí lo más elegante que tenemos es mi gallina Clarita, y eso cuando se baña en el arroyo.
La mujer volteó a verlo, su rostro se contorsionó en una mueca de desprecio. Con voz prepotente y tronando los dedos, dijo:
— ¿Qué esperas? Apresúrate a bajar mi equipaje para que pueda instalarme.
Tony soltó una carcajada sarcástica.
— Pos' creo que se equivocó de rancho, princesa. Aquí el único equipaje que cargamos es el de las vacas, y eso cuando las llevamos al rodeo.
— Mi nombre es Marjorie Blackwell, y creo que el letrero en la entrada deja muy claro que este es el Rancho Blackwell, lo que significa que yo soy la dueña de este lugar.
Tony sintió que la sangre le hervía, bajó del porche, ignorando la advertencia de su madre de que fuera mesurado.
— ¡Ándele! —exclamó, parándose frente a Marjorie— Pos' sí que tiene usted más descaro que una zorra en un gallinero, presentarse así después de cinco años de tener este rancho más abandonado que calcetín viejo.
Marjorie comenzó a reír de una manera que hizo que a Tony le subieran los humos hasta la coronilla. Lo miró directamente a los ojos y dijo en perfecto español.
— Escúchame bien, vaquero de pacotilla. No me interesa lo que pienses, soy la dueña de este rancho y harás lo que yo diga.
La mujer se quitó los lentes oscuros, revelando unos impresionantes ojos azules que por un momento dejaron a Tony sin aliento.
Se quedó momentáneamente hipnotizado por esos ojos azules, los más hermosos que había visto en su vida. "Lástima que la dueña sea más insoportable que una espina en el trasero", pensó, después sacudió la cabeza para despabilarse.
Marjorie volvió a tronar los dedos y le habló en inglés.
— Now, be a good boy and carry my luggage inside.
Tony, irritado por su actitud, respondió en espanglish.
— Mire, miss high and mighty, better hableme en español, que a mí no me va a impresionar con su fancy English. Aquí en el rancho, hablamos más claro que el agua del arroyo.
Marjorie, furiosa, le gritó.
— ¡Date cuenta de tu lugar! No eres más que un simple peón.
Tony soltó una carcajada tan fuerte que probablemente se escuchó hasta el siguiente condado.
— ¡Ay, mamacita! Pos' mire, yo seré un simple peón, pero al menos sé distinguir entre una vaca y un toro. Usted, en cambio, parece que no distinguiría un caballo de una bicicleta ni aunque le dibujaran un mapa.
Con eso, Tony se dio la vuelta y regresó al porche, ignorando los gritos indignados de Marjorie, tomó del brazo a una lívida Guadalupe, que parecía más perdida que un ciego en tienda de pinturas, y la llevó adentro de la casa, cerrando la puerta tras ellos.
Afortunadamente María se había llevado con ella a Lupita ese día al pueblo a visitar a una amiga.
Afuera, Marjorie comenzó a golpear furiosamente el suelo con el tacón de su zapato de diseñador. Con tan mala suerte que el tacón se quebró, haciéndola trastabillar.
— ¡Maldita sea! —gritó— ¡Estos zapatos costaron más que todo este rancho mugriento!
Desde la ventana, Tony observaba la escena, riendo por lo bajo.
— Mira nomás, amá —dijo, volteando a ver a Guadalupe que aún parecía en shock— Parece que las cosas se van a poner más interesantes que un rodeo en día de paga.
Guadalupe se santiguó.
— Ay, Toño, ¿Y ahora qué vamos a hacer?
Tony sonrió maliciosamente:
— Pos' lo que siempre hacemos, amá, sobrevivir. Y si de paso le damos una lección de humildad a la princesita, pos' mejor que mejor.
Afuera, Marjorie seguía despotricando contra el rancho, el polvo, y aparentemente todo lo que se movía en un radio de diez kilómetros.
— ¡Exijo que alguien venga a ayudarme ahora mismo! —gritaba.
Tony se asomó por la ventana y gritó de vuelta.
— ¡Pos' grite más fuerte, a ver si las vacas la escuchan! Porque aquí adentro todos estamos más sordos que una tapia.
Marjorie soltó un grito de frustración que probablemente espantó a todas las aves en un kilómetro a la redonda.
— ¡Esto es inaceptable! ¡Exijo hablar con el encargado!
Tony volvió a asomarse.
