El coyote herido

Sintiéndose más solo que nunca, Tony se apoyó contra la pared y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo. Cerró los ojos y, por primera vez en años, comenzó a rezar.

— Pos' mire, Diosito —murmuró— sé que usté y yo no hablamos mucho, y que a lo mejor no he sido el hijo más ejemplar, pero mi amá... ella sí que es una santa. Así que, si está escuchando, le pido que la cuide, que la saque de esta. Y si necesita llevarse a alguien, pos' aquí tiene a este Coyote, total, yo ya viví lo mío, pero mi amá... ella todavía tiene mucho por delante. Tiene que ver crecer a Lupita, tiene que ver cómo sacamos adelante el rancho. Así que, por favor, écheme una manita con esto, ¿Sí? Se lo agradeceré más que si me regalara un rodeo entero, y pues usté tiene allá arriba a su mamacita, y sabe lo mucho que se les quiere, sé que ya estoy grande, pero no me deje huérfano.

Abrió los ojos y vio a María acercándose con Lupita en brazos. Se puso de pie, limpiándose discretamente una lágrima que había escapado.

— ¿Cómo está? —preguntó María.

Tony se encogió de hombros, tratando de mantener la compostura.

— Pos' ya la llevaron al quirófano, ahora solo nos queda esperar y rezar.

María asintió, sentándose en una de las sillas de la sala de espera. Tony se sentó junto a ella, tomando a Lupita en sus brazos.

— Hola, mi reinita —dijo, besando la frente de su hija— ¿Cómo está la niña más bonita de todo Texas?

Lupita sonrió felizmente, ajena a la gravedad de la situación. Tony sintió que se le encogía el corazón.

— Ay, chamaca —murmuró— si supieras lo que está pasando, tu abuelita está peleando una batalla más dura que domar un toro bravo, pero es fuerte, ¿Sabes? Más fuerte que todos nosotros juntos.

Las horas pasaron lentamente. Tony alternaba entre caminar de un lado a otro de la sala de espera y sentarse con Lupita en brazos, contándole historias del rancho para mantenerse distraído.

— Y entonces, mi reinita —decía, gesticulando con una mano mientras sostenía a Lupita con la otra— tu papá se subió a ese toro más bravo que chile habanero ¡Y vaya que fue un rodeo! Ese animal me zarandeó como si fuera un trapo, pero ¿Crees que me caí? ¡Qué va! Me agarré más fuerte que garrapata en perro flaco.

María escuchaba las historias con una sonrisa triste, agradecida por los esfuerzos de Tony para mantener el ánimo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el médico salió del quirófano, Tony se puso de pie de un salto, su corazón latía a mil por hora, tanto que sentía su latido en la garganta.

— ¿Cómo está mi amá, doc? —preguntó, con su voz temblorosa— ¿Salió todo bien?

El médico los miró con expresión seria.

— La operación fue complicada, pero logramos extirpar gran parte del tumor, sin embargo, su madre está muy débil. Las próximas 48 horas serán críticas.

Tony sintió que le faltaba el aire, después de todo no es nada fácil para un hijo escuchar algo como aquello.

— Pero se va a poner bien, ¿Verdad, doc? —insistió— mi mamá es más fuerte que un roble en medio de un huracán.

El médico puso una mano en el hombro de Tony.

— Haremos todo lo posible, señor Treviño. Pero deben estar preparados para cualquier eventualidad.

Tony asintió mecánicamente, su mente trataba de procesar la información.

— ¿Podemos verla? —preguntó María.

— Está en cuidados intensivos —respondió el médico— pueden verla brevemente, pero de uno en uno.

Tony miró a María y luego a Lupita.

— Ve tú primero, prima —dijo— yo me quedo con la niña.

María asintió y siguió al médico. Tony se quedó en la sala de espera, meciendo suavemente a Lupita.

— Pos' mira nomás, chamaca —murmuró— tu abuelita sí que nos está dando un susto de aquellos. Pero no te preocupes, es más terca que una mula, así que seguro que sale de esta.

Cuando María regresó, tenía los ojos rojos de tanto llorar. Tony le entregó a Lupita y se dirigió a la habitación de cuidados intensivos.

Al entrar, Tony sintió que se le partía el corazón, Guadalupe yacía en la cama, conectada a varias máquinas que pitaban y zumbaban. Se veía tan pequeña y frágil que Tony apenas podía reconocerla.

— Hola, amá —dijo suavemente, acercándose a la cama— pos' mira nomás el lío en el que te has metido. Si querías unas vacaciones del rancho, nomás tenías que decirlo.

Tomó la mano de su madre entre las suyas, notando lo fría que estaba.

— Pero no te preocupes —dijo, mientras su voz se quebraba ligeramente— que de esta sales como has salido de todas, eres más dura que el cuero de mis botas vaqueras.

Se quedó ahí un momento, en silencio, escuchando el pitido constante de las máquinas.

— Te necesito, amá —murmuró finalmente— Lupita te necesita, pos' hasta las vacas del rancho te necesitan. Así que no se te ocurra dejarnos, ¿Me oyes? Porque si lo haces, te juro que voy y te traigo de vuelta, aunque tenga que ir al mismísimo cielo a buscarte.

Una enfermera entró para avisarle que su tiempo se había acabado. Tony besó la frente de su madre y salió de la habitación, sintiéndose más cansado que nunca.

De vuelta en la sala de espera, se dejó caer en una silla junto a María.

