Entre el Baile y la Vida

Tony se quedó boquiabierto por un momento antes de soltar una carcajada tan fuerte que varios clientes voltearon a verlo.

—¡Ay, caray! —exclamó, limpiándose una lágrima de risa —¿Pos' de dónde sacaron esa idea? ¿Me vieron abrazando demasiado fuerte a algún toro o qué?

Don Pedro se encogió de hombros.

—Pos' dicen que ya no andas con ninguna mujer, y como siempre las rechazas...

Tony sacudió la cabeza, aún riendo.

—Pos' si supieran que no ando con nadie porque apenas tengo tiempo pa' rascarme la barriga entre el rancho, mi hija y el baile.

—Bueno, pues —dijo Don Pedro, tratando de darle ánimos, ya suficientes problemas tenía el muchacho —tú nomás haz tu show como siempre, que mientras más gente venga, más dinero ganamos, ¿No?

Tony asintió, dirigiéndose a los vestidores.

—Pos' sí, a darle que es mole de olla.

El show esa noche fue más intenso que nunca, Tony bailó con toda la energía que pudo reunir, ignorando las miradas lascivas tanto de mujeres como de hombres.

—¡Órale, muchachas... y muchachos! —gritó en un momento, guiñando un ojo al público —¡Que esta noche, El Coyote va a aullar pa' todos por igual!

Los gritos y silbidos fueron ensordecedores, Tony se movía por la pista como si no hubiera un mañana, sus músculos brillaban bajo las luces del bar.

La noche avanzó entre bailes, piropos y propinas generosas, cuando finalmente terminó su turno, Tony estaba empapado en sudor y exhausto, pero satisfecho.

Se dirigió al baño para refrescarse un poco antes de irse a casa, mientras usaba el mingitorio, notó que un joven atractivo entraba y se colocaba en el mingitorio junto al suyo.

Tony volteó hacia otro lado sin prestar mucha atención.

El joven, sin embargo, parecía tener otras ideas, Tony sintió su mirada clavada en cierta parte de su anatomía y se removió incómodo.

—Oye, compadre —dijo, tratando de mantener un tono ligero —si sigues mirando así, voy a tener que cobrarte la función.

El joven sonrió, sin apartar la mirada.

—Pues yo pagaría lo que fuera por una función privada contigo, papacito, ¿Qué dices?

Tony casi se ahoga con su propia saliva.

—¿Cómo dijiste, cuate?

El joven se acercó un poco más, su voz fue bajando hasta ser un susurro.

—Que si ese coyote quiere aullar esta noche, yo tengo la luna perfecta pa' que lo haga.

Tony se quedó paralizado, su mente trató de procesar lo que acababa de escuchar. Por primera vez en su vida, el siempre elocuente Coyote se había quedado sin palabras.

—Eh... yo… —balbuceó, cerrando su cremallera con manos temblorosas —Pos' creo que hubo un malentendido, compadre.

El joven dio un paso más cerca, su mirada era intensa y estaba fija en Tony.

—No hay ningún malentendido, guapo, he estado esperando toda la noche para decirte que...

En ese momento, la puerta del baño se abrió de golpe, interrumpiendo lo que sea que el joven estaba a punto de decir. Don Pedro entró, su expresión era preocupada.

—¡Tony! -exclamó —te estaba buscando, acaba de llamar tu prima María, dice que tu mamá se puso muy mal y la tuvieron que llevar al hospital.

Tony sintió que el mundo se detenía a su alrededor, todos los problemas, las preocupaciones y los malentendidos de la noche se desvanecieron en un instante.

—¡Me lleva la que me trajo! —exclamó, empujando al joven a un lado con fuerza —¡Me tengo que ir ya!

Salió corriendo del baño, su corazón latía a mil por hora, mientras se apresuraba hacia la salida del bar, ignorando los llamados y piropos de los clientes, Tony solo podía pensar en una cosa.

—Aguanta, amá —murmuró, saltando a su camioneta —tu Coyote va en camino.

Y así, con el corazón en la garganta y el pie en el acelerador, Tony Treviño se lanzó a enfrentar una vez más a la dura realidad que lo esperaba.

Porque al final del día, más allá de ser El Coyote o El Semental de Texas, era simplemente Tony, un hijo preocupado, un padre dedicado y un hombre determinado a mantener a su familia a salvo contra viento y marea.

Minutos después, Tony entró como un torbellino en la sala de emergencias del hospital, su corazón latía tan fuerte que parecía querer salirse de su pecho. Sus ojos recorrieron frenéticamente el lugar hasta que vió a María, sentada en una esquina con Lupita en brazos.

— ¡Prima! —exclamó, corriendo hacia ella— ¿Qué pasó? ¿Cómo está mi amá?

María levantó la mirada, tenía sus ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Tony sintió que se le helaba la sangre al ver su expresión.

— Ay, Tony —sollozó María— el doctor dice que... que la enfermedad se extendió, está muy mal.