— Pos' ya habló con él, princesa, ¿O cree que aquí tenemos un ejército de mayordomos escondidos? Somos más pobres que las ratas de una iglesia.
Marjorie, roja de furia, gritó.
— ¡Tú no puedes ser el encargado! ¡Eres... eres...!
— ¿Demasiado guapo? —completó Tony con una sonrisa burlona— Pos' qué le vamos a hacer, es la cruz que me tocó cargar.
Guadalupe, le dio un golpe en el brazo a su hijo.
— ¡Antonio! No provoques más a la señorita, ya bastantes problemas tenemos.
Tony se encogió de hombros:
— Ay, amá, si no la provoco yo, ¿Quién lo va a hacer? Alguien tiene que bajarla de su nube antes de que se ahogue en su propio perfume caro.
Mientras tanto, Marjorie había logrado arrastrar una de sus maletas hasta el porche, jadeando como si hubiera corrido un maratón.
— ¡Esto es un ultraje! —gritó— ¡Voy a despedir a todos!
Tony abrió la puerta y se recargó en el marco, cruzando los brazos.
— Pos' adelante, princesa, nomás le advierto que si nos despide, se va a quedar más sola que un cactus en el desierto, y dudo mucho que sepa distinguir entre una pala y un tenedor.
Marjorie lo fulminó con la mirada:
— ¡Tú...! ¡Tú...!
— ¿Yo qué? —respondió Tony con una sonrisa burlona— ¿Soy demasiado encantador para su gusto? Pos' ni modo, así me hizo Diosito.
Guadalupe apareció detrás de Tony, empujándolo suavemente.
— Ya, m'ijo. Deja de molestar a la señorita —luego, dirigiéndose a Marjorie, dijo con voz amable— disculpe, señorita Blackwell. ¿No quiere pasar y tomar algo fresco? Debe estar agotada después del viaje.
Marjorie pareció sorprendida por el tono amable de Guadalupe. Dudó un momento antes de asentir.
— Yo... sí, gracias. Eso sería... agradable.
Tony rodó los ojos:
— Vaya, resulta que la princesa sí conoce los modales, quién lo diría.
— ¡Antonio! —lo reprendió Guadalupe— Ayuda a la señorita con su equipaje.
Tony fingió sorpresa.
— ¿Qué no era yo un simple peón? A lo mejor mis manos toscas de vaquero arruinan sus maletas de diseñador.
Marjorie lo miró con desprecio.
— Preferiría que un cerdo cargará mis maletas antes que tú.
Tony sonrió ampliamente.
— ¡Pos' qué suerte! Tenemos varios en el corral, ¿Cuál prefiere? ¿El pinto o el negro?
Guadalupe intervino antes de que Marjorie pudiera responder.
— Ya basta, ustedes dos, parecen más infantiles que un corral lleno de cabritos, Toño, ayuda con las maletas. Señorita Blackwell, por favor, pase.
A regañadientes, Tony bajó los escalones del porche y comenzó a cargar las maletas de Marjorie. Mientras lo hacía, no pudo evitar comentar:
— ¡Caray! ¿Qué trae aquí? ¿Piedras? Pesa más que un toro en engorda.
Marjorie lo ignoró olímpicamente y siguió a Guadalupe dentro de la casa. Tony las siguió, gruñendo.
— Si así van a ser todos los días, prefiero que me patee un caballo.
Una vez dentro, Guadalupe sirvió limonada fresca para todos. Marjorie tomó un sorbo cauteloso y pareció sorprendida.
— Está... está muy buena.
Tony fingió asombro.
— ¡Milagro! La princesa sabe apreciar algo que no viene en botella de cristal.
Marjorie lo fulminó con la mirada.
— ¿Siempre eres tan irritante o hoy te estás esforzando especialmente?
Tony sonrió ampliamente.
— Es un don natural, princesa, como su habilidad para quejarse de todo lo que respira.
Guadalupe intervino antes de que la situación se saliera de control.
— Señorita Blackwell, disculpe que pregunte, pero... ¿Qué la trae por aquí después de tanto tiempo?
Marjorie pareció incómoda por un momento.
— Yo... bueno, mis padres fallecieron hace cinco años. Heredé el rancho, pero... no estaba lista para hacerme cargo. Ahora... las cosas han cambiado.
El ambiente en la habitación cambió instantáneamente. Tony, a pesar de su antipatía hacia Marjorie, sintió una punzada de compasión.
— Lo siento mucho —dijo Guadalupe suavemente— No lo sabíamos.
Marjorie asintió, evitando sus miradas.