— ¿Y ahora qué, primo? —preguntó ella.

Tony suspiró, pasándose una mano por el rostro.

— Pos' ahora a esperar, prima, y a rezar, porque si mi mamá no sale de esta, te juro que me vuelvo loco.

María puso una mano en su hombro.

— Va a estar bien, Tony, tu mamá es la mujer más fuerte que conozco.

Tony asintió, aunque no parecía muy convencido.

— Eso espero, prima, eso espero, me quedaré aquí con ella, creo que deberías regresar al rancho con la niña, para que descansen, después pueden venir nuevamente.

María asintió haciéndole caso, se despidió de él y después se dirigió hacia la salida para regresar al rancho.

Las siguientes 48 horas fueron una tortura para Tony, se negaba a dejar el hospital, durmiendo en incómodas sillas y comiendo de la máquina expendedora. María se turnaba con él para cuidar a Lupita y estar pendiente de cualquier novedad.

Durante ese tiempo, Tony alternaba entre momentos de desesperación y arranques de su humor habitual.

— Pos' mira nomás, Lupita —le decía a su hija durante una de sus visitas— tu papá está más despeinado que un coyote después de una pelea. Si las muchachas del bar me vieran ahorita, seguro que piensan que me atacó un mapache rabioso.

Pero cuando estaba solo, su fachada se desmoronaba.

— Ay, amá —murmuraba, mirando por la ventana del hospital— no me hagas esto, no te vayas, que sin ti, este Coyote se queda sin luna pa' aullar.

Finalmente, al tercer día, el médico salió con noticias.

— Señor Treviño —dijo, mientras una pequeña sonrisa lucía en su rostro— su madre ha mostrado signos de mejoría, parece que lo peor ha pasado.

Tony sintió que le quitaban un peso de encima.

— ¿Lo dice en serio, doc? —preguntó, sin poder creerlo del todo— ¿Mi amá va a estar bien?

El médico asintió.

— Aún tiene un largo camino por delante, pero es una mujer muy fuerte, ha superado la etapa crítica.

Tony soltó una carcajada de alivio, abrazando impulsivamente al médico.

— ¡Pos' claro que es fuerte! —exclamó— ¡Si es más resistente que una palmera en medio de una tormenta! ¡Gracias doc! ¡Le juro que si no fuera porque soy un macho recio, hasta le daba un beso!

El médico se rió ante las palabras de Tony.

— No es necesario, señor Treviño, solo hago mi trabajo.

— ¿Puedo verla? —preguntó ansioso.

— Sí, pero solo por unos minutos —respondió el médico— aún necesita mucho descanso.

Tony asintió y se dirigió rápidamente a la habitación de su madre, al entrar, vio que Guadalupe tenía los ojos abiertos y esbozó una débil sonrisa al verlo.

— Hola, m'ijo —dijo con voz ronca.

Tony se acercó a la cama, tomando la mano de su madre entre las suyas.

— Pos' mira nomás, amá —dijo, con su voz temblando ligeramente de emoción— me tenías más asustado que pollo en matadero.

Guadalupe rió suavemente.

— Ay, Toño, ni la muerte me quiere.

Tony sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero las contuvo con una sonrisa.

— Pos' claro que no te quiere, amá, eres más brava que un jabalí con dolor de muelas, hasta la muerte te tiene miedo.

Guadalupe apretó débilmente la mano de su hijo.

— ¿Cómo está Lupita? —preguntó.

— Pos' más bonita que nunca —respondió Tony— y preguntando por su abuelita, creo que hasta las gallinas del rancho andan preocupadas por ti, `porque nomás no han puesto un solo huevo.

Guadalupe sonrió, sus ojos brillaron con amor.

— Gracias por estar aquí, m'ijo.

Tony se inclinó y besó la frente de su madre.

— ¿Pos' dónde más iba a estar, amá? Si tú eres más importante pa' mí que todas las vacas de Texas juntas.

En ese momento, entró una enfermera.

— Lo siento, pero el tiempo de visita ha terminado —dijo amablemente.

Tony asintió y se volvió hacia su madre.

— Me tengo que ir, amá, pero volveré mañana, y cuando te recuperes, te prometo que vamos a hacer una fiesta tan grande que hasta los coyotes van a venir a bailar.

Guadalupe rió débilmente.

— Te tomo la palabra, m'ijo.

Tony salió de la habitación sintiéndose más ligero que en días, cuando llegó a la sala de espera, encontró a María con Lupita.

— ¡Prima! —exclamó— ¡Mi amá va a estar bien! Es más terca que una mula vieja, te lo dije.

María sonrió, abrazando a Tony con un brazo mientras sostenía a Lupita con el otro.

— ¡Gracias a Dios! —dijo— ya sabía yo que tía Guadalupe no se iba a dejar vencer tan fácil.

Tony tomó a Lupita en sus brazos, levantándola por encima de su cabeza.

— ¿Oíste eso, mi reinita? ¡Tu abuelita va a estar bien! Pos' claro, si es más fuerte que el tequila del rancho.

Lupita río, agitando sus manitas.

— Bueno, primo —dijo María— ¿Y ahora qué?

Tony miró hacia la habitación de su madre y luego a su hija.

— Pos' ahora, a seguir pa' adelante —respondió— que la vida es como un rodeo: a veces te toca montar, y a veces te toca que te monten. Pero lo importante es no soltarse.

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