Tony se dejó caer en la silla junto a ella, sintiendo como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Por primera vez desde la muerte de su padre, sintió que el mundo se le venía encima.

— No, no, no —murmuró, pasándose las manos por el cabello desesperadamente— esto no puede estar pasando, mi amá no...

Se interrumpió, incapaz de continuar, María, aún con Lupita en brazos, se inclinó para abrazarlo.

— Lo siento tanto, primo —dijo entre lágrimas— el doctor dijo que van a tener que operar de urgencia.

Tony asintió mecánicamente, su mente era un torbellino de pensamientos y emociones, por primera vez en su vida, no tenía un comentario ingenioso o una broma para aligerar la situación. Se sentía completamente perdido.

— Pos' si mi amá se va —murmuró, más para sí mismo que para María— ¿Qué voy a hacer yo? Sin ella, no soy nada.

En ese momento, un médico salió a la sala de espera.

— ¿Familiares de Guadalupe Treviño? —llamó.

Tony se puso de pie de un salto, acercándose al doctor con María pisándole los talones.

— Soy su hijo —dijo, su voz temblando ligeramente— ¿Cómo está mi amá, doc?

El médico los miró con expresión seria.

— Su madre está estable por el momento, pero su condición es crítica, la enfermedad se ha extendido más de lo que pensábamos. Necesitamos operar de inmediato para intentar detener el avance.

Tony sintió que le faltaba el aire, pero asintió con determinación.

— Pos' haga lo que tenga que hacer, doc, lo que sea para que mi amá se salve.

— La cirugía es costosa y riesgosa —advirtió el médico— ¿Está seguro de que pueden cubrir los gastos?

Tony se irguió, mientras se le quedaba viendo al médico fijamente.

— Usté no se preocupe por eso, doc, que yo sé cumplir con mis compromisos al pie de la letra, mi amá debe ser operada.

El médico asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta.

— Bien, pueden pasar a verla antes de que la llevemos a quirófano, pero solo uno a la vez, y no pueden entrar con la niña.

María miró a Tony y asintió.

— Ve tú primero, primo, yo me quedaré con Lupita.

Tony le dio un abrazo rápido y siguió al médico por el pasillo, antes de entrar a la habitación, se detuvo un momento, respiró hondo y se compuso lo mejor que pudo, no quería que su madre lo viera preocupado.

Al entrar, vio a Guadalupe recostada en la cama, pálida y con tubos conectados a sus brazos, cables parecían salir de todo su cuerpo, a pesar de todo, sonrió al ver a su hijo.

— Ay, m'ijo —dijo con voz débil— ya llegaste.

Tony se acercó a la cama, tomando la mano de su madre entre las suyas.

— Pos' claro que sí, amá, ¿Creías que me iba a perder la fiesta o qué?

Guadalupe se rió suavemente, aunque el sonido se convirtió rápidamente en una tos.

— Ay, Toño, siempre con tus ocurrencias.

Tony se esforzó por mantener su sonrisa, aunque por dentro sentía que se estaba desmoronando.

— Pos' ya me conoces, amá, así soy —enseguida desvió la mirada para que ella no notará su tristeza.

Guadalupe apretó débilmente la mano de su hijo.

— M'ijo, quiero que me prometas algo.

— Lo que sea, amá —respondió Tony sin dudar.

— Prométeme que, pase lo que pase, vas a seguir adelante, que vas a cuidar de Lupita y del rancho.

Tony sintió que se le formaba un nudo en la garganta.

— Ay, amá, no digas eso. Tú vas a estar bien. Te van a operar y luego vamos a regresar al rancho, y te voy a hacer reír tanto que hasta las vacas van a pensar que estamos locos.

Guadalupe sonrió, sus ojos brillaron con lágrimas contenidas.

— Eso espero, m'ijo. Pero prométemelo de todos modos.

Tony asintió, incapaz de hablar por un momento.

— Te lo prometo, amá —dijo finalmente— pero tú también prométeme algo.

— ¿Qué cosa, Toño?

— Que vas a pelear con todas tus fuerzas. Que no te vas a rendir. Porque sin ti, pos' este Coyote se queda sin manada.

Guadalupe asintió, una lágrima escapando y rodando por su mejilla.

— Te lo prometo, m'ijo.

En ese momento, entró una enfermera.

— Lo siento, pero tenemos que llevarla a preparar para la cirugía.

Tony se inclinó y besó la frente de su madre.

— Te veo al rato, amá. Y recuerda: eres más fuerte que un roble en medio de la tormenta.

Guadalupe sonrió débilmente mientras la enfermera comenzaba a preparar la cama para moverla.

— Te quiero, m'ijo —dijo.

— Y yo a ti, mamá —respondió Tony, su voz se quebró ligeramente— más que a todas las vacas del rancho juntas.

Tony salió de la habitación y vio cómo llevaban a su madre por el pasillo hacia el quirófano. Se quedó ahí, parado, viendo cómo el rostro amado de Guadalupe desaparecía tras las puertas dobles.

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