— Gracias. Fue... difícil.
Tony, sintiéndose repentinamente incómodo, se aclaró la garganta.
— Bueno, pos'... lamento su pérdida. Pero eso no explica por qué nos dejó colgados como ropa en tendedero durante cinco años.
— ¡Antonio! —lo reprendió Guadalupe.
Guadalupe se levantó, decidiendo que era momento de aligerar el ambiente, antes de que esos dos discutieran más fuerte.— Bueno, ya es tarde, ¿Por qué no llevas a la señorita Blackwell a la casa grande, Toño?Tony asintió, levantándose.— Sí, supongo que la princesa necesita su sueño de belleza. Aunque con esa cara de pocos amigos, va a necesitar dormir como un oso en invierno.Marjorie lo fulminó con la mirada, pero había un brillo de diversión en sus ojos.— Y tú vas a necesitar un milagro para que esa boca tuya no te meta en problemas.Tony sonrió ampliamente.— Pos' ya ves, princesa, cada quien con sus defectos, yo tengo la lengua más afilada que navaja de afeitar, y tú tienes... bueno, todo lo demás.Guadalupe los miró a ambos, sacudiendo la cabeza.— Ay, Dios mío, estos dos van a ser más problemáticos que un par de gallos en un gallinero.Mientras Tony guiaba a Marjorie hacia la casa grande cargando las pesadas maletas, no pudo evitar pensar que, a pesar de todo, las cosas en el
Tony fue el primero en notar su llegada, con una sonrisa burlona al notar su atuendo fuera de lugar, comentó.— Pos' miren nada más quién decidió honrarnos con su presencia, ya se nos arruinó el momento, tan linda que estaba la mañana, tal parece que…Guadalupe le dio un codazo en las costillas, interrumpiéndolo, haciendo que Tony soltara un quejido exagerado.— ¡Ay, amá! Que me vas a sacar el aire como a llanta ponchada.Ignorando a su hijo, Guadalupe se dirigió amablemente a Marjorie.— Buenos días, señorita Blackwell, ¿Gusta un poco de café y pan? —preguntó sonriendo.Marjorie, mirando con desconfianza la taza de café humeante y el pan que parecía hecho en casa, respondió.— En realidad, preferiría una copa de yogurt natural con miel y frutillas, si no es mucha molestia, por las mañanas siempre tomó un desayuno ligero —dijo de la manera más natural posible.El silencio que siguió fue roto por la estruendosa carcajada de Tony, se dobló de risa, sosteniendo su estómago como si temier
Después del desayuno, Marjorie se armó de valor y se acercó a Guadalupe, quien estaba tendiendo ropa en el patio trasero.— Señora Guadalupe —comenzó, con una voz que intentaba sonar segura— ¿Podría proporcionarme lo necesario para limpiar la casa principal? Creo que es hora de que me instale apropiadamente.Guadalupe la miró sorprendida, pero con una sonrisa amable.— Claro que sí, señorita Blackwell, me alegra que quiera poner manos a la obra, venga conmigo.Mientras Guadalupe reunía los implementos de limpieza, Tony apareció en la puerta de la cocina, masticando una manzana.— ¿Qué pasa aquí? ¿La princesa por fin decidió ensuciarse las manos?Marjorie lo fulminó con la mirada.— Para tu información, voy a limpiar la casa, ¿Algún problema con eso?Tony soltó una carcajada.— ¿Usted? ¿Limpiar? Pos' eso tengo que verlo. Va a ser más entretenido que ver a un armadillo tratando de nadar.Guadalupe le dio un codazo a su hijo — desde la llegada de Marjorie, ya le había dado más codazos qu
Tony, sintiéndose más atrapado que un conejo en una madriguera de coyotes, intentó intervenir.— Eh, Vanessa, creo que hay un pequeño malentendido aquí...Pero Vanessa, con la determinación de una yegua en pleno galope, continuó:— Oh, Tony, cariño, no seas modesto. Sé que querías mantener nuestra relación en secreto, pero ya no puedo contenerme. ¡Estoy tan enamorada!Guadalupe, recuperándose de la sorpresa inicial, habló con voz calmada pero firme.— Antonio Treviño, ¿Hay algo que quieras contarme? Porque parece que me he perdido más capítulos que una telenovela a medias.Tony, sudando más que un pecador en misa, balbuceó.— Amá, te juro por todos los santos del corral que esto es un malentendido más enredado que los cuernos de un toro bravo.Marjorie, viendo la oportunidad perfecta para vengarse de todas las burlas de Tony, decidió echar más leña al fuego.— Oh, vamos, Tony —dijo con una dulzura evidentemente falsa— No seas tímido. Cuéntanos cómo conquistaste el corazón de esta encan
El sol apenas asomaba por el horizonte cuando Tony Treviño salió al porche, estirándose y preparándose para otro día en el rancho. Su mirada se dirigió hacia la habitación de su madre, donde Guadalupe descansaba después de su última sesión de quimioterapia.Con pasos silenciosos, Tony entró en la habitación de su madre. Guadalupe yacía en la cama, pálida pero con una sonrisa en su rostro.— Buenos días, amá —saludó Tony suavemente— ¿Cómo te sientes hoy?Guadalupe intentó incorporarse, pero Tony la detuvo gentilmente.— Estoy bien, m'ijo, solo un poco cansada.Tony sintió que se le encogía el corazón al ver a su madre tan débil.— No te preocupes, amá, tú descansa, yo me encargaré de todo.— Ay, Toño —suspiró Guadalupe— No te olvides de cuidarte tú también, y por favor, trata de llevarte bien con la señorita Marjorie.Tony soltó un bufido.— Esa princesita de ciudad y yo nos llevamos como el agua y el aceite, amá. Es más probable que una vaca vuele antes de que nos llevemos bien.Guada
La noche en el Rusty Spur continuaba en pleno apogeo después del show de Tony, el aroma a cerveza y perfume barato flotaba en el aire, mezclándose con las notas de una vieja canción country que sonaba en la rocola. Marjorie, aún aturdida por el espectáculo que había presenciado, permanecía sentada en la barra, perdida en sus pensamientos, se había negado a regresar al rancho cuando Tony y María lo hicieron.Don Pedro, el dueño del bar, era un hombre de mediana edad con una sonrisa perpetua y un bigote impresionante, se acercó a ella limpiando un vaso con un trapo que había visto mejores días.— Señorita, parece que necesita un trago, ¿Qué le parece una cerveza? Va por la casa.Marjorie lo miró, dudando por un momento. Su mente aún reproducía imágenes de Tony bailando, sus músculos brillando bajo las luces del escenario.— Yo... en realidad nunca he probado la cerveza.Don Pedro soltó una carcajada que hizo vibrar su considerable barriga.— ¡Primera vez para todo! Vamos, le prometo qu
La pelea continuó, con Tony repartiendo golpes como si estuviera regalando caramelos en Halloween. Pancho, no queriendo quedarse atrás, usaba su considerable barriga como arma, embistiendo a los agresores como un toro en una tienda de porcelana.— ¡Esto es por todas las veces que me llamaron gordo! —gritó mientras mandaba a volar a un tipo contra la rocola, que empezó a tocar "Ring of Fire" de Johnny Cash, como si supiera que el bar se había convertido en un infierno en la tierra.Don Pedro, por su parte, demostraba que años sirviendo bebidas le habían dado la puntería de un francotirador. Lanzaba botellas vacías con la precisión de un lanzador de béisbol, dejando a más de uno viendo estrellas.Finalmente, después de lo que pareció una eternidad pero probablemente fueron solo unos minutos, los agresores, maltrechos y humillados como perros con el rabo entre las patas, huyeron del bar.Tony, Pancho y Don Pedro se miraron, jadeando pero victoriosos, como gladiadores después de una batal
Cuando llegó al Rancho Blackwell, Tony estacionó su camioneta frente a la casa grande. Marjorie seguía profundamente dormida en el asiento del pasajero, roncando suavemente como un gatito con congestión nasal.Tony suspiró, pasándose una mano por el cabello:—Bueno, princesa, llegó la hora de llevarte a la cama. Y no es la forma en que imaginé decir esa frase.Con cuidado, Tony levantó a Marjorie en sus brazos, ella murmuró algo ininteligible para después quedarse quieta de nuevo.—Tranquila, vaquera —murmuró Tony mientras subía las escaleras— No vayas a despertar ahora y pensar que te estoy secuestrando. Aunque, pensándolo bien, tal vez eso sería menos complicado que explicar lo que pasó esta noche.Llegó a la habitación de Marjorie y la depositó suavemente en la cama, por un momento, se quedó allí, observándola dormir. Con el maquillaje corrido y el cabello revuelto, parecía más humana, más real que la princesa de hielo que solía ver durante el día.— Eres un gran problema, ¿lo sabí